Exposición detallada de las principales características de la escultura griega de la época arcaica ejemplificada por los célebres kurós y korés
La escultura griega de la época arcaica comienza dando sus primeros pasos con un innegable influjo egipcio. Un vistazo rápido a algunas de sus expresiones más tempranas nos podría hacer preguntarnos si estamos, en realidad, ante alguna variante regional de la estatuaria faraónica.
Fueron tan intensos e influyentes los contactos con Egipto que los griegos -en los inicios de la creación del arte que los haría inmortales-, bebieron de sus estilos y representaciones con avidez y sin pudor.
El repertorio más primitivo del escultor griego de la época arcaica incluye muy pocos motivos que se repiten con frecuencia, siendo los más comunes y característicos el hombre desnudo conocido como kurós o Apolo y la mujer, siempre vestida con togas plisadas, conocida como koré o Hera.
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FIGURAS MASCULINAS
Los hombres, los jóvenes muchachos, suelen ser representados en la primera fase siempre de pie, muy erguidos y estirados, adelantando la pierna izquierda al más puro estilo egipcio.
Las facciones del rostro son bastante exageradas y muy marcadas, Destacan los ojos prominentes y saltones, como puede verse en los famosos Gemelos Cleobis y Bitón, estatuas halladas en Delfos y datadas en torno al 540 a. C.
Sobresalen en su cabeza también las orejas y el pelo que, si bien nos recuerda al de los minoicos, no se mueve con la misma naturalidad, sino que constituye una masa bastante compacta y maciza.
No obstante, a pesar de la tosca frontalidad de estas estatuas, el cuerpo de los gemelos comienza a reflejar la búsqueda de la belleza anatómica que tanto caracterizará el arte griego clásico. A pesar de la rigidez, el artista se ha ocupado en resaltar los músculos pectorales, los brazos, los mulsos, los gemelos y las rodillas, comenzando a revelar, además el canon de belleza atlética y equilibrada que llega hasta nuestros días.
Puede verse ya brotar el aire clásico marcado por la curiosidad de naturaleza científica por la anatomía humana, el antropocentrismo y la búsqueda de una belleza atemporal.
Uno de los rasgos más carismáticos de la escultura arcaica y que, de nuevo, nos lleva a pensar en los minoicos, es la sonrisa que presentan la mayor parte de las estatuas.
En algunos casos nos encontramos sólo con una suave curva en los labios y en otros con una sonrisa amplia que afecta también a los ojos.
Este gesto tan distintivo,que nos hace sentir especial aprecio por la fase arcaica de la escutlrua griega, es conocido como la sonrisa arcaica o más precisamente la sonrisa eginética ya que toma su nombre de la expresión que hallamos en el rostro de este guerrero moribundo que ocupaba un lugar lateral, uno de los vértices, del frontón del templo dórico de Afaia en Egina, datado en torno al 540 a.C.
Resulta curioso que, en plena agonía, situación que veremos a los griegos les gustará bastante representar en su arte, intentando arrancarse una de las flechas que atraviesan su pecho, mantenga esa sonrisa de calma.
Ello nos lleva a pensar que la sonrisa arcaica no era un rasgo emocional sino más bien estilístico pues no acompaña en absoluto al dramatismo de la escena. A medida que el estilo arcaico fue evolucionando, la sonrisa se fue perdiendo como veremos en seguida, hasta culminar en una calma impasible que dará nombre al periodo severo.
El guerrero de Egina y el resto de figuras que forman este espectacular frontón de Afaia muestran una clara evolución hacia un mayor realismo en comparación con los gemelos Cleobis y Bitón.
Como podemos observar, el frontón representa una escena de batalla en la que hoplitas armados con lanzas, cascos corintios y escudos luchan entre sí, con Atenea presidiendo el centro.
La anatomía de los cuerpos es más libre y está claramente mejor moldeada al mismo tiempo que podemos ver ya los músculos moviéndose y contrayéndose en sintonía con los movimientos.
Este frontón en concreto es además extremadamente importante ya que su buen estado de conservación ha permitido a los especialistas determinar los pigmentos, los colores con los que fue originalmente adornado.
Arqueólogos alemanes organizaron en 2014 una interesantísima exposición titulada “dioses en color” con la que mostraron al mundo la verdadera policromía del arte griego.
Os recomiendo coger unas gafas de sol si las tenéis a mano, porque el aspecto que estas estatuas tenían en verdad dejan la palabra estridente como sinónimo de la más contenida monotonía.
¡Atentos!
Aquí tenemos uno de los arqueros laterales del frontón dórico que parece literalmente un arlequín multicolor. Chocando profundamente esta agresiva policromía con la imagen elegante que nosotros tenemos en la cabeza al pensar en el arte griego.
Aquí tenemos unos planos más del arquero y uno más de cerca de su rostro.
No sé lo que pensaréis vosotros, pero a mi me parecen horrorosos… es tan difícil de asimilar que las estatuas eran en verdad así como la teoría que, desde hace unos años, ha comenzado a cubrir a los dinosaurios de plumas. Algo cierto pero profundamente molesto para nuestras ideas preconcebidas. Un mundo de estatuas blancas y dinosaurios pelones era más fácil de asimiliar.
Sigamos viendo algunos ejemplos. Aquí tenemos a la atenea central que los especialistas alemanes han tenido a bien no policromar completa, un caballero con mallas a rombos multicolores y otro de los arqueros.
Hace tiempo, en un congreso sobre filosofía y arte griego pude comentar mi decepción con algunos especialistas respecto a esta misma exposición y éstos, para esperanza de muchos, me dijeron que el problema no está en la policromía: efectivamente, las estatuas estaban pintadas, sino en el trabajo de los arqueólogos contemporáneos que las han cubierto de colores completamnte planos.
Todos hemos visto, hace muy poco, la reconstrucción del pórtico de la gloria de la catedral de Santiago de Compostela. Con qué exquisito gusto están policromadas las estatuas, con qué armonía, que lejos de desentonar acompaña y da más vida a la piedra.
Todo indica, según los eruditos, que estas estatuas estaban policromadas con el mismo arte y maestría con el que estaban esculpidas y queeste horroroso aspecto chillón es más bien fruto de la falta de talento de los contemporáneos que del arte arcaico.
Tras el primer cuarto del siglo VI los Kurós fueron perdiendo poco a poco gran parte de su primitivo carácter cúbico. Los ejemplares del 570 a.C. como el Apolo de Tenea y el Kurós de Anavyssos muestran ya una mayor movilidad y naturalismo.
Dos de las estatuas más paradigmáticas y representativas de esta fase, consideradas unánimemente por los expertos como verdaderas obras maestras del periodo arcaico son el Moscóforo y el Jinete Rampin.
Ambas muestran la particularidad de romper con la estricta rigidez del estilo kurósal incorporar en las escenas la relación con los animales, hecho que ofrece a sus cuerpos nuevas posturas y obliga a los escultores a buscar nuevas soluciones explorando y profundizando el movimiento de los músculos y la dinámica del cuerpo.
MOSCÓFORO
El hallazgo del Moscóforo en unas excavaciones en la acrópolis de Atenas fue de los que hacen época. Entre los numerosos restos encontrados, como podéis ver en esta instantánea, surgió el cuerpo de un hombre con un ternero a cuestas que sorprendió a todos los expertos.
La escultura, fechada entre el 570 y el 520 a.C. es una ofrenda dedicada por un personaje llamado Rhombos hijo de Pales, a la diosa Atenea, patrona de la ciudad.
No sabemos muy bien qué representa la estatua. El historiador Pausanias, que siempre viene en nuestra ayuda, nos cuenta que Hermes salvó la ciudad de Tanagra de la peste al rodear las murallas de la ciudad tres veces con un carnero sobre los hombros. Así que podría ser una representación de este Hermes salvador.
Otra posibilidad sugerida por los arqueólogos es que se trate de una referencia a un famoso atleta ateniense que solía entrenarse en la carrera con un pobre ternero a la espalda por toda la ciudad para aumentar su resistencia llamado Milón de Crotona.
Sea cual fuese su significado, si dejamos a un lado a la bestia cuyo destino fue probablemente el sacrifico, la estatua presenta la estructura clásica de los kurós: una clara frontalidad geométrica y un marcado hieratismo que le da al conjunto un aire de bloque inerte que sólo desprende vida por la delicada sonrisa que podemos ver esbozada en sus labios.
La talla no se prodiga mucho en la creación de texturas, puesto que la piel del ternero tiene el mismo tratamiento que el resto de la escultura. Algo parecido ocurre con el manto que carece de volumen, aunque es posible que se resaltara con la policromía.
A pesar de estos rasgos primitivos el Moscóforo supuso una innovación dentro del arte arcaico griego porque es la muestra más antigua conservada que incluye, como ya hemos mencionado antes, la presencia de animales, hecho que le da un aire narrativo que iniciará el género favorito griego pues en la edad clásica los escultores no se limitarán a labrar cuerpos de belleza perfecta sino a narrar historia de significado eterno.
CABALLERO RAMPIN
La más delicada muestra del arcaísmo primitivo en lo que hace a la representación masculina es el llamado jinete o caballero Rampin, que muestra una verdadera revolución en la postura. Si bien mantiene el torso típico de los kurós, podemos observar el inicio de la flexión dinámica del cuerpo, con el giro ligero del cuello comenzando a romperse de este la rígida frontalidad arcaica.
Curiosamente esta estatua está dividida en dos partes, la cabeza la guarda el Louvre y el cuerpo está en el museo de Atenas, es por ello que todas las imágenes en las que la veis completa se debe a que alguna de las dos partes es una reconstrucción.
Destaca en la obra el hecho de que el joven posea barba, es decir, se rompe el ideal absoluto de juventud casi adolescente. Ello se debe seguramente a que estamos ante un soldado curtido en la batalla.
La guirnalda que lleva en su cabeza nos cuenta que estamos ante un jinete que había obtenido una victoria en alguno de los juegos míticos o los temeos.
Finalmente, para cerrar el ciclo de la representación del cuerpo masculino, el Apolo de Stranggord muestra la última fase evolutiva de los kurós datada en el año 500 a.C. ya en el umbral del periodo clásico.
El cuerpo, la cabeza, las piernas, todo mantiene su tradicional postura. En este aspecto no hay diferencia con el Apolo de Tenea y, sin embargo, dentro de la misma actitud estamos ante algo completamente diferente.
En esta estatua es posible hallar una comprensión mucho más profunda de las proporciones anatómicas y de la representación del cuerpo que, por primera vez, aparece a nuestros ojos como una unidad orgánica. Ya no vemos simplemente piedra labrada con forma humana, sino carne, huesos y músculos . En menos de seis generaciones los griegos pasaron de los modelos más simples hasta situarse a las puertas del arte más refinado de occidente.
FIGURAS FENEMNINAS
Las figuras femeninas, por su parte, también destacan en la primera fase por su esquematismo y rigidez. La estatua de mármol griega más antigua que se conserva es la representación de una mujer, la koré de Nicandre cuyo nombre conocemos por la inscripción de su base: “Nincandré me donó”.
Se trata de una ofrenda ofrecida en Delos a la diosa Artemis, hermana de Apolo. Como bien recordamos, Apolo y su hermana gemela nacieron en la isla de Delos o Delios, alrededor de la cual formaban un cículo las cícladas.
Como podéis ver, su labra es muy tosca y su rostro apenas puede verse pero, lejanamente, nos recuerda muchísimo a las representaciones femeninas del arte egipcio.
DAMA DE AUXERRE
El ejemplo más célebre de koré arcaica es, sin embargo, la Dama de Auxerre, custodiada hoy en el Louvre.
De cabeza triangular y vestido ceñido por un cinturón doble, pertenece al llamado estilo dedálico, en honor al arquitecto Dédalo cuyas estatuas, tal como cuenta Platón, eran tan perfectas que por las noches cobraban vida y debían ser encadenadas para que no escaparan.
Las estatuas de piedra calcárea como la Dama de Auxerre fueron producidas en gran cantidad en el Creta durante el transcurso del siglo VII a.C. De nuevo, la tierra de Minos, pues el origen cretense de la Dama de Auxerre es completamente seguro tras los estudios geológicos que se le han realizado.
La estatua representa a una mujer, también muy estirada y de pie, con los pies juntos y paralelos. La mano derecha está colocada suavemente sobre el pecho, tal vez como un saludo, mientras que el brazo izquierdo queda extendido a lo largo del cuerpo. Las manos no están cerradas en puños sino abiertas y son desproporcionadamente grandes y su forma nos recuerda mucho al estilo egipcio.
Su cintura es estrecha y marcada al igual que ocurría con las diosas, sacerdotisas y damas de las serpientes minoicas y está vestida claramente a la moda cretense, con una túnica decorada con plumas o conchas al busto y una especie de chal omantilla que le cubre los hombros, aunque no con los pechos al aire como era habitual antaño.
El cabello, al igual que el de Nicandre, es abundante y está peinado en tirabuzones anchos y muy marcados también a la moda egipcia de la época.
HERA DE SAMOS
El carácter votivo, es decir, la función de ofrendas que se ofrecía a este tipo de estatuas puede observarse también en la famosa Hera de Samos, otra estatua de estilo arcaico de nombre equívoco ya que no representa a Hera, sino que es la representación de la donante, tal como reza en su base "Yo Cheramyes dedicada a Hera como ofrenda".
Es decir, curiosamente los griegos de la época arcaica, con un estilo verdaderamente muy estandarizado, se representaban a sí mismos ante los dioses con este tipo de estatuas. Quizá seguían la misma tendencia que las pequeñas estatuillas de barro de los santuarios naturales minoicos que podrían representar a los miembros de los clanes familiares.
Esta tendencia, de esculpir y ofrendar al donante cambiará en el periodo clásico cuando serán normalmente los propios dioses olímpicos los protagonistas de la mayoría de representaciones.
La Hera de Samos está datada hacia el 570 a. C. y junto a la Dama de Auxerre también puede ser contemplada en el Louvre.
Presenta un estado de conservación muy bueno -aunque lamentablemente haya perdido la cabeza-, y nos ofrece información muy relevante de la evolución en la representación de los tejidos que llegará al paroxismo con la Victoria de Samotracia cuyo vestido mojado ondea con el viento sobre su cuerpo desnudo.
La Hera de Samos o la estatua de Cheramyes está vestida con el clásico peplo o quitón jónico que era un traje de lino muy elaborado y reservado a las clases más altas, cubierto por un manto o himation confeccionado en lana. Su diseño era simple, se trataba de un trozo de tela largo que se sujetaba a los hombros con fíbulas y al cuerpo con dos cinturones de cuerpo, uno por la cintura y otro por las caderas.
En la Hera de Samos, encontramos muchos de los convencionalismos utilizados en la escultura egipcia con una concepción muy cerrada que casi nos parece recordar a una columna, no sólo por su forma cilíndrica, sino también por los pliegues del vestido que recuerdan a las estrías y acanaladuras de las columnas jónicas.
A su vez, la caída del vestido a la altura de los pies, en forma de abanico, recuerda a una basa. Otros convencionalismos utilizados son la ley de la frontalidad, que queda patente porque la parte trasera de la escultura y que no vemos, apenas está esbozada.
Hay en ella un notable intento de desarrollar diferentes texturas, diferenciando el fino tejido del quitón, del grueso tejido del himation que porta sobre los hombros. De cualquier modo, los volúmenes tienden a ser planos, sin que se formen contrastes expresivos con juegos de luz y sombra.
KORE DEL PEPLO
La lista de ejemplos de la escultura arcaica griega ha de cerrarse obligatoriamente con el ejemplo más destacado de la escultura arcaica griega, perteneciente a la misma escuela que el Jinete Rampin y realizada cerca de Atenas en torno al 540 a.C. en mármol procedente de la isla de Paros, el mismo mármol blanquísimo que fue usado para la labra de las estatuillas cicládicas estudiadas en la primera parte del curso y que a estas alturas de la historia griega se había convertido en un material altamente cotizado.
El peplo o vestimenta de esta koré, al contrario que el de la Hera de Samos, pertenece al estilo dórico que era algo más elaborado que el jónico pero muy fácil de distinguir. Se trataba de un trozo de tela de lana de forma rectangular con un pliegue inicial, apotygma, que queda sobre el pecho y la espalda como una “sobrefalda”. Se sujetaba a los hombros también con fíbulas y se ceñía a la cintura por un cinturón. Lo distintivo es precisamente esa capa doble más corta a la altura de la cintura.
La sencillez de la vestimenta contrasta con el exquisito trabajo que el escultor hace en el cabello y rostro de la joven oferente que muestra facciones son más cuidadas y realistas y su porte más natural. Bajo el brazo derecho la joven porta una especie de ánfora que evita la sensación de bloque típica de la estatuaria arcaica. Si prestamos atención, en este caso se pueden ver claros restos de policromía en el pelo, hecho que ha llevado a los arqueólogos a realizar esta reconstrucción de su color original.
La koré del peplo muestra una clara evolución hacia formas más naturales, abandonando el esquematismo y geometrismo de la escultura de la etapa más inicial. Las proporciones de cabeza, torso y brazos comienzan a ajustarse a una imagen más natural del cuerpo femenino, comienza a perderse la rigidez de los tejidos y destaca ya la aparición del empleo de diversas texturas.
Bellísimas y mucho más elaboradas son la Koré 682 del museo de la acrópolis de Atenas, ataviada ya con numerosos pliegues plisados, una diadema y un elaborado peinado y la koré 674 que ya muestra un rostro sereno que nos acerca a la belleza pura del clasicismo.
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