Exposición detallada de la teoría pictórica defendida por Ludwig Wittgenstein en el Tractatus
Según Wittgenstein, el mundo está hecho de hechos atómicos que son combinaciones de objetos simples. El lenguaje, a su vez, está hecho de proposiciones elementales que se corresponden a estos hechos atómicos, de tal forma que lo que produce el lenguaje es una representación pictórica de la realidad. Es decir, a cada elemento de la realidad le corresponde un elemento de la pintura, manteniéndose la misma relación y la misma estructura entre los elementos implicados.
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Las representaciones pictóricas incluyen los siguientes elementos:
a) Una representación uno a uno entre los objetos de la representación y los objetos representados.
b) La estructura de la pintura se corresponde con la estructura del hecho. La manera en que dentro de la pintura están relacionados los objetos se corresponde a la relación que en el hecho tienen los objetos involucrados.
c) Una pintura no pinta su manera de pintar. La pintura tiene una estructura, muestra que su estructura es semejante al hecho pintado pero no dice que su estructura es semejante, no habla de su estructura sino del hecho.
La teoría pictórica está articulada por dos principios fundamentales. En primer lugar, la idea de que existen nombres simples y, en segundo lugar, la convicción de que el lenguaje no puede representar sus propias convenciones. Es decir, las reglas últimas del lenguaje no pueden ser descritas mediante el lenguaje sino meramente mostradas.
Por tanto, el punto de partida de teoría pictórica del Tractatus es la distinción entre contenido y verdad. El contenido de los enunciados, es decir, su sentido depende de las condiciones lingüísticas de la comunidad mientras que la verdad de los mismos es contingente, relativa al mundo. No obstante, para que nuestros enunciados puedan ser evaluados como verdaderos o falsos han de tener, previamente, contenido, de tal modo que la cuestión de la verdad solamente puede surgir cuando las palabras están ya dotadas de significado. La primera cuestión filosófica ha de ser, por ello, la pregunta por la determinación del sentido de los términos y proposiciones que articulan nuestro pensamiento y lenguaje.
Según el primer Wittgenstein, para la resolución del problema es necesario postular la existencia de los llamados nombres simples que designan los objetos simples y no contingentes del mundo. Dicho en otras palabras, para Wittgenstein las proposiciones deben estar compuestas por nombres genuinamente propios que designen objetos que no puedan ser atrapados por descripciones de propiedades. Si los referentes de los nombres simples – los objetos últimos de la realidad– no tienen propiedades, no pueden cambiar y si no cambian, son eternos. La razón de esta exigencia radica en el hecho de que si el sentido dependiera de la referencia a objetos cambiantes, éste jamás se podría establecer de manera tajante e unívoca, ya que al igual que cambian las propiedades de los cuerpos, cambiaría el significado de nuestros términos.
Por tanto, la única forma de garantizar la estabilidad del sentido de nuestros términos consiste en desvincular sus referentes últimos de todos los aspectos cambiantes del mundo y postular la existencia de unos objetos inmutables, no alterables de ningún modo, que sirvan como anclaje estable para el sentido.
De esta forma, Wittgenstein optó en el Tractatus por una metafísica radical que afirmaba la existencia en el mundo de objetos eternos e indestructibles, indescriptibles cuya realidad es postulada como garantía de que lenguaje y pensamiento puedan adquirir contenido.
OBJECIONES A LA TEORÍA DEL TRACTATUS
Sin embargo, la teoría propuesta por Wittgenstein en el Tractatus ha sido objeto de un amplio conjunto de objeciones, las más importantes de las cuales provinieron del propio autor tras su giro teórico en las Investigaciones filosóficas.
Para analizar una de las dificultades más importantes, tomemos en consideración la representación pictórica de un enunciado simple:
X Y El dibujo que encontramos a la derecha podría parecer, en principio, una manera relativamente adecuada de representar el hecho. Sin embargo, cabe preguntarse qué es lo que representa exactamente la imagen. ¿Que el círculo está dentro del cuadrado o que el círculo se encuentra en una posición concreta dentro del cuadrado? Es decir, la representación pictórica muestra:
a) “El círculo A está dentro del cuadrado B”
o
b) “El círculo A está situado a 2 milímetros respecto del lado AB del cuadrado, a 10 milímetros del lado BC, a 10 del lado CD, y a 2 del lado DA.”
El problema de las representaciones pictóricas es la imposibilidad de distinguir entre universal y particular. Resulta evidente que son dos hechos completamente distintos “El círculo A está dentro del cuadrado B” y “El círculo A está situado a 2 milímetros respecto del lado AB del cuadrado, a 10 milímetros del lado BC, a 10 del lado CD, y a 2 del lado DA.” y que el primer enunciado posee pleno sentido sin el segundo.
Por tanto, el primer hecho no implica al segundo y puede ser verdadero sin éste, ya que de forma general hace referencia a cualquier posible posición del círculo dentro del cuadrado. Es más, con el primer enunciado un hablante puede aceptar cualquier posición relativa dentro del cuadrado como hecho que validaría su afirmación. Para que “El círculo A está dentro del cuadrado B” sea un enunciado verdadero, no importa en absoluto cual es la posición concreta del círculo dentro del cuadrado.
El problema fundamental de la teoría pictórica radica, por tanto, en su incapacidad de establecer una distinción entre hechos específicos y hechos genéricos ya que toda pintura – sea esta mental o física– es siempre concreta, mientras que la mayoría de nuestros términos y pensamientos son generales. Es decir, describen situaciones o clases de objetos de forma genérica, sin referirse a detalles concretos.
Tomemos otro ejemplo, el concepto general de “calvicie”. Este término, cuando es pensado o usado lingüísticamente, no se refiere a un hecho concreto y único. La calvicie no tiene partes, no está en ningún lugar del espacio ni del tiempo, sino que es un término general, una propiedad, que se ejemplifica en cada uno de los objetos particulares que la ostentan. Es decir, en nuestro lenguaje y pensamiento este
concepto posee un carácter universal que nos permite aplicarlo ampliamente a distintos objetos del mundo. Sin embargo, ocurre que en la realidad física ninguna propiedad es ejemplificada por un particular si no lo es de manera determinada. En el mundo no hay “calvos genéricos” sino que cada individuo ejemplifica la calvicie de un modo específico y concreto.
Por tanto, la teoría pictórica halla una dificultad insostenible al ser incapaz de explicar el modo en el que se construyen y adquieren sentido nuestros términos universales. Si el lenguaje es un reflejo – uno a uno– de la estructura del mundo, en el sentido de que está formado por nombres que se refieren a objetos simples del mundo, no cabría la posibilidad de que el lenguaje designara de modo general sino siempre haciendo referencia a hechos y relaciones determinadas entre hechos del mundo. Sin embargo, esto dista mucho del modo en el que habitualmente empleamos el lenguaje ya que al usar términos como “manzana” no los usamos – generalmente– con la intención de designar una manzana real concreta.
La teoría pictórica del Tractatus no es válida porque no satisface la explicación de la generalidad propia de nuestro lenguaje y pensamiento. Este problema es el que, precisamente, Wittgenstein abordó en su segunda etapa con las Investigaciones filosóficas.
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