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El ostracismo

¿En qué consistía la tradición ateniense de exiliar a políticos y ciudadanos? A continuación te ofrecemos un análisis detallado de esta función del gobierno ateniense.

Con el fin de alejar de Atenas los peligros de futuros intentos de derrocar el gobierno e instaurar una tiranía, Clístenes introdujo, como última gran medida de su reforma, el ostracismo, es decir, destierro por votación de individuos considerados peligrosos la democracia. Al comienzo de cada año el Consejo (boulé) se reunía para tratar las líneas generales de las medidas que se iban a implementar. No obstante, antes de terminar la sesión inaugural, se invitaba a cualquiera de sus quinientos miembros a dirigirse a la Asamblea para preguntar a los ciudadanos si era necesario recurrir a la medida del ostracismo. La Asamblea votaba a mano alzada sencillamente si era conveniente o no, sin que se especificara ningún nombre Si el resultado era positivo, se inciaba un proceso de dos meses de duración que culminaba con la convocación de una asamblea extraordinaria con ese único objetivo.




En ella, se ponían a disposición de los votantes unas grandes ánforas que servían a de urnas de votación. Cada ciudadano debía introducir un pequeño trozo de cerámica -ostrakon- en el que previamente habría escrito el nombre de uno o más ciudadanos que consideraba que debían ser desterrados. Terminada la votación se hacía el recuento de todos los ostraka y si ningún nombre recibía más de 6.000 votos el proceso se anulaba. En caso de superar este número, se informaba al ciudadano afectado -que no tenía derecho a defensa- la decisión de la Asamblea, quien disponía de 10 días para abandonar el Ática por un periodo de 10 años.

Si bien el ostracismo fue una medida eficiente para deshacerse de tiranos en potencia, también resultaba imprevisible ya que con anterioridad a la votacion nadie sabía los nombres que iban a aparecer en las urnas. Cualquier ciudadano podía ser desterrado. Plutarco relata el célebre caso de Arístides:


“A Arístides, en efecto, le ocurrió́ que, amado al principio (…) más tarde fue objeto de envidia, sobre todo al divulgar Temístocles entre el pueblo el rumor de que Arístides estaba haciendo desaparecer los tribunales al juzgar y sentenciar todo y que preparaba en secreto para él mismo una monarquía sin guardia personal. Y ya quizá́ el pueblo, engreído por la victoria y teniéndose por merecedor para sí mismo de lo más importante, se disgustó con quienes tenían nombre y reputación por encima de la mayoría. Y tras reunirse llegando desde todas partes a la ciudad, votaron el ostracismo para Arístides, poniendo a la envidia de su reputación el nombre de miedo a la tiranía.

Porque la condena al ostracismo no era castigo de una mala acción, sino que se le llamaba por conveniencia humillación y represión del orgullo y del poder más opresivo, pero era realmente un alivio humanitario de la envidia, no dirigido a causar un mal irremediable, sino a convertir la malevolencia tendente a dañar a su victima en un exilio de diez años.

Así́ era, para decirlo de manera general, lo que pasaba. Cada uno, después de coger un óstrakon y escribir el nombre del ciudadano al que quería desterrar, lo llevaba a un lugar del ágora rodeado con una barrera de vallas en circulo. En primer lugar, los magistrados contaban el número total de óstraka que había allí́; porque si los que los llevaban eran menos de seis mil, la condena al ostracismo quedaba sin efecto. A continuación, tras colocar por separado cada uno de los nombres, al que había sido escrito por la mayoría lo desterraban mediante proclamación de heraldo durante diez años, conservando el disfrute de sus bienes.

En el momento en el que se estaban escribiendo los óstraka se cuenta que un campesino analfabeto, tras entregar su óstrakon a Arístides, que era uno de los que estaban por allí́, le pidió́ que escribiera el nombre de Arístides. Al asombrarse este y preguntar si Arístides le había causado algún daño, «En absoluto», respondió́, «ni conozco a ese hombre, pero me molesta oír que se le llama por todas partes el Justo». Y que habiendo oído esto Arístides nada respondió́, sino que escribió́ su nombre en el óstrakon y se lo devolvió́. (…)

Y durante el tercer año, cuando Jerjes avanzaba a través de Beocia y Tesalia contra Atenas, tras abolir la ley, votaron el regreso de los desterrados, sobre todo por miedo de que Arístides, asociado con los enemigos, corrompiese e hiciera pasar al bando de los barbaros a muchos ciudadanos.”


La medida del ostracismo, así como los recelos y cautelas legales para proteger el modelo de gobierno basado en la soberanía popular eran una clara respuesta a la amenaza antidemocrática constante que procedía de la facción aristocrática. Uno de los escritos antidemocráticos más célebres que han llegado hasta nosotros, son las palabras del Viejo Oligarca, pseudónimo bajo el cual durante mucho tiempo se pensó que se ocultaba Jenofonte, pero cuya autoría ha sido descartada:


“Sobre la república de los atenienses, no alabo el hecho de elegir ese sistema, porque, al elegirlo, eligieron también que las personas de baja condición estén en mejor situación que las personas importantes. Así, pues, no lo alabo por eso. Mas como ellos lo han decidido así, voy a mostrar lo bien que mantienen su régimen y llevan las demás cuestiones que al resto de los griegos les parecen un fracaso.

En primer lugar, diré, pues, que allí constituye un derecho el que los pobres y el pueblo tengan más poder que los nobles y los ricos por lo siguiente: porque el pueblo es el que hace que las naves funcionen y el que rodea de fuerza a la ciudad, y también los pilotos, y los cómitres, y los comandantes segundos, y los timoneles y los constructores de naves. Ellos son los que rodean a la ciudad de mucha más fuerza que los hoplitas, los nobles y las personas importantes. Puesto que así es realmente, parece justo que todos participen de los cargos por sorteo y por votación a mano alzada y que cualquier ciudadano pueda hablar.

Además, el pueblo no exige, en absoluto, participar de todos aquellos cargos de los que depende la seguridad o son un peligro para todos según que estén bien o mal desempeñados -no creen que deban participar en el sorteo de los cargos de estratego.

(…) En cambio, el pueblo busca todos aquellos cargos que aportan un sueldo y beneficio para su casa. Asimismo, los verás manteniendo la democracia (…) que otorga más poder a los de baja condición, a los pobres y a los partidarios del pueblo que a las personas importantes. Pues, lógicamente, si se favorece a los pobres, a los partidarios del pueblo y a las personas más débiles, como son muchos los favorecidos de esa forma, engrandecen la democracia.

(…) En todo el mundo la clase privilegiada es contraria a la democracia. Efectivamente, en las personas privilegiadas hay muy poca intemperancia e injusticia y la máxima exactitud para lo importante; en el pueblo, al contrario, la máxima ignorancia, desorden y bajeza, pues la pobreza los lleva cada vez más hacia lo vulgar, y también la incultura e ignorancia causadas por la falta de recursos de algunas personas.

Podría decir alguno que no se les debería permitir a todos hablar en la Asamblea por turno ni ser miembros del Consejo, sino a los más capacitados y a los hombres mejores. Pero, incluso en este punto, toman la mejor decisión permitiendo que hablen también las personas de baja condición. Naturalmente, si las personas importantes hablaran y fueran miembros del Consejo, sería bueno para los de su misma clase, mas no lo sería para los partidarios del pueblo. Al hablar, en cambio, ahora cualquiera que se levante, una persona de baja condición, procura lo bueno para sí y para los de su misma clase.

Se podría argumentar: «Pero ¿qué bien puede proponer para sí o para el pueblo semejante persona?» Con todo, ellos opinan que la ignorancia, la bajeza y la buena intención de ese hombre les es más ventajosa que la excelencia, la sabiduría y la malevolencia del hombre importante.

Realmente el país no será el mejor con semejantes instituciones, pero la democracia se mantendrá así mejor. En efecto, el pueblo no quiere ser esclavo, aunque el país sea bien gobernado, sino ser libre y mandar, y poco le importa el mal gobierno, pues de aquello por lo que tú piensas que no está bien gobernado, el propio pueblo saca fuerza de ello y es libre. Mas si buscas un buen gobierno, verás, primero, a los más capacitados establecer las leyes; después, a las personas importantes reprimiendo a los de baja condición, decidiendo en consejo sobre el país y no permitiendo a hombres exaltados ser miembros del Consejo ni hablar ni celebrar asambleas. Como consecuencia de estas excelentes medidas, muy pronto el pueblo se verá abocado a la esclavitud. (…)

A su vez, conviene también recordar otras ventajas (…) En primer lugar, se mezclan con otros pueblos de distintas regiones y descubren nuevas formas de vida regalada, y, así, lo que hay de agradable en Sicilia, en Italia, en Chipre, en Egipto, en Lidia, en el Ponto, en el Peloponeso o en cualquier otro lugar, todo eso se concentra en una sola plaza gracias al imperio marítimo.

En segundo lugar, de cada lengua que oyen hablar toman algo. Los griegos asumen su modo peculiar de hablar, de vivir y forma de vestir, pero los atenienses son una mezcla de todos los helenos y bárbaros a la vez.

En cuanto a sacrificios, santuarios, festines y recintos sagrados, como el pueblo reconoce que cada pobre, individualmente, no tiene medios para hacer sacrificios, celebrar banquetes, erigir santuarios y habitar una ciudad grande y hermosa, encontró así la forma de tener estas cosas. En consecuencia, la ciudad hace muchos sacrificios públicos, pero es el pueblo quien disfruta de los banquetes y se reparte las víctimas.

También algunos ricos poseen gimnasios, baños y vestuarios privados, mas el propio pueblo construye para uso propio muchas palestras, vestuarios y baños públicos, e incluso la multitud los disfruta mucho más que el pequeño número de afortunados. (…)

A su vez, no permiten que el pueblo sea objeto de burla en la comedia ni que se hable mal de él para que no se tenga mal concepto de ellos, pero si se quiere sacar a alguna persona en particular, lo recomiendan, porque saben bien que, generalmente, no es del pueblo ni de la masa el que es objeto de burla en las comedias, sino un rico o un noble o un poderoso, y pocos pobres o partidarios del pueblo son objeto de burla en las comedias, y aun ni siquiera esos pocos, si no es por meterse en otros asuntos y ansiar tener más que el pueblo. De modo que ni se molestan porque tales personas salgan en las comedias.

En resumen, yo afirmo que el pueblo ateniense conoce bien qué ciudadanos son los importantes y quiénes son los de baja condición, y, como los conoce, ama a los partidarios y simpatizantes suyos aun cuando sean de baja condición y odia, más bien, por el contrario, a las personas importantes. Efectivamente, no creen que sus nobles virtudes crezcan junto con los intereses del pueblo, sino sobre su ruina.

También ocurre lo opuesto a esta situación, y algunos, al menos, que son realmente partidarios del pueblo, no pertenecen al pueblo por su clase. Yo, ciertamente, admito la democracia para el propio pueblo, pues cualquier persona puede admitir que trate de favorecer su propio interés; pero quien no es del pueblo y prefiere vivir en un país de régimen democrático antes que, en uno oligárquico, está dispuesto a cometer injusticias y piensa que el malvado puede pasar inadvertido mucho mejor en un país de régimen democrático que en uno oligárquico

(…)

Pero veo que algunos critican también a los atenienses por lo siguiente: porque muchas veces uno no puede gestionar allí los asuntos en el Consejo ni en la Asamblea del pueblo, ni, aunque espere sentado un año entero. Y eso pasa en Atenas únicamente, porque no son capaces de atender y despachar a todos, debido al elevado número de trámites.

En efecto, ¿cómo pueden ser capaces ellos que, (…) tienen que dirimir tantos procesos públicos y privados y rendición de cuentas, como no dirimen todos los demás en conjunto, mientras el Consejo resuelve muchos asuntos de guerra y económicos, muchos sobre la promulgación de leyes, muchos sobre los acontecimientos diarios de la ciudad, muchos, en fin, de los aliados, aparte de recaudar el tributo y atender los
arsenales y los santuarios? Naturalmente, si hay tantos asuntos, ¿es extraño que no puedan atender a todos? Algunos replican que, si se presenta uno en el Consejo con dinero o en la Asamblea del pueblo, será atendido. Por cierto, yo estoy de acuerdo con ellos en que con dinero se tramitan muchos asuntos en Atenas y que se tramitarían
muchos más incluso, si dieran dinero muchas más personas, pero doy por seguro que la ciudad no tiene capacidad para atender a todos los solicitantes por mucho oro o plata que se le dé.(…)

Al contrario, si se debe admitir que es necesario revisar todo sin excepción, necesariamente andarán en juicios a lo largo del año, ya que, ni siquiera actualmente, juzgando todo el año se encuentran en disposición de acabar con los que cometen faltas, debido al gran número de personas. Mas, en fin, dirá alguno, es necesario juzgar, pero que haya menos jueces. En consecuencia, necesariamente habrá pocos jueces en cada tribunal a menos que se constituyan pocos tribunales. De modo que será más fácil también arreglárselas ante pocos jueces y cohecharlos a todos, y el juicio será mucho menos justo. Además de estos inconvenientes, también es preciso tener en cuenta que los atenienses deben celebrar fiestas en que no se permite juzgar. Y, por cierto, celebran el doble de fiestas que los demás, aunque yo parto de un número igual que la ciudad que menos celebra.(…)”


A pesar de todos los esfuerzos de reforma, las grandes familias seguían logrando hacerse con el control de la vida pública y la inmensa mayoría de arcontes de la polis procedían de este estrato social. Sólo después del año 459 a.C. la apertura del arcontado a los zeugitas permitió a hombres de condición modesta acceder a los cargos más altos. El caso más destacado fue el del estratego Cleón, propietario de una curtiduría.

A pesar de todas estas dificultades, errores y contradicciones la original democracia ateniense logró funcionar durante más de un siglo desde el final de la segunda guerra médica 479 a.C. hasta la ocupación macedonia en el 322 a. C. Sus más inspiradoras convicciones fueron, sin duda, las ideas de igualdad, fraternidad y dignidad, expresada en el derecho de disfrutar en conjunto de una vida próspera.


“Es necesario dar a los ciudadanos el sentimiento de que son, en cierto modo, hermanos. Nada hay capaz de fortificar mejor esta convicción que consumir alimentos cocidos al mismo fuego y compartidos en la misma mesa: el banquete es una comunión que realiza entre los comensales una identidad de ser, una especie de consanguinidad.”


Y, más tarde en la Política, Aristóteles subraya la esencia de este espíritu:


“En todas partes la sublevación tiene por causa la desigualdad. Ya que en general se sublevan aquellos que buscan la igualdad.”


No obstante, el logro de este elevado estándar de vida y la consecución de una amplia libertad para un gran de individuos, tal como hemos visto en las páginas anteriores, no resultaba una carga económicamente ligera para la polis. ¿De dónde sacaba Atenas las inmensas cantidades de fondos destinadas a pagar a los magistrados, miembros de la boulé y la Asamblea? ¿De dónde procedía el dinero usado en la reconstrucción de la destrucción de la acrópolis por Jerjes y cómo se pagaron los magníficos templos dedicados a la victoria sobre los persas, el de Atenea Niké, el Erecteion o el Partenón? La respuesta a estas preguntas, apaga gran parte del entusiasmo respecto a la democracia ateniense, ya que sus muros se levantaron sobre la esclavitud y el imperialismo.


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