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La filosofía de Platón

Actualizado: 12 mar 2019

Conoce en detalle los puntos fundamentales de la filosofía de Platón, una de la teorías filosóficas más influyentes de la historia del pensamiento occidental





 

PERSPECTIVAS EN LA INTERPRETACIÓN DEL PENSAMIENTO PLATÓNICO



 

El corolario o principio rector de la filosofía platónica es la soberanía de la razón. Este principio es extensivo a todas las ramas del pensamiento de Platón: ética, filosofía de la naturaleza, política y epistemología.

El abordaje de la filosofía platónica puede ser llevado a cabo por medio de tres vías distintas.




 

Si estás interesando en profundizar detenidamente en el pensamiento de Platón estamos seguros de que te encantarán estos dos excelentes cursos dedicados a estudiar en su filosofía:





 

a) Continuación de la herencia socrática: el intelectualismo moral



La primera vía de acceso puede ser aquella por la cual la filosofía de Platón sea considerada como una continuación de la herencia socrática.


Sin embargo, resulta extremadamente difícil determinar cuál era exactamente el pensamiento de Sócrates como individuo y distinguirlo del personaje que protagoniza la mayor parte de los diálogos escritos por Platón, ya que no dejó nada por escrito.


Sócrates legó una enseñanza oral que dio lugar a corrientes de pensamiento tan dispares como el platonismo, el escepticismo o el epicureísmo.


Tomando en consideración los diálogos más tempranos de Platón –denominados diálogos de juventud o aporéticos- respecto de los cuales los especialistas concuerdan en considerar que representan un reflejo de muchas de las ideas del Sócrates histórico, podemos establecer que fueron dos las ideas socráticas que marcaron el pensamiento de Platón:



 

i. La negación de la ley del Talión.


Para Sócrates no se debe devolver injusticia por injusticia sino que es preferible padecer injusticia que cometerla. Esta idea aparece claramente expuesta en dos diálogos platónicos: Apología y Critón.


ii. Intelectualismo moral: esta teoría ética sostiene que las virtudes están directamente relacionadas con el saber. Es decir, sólo la persona que sabe –en sentido estricto- qué es el bien, la justicia, la valentía o la piedad puede ser buena moralmente, justa, valiente o piadosa.


El mal, por tanto, no es sino ignorancia ya que si fuéramos realmente conscientes de qué es el bien para cada uno de nosotros jamás obraríamos en su contra.


Esta posición puede parecer extraña pero llevada al extremo viene a mostrar que el verdadero conocimiento de la esencia de las virtudes demuestra que obrar en su contra –aunque inicialmente nos pueda parecer ventajoso- es contraproducente a largo plazo ya que se volverá contra nosotros.


Todo acto injusto llevado a cabo por el triunfo de las pasiones sobre la razón, acabará trayéndonos injusticia y dolor. De este modo, el verdadero sabio entiende que hacer el bien no se justifica por una inclinación sino que es, efectivamente, el camino correcto hacia una vida buena.


El influjo de estas dos ideas socráticas sobre el pensamiento de Platón fue capital a lo largo de toda su producción filosófica. El ideal del sabio gobernante está construido netamente sobre la teoría del intelectualismo moral.

Solamente el que sabe qué es el bien y la justicia podrá ser un verdadero buen gobernante y podrá tomar las decisiones más adecuadas –basadas en principios puramente racionales- para su ciudad.


De hecho, es posible señalar, sin temor a equivocarnos, que todos los pensadores griegos fueron intelectualistas morales. Aristóteles, por ejemplo, se refirió a la persona buena desde el punto de vista ético como phronimós, es decir, sabio prudente.


El phronimós es aquel que, en cada situación y desde un punto de vista racional, es capaz de orientar adecuadamente su acción en virtud de un juicio práctico verdadero.


Los estoicos también hablaron del ideal del sabio en sentido ético o moral, siendo éste aquel que entiende que sólo la razón puede orientar la vida humana mientras que las pasiones y ambiciones llevan inevitablemente al dolor.


Incluso los cínicos, cuyo más famoso representante fue Diógenes – conocido como el Perro celeste-, llegaron a la conclusión de que el verdadero sabio era aquel que, conducido por las evidencias de la razón, decidía abandonar todo tipo de relación con la ciudad y sus convencionalismos sociales para entregarse a una vida plenamente natural y alejada de toda satisfacción de las pasiones.


La idea de que el ser humano, conociendo de forma clara la diferencia entre lo bueno y lo malo, decide hacer el mal no tiene un origen griego sino judeocristiano.


En los textos de San Agustín hallamos reiteradamente la afirmación de que “sé lo que es bueno y, sin embargo, hago lo malo” basada en la idea de que el pecado original ha dejado en el hombre una marca negativa tan profunda que nada, ni siquiera la razón, puede controlar su influjo sobre nuestras acciones.


Siglos más tarde, Martín Lutero se refirió en sus textos a la razón como “la puta razón”, mostrando de esta forma la idea de que ésta no puede ser la guía de las acciones humanas sino que, cuando el hombre se entrega a ella, niega el poder de la gracia de Dios sobre su salvación pretendiendo que sus actos de bondad puedan medirse en virtud de la racionalidad en la que se apoyan.


La historia del pensamiento occidental es la de una complejísima mezcla de influencias griegas y judeocristianas que, en determinados momentos, entraron en conflictos y tensiones insuperables.


 

b) Continuación de la herencia socrática: el cuidado de sí mismo


Una segunda vía de entrada en el pensamiento de Platón puede ser la noción socrática

del cuidado de sí mismo.


Esta idea, de origen délfico, constituyó uno de los ejes principales del pensamiento de Sócrates que estuvo íntimamente ligado a los preceptos del templo de Apolo de Delfos entre los cuales el más famoso fue el lema “conócete a ti mismo”.


Sin embargo, cabe preguntarse qué es ese “mismo”. ¿A qué se refería Sócrates cuando hablaba de “mí mismo”? Es posible entender esta afirmación como haciendo referencia a tres cosas diferentes:


- Cuerpo

- Cuerpo y alma

- Alma


Dependiendo de la concepción antropológica de cada teoría filosófica, el ser humano puede ser entendido como un compuesto puramente material, como un compuesto de cuerpo y alma considerados a la misma altura o como un ente cuya parte más elevada e importante es el alma.


Las teorías de corte materialista, como el empirismo, negaban la existencia de lo inmaterial en el mundo sosteniendo que el ser humano es una simple mezcla de materias diferentes, de ahí que la buena vida debía consistir en un cuidado del cuerpo.


Aristóteles, por su parte, pensaba que el hombre estaba formado por cuerpo y alma, sin embargo, no concedía al alma ningún tipo de carácter trascendente sino que afirmaba que, cuando el cuerpo muere, el alma que lo anima también desaparece con él.


Finalmente Platón, intensamente influenciado por la doctrina pitagórica de la transmigración de las almas, consideraba que el alma sobrevivía al cuerpo tras la muerte y que, además, era la parte más digna y elevada del ser humano porque en ella, precisamente, residía la razón.



 

c) Continuación de la filosofía presocrática


La filosofía platónica puede ser entendida también como una continuación del pensamiento presocrático siendo así su obra el último ejemplo de la corriente iniciada por los milesios.


La razón de esta orientación interpretativa radica en la comparación de la filosofía de la naturaleza de Platón con el proyecto de Aristóteles.


Mientras que Platón habla en el Timeo de una cosmogonía – es decir, relata un proceso diacrónico para explicar el origen del cosmos- Aristóteles niega todo tipo de cosmogénesis bajo la premisa de que el mundo es eterno.


Es decir, para Aristóteles el mundo no tuvo un comienzo ni tendrá un final sino que fue, es y será siempre de la misma manera en la que lo contemplamos en el momento actual. Pero si ello es así, no es necesario explicar ningún tipo de transformación inicial de unas materias en otras y, por tanto, no es necesario plantear ninguna cosmogénesis.


En el Fedón Platón presenta a Sócrates narrando su entusiasmo de juventud por la filosofía presocrática y su decepción posterior al ver que los milesios no concedían ninguna importancia a la razón en la creación del cosmos. Si bien el pensamiento de Anaxágoras parecía introducir este componente a través de la noción de noûs, inmediatamente la inteligencia era abandonada para dar paso a una explicación basada en remolinos y mezclas de elementos por medio de interacciones puramente mecánicas.


El diálogo Timeo, que recoge la concepción física de Platón, ha sido uno de los libros con mayor importancia en la historia del pensamiento occidental.


De forma ininterrumpida fue leído e interpretado en la Antigüedad, la Edad Media y la época Moderna por todos y cada uno de los grandes filósofos occidentales. Mientras que algunos textos eran olvidados o despertaban poco interés, el Timeo mantuvo intacta su vigencia a lo largo de los siglos.


En este importantísimo diálogo, Platón narra la creación del mundo en el que nosotros nos encontramos por parte del Demiurgo, una divinidad ordenadora que, tomando como base una materia desordenada preexistente y como modelo las ideas eternas moldeó el mundo a modo de copia, de la misma forma en la que un escultor da forma al bronce en virtud de la idea de estatua que tiene en su mente.

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