Como consecuencia de la peste negra y las grandes hambrunas de la Edad Media surgió una nueva y controvertida seca: los flagelantes
Tras los estragos causados por la epidemia de la peste negra y los infructuosos intentos de la Iglesia por contener sus efectos, comenzaron a surgir en Europa nuevas sectas como el movimiento de los flagelantes.
Algunos de estos nuevos movimientos brotaron del propio seno de la iglesia, concretamente de algunos de los monasterios en los que sus monjes morían aislados y olvidados. Los supervivientes, decididos a abandonar unos muros que ya no les protegían de los males del mundo, hicieron resurgir el movimiento de los flagelantes, que ya había hecho aparición casi un siglo antes como consecuencia de las hambrunas del siglo XIII.
Estos disidentes, los flagelantes -que tomaban su nombre de los flagella o látigos de tres puntas que se usaban para los animales de tiro- estaban convencidos de que las medidas recomendadas por la Iglesia eran inútiles. Rezar y practicar los sacramentos eran actividades estériles por lo que era necesario tomar medidas más drásticas. Su propuesta principal fue que, emulando la pasión de Cristo, la purificación de los pecados que estaban provocando la peste solo podía alcanzarse por medio del sufrimiento físico autoinflingido.
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La popularidad de este movimiento aumentó exponencialmente a lo largo del tiempo, sobre todo en el norte de Europa, donde los campesinos comenzaron a vincular su presencia con un alivio de los efectos de la peste. Es decir, se empezó a pensar que cuando llegaban los flagelantes a una región, la pandemia amainaba.
A esta popularidad contribuyó también la teatralidad creciente que adquirieron sus rituales que pasaron de limitarse a unos cuantos azotes públicos a iniciar un ambicioso proceso de peregrinación por ciudades y pueblos en los que desplegaban un verdadero espectáculo. Cubiertos por capas largas adornadas con cruces rojas y sombreros puntiagudos, con caras melancólicas y tristes, los flagelantes entraban en los pueblos entonando himnos religiosos de creación propia. Después de hacer su entrada se colocaban en círculo en el centro de la plaza del pueblo y comenzaba la primera parte del espectáculo que consistía en todo tipo de bailes rituales. Vuelve a añadir Jean Venette.
Estos aspectos dramáticos fueron fundamentales para obtener el apoyo de los habitantes de toda Europa. La visión de este espectáculo en el que la sangre era un factor central incitaba emociones extremas en unos espectadores que ya estaban psicológicamente muy afectados por el estrés emocional de la pandemia, el hambre y el frío.
Las campanas de las iglesias a menudo sonaban a la llegada de estos grupos dando aún más emoción a su llegada, eso sí, generalmente sin permiso del clero, que veía cada vez más comprometida su autoridad. En el tercer año de la peste el número de los flagelantes había crecido de forma muy preocupante para la Iglesia hasta alcanzar las 8.000 personas que se certificaron en Flandes durante la Navidad de 1349. Gilles li Muisis, abad de St. Giles en Tournai, atestiguó a fines de 1348:
Así rápidamente pasaron a ser vistos por las autoridades eclesiásticas como gentes piadosas y admirables que cargaban sobre sus espaldas la expiación de las faltas colectivas e intentaban inspirar la fe, a verse convertidos en un problema y a ser declarados herejes. La clave del conflicto radicaba en el rechazo de los flagelantes de depender de cualquier forma de la jerarquía católica y en el hecho de que su organización interna y nombramiento de cargos se mantenía completamente ajena a ella.
Testimonios de la época revelan hasta qué punto llegaba su ruptura con la iglesia al señalarnos que muchos rechazaban la confesión y, a veces, incluso el bautismo, afirmando que su sangre derramada era un signo mucho más fuerte de vinculación con Cristo. No contentos con esto, los flagelantes se comparaban con los mártires de la primera época del cristianismo, pero insistían en una diferencia fundamental: mientras que a los mártires se les había forzado a padecer sus suplicios, los flagelantes se los imponían a sí mismos de forma voluntaria. En este aspecto, eran, pues, muy parecidos a los mártires.
Por tanto, la secta de los flagelantes fue, en cierto sentido, una forma primigenia de protestantismo. Porque sus integrantes consideraban que el individuo por sí mismo, y sin mediación de la iglesia, podía lograr la purificación deseada sin necesitar a ningún intermediario. Y si os parece extrañamente familiar su comportamiento, en efecto, la secta de los flagelantes es un antecedente de lo que hoy en día todavía podemos encontrar en la Semana Santa de algunos países católicos.
Los tres factores que acabamos de ver fueron complementados por otro fenómeno de carácter político: la Guerra de los Cien Años que enfrentó a Francia e Inglaterra durante el siglo XIV y parte del XV, entre 1337 y 1453. Si bien no tenemos cifras exactas, los historiadores han podido determinar que esta guerra tuvo un impacto devastador en términos de sufrimiento humano y muertes que se estima en el fallecimiento de varios millones de personas. Al igual que en los casos anteriores, estas pérdidas se debieron tanto a causas directas como el sinfín de batallas violentas que tuvieron lugar en esta guerra, como la batalla de Agincourt donde murieron más de 6000 personas en un solo día, como a causas indirectas: saqueos, revueltas internas y masacres de aldeanos durante las campañas militares a modo de represalia.El fallecimiento de esta inmensa cantidad de población dio lugar en Europa a un cuello de botella. Es decir, solo un reducido porcentaje de la población pudo sobrevivir a estas terribles condiciones y pasar al otro lado, llegar vivos al Renacimiento pleno y la primera modernidad.Pero, cuando se producen acontecimientos como estos, como es el caso de una gran pandemia, todos sabemos lo que ocurre. ¿Qué sector de la población suele verse más afectado y suele fallecer más a causa de la enfermedad?Efectivamente, en primer lugar, la peste afectó a las personas más mayores, debilitadas no solo por su edad sino por las extremas condiciones de vida del momento. Así que lo que ocurrió en esta época es un fenómeno extremadamente interesante que viene a explicar, en gran medida, el cambio de mentalidad innovador que implicó el renacimiento y es que la peste se llevó a los guardianes de los antiguos cánones y formas de explicar el mundo.
Durante el siglo XIV murió más del 80% de los profesores de las universidades, es decir, de los defensores de las antiguas interpretaciones de los textos: de la filosofía, de la medicina, del derecho, de la física, de las artes. Al desaparecer estas autoridades, dejaron campo abierto para que una nueva generación de jóvenes pudiera desarrollar, sin tutelas ni restricciones, sin necesidad de obedecer a sus catedráticos, una nueva visión del mundo.El Renacimiento fue, por ello, sin duda, un movimiento, una nueva era protagonizada por los jóvenes. Un movimiento lleno de entusiasmo por la vida liderado por los que habían logrado escapar a la horrible enfermedad, a lo que casi había parecido el fin del mundo.La juventud ha representado siempre, desde los albores de los tiempos, el aire fresco, el impulso renovador, el deseo de hacer las cosas de otra manera.Sin embargo, el cuello de botella no solo dio lugar a una mayor libertad intelectual debido a la falta de control, sino que también propició una movilidad social y un enriquecimiento inmenso.Personas que hasta la peste bubónica vivían en la más absoluta miseria de pronto se hicieron increíblemente ricas porque, al haber fallecido todos sus parientes, heredaron enormes cantidades de tierra, de bienes, de oro. De esta forma, los jóvenes no solo se vieron sin el férreo control de las autoridades del pasado sino también con los bolsillos llenos de dinero para dar rienda suelta a sus ideas. Un nuevo mundo está a punto de nacer.Durante el Renacimiento, por ejemplo, prácticamente desapareció la servidumbre al producirse una ruptura parcial en las rígidas estructuras sociales del sistema feudal. Mientras que en la Edad Media los campesinos estaban atados a la tierra, hasta el punto de que se han hallado numerosos documentos de compra-venta en los que, al vender un terreno aparece asociada a ellos una lista de bienes en los que puede leerse 8 vacas, 14 ovejas y 13 almas. Es decir, la tierra se vendía y se compraba con su gente incluida, con personas humanas. No eran esclavos como tal, pero tampoco podían hacer otra cosa porque vivían día a día al límite de la subsistencia.En cambio, aquellos que lograron sobrevivir pudieron mejorar sus condiciones económicas accediendo a mayores recursos y mejores salarios debido a la falta de mano de obra y la enorme demanda de gente para trabajar las tierras. Muchos campesinos heredaron convirtiéndose en arrendatarios y muchos siervos aprovecharon la circunstancia para marcharse a otros lugares, a otras regiones en las que pudieron negociar mejores condiciones de vida con nuevos señores feudales.Algunos de estos campesinos iniciaron una migración hacia las ciudades donde las oportunidades económicas aumentaron debido al crecimiento de la demanda de productos manufacturados y de lujo por parte de los nuevos ricos que habían heredado grandes fortunas. Se produjo así una significativa redistribución de la riqueza e incluso mejoró la visión de la mujer en la sociedad, como consecuencia de la reducción drástica de la población masculina. Si bien estos cambios no generaron una transformación drástica de la sociedad ni precipitaron el fin, como tal, del sistema feudal, sí que impulsaron muchas ideas que tomarían cuerpo posteriormente en la Modernidad. Se debilitó en gran medida el antiguo sistema feudal medieval y se fortalecieron las economías monetarias. Aumentó la movilidad social y apareció una incipiente clase media. Así que, aunque la Peste negra haya sido una de las mayores tragedias de la historia de la humanidad, sus consecuencias fueron también positivas en algunos aspectos, al menos en lo que hace a nivel artístico, intelectual y social, desde el punto de vista de la renovación y superación de la visión anterior del mundo.Os invito a concluir nuestra clase con el análisis de una obra de arte estremecedora: el triunfo de la muerte de Brueghel el Viejo.
Si bien esta obra fue pintada casi al final del Renacimiento, en torno a 1552, está directamente inspirada en los hechos descritos a lo largo de esta clase y refleja, como solo el arte es capaz de hacer, los traumas, las cicatrices y las consecuencias que los acontecimientos del final de la Edad Media dejaron en la mentalidad europea.Vais a ver cómo esta obra pintada al más puro estilo flamenco esconde una inmensa y rica simbología.
En la esquina inferior derecha de la obra podemos ver la imagen de un rey ataviado con su corona, su cetro y su capa de armiño que agoniza en el suelo como uno más.
Con la mano levantada intenta implorar o dar alguna orden pero nada sirve ya.El hecho evidente de que la muerte negra se llevara a personas de todos los estratos sociales comenzó a hacer brotar la idea de que quizá todos los seres humanos eran iguales, que la sangre azul no representaba, al menos para este tipo de cosas, ninguna ventaja.El esqueleto que está detrás del rey sujeta un reloj de arena. Ahí está el tiempo fluyendo y desmoronando con su paso la frágil vida humana.En este segundo detalle aparece dando la espalda, como si Brueghel quisiera ocultarlo como si no se atreviera a decirlo directamente, un cardenal. ¿Cómo lo sabemos? El esqueleto que hay a su lado, lleva puesto un sombrero rojo de ala ancha y unas cuerdas rojas que cuelgan de su pecho. Se trata del capelo cardenalicio renacentista que siempre iba acompañado por esas borlas. Estas quince borlas rojas que penden del pecho de la muerte representan una clara denuncia de la incapacidad de la Iglesia para manejar la plaga.Igualmente vemos a este monje gritándole al cielo, implorando inútilmente, pues la muerte le está pisando sin remedio. Nos recuerda a los flagelantes que se atrevían a pedir directamente y sin intermediarios el perdón divino.Nadie se libra, ni los caballeros ni los jóvenes nobles con sus ricos vestidos, ni las bellas doncellas de las que hablaba Boccaccio.Las riquezas mundanas, el dinero no vale nada. Quedan tiradas por el suelo carentes de valor, en manos de la muerte.Observemos este detalle: esta figura arrodillada con una cruz en la mano y los ojos vendados. Brueghel nos está diciendo que la fe ciega no vale nada.El cordero, el animal que en la iconografía medieval había simbolizado siempre a Cristo, al cristianismo yace muerto en el centro de la escena. Está disimulado, pequeño pero ahí está. Las campanas tañen por el fin del mundo, por la oscuridad. O mejor dicho por el fin de este mundo y el comienzo de algo completamente nuevo. El Renacimiento.
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