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Los flagelantes y la Peste Negra: la secta que desafió a la Iglesia católica

  • 24 dic 2024
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: hace 5 horas

Como consecuencia de la peste negra y las grandes hambrunas de la Edad Media surgió una nueva y controvertida seca: los flagelantes


Flagelantes peste negra

El origen de los flagelantes y la peste negra


Tras los estragos causados por la epidemia de la peste negra y los infructuosos intentos de la Iglesia por contener sus efectos, comenzaron a surgir en Europa nuevas sectas como el movimiento de los flagelantes.

Algunos de estos nuevos movimientos brotaron del propio seno de la Iglesia, concretamente de algunos monasterios en los que sus monjes morían aislados y olvidados. Los supervivientes, decididos a abandonar unos muros que ya no les protegían de los males del mundo, hicieron resurgir el movimiento de los flagelantes, que ya había hecho aparición casi un siglo antes como consecuencia de las hambrunas del siglo XIII.

Estos disidentes, los flagelantes —que tomaban su nombre de los flagella o látigos de tres puntas que se usaban para los animales de tiro—, estaban convencidos de que las medidas recomendadas por la Iglesia eran inútiles. Rezar y practicar los sacramentos eran actividades estériles, por lo que era necesario tomar medidas más drásticas. Su propuesta principal fue que, emulando la pasión de Cristo, la purificación de los pecados que estaban provocando la peste solo podía alcanzarse por medio del sufrimiento físico autoinfligido.


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Ritual, teatralidad y popularidad de los flagelantes


La popularidad de este movimiento aumentó exponencialmente a lo largo del tiempo, sobre todo en el norte de Europa, donde los campesinos comenzaron a vincular su presencia con un alivio de los efectos de la peste. Es decir, se empezó a pensar que, cuando llegaban los flagelantes a una región, la pandemia amainaba.

A esta popularidad contribuyó también la teatralidad creciente que adquirieron sus rituales, que pasaron de limitarse a unos cuantos azotes públicos a iniciar un ambicioso proceso de peregrinación por ciudades y pueblos en los que desplegaban un verdadero espectáculo. Cubiertos por capas largas adornadas con cruces rojas y sombreros puntiagudos, con caras melancólicas y tristes, los flagelantes entraban en los pueblos entonando himnos religiosos de creación propia. Después de hacer su entrada, se colocaban en círculo en el centro de la plaza del pueblo y comenzaba la primera parte del espectáculo, que consistía en todo tipo de bailes rituales.

Estos aspectos dramáticos fueron fundamentales para obtener el apoyo de los habitantes de toda Europa. La visión de este espectáculo, en el que la sangre era un factor central, incitaba emociones extremas en unos espectadores que ya estaban psicológicamente muy afectados por el estrés emocional de la pandemia, el hambre y el frío.



Las campanas de las iglesias a menudo sonaban a la llegada de estos grupos, dando aún más emoción a su aparición, generalmente sin permiso del clero, que veía cada vez más comprometida su autoridad. En el tercer año de la peste, el número de los flagelantes había crecido de forma muy preocupante para la Iglesia hasta alcanzar las 8.000 personas certificadas en Flandes durante la Navidad de 1349.


El conflicto entre los flagelantes y la Iglesia


Así, rápidamente pasaron de ser vistos como gentes piadosas y admirables que cargaban sobre sus espaldas la expiación de las faltas colectivas a convertirse en un problema y ser declarados herejes. La clave del conflicto radicaba en el rechazo de los flagelantes a depender de cualquier forma de la jerarquía católica y en el hecho de que su organización interna y nombramiento de cargos se mantenía completamente ajena a ella.


Testimonios de la época revelan hasta qué punto llegaba su ruptura con la Iglesia al señalar que muchos rechazaban la confesión e incluso el bautismo, afirmando que su sangre derramada era un signo mucho más fuerte de vinculación con Cristo. No contentos con esto, los flagelantes se comparaban con los mártires de la primera época del cristianismo, pero insistían en una diferencia fundamental: mientras que a los mártires se les había forzado a padecer sus suplicios, los flagelantes se los imponían a sí mismos de forma voluntaria.


Los flagelantes como antecedente del protestantismo


La secta de los flagelantes fue, en cierto sentido, una forma primigenia de protestantismo, porque sus integrantes consideraban que el individuo por sí mismo, sin mediación de la Iglesia, podía lograr la purificación deseada. Esta actitud recuerda al comportamiento que todavía hoy se puede observar en ciertas manifestaciones de la Semana Santa de algunos países católicos.


El contexto histórico: la Guerra de los Cien Años


Los tres factores que acabamos de ver fueron complementados por otro fenómeno de carácter político: la Guerra de los Cien Años, que enfrentó a Francia e Inglaterra entre 1337 y 1453.

Si bien no tenemos cifras exactas, los historiadores han podido determinar que esta guerra tuvo un impacto devastador en términos de sufrimiento humano y muertes, estimándose la desaparición de varios millones de personas. Estas pérdidas se debieron tanto a causas directas, como el sinfín de batallas violentas —por ejemplo, la batalla de Agincourt, donde murieron más de 6.000 personas en un solo día—, como a causas indirectas: saqueos, revueltas internas y masacres de aldeanos durante las campañas militares como represalia.

El fallecimiento de tal cantidad de población dio lugar en Europa a un verdadero cuello de botella. Solo un reducido porcentaje de la población pudo sobrevivir a estas terribles condiciones y llegar vivos al Renacimiento pleno y la primera modernidad.

Cuando se producen acontecimientos de esta magnitud, como una gran pandemia, ¿qué sector de la población suele verse más afectado? Efectivamente, las personas mayores, debilitadas no solo por su edad sino también por las extremas condiciones de vida del momento. Así, lo que ocurrió fue un fenómeno extremadamente interesante: la desaparición masiva de los guardianes de los antiguos cánones y formas de explicar el mundo.

Durante el siglo XIV murió más del 80 % de los profesores de las universidades, es decir, de los defensores de las antiguas interpretaciones de los textos: de la filosofía, de la medicina, del derecho, de la física, de las artes. Al desaparecer estas autoridades, dejaron campo abierto para que una nueva generación de jóvenes pudiera desarrollar, sin tutelas ni restricciones, una nueva visión del mundo.

El Renacimiento fue, por ello, sin duda, un movimiento protagonizado por los jóvenes. Un movimiento lleno de entusiasmo por la vida, liderado por aquellos que habían logrado escapar a la horrible enfermedad, a lo que casi había parecido el fin del mundo. La juventud ha representado siempre, desde los albores de los tiempos, el aire fresco, el impulso renovador, el deseo de hacer las cosas de otra manera.

Pero el cuello de botella no solo propició una mayor libertad intelectual debido a la falta de control, sino también una movilidad social y un enriquecimiento inmenso. Personas que hasta la peste bubónica vivían en la más absoluta miseria de pronto se hicieron increíblemente ricas porque, al haber fallecido todos sus parientes, heredaron enormes cantidades de tierra, bienes y oro. Así, los jóvenes no solo se vieron sin el férreo control de las autoridades del pasado, sino también con los bolsillos llenos para dar rienda suelta a sus ideas.

Un nuevo mundo estaba a punto de nacer.

Durante el Renacimiento, por ejemplo, prácticamente desapareció la servidumbre, al producirse una ruptura parcial en las rígidas estructuras sociales del sistema feudal. Mientras que en la Edad Media los campesinos estaban atados a la tierra —hasta el punto de que se han hallado numerosos documentos de compraventa en los que, al vender un terreno, aparecían asociados bienes como "8 vacas, 14 ovejas y 13 almas"—, después de la peste, muchos sobrevivientes mejoraron sus condiciones económicas, accediendo a mayores recursos y mejores salarios debido a la falta de mano de obra.

Muchos campesinos heredaron terrenos y se convirtieron en arrendatarios. Otros aprovecharon la circunstancia para migrar a regiones donde podían negociar mejores condiciones de vida. Esta migración hacia las ciudades permitió el crecimiento de las manufacturas y del comercio de productos de lujo, provocando una redistribución de la riqueza e, incluso, una mejora de la posición de la mujer en la sociedad, consecuencia de la reducción drástica de la población masculina.

Si bien estos cambios no supusieron un fin inmediato del sistema feudal, sí impulsaron muchas de las ideas que tomarían cuerpo en la Modernidad. Se debilitó el sistema feudal, se fortalecieron las economías monetarias, aumentó la movilidad social y surgió una incipiente clase media.

Aunque la Peste Negra fue una de las mayores tragedias de la historia de la humanidad, sus consecuencias también trajeron consigo renovaciones positivas en los ámbitos artístico, intelectual y social.



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