La enseñanza de los paganos fue prohibida por el emperador bizantino Justiano I y sus predecesores, hecho que produjo un grave daño a la transmisión del legado greco-latino
El trabajo del emperador cristiano bizantino Justiniano para eliminar el recuerdo de la antigua civilización griega en su zona de poder, así como el de los emperadores orientales que le precedieron, dio buenos resultados, y el paganismo comenzó a desvanecerse de Europa. Las ideas religiosas comenzaron a ocupar el lugar de los antiguos debates filosóficos griegos. La proliferación de teorías y explicaciones diversas del mundo que se sucedieron en el mundo griego cesó, y la visión cristiana de la realidad comenzó a monopolizar todas las reflexiones y esferas del conocimiento.
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Justiniano llevó a cabo una agresiva política de prohibición de toda referencia a la cultura antigua greco-romana. Sin embargo, sus actos solo fueron la culminación de los esfuerzos de una larga lista de emperadores romanos que crearon el caldo de cultivo político perfecto para hacer prácticamente desaparecer de Europa la filosofía griega antigua.
El primer paso hacia esta situación fue dado por Constantino I, conocido también como Constantino el Grande (306-337), el primer emperador romano convertido al cristianismo. En el año 313, Constantino promulgó el célebre Edicto de Milán, una de las leyes más importantes de la historia de Europa, que cambió radicalmente el rumbo de su desarrollo como civilización.
En este documento, Constantino otorgaba libertad de culto a todas las religiones del imperio. Su intención principal era poner fin a las persecuciones oficiales contra los cristianos y permitirles practicar su fe abiertamente, pero el edicto abarcaba todas las formas de culto y sensibilidades espirituales del momento.
Lo que fue un acto reseñable de tolerancia en la Antigüedad, muy pronto se vio oscurecido por sus sucesores, quienes, lejos de respetar la libertad de culto, comenzaron a perseguir a los paganos. Los cristianos, que habían sido masacrados por emperadores romanos como Marco Aurelio, Diocleciano o Nerón, pasaron ahora a ser los verdugos y perseguidores. Aunque Constantino no hizo nada activamente contra el paganismo, concedió grandes privilegios a los cristianos, lo que permitió que, en la siguiente generación, comenzara la represión inversa.
Esta situación se acentuó con Constancio II (337-361), hijo y heredero de Constantino, quien se transformó en uno de los emperadores cristianos más activos en la persecución del paganismo. Entre sus medidas más importantes, Constancio emitió varias leyes prohibiendo los sacrificios paganos, que constituían la parte central del culto tradicional romano. Estas medidas pusieron en jaque toda la religión politeísta, ya que no se podía rendir culto adecuadamente a los dioses antiguos sin realizar sacrificios y cremaciones de animales, pues los dioses griegos, como se estudió anteriormente, sobrevivían gracias al humo de las piras encendidas en su honor.
Constancio también ordenó el cierre de muchos templos paganos, como el de Serapis en Alejandría, y la confiscación de sus propiedades y tesoros. Algunos de estos templos fueron reutilizados como edificios públicos, mientras que otros, especialmente los más importantes para los paganos, fueron destruidos para borrar su memoria.
A finales del siglo IV, tuvo lugar otro hecho determinante: la división del Imperio Romano en dos partes diferentes, el Imperio Romano de Oriente y el Imperio Romano de Occidente, después de que el emperador Teodosio I entregara cada mitad a sus hijos Arcadio y Honorio.
Arcadio se convertiría en el primer emperador cristiano bizantino, gobernando la parte oriental del Imperio con capital en Constantinopla. Bajo su reinado, continuaría la política de emisión de decretos contra la religión pagana, la confiscación de propiedades y el cierre de templos.
Sin embargo, el hecho más significativo para la filosofía fue obra de su sucesor, Teodosio II (408-450 d.C.): el cierre del Partenón y su conversión en una iglesia cristiana dedicada a la Virgen María. Aunque este fue un hecho traumático para la cultura antigua, afortunadamente no se decidió desmantelar el Partenón.
El Partenón, uno de los mayores símbolos de la religión y cultura griega, fue despojado de sus estatuas y altares, y su estructura interna se remodeló para adaptarse a los rituales cristianos, que, a diferencia de los paganos que se celebraban al aire libre, requerían una gran reunión de fieles en su interior.
Aunque hoy prácticamente no quedan vestigios de esta transformación, es evidente que muchos de los elementos paganos del Partenón fueron mutilados o destruidos. Los cristianos se esforzaron en eliminar todas las imágenes y esculturas que representaban a dioses y mitos paganos, consideradas inaceptables en un lugar de culto cristiano. En particular, se destruyeron o mutilaron las esculturas del friso y el frontón. La mayoría de las metopas fueron cortadas, haciéndolas difíciles de interpretar o utilizar como foco de culto politeísta.
Finalmente, Justiniano I (527-565), el más ferviente perseguidor del paganismo, no solo continuó cerrando templos paganos, sino que también se aseguró de que la educación se alineara con los valores cristianos, ordenando la clausura de la Academia de Atenas en 529, bastión del pensamiento pagano.
Estos no fueron buenos momentos para estudiar filosofía griega, y, por supuesto, tampoco para estudiar a Platón, un pagano politeísta ateniense. Sin embargo, de algún modo, Platón consiguió influir incluso en los mayores enemigos de la cultura griega hasta ese momento, transformando el pensamiento de muchos de aquellos que se convertirían en algunos de los más importantes pensadores del cristianismo temprano.
El primer desarrollo filosófico del cristianismo fue protagonizado por los llamados padres apologistas o padres de la Iglesia, un conjunto de pensadores, en su mayoría formados en la antigua *paideia* greco-romana, que se esforzaron por intelectualizar y dar una base erudita a la nueva religión, más allá de la Biblia y el Nuevo Testamento.
A partir del siglo III y IV, apareció una nueva generación de difusores del cristianismo, no como meros predicadores dedicados a convencer a las masas, sino como verdaderos intelectuales que dedicaron muchos de sus escritos a los emperadores y a las élites intelectuales de la época. Para convencer a las clases más altas y educadas, debían utilizar el lenguaje complejo y refinado de la tradición griega y romana, y dominar los conceptos y problemas fundamentales de la filosofía.
Este fue un momento crítico para entender el influjo de Platón, no solo en la Edad Media, sino a lo largo de los siglos siguientes, extendiéndose por la cultura occidental hasta nuestros días. Este es el truco que permitió a Platón, o mejor dicho, a algunas de las ideas contenidas en sus textos, sobrevivir al tiempo: logró subirse a lomos de la visión del mundo más poderosa durante los siguientes 1500 años.
Solo una parte del pensamiento platónico encajó bien con el cristianismo: el Platón metafísico, el de los diálogos de madurez y vejez. Sin embargo, los diálogos tempranos, aporéticos, de la duda y el reconocimiento de la ignorancia, no desaparecieron, ya que los cristianos vieron en ellos el ejemplo de un camino de conversión hacia la verdad. Interpretaron el pensamiento platónico como una transformación desde la ignorancia hacia la fe, identificando, por supuesto, la verdad con los contenidos específicos de su propia religión.
Platón sobrevivió al final de la Antigüedad, la disolución del Imperio Romano y la persecución del paganismo y la cultura greco-latina porque el aspecto metafísico de su obra filosófica encajaba bien con algunos elementos de las creencias cristianas. Fue utilizado por los primeros cristianos cultos para dar un sustento conceptual, una
base más racional a sus creencias, permitiendo además conectar la nueva religión con el prestigio de la Academia y uno de los más famosos pensadores de la Antigüedad.
Esto también explica por qué se preservó casi completa la obra de Platón y Aristóteles, mientras que apenas quedan unos párrafos de Epicuro o Demócrito, autores materialistas y críticos con las teorías metafísicas y la afirmación de entidades sobrenaturales. La falta de interés y la destrucción activa del pasado pagano son las causas de que se haya conservado solo un 5% de la producción intelectual de la antigüedad.
Los primeros padres de la Iglesia desarrollaron opiniones diversas y, a veces, totalmente contrapuestas sobre la filosofía.
Justino Mártir (100-165 d.C.), uno de los primeros apologistas cristianos, consideraba que la filosofía griega era valiosa porque contenía semillas de la verdad, y que algunos filósofos paganos habían vislumbrado parcialmente la verdad divina. En sus obras, intentó reconciliar la filosofía platónica y estoica con el cristianismo. Justino introdujo la idea del *Logos* en el cristianismo, afirmando que Cristo es el *Logos* (la palabra divina) y que cualquier verdad encontrada en la filosofía griega provenía de este *Logos*.
Por otro lado, Tertuliano (160-220 d.C.) mantuvo la posición contraria, convirtiéndose en uno de los pensadores cristianos más críticos con la filosofía. En su obra *De Praescriptione Haereticorum*, Tertuliano afirma que la filosofía es una de las principales causas de las herejías, la depravación y la perdición, y que los cristianos deben evitarla a toda costa. Para él, la filosofía es simplemente un intento humano de alcanzar la verdad mediante la razón, un intento vano que rivaliza con la revelación divina, hecho inaceptable.
Finalmente, el más importante e influyente de todos los pensadores cristianos, Agustín de Hipona (354-430 d.C.), fue un ferviente platónico y neoplatónico. Tal como él mismo relata en su obra autobiográfica *Las Confesiones*, en su juventud Agustín estuvo ligado al maniqueísmo, una religión dualista sincrética fundada en el Imperio Sasánida en el siglo III d.C. Según esta religión, el mundo está regido por dos principios eternos y opuestos: el reino de la Luz (bien) y el reino de las Tinieblas (mal).
Sin embargo, con el tiempo, Agustín se desilusionó del maniqueísmo y se interesó por el escepticismo de la Academia platónica. Posteriormente, encontró en el platonismo y el neoplatonismo un marco filosófico que le permitió crear un sistema conceptual para unir la razón y la fe en una nueva interpretación filosófica del cristianismo.
Agustín fue el Padre de la Iglesia que más exitosamente integró la filosofía platónica, logrando que Platón influyera en generaciones de pensadores. Agustín sostenía que la fe precede a la razón, pero que la razón debe ser utilizada para comprender y explicar la fe. Su famosa frase "Cree para entender, entiende para creer" resume esta integración.
Con estos ejemplos, se puede comprender cómo la interacción entre el cristianismo y la filosofía fue muy compleja y multifacética durante la Alta Edad Media. Aunque la religión desplazó completamente a la filosofía, la influencia de Platón y otros pensadores griegos permaneció, moldeando el pensamiento occidental durante siglos.
No solo el cristianismo se vio influenciado por Platón. La Edad Media también vio el nacimiento de una tercera religión monoteísta, el Islam, cuyos principales filósofos, salvo excepciones como Averroes, fueron profundamente platónicos y combinaron en sus reflexiones los principios de sus propias creencias religiosas con las premisas fundamentales de Platón.
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