¿Cuáles fueron las ideas principales de las críticas de Martín Lutero a la Iglesia Católica?
Una de las personalidades más influyentes del Renacimiento, concretamente de su etapa final, conocida también como la Primera Modernidad o Modernidad temprana fue Martín Lutero. Una figura en la que se resumen de la forma más cruda y clara posible las consecuencias de los acontecimientos que hemos visto en las clases anteriores y que fueron impulsando una significativa pérdida de poder por parte de la Iglesia católica, y abriendo, al mismo tiempo, las puertas a las nuevas formas de pensamiento que caracterizarán la plena Modernidad:
El humanismo, que pondrá todo su énfasis en el valor y las capacidades del ser humano, el escepticismo religioso de autores como Montaigne, que desarrollaron, por primera vez de forma abierta en la historia de Europa, enfoques críticos hacia las ideas religiosas y, que finalmente conduciría al surgimiento de movimientos intelectuales como el deísmo y el ateísmo.
El inicio de la paulatina secularización del Estado y la sociedad como consecuencia del desplazamiento de las autoridades eclesiásticas de los núcleos políticos de poder.
Y finalmente, el Renacimiento fue el precursor de la ciencia moderna. Una nueva forma de pensamiento que desafiaría la visión del cosmos respaldada por la Iglesia, con un enorme coste de vidas humanas, y que promovería una comprensión del mundo renovada, basada en la observación, el razonamiento empírico y la experimentación.
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EL INICIO DE LA REFORMA PROTESTANTE
¿Pero cómo comenzó todo? ¿Qué llevó a Lutero a iniciar su célebre reforma?
La noticia de la venta de indulgencias por parte del fraile dominico Johann Tetzel en la ciudad de Juterbog y sus espectáculos públicos que estudiamos en la clase anterior, no tardó en extenderse por toda Alemania, llegando rápidamente también a la ciudad de Wittenberg, situada a menos de 50 Km de distancia.
Esta pequeña ciudad del noroeste de Alemania, contaba con dos importantes instituciones educativas que funcionaban como relevantes focos de desarrollo académico y teológico en la época: el monasterio de los agustinos negros y la Universidad de Wittenberg. Perteneciente a esta orden monástica, ejercía como profesor de teología en la Universidad el joven fraile católico de 34 años Martín Lutero.
Durante las sesiones de confesión de algunos de sus fieles, Lutero comenzó a recibir información inquietante sobre lo que ocurría en Juterbog, hecho que provocó en él una profunda repulsa y desconcierto. Tras un periodo de reflexión y estudio de las Escrituras en busca de una justificación teológica de los hechos relatados, y sin haber logrado encontrar nada en la Biblia capaz de apoyar el uso que se estaba dando a las indulgencias, el joven fraile comenzó a cuestionar las prácticas de la iglesia y la autoridad del papa como intermediario entre los seres humanos y la divinidad, capaz de conseguir, por medio de su simple voluntad, el perdón de los pecados.
Como profesor universitario de teología que era, Lutero no abordó la cuestión desde un punto de vista superficial, sino que es importante tener en cuenta que poseía un profundo conocimiento del dogma. Concretamente, Lutero era un especialista en estudios bíblicos, es decir, en la interpretación de la Biblia, y más precisamente estaba enfocando en un área específica centrada en la interpretación de la voluntad de Dios tal como esta está revelada literalmente en la Biblia.
Otro dato interesante es que, tal como solía ser habitual en el sistema académico de la época, Lutero comenzó enseñando filosofía, y lo hizo tan bien que su conocimiento sobre la materia motivó que fuera llamado, durante una buena temporada, el“El filósofo”, por lo que esta parte de su formación y enseñanza nos ayuda a entender en qué medida Lutero estaba habituado, no sólo con el pensamiento crítico, sino con una forma de argumentar las ideas muy específica, derivada de las reglas de la lógica de Aristóteles, y que no dejaba, por tanto, un espacio muy amplio a la ambigüedad y la contradicción. En filosofía las ideas se deben intentar justificar de la forma más detallada y concienzuda posible.
Dejando atrás su etapa de profesor de filosofía y tras haber alcanzado el grado de doctor en Teología y como profesor de esta materia en la Universidad de Wittenberg, Lutero se centró fundamentalmente en la enseñanza de tres libros del Nuevo Testamento, concretamente de tres cartas del Apóstol Pablo: La epístola a los Romanos, Gálatas y Hebreos.
¿Pero por qué os señalo todo esto y por qué es importante saber que Lutero se centró en el estudio y la enseñanza de estos tres libros de la Biblia?
El trabajo de Lutero sobre estos textos resulta capital para comprender todo lo que ocurrió después ya que en ellos, sobre todo en la Epístola a los Romanos, aparece una idea que será central en el desarrollo del pensamiento teológico de Lutero hacia la reforma: la idea de la “justificación por la fe”.
LA DOCTRINA DE LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE
¿Pero qué significa esto? ¿Qué es exactamente la justificación por la fe? En el marco de la religión cristiana, esta doctrina viene a afirmar que, atentos, los seres humanos solamente pueden salvarse, sólo pueden justificarse ante Dios como merecedores de su perdón, por medio de su fe en Jesucristo y no por sus obras, esfuerzos o méritos. Exclusivamente la fe basta para alcanzar la salvación. De hecho, en la Epístola a los romanos:17 el apóstol Pablo dice literalmente: “El justo vivirá por la fe." Es decir, el ser humano justo vivirá eternamente, alcanzará la vida eterna por su fe.
A partir de estos textos, Lutero interpretó que los fieles no necesitan nada más que su fe para alcanzar la salvación, ni intermediaciones por parte de la Iglesia, ni plegarias, ni indulgencias, ni actos específicos. Esta visión, esta interpretación de la Biblia, como podéis imaginar, chocaba frontalmente con la práctica de la venta de indulgencias para la construcción de la Basílica de San Pedro del Vaticano que estaba siendo extendida por la Iglesia católica del momento.
Tras reflexionar sobre todo ello, el 31 de octubre de 1517, Lutero redactó una lista de 95 tesis, de 95 frases que resumían diversos puntos de vista críticos con las prácticas de la iglesia católica y la clavó en la puerta de la Iglesia del Castillo de Wittenberg, que, en esos momentos, servía como un lugar común para la publicación de anuncios y debates académicos.
Por tanto, es muy importante aquí subrayar ese hecho para tener en cuenta que sus tesis inicialmente no fueron planteadas en absoluto como un intento de rebelión, ni como un plan para romper en pedazos el cristianismo, sino simplemente como un debate académico. Ni siquiera estaban realmente dirigidas al público en general, sino que buscaban la opinión de los académicos especialistas en ese tema. Digamos que Lutero pinchó un artículo crítico en el corcho, en el panel de anuncios de
su universidad, no queriendo, al menos, en un primer momento, dirigirse con ello a la sociedad y crear un escándalo sino plantear una serie de cuestiones que quería debatir y aclarar con otros expertos en estudios bíblicos. Lo que no podía prever era la gran aceptación que recibieron sus críticas y que desbordaron casi inmediatamente los límites del ámbito universitario.
Pero para comprenderlo mejor, os invito a que vayamos a las fuentes, que leamos directamente el texto redactado por Lutero ya que en sus propias palabras podremos percibir con mucha más claridad las intenciones iniciales del documento.
El contenido principal del texto que todos conocemos coloquialmente como las 95 tesis, pero que Lutero tituló Disputatio pro declaratione virtutis indulgentiarum o El Cuestionamiento al poder y eficacia de las indulgencias, puede dividirse en cuatro puntos fundamentales: Cuestionamiento de la autoridad papal Crítica a las penas del purgatorio Crítica al enriquecimiento de la Iglesia por medio de las indulgencias Propuesta de la no necesidad una mediación eclesiástica para la salvación
Pero, como os decía, vayamos a los textos porque siempre es la mejor forma de ver todas estas ideas en su verdadero contexto y en toda su dimensión.
Tras las primeras cuatro tesis centradas en la noción de penitencia, Lutero comienza el texto poniendo en cuestión la autoridad papal en lo que hace al perdón de los pecados y comienza a afirmar, en coherencia con su interpretación de la Epístola a los romanos, que respecto a esta cuestión todos los cristianos son iguales ante Dios.
Lo que aquí está diciendo Lutero es que, en realidad en última instancia, sólo Dios puede perdonar las culpas y los pecados de sus fieles. El papa, en cambio, por sí mismo, no tiene ningún poder para torcer la voluntad de Dios a cambio de dinero. El papa, a pesar de ser el vicario de Cristo en la tierra es sólo un ser humano que simplemente puede interceder rezando o rogándole a Dios, pero, por sí mismo, autónomamente no puede perdonar las faltas ni mucho menos garantizar que dicho perdón ha sido concedido por la divinidad y que, efectivamente, en el purgatorio las almas reducirán su tiempo de expiación. Sólo tras la muerte, sabrá cada uno lo que Dios ha perdonado o no ha perdonado. Digamos que Lutero está diciendo que el papa se extralimita al decir que puede modificar la voluntad divina.
Y continúa, a continuación, criticando lo que constituía, como hemos visto en la clase anterior, el sentido último de las indulgencias: acortar el tiempo en el purgatorio. A Lutero esta idea le parece inaceptable, infundada y carente de cualquier tipo de base real en las Escrituras, en la Biblia. Atentos:
Mal y torpemente proceden los sacerdotes que reservan a los moribundos penas en el purgatorio. Esta cizaña, cual ha de transformar la pena canónica en pena para el purgatorio, parece por cierto haber sido sembrada mientras los obispos dormían. Antiguamente las penas canónicas no se imponían después sino antes de la absolución, como prueba de la verdadera contrición. Los moribundos son absueltos de todas sus culpas a causa de la muerte y ya son muertos para las leyes canónicas, quedando de derecho exentos de ellas. Por tanto, como podemos ver Lutero está criticando las doctrinas relacionadas con el purgatorio, sobre todo en la medida en que estas eran empleadas para manipular a los fieles y vender más indulgencias. Lutero argumenta que han sido los sacerdotes los que se han inventado estas teorías sin el permiso de los obispos, que son, en cada región, los encargados de vigilar la correcta interpretación de la Biblia, que sin embargo “dormían”, que se hacían los despistados mientras todo esto ocurría.
El mayor problema, para Lutero, es que estas enseñanzas no sólo aterrorizaban a los fieles sino que la posibilidad de comprar el perdón a cambio de dinero minimizaba la importancia del verdadero arrepentimiento. Las indulgencias llevaban a los creyentes a confiar en rituales externos oficiados por diversos miembros de la iglesia en lugar de centrarse en un cambio interno y en una fe sincera. De algún modo, no sólo constituían a su entender un engaño sino que desviaban a los cristianos de sus verdaderos deberes espirituales y por tanto, implicaban un acto de corrupción.
Pero sigamos leyendo, escuchando al propio Lutero decirnos todo esto:
Por tanto, cuando el Papa habla de remisión plenaria de todas las penas, no significa el perdón de todas ellas, sino solamente el de aquellas que él mismo impuso. En consecuencia, yerran aquellos predicadores de indulgencias que afirman que el hombre es absuelto a la vez que salvo de toda pena, a causa de las indulgencias del Papa. De modo que el Papa no remite pena alguna de las almas del purgatorio que, según los cánones, ellas debían haber pagado en esta vida. Por esta razón, la mayor parte de la gente es necesariamente engañada por esa indiscriminada y jactanciosa promesa de la liberación de las penas. Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan pronto suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando. Más cierto es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja, lo que va en aumento es el lucro y la avaricia, más la intercesión de la Iglesia depende sólo de la voluntad de Dios. Hemos de cuidarnos mucho de aquellos que afirman que las indulgencias del Papa son el inestimable don divino por el cual el hombre es reconciliado con Dios. Cualquier cristiano verdaderamente arrepentido tiene derecho a la remisión plenaria de pena y culpa, aun sin carta de indulgencias. Cualquier cristiano verdadero, sea que esté vivo o muerto, tiene participación en todos los bienes de Cristo y de la Iglesia; esta participación le ha sido concedida por Dios, aun sin cartas de indulgencias. Hay que instruir a los cristianos que aquel que socorre al pobre o ayuda al indigente, realiza una obra mayor que si comprase indulgencias. Debe enseñarse a los cristianos que el que ve a un indigente y, sin prestarle atención, da su dinero para comprar indulgencias, lo que obtiene en verdad no son las indulgencias papales, sino la indignación de Dios.
Se debe enseñar a los cristianos que, al otorgar indulgencias, el Papa tanto más necesita cuanto desea una oración ferviente por su persona, antes que dinero en efectivo. Hay que enseñar a los cristianos que las indulgencias papales son útiles si en ellas no ponen su confianza, pero muy nocivas si, a causa de ellas, pierden el temor de Dios. Debe enseñarse a los cristianos que si el Papa conociera las acciones de los predicadores de indulgencias, preferiría que la basílica de San Pedro se redujese a cenizas antes que construirla con la piel, la carne y los huesos de sus ovejas. Debe enseñarse a los cristianos que el Papa estaría dispuesto, como es su deber, a dar de su peculio a muchísimos de aquellos a los cuales los pregoneros de indulgencias sonsacan el dinero aun cuando para ello tuviera que vender la basílica de San Pedro, si fuera menester. Se ofende a la palabra de Dios, cuando en un mismo sermón se dedica tanto o más tiempo a las indulgencias que a ella. Ha de ser la intención del Papa que si las indulgencias (que muy poco significan) se celebran con una campana, una procesión y una ceremonia, el Evangelio (que es lo más importante) deba predicarse con cien campanas, cien procesiones y cien ceremonias. Los tesoros de las indulgencias son redes con las cuales ahora se pescan las riquezas de los hombres. Tendrán que rendir cuenta los obispos, curas y teólogos, al permitir que charlas
Esta arbitraria predicación de indulgencias hace que ni siquiera, aun para personas cultas, resulte fácil salvar el respeto que se debe al Papa, frente a las calumnias o preguntas indudablemente sutiles de los laicos. Por ejemplo: ¿Por qué el Papa no vacía el purgatorio a causa de la santísima caridad y la muy apremiante necesidad de las almas, lo cual sería la más justa de todas las razones si él redime un número infinito de almas a causa del muy miserable dinero para la construcción de la basílica, lo cual es un motivo completamente insignificante? Del mismo modo: ¿Qué es esta nueva piedad de Dios y del Papa, según la cual conceden al impío y enemigo de Dios, por medio del dinero, redimir un alma pía y amiga de Dios, y por qué no la redimen más bien, a causa de la necesidad, por gratuita caridad hacia esa misma alma pía y amada? Del mismo modo: ¿Por qué el Papa, cuya fortuna es hoy más abundante que la de los más opulentos ricos, no construye la basílica de San Pedro de su propio dinero, en lugar de hacerlo con el de los pobres creyentes? Dado que el Papa, por medio de sus indulgencias, busca más la salvación de las almas que el dinero, ¿por qué suspende las cartas e indulgencias ya anteriormente concedidas, si son igualmente eficaces? Reprimir estos sagaces argumentos de los laicos sólo por la fuerza, sin desvirtuarlos con razones, significa exponer a la Iglesia y al Papa a la burla de sus enemigos y contribuir a la desdicha de los cristianos.
Y fijaos cómo termina Lutero su escrito: “Por amor a la verdad y en el afán de sacarla a luz, se discutirán en Wittenberg bajo la presidencia de Martín Lutero, Maestro en Artes y en Sagrada Escritura y Profesor Ordinario de esta última disciplina en esa localidad. Por tal razón, ruega que los que no puedan estar presentes y debatir oralmente con nosotros, lo hagan, aunque ausentes, por escrito. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén. Wittenberg, 31 de octubre de 1517.
Esta invitación que encontramos al final de las 95 es extremadamente importante porque nos revela el propósito original del documento. Como os comentaba hace un momento, Lutero no escribió las tesis inicialmente como un acto de rebelión abierta, sino como una propuesta para un debate académico. Esta invitación no estaba dirigida al público general, sencillamente porque la gente de a pie no contaba con la formación suficiente como para poder abordar en un debate cuestiones de este tipo. Como señala Lutero insistentemente en sus textos, la mayoría de los creyentes de su momento eran indoctos, es decir, no sabían nada verdaderamente de su religión. No habían leído la Biblia jamás en su vida, no conocían las reglas que ordenaban internamente la iglesia, no sabían interpretar los textos sagrados, no tenían, por tanto, un conocimiento sólido de su religión sino que, simplemente, se dejaban llevar por las costumbres, las tradiciones y lo que el sacerdote de su parroquia les dijera en la misa y punto. Esta falta de formación religiosa, como veremos, representaba para Lutero una de las principales razones por las que los creyentes podían ser fácilmente engañados por la Iglesia que les podía hacer creer cualquier cosa so pretexto de que dicha norma o doctrina estaba en la biblia o había sido defendida por el propio Jesús. Podían decir lo que quisieran, hasta que era obligatorio pavimentar el vaticano de mármoles, que la gente normal y corriente no podría jamás contradecirles porque no sabían cuál era realmente el contenido de la Biblia. Hablaremos esta cuestión concreta con mayor profundidad en un momento, pero volviendo al texto el hecho de que Lutero invitara a un debate público dentro del ámbito académico sugiere también que en un primer momento lo que buscaba era reformar la Iglesia desde dentro y no tanto romper con ella completamente. Sin embargo, como os decía, la rápida difusión de sus tesis y la fuerte reacción que provocaron transformaron rápidamente este gesto académico en un movimiento que llevó a la ruptura con la Iglesia Católica. Sin embargo, Lutero no se quedó en esta primera denuncia inicial sino que, a medida que pasaba el tiempo y que recibía más apoyos, comenzó a profundizar en sus críticas ampliando significativamente las denuncias. En su obra De la libertad cristiana publicada en 1520 afirmó: "Un cristiano no necesita nada más que la Palabra de Dios para vivir; la fe basta para justificar al hombre." En este sentido, enlazando con la idea original de la justificación por la fe, en el luteranismo el papel de los sacerdotes, llamados pastores o ministros, pasó a ser muy diferente del de los sacerdotes católicos debido a la introducción de la doctrina de "sacerdocio de todos los creyentes”. Según esta posición todos los cristianos deben ser considerados sacerdotes a los ojos de Dios, lo que significa que cada creyente tiene acceso directo a Dios sin necesidad de mediación humana. Esto llevó a lo que podríamos llamar con muchas comillas una “democratización” de la vida espiritual y a una importante reducción del rol del clero como mediadores exclusivos. Pero si el sacerdote ya no tenía este papel de intermediario obligatorio entre el ser humano y dios ¿cómo podía un creyente luterano conocer el contenido de su religión? ¿Cómo podían ahora los nuevos protestantes saber en qué tenían que creer, cuál era el contenido de las bienaventuranzas, de los mandamientos o de la predicación evangélica? La solución ofrecida por Lutero a este problema es extremadamente importante, no sólo para la historia de las religiones sino para la historia misma de la humanidad ya que implicó una verdadera y absoluta revolución que tendría enormes consecuencias para el desarrollo intelectual, filosófico, científico, tecnológico y cultural de Europa a todos los niveles. La única forma de lograr que cada creyente dejara de ser un indocto y no alguien fácilmente manipulable era, que cada individuo leyera por sí mismo la Biblia. Animando a ello Lutero escribió: "Los papas y los concilios han cometido errores; sólo las Escrituras son infalibles.” Por tanto, leyendo de forma autónoma en la comodidad su casa cada creyente podía comenzar a conocer por sí mismo los contenidos de la biblia. Sin embargo, lograr algo como esto era una tarea extremadamente difícil y ambiciosa. En primer lugar, porque las Biblias hasta el siglo XV, en su inmensa mayoría, estaban escritas en latín, una lengua culta que no todo el mundo manejaba, y aún más importante, una lengua que la inmensa mayoría de la gente no podía leer, aunque quisiera, porque prácticamente la totalidad de la población Europea del momento era analfabeta. Por ello, y para permitir el acceso a los cristianos de a pie a las palabras del texto sagrado del cristianismo, Lutero decidió llevar a cabo una empresa capital: traducir la Biblia del griego al alemán común. Una labor que le llevó cinco años completar y que permitió, por primera vez, a la gente corriente de habla alemana cumplir con su premisa de de ir a las fuentes, de tomar las riendas de sus propias creencias espirituales, de poder comprobar por sí mismos si las pretensiones de la iglesia concordaban o no con el texto sagrado. LA IMPRENTA DE GUTEMBERG Pero había un segundo problema, aunque Lutero hubiera traducido la biblia al alemán, su reforma no habría sido posible sin la aparición, unos 70 años antes, de una innovación tecnológica que también estaba llamada a cambiar la historia de la humanidad: la imprenta.
Hasta ese momento la compra de libros era un privilegio reservado para las clases más ricas. Antes de la invención de la imprenta, copiar un solo ejemplar de la Biblia era un proceso
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