Análisis filosófico de los presupuestos fundamentales que subyacen a las nociones de consciencia y autoconsciencia, así como sus implicaciones en el enjuiciamiento ético de las acciones
Los actos inconscientes
Una inmensa cantidad de las acciones que llevamos a cabo a lo largo el día son involuntarias y, además de ello, inconscientes.
Es decir, no sólo no tenemos la sensación de haber puesto en marcha la acción voluntariamente sino que ni siquiera percibimos estar haciéndola.
Este tipo de acciones se dan en un nivel básico y suelen ser procesos exclusivamente físicos o biológicos, comportamientos instintivos, mecánicos o rutinarios. Por ejemplo la regulación de la temperatura, la digestión, los pequeños movimientos de acomodación, ligeras reacciones a cambios en nuestro entorno o acciones repetitivas.
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No es necesaria apenas conciencia para que estos procesos funcionen siempre y cuando no haya novedades y el medio no cambie. Sólo cuando algo deja de responder a la regularidad habitual, prestamos atención y lo que era un comportamiento inconsciente se convierte en el centro de nuestra atención.
Estamos en el plano de las reacciones más básicas en las cuales se concentra nuestra atención pero hay una idea muy importante y muy potente que podemos extraer de esta observación tan sencilla: hay cosas a las que sólo prestamos atención cuando dejan de funcionar.
Cuando lo que nos rodea colabora de forma perfecta y cómoda en nuestro día a día no le prestamos atención, sólo cuando fallan, cuando las cosas se estropean es cuando nos fijamos en ellas. Vamos a retener esta idea porque volverá a salir cuando hablemos de los valores. ¿En qué momento un valor se convierte en objeto de discusión y de polémica? Esto ocurre siempre que valores que han funcionado a la perfección durante mucho tiempo dejan de ser funcionales debido a un conjunto de cambios en el entorno: matrimonio, dependencia de la mujer. Pero no vamos a insistir más en este punto porque pertenece a un momento más avanzado de nuestras clases.
¿Qué es la consciencia?
Por tanto, la tercera palabra importante para la ética es la de la conscienciaque, a su vez, se puede orientar en dos direcciones diferentes:
- Consciencia de lo que ocurre fuera de nuestra mente
- Consciencia de lo que ocurre dentro de nuestra mente
Cuando esta conscienciaes plena y está, por tanto, impulsada por nuestra voluntad entendemos que implica para el individuo responsabilidad. Si estamos ensimismados y dejamos caer el café o si estábamos sonámbulos en ese momento, la responsabilidad disminuye no obstante si hacemos algo con plena consciencia y voluntad, es decir queriendo hacerlo y sabiendo que lo estamos haciendo entendemos que somos los autores plenos y absolutos de dicha acción reclamando sobre nosotros el mérito o el castigo en su totalidad. Vemos, por tanto, la importancia que tiene la noción de “consciencia” en ética porque a ella está directamente vinculada nuestra noción natural de imputabilidad y responsabilidad.
Así, si bien la naturaleza externa y la biología de nuestro cuerpo nos imponen una enorme cantidad de actos involuntarios e inconscientes, para poder hablar de ética es necesario admitir que una parte de los mismos, aunque sea pequeña, no es automática. Es decir, que un conjunto de nuestras acciones cotidianas no son fruto de reacciones fisiológica y biológicamente orientadas por esa naturaleza que nos compone y que, como hemos visto al principio, es necesaria y no puede cambiar.
¿Por qué decimos que los animales no la tienen, por qué no la tienen las rocas? ¿o sí la tienen? Evidentemente cuando un perro va a beber lo hace voluntariamente, pero parece que su tipo de voluntad no le hace susceptible de ser enjuiciado éticamente. ¿Qué tiene el ser humano de especial y su voluntad para que la estimemos de otra forma? La libertad y la razón. Es decir, aquello que presuponemos que está detrás de todo acto voluntario.
Una acción voluntaria es una acción en primer lugar consciente, es decir, aquella en la cual el ser implicado sabe que está haciendo algo y en segundo lugar es un tipo de acción en el que el agente se vive a sí mismo como origen, como impulsor de ese acto.
Así, la voluntariedad implica no sólo consciencia de hacer algo sino autoconsciencia de la propia existencia y de ser esta la fuente de un deseo que es llevado más allá de las fronteras de la mente al mundo extramental.
Un accidente nos puede hacer mover locamente una mano, por algún daño cerebral, somos conscientes de que la movemos, pero decimos ¡lo hace en contra de mi voluntad! Yo no soy la fuente de esos movimientos ¿por qué? Porque no me vivo como dicha fuente.
En realidad lo soy yo, nadie me mueve, pero como no me vivo como autor de ese movimiento, lo interpreto cmo algo extraño.
Por tanto, el vivirse como agente es algo imprescindible para considerar algo como dotado de voluntad. ¿Están las máquinas o los animales como un mejillón seres con voluntad? En la medida en que no tenga autoconsciencia, no podremos decir que la tienen.
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