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Las funciones del Consejo y la Asamblea en la democracia ateniense

Análisis detallado del papel de estas dos importantes instituciones en el gobierno de la democracia ateniense


La aplicación de la reforma de Clístenes dio lugar al periodo con la democracia más plena de la historia de Atenas, cuya estructura quedó organizada en torno a tres órganos principales: el consejo o boulé (βουλή), la asamblea o ekklesía (ἐκκλησία) y los tribunales. Para la elección de sus cargos, Clístenes conservó el sistema de sorteo introducido por Solón que ofrecía garantías suficientes para que cualquier ciudadano pudiera accediera al gobierno de la ciudad. El número de candidatos -obligatoriamente varones mayores de 30 años- que ahora podían formar parte del gobierno de Atenas se vio ampliado hasta una cifra comprendida entre los 20.000 a 40.000 ciudadanos.





El órgano más activo del periodo pleno de la democracia ateniense fue el Consejo (boulé) que actuaba a modo de poder ejecutivo. Sus miembros -quinientos varones, cincuenta de cada una de las nuevas diez tribus- se reunían diariamente para analizar los problemas de la ciudad, supervisar el cumplimiento de las leyes, proponer su reforma, ampliación o eliminación, elaborar informes sobre política exterior, supervisar el culto a los dioses y, antes de la elección de los magistrados, realizar el examen de sus aptitudes morales así como la fiscalización de sus bienes. Sus cargos se elegían anualmente y las renuniones de sus miembros tenían lugar diariamente. La boulé se encargaba, por tanto, de las gestiones del gobierno cotidiano.

El segundo órgano político de la ciudad -y el verdadero corazón de la democracia ateniense- fue la Asamblea en la que estaban llamados a participar todos los ciudadanos de Atenas lo que, a mediados del siglo V a.C., significaba alrededor de 30.000 personas. Tras las reformas de Clístenes este órgano alcanzó un poder inmenso ya que de él dependía, en última instancia, la aprobación de las leyes, la declaración de la guerra, la firma de tratados comerciales y alianzas e, incluso, el papel de juez en los procesos judiciales que afectaban directamente a la polis.

Si bien todos los individuos con estatuto de ciudadanía podían legalmente participar en la Asamblea y en el gobierno de la ciudad, lo cierto es que esta situación ideal no fue alcanzada jamás. Varios factores impidieron que la totalidad de los hombres con derecho a voto pudieran ejercerlo. La primera de ellas era la intensa actividad de los órganos cuyas reuniones se extendían a lo largo de la mayor parte del año -más de 40 veces en el caso de la Asamblea, sin contar las sesiones extraordinarias- hecho que hacía imposible a aquellos que vivían de su jornal, abandonar sus trabajos para invetrir su tiempo en la polítcia. Los ciudadanos que habitaban la chora, pocas veces se desplazaban para acudir a la ciudad y si lo hacían era por un tiempo limitado que les impedía estar al día de las novedades y ser miembros activos en la toma de decsiones.

La prueba de que no todos los ciudadanos podían particpar semanalmente en la Asamblea está grabada en piedra. El lugar donde tenía habitualmente lugar la votación, la colina del Pnyx, con gradas, bancos tallados y una tribuna para las intervenciones libres de los oradores, no podía albergar más de 8.000 personas simultáneamente. Si bien esta zona de reunión se amplió con el tiempo, nunca pudo dar cabida a todos los ciudadanos con derecho a voto y fueron contadas las ocasiones en las que este número fue superado en las votaciones.

El funcionamiento semanal de la Asamblea era el siguiente: cuatro días antes de su celebración, el Consejo (boulé) hacía público el orden del día con las medidas que se iban a proponer a votación y todas las cuestiones que se pretendían debatir. Todo lo que iba a tratarse en la Asamblea debía ser obligatoriamente preparado con anterioridad por los miembros del consejo y estaba prohibido introducir temas espontáneamente que no estuviesen en ese orden. Tras una ceremonia religiosa que inauguraba cada sesión, las cuestiones se votaban a mano alzada y cualquiera podía pedir la palabra antes del voto para defender o criticar una ley o para plantear la existencia de un problema en la ciudad. Los oradores se subían a una pequeña tribuna elevada y podían hablar libremente durante un tiempo prefijado. Con sus declamaciones y discursos los más hábiles fueron capaces de controlar la voluntad del pueblo al que podían convencer para votar por sus intereses. El sentido del voto de la mayoría, por tanto, era constantemente objeto de manipulación y no sólo por medio de discursos.


Con el fin de fomentar y facilitar la participación de los ciudadanos pobres en la vida pública y evitar que la democracia degenerara de nuevo en un sistema de gobierno operado en exclusiva por los más ricos, a mediados del siglo V a.C. Pericles instituyó el misthos. Con este término se hacía referencia a un generoso pago diario, sufragado por las arcas públicas, para todos aquellos ciudadanos que interrumpían sus labores para ejercer el voto o participar como jurados en los juicios. Esta medida fue una norma revolucionaria que amplió los derechos de los ciudadanos de la democracia en Atenas, pero también controvertida.

La idea de pagar al pueblo -especialmente a los más pobres- por su participación política no fue bien acogida por todos, y muchos aristócratas la interpretaron como una estratagema ideada por Pericles para hacerse con las masas, acusación no del todo alejada de la realidad. Ciertamente, aquellos que aspiraban a las magistraturas más altas, conscientes de que el poder descansaba en última instancia en los votos de la Asamblea, no podían confiar exclusivamente en que la excelencia de sus discursos y planes de gobierno, sino que se esforzaban por acudir a la votación con la voluntad del pueblo a su favor. Los diferentes rivales se dedicaban a ofrecer regalos y prometer pagas más altas a las masas a cambio de su voto, desarrollando una forma primitiva de campaña electoral en la que la inversión económica era fundamental. Un testimonio magnífico de estas estrategias es el relatado por Plutarco acerca de la rivalidad entre Pericles y su principal rival en la democracia, Cimón:


“Contrarrestando Pericles, en principio, como hemos dicho, a la gloria de Cimón, se adhirió a la muchedumbre; mas siendo inferior en riqueza e intereses, con los que éste ganaba a los pobres, dando cotidianamente de comer a los atenienses necesitados, vistiendo a los ancianos y echando al suelo las cercas de sus posesiones para que tomaran de los frutos que quisiesen, frustrado Pericles con estas cosas, recurrió al reparto de caudales públicos, (…) según el testimonio de Aristóteles. Con las dádivas, pues, para los teatros y para los juicios y con otros premios y diversiones, corrompió a la muchedumbre y se valió de su poder contra el consejo del Areópago”


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