Descubre una de las piezas más magníficas de la historia del arte: la máscara de oro micénica bautizada como máscara de Agamenón
El segundo tesoro encontrado por el arqueólogo prusiano Heinrich Schilemann fue el extraído de las tumbas pertenecientes al círculo A halladas fuera de la muralla de Micenas.
La riqueza y la suntuosidad de lo encontrado no conoce límites. El oro rebosaba en las arcas de los caudillos minoicos y sus enterramientos dan muestra de su enorme opulencia.
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En el círculo A fueron encontradas y excavadas por Schliemann cinco tumbas.
En la tumba I fueron hallados tres cuerpos de mujeres. Un esqueleto estaba cubierto con grandes hojas de oro, brazaletes y discos decorados y a su lado se hallaban varios vasos de bronce, copas de plata y oro y un frasco de marfil.
En la tumba II se halló un esqueleto de un hombre con un ajuar de una copa de oro, una diadema de oro, armas de bronce y recipientes de cerámica.
En la tumba III se encontraron esqueletos de tres mujeres y dos niños cubiertos de joyas de oro y rodeadas de cientos de hojas con adornos de mariposa y espirales, cetros de plata, gemas de ágata y amatista y una diadema de oro con motivos florales. La riqueza de esta tumba se completaba con unas suntuosas balanzas de oro.
En la tumba IV se hallaron huesos de cinco individuos: dos mujeres y tres hombres. Cada hombre tenía una máscara funeraria y sus cuerpos estaban cubiertos de ornamentos de oro. A su lado había dos coronas, ocho diademas, anillos y brazaletes de oro y plata, una treintena de espadas, y puñales.
Entre todos los
objetos de este enterramiem destaca esta daga de bronce en la que podemos ver a cuatro valientes muchachos portando escudos, lanzas y arcos enfrentándose a tres leones. Se trata de una clásica escena de caza que revela el poder de su dueño, que encontramos habitualmente también en el arte babilónico y egipcio.
Manteniendo la postura del galope minoico dos leones huyen en el
extremo de la daga pero uno se ha dado la vuelta para atacar a uno de los desgraciados muchachos que yace muerto sobre el suelo.
Este arma fue elaborada con una compleja técnica de pintura sobre metal llamads transflor que fijaba el
dibujo con una mezcla de cobre, plomo y sulfuro de plata.
Junto a las magníficas joyas de oro, se encontraron además perlas de ámbar, sesenta dientes de jabalí y treinta y ocho puntas de flecha.
En la tumba V fueron hallados tres cuerpos, uno de ellos sin adornos. Los otros dos estaban rodeados de un rico ajuar formado por armas, corazas de oro, ritones y una caja hexagonal de madera recubierta con láminas de oro decoradas con relieves.
MÁSCARA DE AGAMENÓN
Sobre dos de los cuerpos del último enterramiento fueron encontradas sendas máscaras de oro, entre ellas una pieza completamente diferente a las anteriores, de una calidad exquisita en la que Schilemann dijo haber visto el mismísimo rostro de Agamenón, el mítico rey de Micenas que lideró a los griegos en la guerra de Troya.
Como podemos observar, el tipo ideal micénico se distingue claramente del minoico donde se acostumbraba a representarse jóvenes imberbes de largos cabellos.
En esta máscara, en cambio, se puede ver a un hombre de pelo largo, barba y bigote de mediana edad que recuerda más a la estética de los pueblos bárbaros de la época que a la sofisticación minoica.
Probablemente estas máscaras se hacían antes o durante la ceremonia de enterramiento colocando una fina plancha de oro sobre el rostro del difunto y moldeando rápidamente de forma esquemática los rasgos después.
RITUALES FUNERARIOS
¿Cómo eran los rituales funerarios de los micénicos?
El cadáver ataviado con sus joyas y adornos se depositaba directamente sobre el suelo de la cámara en posición estirada y, en algunos casos, con un soporte bajo la cabeza. En ciertas necrópolis el cuerpo se introducía en sarcófagos de terracota como el de Hagía Triada.
Se depositaban ofrendas alrededor del difunto consistentes habitualmente en vasos de comida y bebida, armas, herramientas y gituitas. Asimismo, existe constancia del sacrifico de algunos animales como perros y más raramente caballos realizado en el momento de depositar al difunto.
Tras esta ceremonia, se cerraba el acceso a la cámara constituyendo un muro, y tras romper algunos vasos en el curso de una ceremonia de libación se procedía a rellenar el camino de entrada con tierra. Para volver a practicar un nuevo enterramiento era necesario limpiar el dromos y derruir parcialmente el muro de entrada. Si no había sitio suficiente, se movían los restos de anteriores inhumaciones hacia un lado de la cámara.
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