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Immanuel Kant la interiorización de la ley y la educación

¿De dónde procede el poder coercitivo de las leyes? ¿Por qué en ausencia de vigilancia decidimos incumplir algunas? ¿Dónde reside su validez? Estudio de la visión kantiana de la ley y su interiorización




INTERIORIZAR LA LEY


Una de las características fundamentales de la ética kantiana consiste en lo que suele denominarse “la interiorización de las obligaciones y de la coerción”. Habitualmente el cumplimiento de las leyes, -sobre todo de las que no nos gustan-, se realiza por miedo a recibir castigo, de tal forma que si no hay nadie mirando incumplimos alegremente las leyes o nos tomamos diversos grados de licencias.

Ello indica, según Kant, que la obligatoriedad de esa ley que logramos incumplir cuando nadie nos ve es externa, viene desde fuera y su castigo y recompensa también tienen el mismo origen.


No obstante, desde el punto de vista ético esto es insostenible ya que según la ética kantiana es necesario desplazar al juez último de todas nuestras acciones de fuera a dentro. Nadie, más que nosotros mismos, puede saber si hemos hecho un acto aparentemente bueno por deber o por inclinación. Así, la obligatoriedad de la ley pasa a emanar desde dentro. Es el individuo mismo el que se analiza, juzga y condena. Vulgarmente hablando, Kant insiste en el “cargo de conciencia” y los “remordimientos” que son un fenómeno éticamente muy interesante que insiste en la idea en que no basta con realizar actos externos aparentemente correctos.



 

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Esto implica una evolución respecto a la coerción exterior porque el ojo que lo ve todo, nuestra mente, está siempre encendido, siempre en activo, no podemos saltar la valla sin que él se entere y, además, el castigo es inmediato: el cargo de conciencia, el no poder dormir por la noche. El desplazamiento de la coerción externa al interior hace que la ética sea inmensamente más estricta y su control más eficaz. Si conseguimos individuos que se refrenen a sí mismos desde el interior sin necesidad de vigilancia constante, que no violen por deber, por principios internos habremos alcanzado una sociedad más segura que otra que deba estar constantemente militarizada.

Al igual que dijo Aristóteles, este camino sólo puede ser llevado a cabo mediante la educación y la racionalización de los indiviudos.




 

LA EDUCACIÓN


Vamos a leer a continuación un texto difícil que hay que enmarcarlo adecuadamente pero que nos expresa perfectamente los ideales modernos de educación.


El hombre es la única criatura que ha de ser educada. Entendiendo por educación los cuidados (sustento, manutención), la disciplina y la instrucción, juntamente con la educación1. Según esto, el hombre es niño pequeño, educando y estudiante.

Tan pronto como los animales sienten sus fuerzas, las emplean regularmente, de modo que no les sean perjudiciales. Es admirable, por ejemplo, ver las golondrinas pequeñas, que, apenas salidas del huevo y ciegas aún, saben, sin embargo, hacer que sus excrementos caigan fuera del nido. Los animales, pues, no necesitan cuidado alguno; a lo sumo, envoltura, calor y guía, o una cierta protección. Sin duda, la mayor parte necesitan que se les alimente, pero ningún otro cuidado. Se entiende por cuidado (Wartung), las precauciones de los padres para que los niños no hagan un uso perjudicial de sus fuerzas. Si un animal, por ejemplo, gritara al nacer, como hacen los niños, sería infaliblemente presa de los lobos y otros animales salvajes, atraídos por sus gritos.


La disciplina convierte la animalidad en humanidad. Un animal lo es ya todo por su instinto; una razón extraña le ha provisto de todo. Pero el hombre necesita una razón propia; no tiene ningún instinto, y ha de construirse él mismo el plan de su conducta. Pero como no está en disposición de hacérselo inmediatamente, sino que viene inculto al mundo, se lo tienen que construir los demás.

El género humano debe sacar poco o poco de sí mismo, por su propio esfuerzo, todas las disposiciones naturales de la humanidad. Una generación educa a la otra. El estado primitivo puede imaginarse en la incultura o en un grado de perfecta civilización. Aun admitiendo este último como anterior y primitivo, el hombre ha tenido que volverse salvaje y caer en la barbarie.


La disciplina impide que el hombre, llevado por sus impulsos animales, se aparte de su destino, de la humanidad. Tiene que su jetarle, por ejemplo, para que no se encamine, salvaje y aturdido, a los peligros. Así, pues, la disciplina es meramente negativa, esto es, la acción por la que se borra al hombre la animalidad; la instrucción, por el contrario, es la parte positiva de la educación.

La barbarie es la independencia respecto de las leyes. La disciplina somete al hombre a las leyes de la humanidad y comienza a hacerle sentir su coacción. Pero esto ha de realizarse temprano. Así, por ejemplo, se envían al principio los niños a la escuela, no ya con la intención de que aprendan algo, sino con la de habituarles a permanecer tranquilos y a observar puntualmente lo que se les ordena, para que más adelante no se dejen dominar por sus caprichos momentáneos.


Pero el hombre tiene por naturaleza tan grande inclinación a la libertad, que cuando se ha acostumbrado durante mucho tiempo a ella, se lo sacrifica todo. Precisamente por esto, como se ha dicho, ha de aplicarse la disciplina desde muy temprano, porque en otro caso es muy difícil cambiar después al hombre; entonces sigue todos sus caprichos. Se ve también entre los salvajes que, aunque presten servicio durante mucho tiempo a los europeos, nunca se acostumbran a su modo de vivir; lo que no significa en ellos una noble inclinación hacia la libertad, como creen Rousseau, y otros muchos, sino una cierta barbarie: es que el animal aún no ha desenvuelto en sí la humanidad. Por esto, se ha de acostumbrar al hombre desde temprano a someterse a los preceptos de la razón. Si en su juventud se le dejó a su voluntad, conservará una cierta barbarie durante toda su vida. Tampoco le sirve de nada el ser mimado en su infancia por la excesiva ternura maternal, pues más tarde no hará más que chocar con obstáculos en todas partes y sufrir continuos fracasos, tan pronto como intervenga en los asuntos del mundo.


(…)No hay nadie que haya sido descuidado en su juventud, que no comprenda, cuando viejo, en qué fue abandonado, bien sea en disciplina, bien en cultura (que así puede llamarse la instrucción). El que no es ilustrado es necio, quien no es disciplinado es salvaje. La falta de disciplina es un mal mayor que la falta de cultura; ésta puede adquirirse más tarde, mientras que la barbarie no puede corregirse nunca. Es probable que la educación vaya mejorándose constantemente, y que cada generación dé un paso hacia la perfección de la humanidad; pues tras la educación está el gran secreto de la perfección de la naturaleza humana. Desde ahora puede ocurrir esto; porque se empieza a juzgar con acierto y a ver con claridad lo que propiamente conviene a una buena educación. Encanta imaginarse que la naturaleza humana se desenvolverá cada vez mejor por la educación, y que ello se puede producir en una forma adecuada a la humanidad. Descúbrese aquí la perspectiva de una dicha futura para la especie humana.


La concepción kantiana del deber no implica que las personas realicen sus tareas de mala gana. Aunque el deber a menudo limita a las personas y las motiva a actuar en contra de sus inclinaciones, todavía proviene de la voluntad de un agente: desean mantener la ley moral. Por lo tanto, cuando un agente realiza una acción por deber es porque los incentivos racionales le importan más que sus inclinaciones opuestas. Kant deseaba ir más allá de la concepción de la ética como conjunto de deberes externamente impuestos, como una lista de normas y presentar una ética de autonomía, donde los agentes racionales reconocen libremente las exigencias que la razón les hace y actúan conforme a ella.



 

UNA MÁXIMA PARA LA ACCIÓN


Por tanto, para Kant, lo importante no es la acción en sí ni en el efecto que se quiere alcanzar sino la máximapor la que se realiza, es decir, el principio o regla por el que realizamos la acción.

Vamos a avanzar en la lectura que nos ayudará a comprender:


“La segunda proposición es ésta: una acción hecha por deber tiene su valor moral, no en el propósito que por medio de ella se quiere alcanzar, sino en la máxima por la cual ha sido resuelta; no depende, pues, de la realidad del objeto de la acción, sino meramente del principiodel querer, según el cual ha sucedido la acción, prescindiendo de todos los objetos de la facultad del desear. Por lo anteriormente dicho se ve con claridad que los propósitos que podamos tener al realizar las acciones, y los efectos de éstas, considerados como fines y motores de la voluntad, no pueden proporcionar a las acciones ningún valor absoluto y moral. ¿Dónde, pues, puede residir este valor, ya que no debe residir en la voluntad, en la relación con los efectos esperados?No puede residir sino en el principiode la voluntad, prescindiendo de los fines que puedan realizarse por medio de la acción.”


Siempre que llevamos a cabo un acto, lo hacemos regidos por un principio que ordena nuestras acciones y que tiene una estructura formal analizable. Pero los principios, las leyes que orientan las acciones pueden ser muy variados. El principio del que emana la moralidad de nuestras acciones es, para Kant, el deber.

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