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La filosofía de Heráclito

Actualizado: 7 dic 2020

Descubre el pensamiento de uno de los presocráticos más relevantes defensor del movimiento y el cambio incesantes de la naturaleza



Heráclito de Éfeso (540- 484A.C) abre una etapa de la historia de la filosofía


en la cual el esfuerzo intelectual para comprender el sentido de las teorías va a ser algo mayor ya que los pensadores van a empezar a emplear los principios de la lógica para construir sus teorías. Intentaremos explicar las principales ideas de la forma más clara posible, pero hemos de tener en cuenta que ya no será posible, a partir de este punto, no acudir a la articulación lógica de los

argumentos.


 

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Heráclito de Éfeso era miembro de la antigua familia real de esta ciudad, hecho que le llevó a tener una actitud muy elitista por la cual mostraba un desprecio abierto por la plebe.


Se le atribuye la redacción de un libro acerca de la naturaleza en forma de

aforismos (estilo elegido quizá por su voluntad de que la masa no se acercara a su pensamiento y que su filosofía sólo fuera asimilada por aquellos capaces de desarrollar un enorme esfuerzo intelectual.



 

La interpretación de

la metáfora del fuego


Tomando en consideración los fragmentos conservados de su obra, a primera vista, parece que Heráclito habría enseñado la doctrina de que el primer principio de la realidad era el fuego, idea que nos llevaría a pensar que volvemos a estar ante un nuevo filósofo milesio que propone un elemento material.


Sin embargo, si ello hubiera sido así, su pensamiento no habría constituido uno de los principales desafíos del pensamiento filosófico que hoy en día sigue generando controversia.


Ahora bien, si nos planteamos a fondo su pensamiento no tiene mucho sentido tomar sus frases en sentido literal, ya que el fuego no parece cumplir las condiciones de un principio cósmico debido a su esencia extrema e inestable. Así que más bien hemos de comprender que estamos ante una metáfora que esconde bajo su sentido literal una explicación más compleja. Para entender el sentido de la misma, tomemos el siguiente fragmento de Heráclito:



“Todas las cosas tienen intercambio con el fuego y el fuego con todas las cosas, del mismo modo en el que las mercancías se intercambian con el oro y el oro por las mercancías”



A partir de este texto es posible constatar la existencia de dos tipos de conversión o transformación:



a) Una es la conversión material de los milesios por la cual la materia originaria (sea el agua, el aire o el ápeiron) se transforma en otra cosa.


b) Pero la segunda, a la que Heráclito apela en el texto, es una conversión simbólica. Al hablar del oro no queremos decir que las cosas que se cambian por oro se transformen literalmente en oro sino que las cosas valen una determinada cantidad de oro. Por tanto, tenemos que entender que el fuego aquí es una metáfora de otra cosa, y en concreto, del cambio y del dinamismo absoluto.



El fuego es el símbolo de lo inestable, cambiante y de aquello que no permanece

nunca quieto ni idéntico a sí mismo. Por tanto, lo que sostiene Heráclito es que el principio de todo es el cambio. Es decir, que la esencia de la realidad es un cambiar o devenir constante en la cual no es posible establecer ninguna estabilidad o principio permanente.



"La realidad es cambio puro,

fuego siempre vivo"


La realidad es cambio en estado puro y todo lo que parece estable no es

nada más que una fase en ese proceso de cambio.

Con Heráclito se inaugura la diferencia entre intentar explicar la realidad a partir de un principio estable o negar la existencia de cualquier principio estable y afirmar que lo único que existe es un puro proceso en el cual todo lo que existe son configuraciones circunstanciales.


En ese sentido cuando nosotros damos nombres estables a las cosas, según Heráclito erramos ya que con nuestras palabras nos referimos a cosas que en realidad no existen. La estructura de la realidad es un río, una vibración constante en la que el cambio es ilimitado.



Para comprender la tesis de Heráclito vamos a intentar formalizarla lógicamente:


Imaginemos que A representa un objeto determinado, por ejemplo, la persona Ana.


Veamos qué le ocurre a nuestro objeto A si lo observamos en un lapso de tiempo

determinado.


En el tiempo t1 ante la pregunta ¿qué es A? podemos definir nuestro objeto

atendiendo multiplicidad de cualidades que hacen referencia a los diferentes puntos de vista por los cuales podemos describir una realidad. En nuestro ejemplo vamos a tomar sólo seis características reseñables del objeto – aunque potencialmente éstas son infinitas.



Así “A” es aquel ser humano concreto, llamado Ana, que:


- tiene 3,525 · 1013 de células en su organismo Para abreviar lo llamaremos propiedad a

- tiene una temperatura exacta de 35,4ºC, Propiedad b

- un peso concreto de 56,456Kg, Propiedad g

- un estado de ánimo determinado Propiedad d

- está imaginando un árbol Propiedad i

- se encuentra a 2m y 21cm de la pared de su derecha Propiedad k


Por tanto, en nuestro ejemplo simplificado podríamos formalizar diciendo:


A en t1 = a + b + g + d + i + k


Sin embargo, en el siguiente momento temporal, t2, (supongamos un segundo

después) A ha sufrido todo un inmenso conjunto de cambios, derivados de las

alteraciones que constantemente se están produciendo en el interior de su propio cuerpo y en la naturaleza que lo rodea.


Quizá A se ha movido conscientemente de lugar – y aunque no lo haya hecho la tierra se ha desplazado por el espacio desviándola de su punto original- ha pensado en otra cosa, ha sufrido la muerte de tres células, ha pedido algo de su peso…etc. De tal forma que en el tiempo t2 aquellas características

que definían a A en t1 ya no son las mismas sino otras distintas, algunas se habránmantenido y otras se habrán alterado.



A en t2 = a + f + g + w + z + u



Pero si esto es así entonces A ya no es igual a A, porque en el t2 su definición ya no es la misma. Por tanto, referirnos a A en el tiempo 2 con el nombre de Ana, que habíamos concedido a A en el tiempo 1 sería completamente incorrecto ya que, esencialmente, ya no nos referimos a la misma cosa.



Quizá a algo parecido pero no a la misma. La razón de ello, según Heráclito es que nada permanece sino que todo cambia constantemente. Pero si ello es así, entonces no hay nada estable a lo que nos podamos referir dos veces con la misma palabra. Nuestro lenguaje, es, por tanto absurdo, un mero espejismo que no hace referencia a la realidad de la naturaleza y que la estabiliza de forma falsa dándonos una engañosa sensación de permanencia.

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