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Friedrich Nietzsche y la crítica a la Modernidad

Actualizado: 19 oct 2021

Estudio detallado del la crítica realizada por el filósofo alemán Friedrich Nietzsche a los males de la modernidad, sintetizados bajo la noción de lo apolíneo


La propuesta que nos ofrece Nietzsche es la de la reflexión paciente que elige tiempo y fuerza para y un ejercicio de autocrítica, el más filosófico de todos, que hemos visto desplegarse al comienzo de la filosofía y en todas sus etapas. Hemos de poner en duda nuestra formación, aquello que nos han enseñado y nos han ofrecido con la garantía de la verdad. Este arranque entronca con lo visto en la sesión anterior acerca de lo apolíneo y lo dionisíaco.


Así, la tarea que se impondrá Nietzsche a lo largo de toda su trayectoria intelectual será la de desmontar piedra a piedra el edificio construido por el impulso apolíneo para ver los fundamentos en los que se basa y las pérdidas que ha implicado su desarrollo exacerbado sin el equilibrio necesario que le aportaba lo dionisíaco.


 

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Aquí tienes un ejemplo:




 

Recordemos que lo apolíneo, para Nietzsche, representa todo lo relativo a la claridad, la búsqueda de la verdad, la forma pura, la armonía, la luz, la simetría, la belleza revelada, la seguridad, la definición universal única. Mientras que lo dionisíaco es lo salvaje, lo oculto, lo incomprensible, lo que sorprende, aplasta, lo que nos posee y nos domina sin que podamos hacer nada, la naturaleza en su inmensidad inalcanzable. Tanto la naturaleza exterior que no comprendemos y se nos escapa como nuestra propia naturaleza interior que también se resiste a todo dominio.


Tal como hemos visto en la sesión anterior, los griegos antiguos son, para Nietzsche un modelo de arte y humanidad porque lograron armonizar, de manera perfecta naturaleza y razón. En ellos se da una relación inmediata no conflictiva entre hombres y naturaleza que se traduce en su espontaneidad original. Es decir, los griegos lograron una armonía entre ambos impulsos y esta armonía fue lo que estimuló su creatividad y su originalidad. Supieron desarrollar la ciencia y la ley sin romper el misterio sagrado de lo natural. Supieron diseñar una ética y una lógica sin castrar los impulsos vitalistas de la pasión corporal y la alegría.


No obstante, el equilibrio griego entre lo natural y lo humano se rompió, según Nietzsche, con el auge de una visión determinada de la filosofía, habiendo sido la causa de esta ruptura un desarrollo excesivo de la razón, del impulso apolíneo, que comenzó con Sócrates y Platón, que se exacerbó con los impulsos del cristianismo como veremos más tarde, pero que alcanzó su máximo apogeo y forma final en una mezcla ya casi imperceptible de socratismo y cristianismo en la época moderna.


Lo que Nietzsche va a intentar mostrar es cómo la modernidad simboliza el reino del desequilibrio obtenido a causa de una acumulación de errores históricos y que este desequilibro consiste en una sobreabundancia del componente apolíneo en la cultura.



 

LOS MALES DE LA MODERNIDAD


Así, el rasgo más fundamental de la modernidad fue el hiperdesarrollo de la razón que propició todo un conjunto de males que lejos de emancipar al hombre, tal como era su propuesta, lo han hundido más en la desesperación.

En primer lugar, la idolatría al componente exclusivamente racional humano dio lugar a que lo subjetivocomenzara a dominar sobre lo objetivoy que la reflexión y la racionalización apolínea trataran de abarcarlo todo.

¿Qué significa que lo subjetivo comienza a dominar sobre lo objetivo? En el mundo griego existía una clara distinción, que responde a la dualidad apolíneo-dionisíaco entre lo subjetivo y lo objetivo.

Objeto – obiectumes aquello que está puesto delante de nosotros, fuera de nosotros, lo contrapuesto, lo otro del hombre y en este sentido se refiere a la naturaleza incontrolable e incomestible y en este sentido siempre oculta y dotada de misterio. Heráclito: “La naturaleza ama ocultarse.”

Sujeto-subiectum, como su propiamente indica es aquello que está sujeto, dominado, controlado, que está bajo nuestro dominio y ello es nuestra mente sobra la que tenemos, al menos, un mayor control que sobre las leyes de la física.

El segundo problema de la modernidad fue el de exacerbar las dificultades epistemológicas de acceso a la realidad extra-mental. Los modernos empezaron a mostrar el carácter falible de los sentidos, haciendo que se generalizada una duda corrosiva y omniabarcante acerca de la posibilidad real de la mente humana de comprender lo que está fuera de ella, lo obiectum.

Como consecuencia de ello el individuo se escindió inmediatamente (entre cuerpo y mente, sentidos y razón) y toda su fuerza se concentró, de manera exclusiva en su entendimiento, en su sed de verdad, mientras sus instintos se debilitan cada vez más, llegando a perder casi por completo el poder de actuar. El hombre se volvió cada vez más razón puray de hecho ya casi no supo explicar qué es el cuerpo y cómo se conecta con él.

Uno de los ejemplos fundamentales de esta tendencia es el padre de la Modernidad y paradigma del racionalismo. Recordemos que Descartes definía al ser humano como “res cogitans” como sustancia pensante y se las veía y deseaba para explicar cómo una cosa inmaterial como la mente podía mover al cuerpo.




“Todo lo que he admitido hasta el presente como más seguro y verdadero, lo he aprendido de los sentidos o por los sentidos; ahora bien, he experimentado a veces que tales sentidos me engañaban, y es prudente no fiarse nunca por entero de quienes nos han engañado una vez.” Descartes, Discurso del método

Descartes además consideraba que lo único que se puede tomar como cierto e indubitable son los propios pensamientos, la actividad de la mente sobre sí misma, es decir, el plano subjetivo, mientras que lo objetivo, lo externo a la mente era algo cada vez más dudoso más inalcanzable. Sólo un Dios bueno podría servir como garantía de que todo lo que nos llega del exterior, todo lo que creemos sentir es verdad.

“[...] hace tiempo que tengo en mi espíritu cierta opinión, según la cual hay un Dios que todo lo puede, por quien he sido creado tal como soy. Pues bien: ¿quién me asegura que el tal Dios no haya procedido de manera que no exista figura, ni magnitud, ni lugar, pero a la vez de modo que yo, no obstante, sí tenga la impresión de que todo eso existe tal y como lo veo? Y más aún: así como yo pienso, a veces, que los demás se engañan, hasta en las cosas que creen saber con más certeza, podría ocurrir que Dios haya querido que me engañe cuantas veces sumo dos más tres, o cuando enumero los lados de un cuadrado, o cuando juzgo de cosas aún más fáciles que ésas, si es que son siquiera imaginables. [...] A tales razonamientos nada en absoluto tengo que oponer, sino que me constriñen a confesar que, de todas las opiniones a las que había dado crédito en otro tiempo como verdaderas, no hay una sola de la que no pueda dudar ahora, y ello no por descuido o ligereza, sino en virtud de argumentos muy fuertes y maduramente meditados;

de tal suerte que, en adelante, debo suspender mi juicio acerca de dichos pensamientos, y no concederles más crédito del que daría a cosas manifiestamente falsas, si es que quiero hallar algo constante y seguro en las ciencias. [...] Así pues, supondré que hay, no un verdadero Dios -que es fuente suprema de verdad- , sino cierto genio maligno, no menos artero y engañador que poderoso, el cual ha usado de toda su industria para engañarme. Pensaré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y las demás cosas exteriores, no son sino ilusiones y ensueños, de los que él se sirve para atrapar mi incredulidad. Me consideraré a mí mismo como sin manos, sin ojos, sin carne, ni sangre, sin sentido alguno, y creyendo falsamente que tengo todo eso. Permaneceré obstinadamente fijo en ese pensamiento, y, si, por dicho medio, no me es posible llegar al conocimiento de alguna verdad, al menos está en mi mano suspender el juicio. Por ello, tendré sumo cuidado en no dar crédito a ninguna falsedad, y dispondré tan bien mi espíritu contra las malas artes de ese gran engañador que, por muy poderoso y astuto que sea, nunca podrá imponerme nada.” Descartes, Discurso del método.

Por otro lado, en la medida en que la Modernidad constituye las matemáticas como herramienta privilegiada y primera para mirar y explicar el mundo natural extra mental todo se vuelve cada vez menos perceptible por los sentidos. Para saber lo que hay fuera de nuestra mente hemos de aplicar una herramienta creada por la mente, todo lo que sentimos es apariencia, el mundo está creado en caracteres matemáticos y geométricos, esos tipos de cosas que jamás encontraremos en la naturaleza (triángulos, números) sino sólo en nuestra mente. Todo es subjetividad, capas y capas de subjetividad desesperada por salir fuera.

Poco a poco el ser humano pierde el poder de actuar porque no se sabe cómo hacerlo con certeza, la abstracción racional se sitúa por encima de la praxisque en el sentido de mera técnica aleatoria queda en manos de los no filósofos que, no obstante, se llenan la boca hablando de un progreso que en realidad es más bien un retroceso. Lejos de avanzar en el conocimiento, el hombre moderno se enreda y bloquea por su ignorancia no reconocida, oculta y mal llevada.

“(…) por lo demás, este último decenio le ofrece de regalo una invención de las más hermosas, una frase redonda y plena para la formulación de ese cinismo: define su forma de vivir actual y por completo desenfrenada como “la entrega total de la personalidad al proceso del universo. ¡La personalidad y el proceso del universo! ¡El proceso del universo y la personalidad del pulgón! ¡Pero habremos de estar condenados a oír eternamente la hipérbole de todas las hipérboles; la palabra universo, universo, universo, cuando todo el mundo, sinceramente, debería hablar del ser humano, del ser humano y nada más que del ser humano!

¿Herederos de los griegos y los romanos? ¿Del cristianismo? Todo esto parece no tener importancia alguna para los cínicos; pero ¡herederos del proceso del universo! ¡cúspide y meta del proceso del universo! ¡Sentido y clave de todos los enigmas del devenir, expresados en el ser humano moderno, fruto más maduro del árbol de la ciencia! (…)

Aún en las más recónditas profundidades del mar encuentra el campeón de lo histórico-universallos vestigios de sí mismo, como mucílago viviente. Maravillada del camino tremendo que ya lleva recorrido el ser humano, se pasma la mirada ante esta maravilla aún más prodigiosa que es el ser humano moderno mismo que tiene la capacidad de abarcar este camino. Él se yergue orgulloso en el vértice de la pirámide del proceso del universo, y mientras coloca en la cima la última piedra de su conocimiento parece gritarle a la naturaleza que le está escuchando a su vera. “Hemos llegado a la meta, nosotros somos la meta, somos la culminación de la naturaleza”.




¡Estás trastornado, soberbio europeo del siglo XIX! Tu saber, lejos de consumar la naturaleza, mata la tuya propia. Mide, aunque sólo sea por una vez, el alto nivel de tu saber por el bajo nivel de tu poder. Claro que trepando por los rayos del soldel saber (Platón) subes al cielo, pero también bajas por ellos al caos. Tu modo de caminar, esto es, de trepar como una serpiente, es tu fatalidad (basándote en los pasos anteriores sin crear desde cero). El suelo retrocede ante ti hacia lo incierto; para ti la vida ya no hay soportes, sino tan sólo las telarañas que desgarra cada nuevo agarre de tu conocimiento.” Consideraciones intempestivasII.

Así, como consecuencia de las actitudes anteriores la modernidad dio lugar a un tercer problema derivado y aparentemente opuesto ya que mientras el auge de la subjetividad era innegable, toda la ciencia moderna estaba preñada de pretensiones de objetividad y universalidad. El planteamiento de la ciencia moderna es tachado por Nietzsche de ilusorio, porque consiste en la simulación de estar fuera del mundo y tratar de ver desde fuera las relaciones externas de causa y efecto entre las cosas.

A esto llama la ciencia moderna “objetividad” porque uno de sus principios básicos es que el conocimiento científico no puede tener nada de subjetivo. Para Nietzsche es absurdo, porque no es posible salir de uno mismo al mundo para ver las cosas desde esa exterioridad objetiva. Lo que él propone es reconocer que nuestro acceso al conocimiento del mundo parte, lo queramos o no de nosotros mismos, y sobre todo de la experiencia de nuestro propio cuerpo como lucha de fuerzas y enfrentamiento de voluntades de poder. Es decir, no sólo todo conocer es necesariamente subjetivo sino que su no reconocimiento lo único que provoca es desesperación y esta desesperación viene del desequilibrio de las fuerzas que el Grecia estaban perfectamente equilibradas

De forma paradójica, el objetivo prioritario del desarrollo moderno de las ciencias y de la técnica de convertir al hombre en una fuerza para dominar el mundo dio lugar a dos consecuencias indeseables: la primera, el desencantamiento de la naturaleza, la disolución de su misterio y su reducción a pura máquina. Y la segunda, el extrañamiento del hombre respecto de su propio cuerpo, convirtiéndose él mismo también en un artefacto o máquina.

«Todo cuerpo es una máquina y las máquinas fabricadas por el artesano divino son las que están mejor hechas, sin que, por eso, dejen de ser máquinas. Si sólo se considera el cuerpo no hay ninguna diferencia de principio entre las máquinas fabricadas por hombres y los cuerpos vivos engendrados por Dios. La única diferencia es de perfeccionamiento y de complejidad». Descartes, Discurso del método

De algún modo, la aspiración apolínea del conocimiento en su versión más pura, teórica, movida por el afán de controlar la naturaleza, generó en la Modernidad a un fracaso absoluto que llega hasta nuestros días. Este fracaso que consiste en el hecho de que el hombre se vea a sí mismo sólo como razón hecho que, lejos de liberarle y conducirle a la felicidad, le ha llevado a la más absoluta desesperación, la locura, la negación de sí mismo y sus capacidades, la hartura, el asco hacia sus propias instituciones y fuerzas: el nihilismo. Vamos a leer el siguiente bellísimo texto que nos acerca a la idea del Nietzsche de la vida como arte:

“En algún apartado rincóndel universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la “Historia Universal” pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras unas breves respiraciones de la naturaleza el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer. Y sucedió a tiempo: pues aunque se jactaron de haber conocido muchas cosas, finalmente se dieron cuenta con gran malhumor de que todo lo que habían conocido era falso.

Perecieron, y al morir, maldijeron la verdad. Ésa fue la condición de estos animales desesperados que habían descubierto el conocimiento. Ésta sería la suerte del hombre, si fuese únicamente un animal cognoscente; la verdad lo empujaría a la desesperación y a la aniquilación; la verdad de estar condenado eternamente a la no-verdad.

Al hombre, sin embargo, sólo le conviene la fe en la verdad que se puede alcanzar, la fe en la ilusión (religión), la fe en la ilusión a la que se acerca confiado. ¿No vive en realidad medianteun continuo ser engañado? ¿No le oculta la naturaleza la mayor parte de las cosas, más aún, lo que precisamente le es más cercano, por ejemplo su propio cuerpo, del que solamente tiene una conciencia engañosa? Está encerrado en esta conciencia, y la naturaleza tiró la llave. ¡Ay de la funesta curiosidad del filósofo que desde el recinto de la conciencia quiera mirar un momento a través de una rendija hacia fueray hacia abajo!

Quizá tendrá entonces el presentimiento de cómo el hombre descansa sobre lo voraz, lo insaciable, lo repugnante, lo despiadado, lo homicida, en la indiferencia de su ignorancia, montado en suelos, por así decirlo, sobre los lomos de un tigre.” Cinco prólogos para cinco libros no escritos, I.


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