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Los ciclos cósmicos en la filosofía de Empédocles

Estudio detallado de la teoría de las conflagraciones cíclicas del cosmos en la filosofía de la naturaleza de Empédocles


Una de las partes más interesanres de la física de Empédocles es, sin duda, su descripción del ciclo cósmico, es decir, de las diversas fases o estados que experimenta el universo a lo largo del tiempo infinito, según como efecto de las dos fuerzas antagónicas -el amor y el odio- que rigen la matería en su teoría filosófica.


El primer elemento que explica esta curiosa visión de la nautraleza es el hecho de que para Empédocles es eterno y, a la vez, dinámico. Es decir, no tuvo un comienzo temporal desde la nada, no surgió ningún momento, pero tampoco ha tenido siempre la misma forma -el mismo aspecto- sino que los cuatro elementos dinamizados incansablemente por las dos poderosas fuerzas, producen un universo en constante cambio y evolución.


 

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El de Empédocles es, por tanto, un universo que en cada momento del tiempo muestra una configuración, un aspecto completamente diferente.

Así, según Empédocles, el cosmos y su organización, su forma no es estática, sino que experimenta atentos de modo cíclico y constante el paso a través de cuatro fases completamente diferenciadas.

En un primer momento, según Empédocles, aunque no deberíamos hablar realmente de primero porque el tiempo es infinito y el cosmos no tuvo comienzo.


Así que digamos mejor en un momento el amor, la fuerza de atracción, domina todo el cosmos sin oposición, sin apenas efecto de su antagonista, la fuerza de repulsión o el odio. El resultado de esta primera fase es un estado absolutamente cohesionado, absolutamente concentrado de toda la materia en un único punto.

Tal es el nivel de concentración, según Empédocles, que en sus textos nos dice que todos los elementos en esta fase se encuentran completamente unidos y fusionados en una unidad esférica durante unos instantes.

Por tanto, el amor lo domina todo, lo une todo, lo pega todo. La fuerza de atracción domina todo el universo. Sin embargo, enseguida las fuerzas de repulsión nacos, el odio se reactiva y entra en la esfera ultra densa creada por el amor y empieza de nuevo a disgregar, a separar los elementos que la componen.


El odio rápidamente hace que todo lo que estaba unido comience a separarse hasta conseguir finalmente que cada partícula, cada unidad elemental de la materia, se encuentre completamente aislado de todas las demás, siendo por tanto, absolutamente incapaz de formar una estructura.

Todas las partículas elementales están esparcidas en un espacio infinito y no se pueden encontrar para anclarse y crear macro estructuras.

El efecto del dominio del odio es, por tanto, un universo completamente desgajado y carente de estructuras complejas.

Sólo los elementos materiales mínimos existen en él, separados infinitamente unos de otros.


Sin embargo, para Empédocles, el reino del odio no es en absoluto el final, sino que el amor, la fuerza de atracción, inmediatamente vuelve a reactivarse, vuelve a imprimir sus efectos y a impregnar la materia de nuevo, uniendo gradualmente los elementos separados hasta una nueva completa fusión.

Por ello, un universo como el nuestro, lleno de seres mortales independientes, de seres variados, sólo se puede dar en las fases intermedias, es decir, en las fases temporales que existen entre la supremacía absoluta del amor de esta fuerza de atracción y la supremacía absoluta del odio, de la fuerza de separación.

Es decir, nuestro mundo es el producto de la tensión, del conflicto entre estos dos estados de la materia.


De estas dos formas de lucha entre las dos fuerzas que rigen el cosmos, el reino unívoco de una de las dos fuerzas implica nuestra desaparición.

Pero el tiempo de la guerra, como dijo Heráclito, es el tiempo de la vida. Mientras haya combate, hay naturaleza. Pero, como siempre, para entender mejor el ciclo cósmico y las propuestas de Empédocles, vamos a ir a la lectura de algunos de los más maravillosos, de los más increíbles textos de toda la filosofía presocráticos.


Algunos fragmentos extraídos directamente del sobre la naturaleza de Empédocles y algunas importantísimas noticias de autores posteriores acerca de esta increíble descripción del cosmos que en algunos aspectos y algunas de sus ideas ha llegado incluso a nuestros días.


Debo anunciarte una doble narración. Una vez, una sola cosa creció a partir de muchas, y, otra vez, se separó para ser muchas a partir de una. Doble es la generación de los seres mortales, y doble su destrucción. Un par (de generación y destrucción) nace y muere por la concurrencia de todas las cosas; el otro crece y, luego, se disipa cuando ellas se separan de nuevo. Y ellos no dejan nunca de cambiar de lugar incesantemente, de este modo; unas veces, confluyendo todos en uno por medio del Amor, y, otras veces, separándose cada uno

por el odio de la Discordia. Así, en tanto que se habituaron a que uno crezca a partir de muchos, y a que uno se divida, a su vez, en muchos de nuevo, de este modo están sometidos al devenir y no tienen vida estable; pero, en tanto que no cesan nunca de confluir y separarse alternativamente, existen para siempre, inmutables en su camino circular o ciclo. (...)

Pero vamos, escucha mi discurso, ya que el aprendizaje acrecienta la sabiduría. Como ya dije antes, cuando estaba estableciendo los confines de mi discurso, yo te contaré una doble narración. Una vez, una sola cosa creció a partir de muchas, y otra vez se separó para ser muchas a partir de una: el fuego, el agua, la tierra y la inconmensurable altura del aire, y la funesta Discordia, separada de estos e igual en cualquier respecto, y el Amor entre ellos, semejante en longitud y profundidad. A él tienes que mirarlo con la mente, no te quedes

inmóvil con ojos de asombro: es a él a quien se considera innato en los miembros de los mortales, y es por él por quien los hombres piensan amorosos pensamientos y realizan acciones pacíficas, llamándolo por los nombres de Gozo y Afrodita. Ningún mortal lo ha visto cuando gira en derredor de ellos; pero escucha tú el orden no engañoso de mi discurso.

Todos ellos son semejantes y de la misma edad, pero cada uno es señor de un distrito diferente y cada uno posee su propio carácter, y prevalecen, alternativamente,

conforme el tiempo gira trazando su círculo. Y, además de estos, nada se origina ni deja de ser. Pues si estuvieran pereciendo continuamente, ya no serian. ¿Y qué cosa podría hacerle crecer a este Todo? ¿De dónde provendría? ¿Y cómo podría perecer también, puesto que nada está vacío de ellos? No, son precisamente estos los que existen, pero, corriendo los unos a través de los otros, se convierten, ora en unas cosas, ora en otras, y son siempre los mismos.” Empédocles, Sobre la naturaleza.

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