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Galileo y la Iglesia: fundamentos de su condena inquisitorial

Estudio detallado de las propuestas de Galileo y de sus problemas con la Iglesia católica que desembocaron en su famosa condena



El heliocentrismo copernicano, asimilado por Galileo en sus obras y demostrado empíricamente mediante sus estudios con el telescopio resultó ser una doctrina profundamente peligrosa a ojos de los católicos ya que alteraba el modelo cosmológico vigente e implicaba una ruptura de la norma de que la interpretación de la Sagrada Escritura no es libre ni debe ser hecha por cada individuo sino que depende del magisterio eclesiástico.


La contrarreforma no podía admitir que un creyente cualquiera estableciese los principios hermenéuticos de interpretación de la Biblia o del propio universo y propusiese interpretaciones peculiares de este o aquel pasaje o región.

¡De permitirlo los católicos habrían sido, de pronto, protestantes!



 

Antes de continuar con nuestro estudio del enfrentamiento entre Galileo Galilei y la Iglesia, si estás interesado en su obra y en profundizar en los fundamentos de la Historia de la Ciencia, te recomendamos este excelente curso online en el que se dedica la tercera parte a un análisis magnífico de sus teorías.


¡Una verdadera joya que no debes perderte!


Además, a continuación podrás ver en abierto una de las sesiones del curso dedicada precisamente al núcleo de los problemas que enfrentaron a Galileo con la Iglesia. ¡Te va a encantar!



 

El instrumentalismo católico

en el tratamiento del problema


 

Las propuestas de Galileo, a pesar de que fueran peligrosas, ya habían generado una enorme preocupación y discusión, aunque todos las consideraran inicialmente falsas. Antonio Foscarini, matemático y teólogo carmelita envió al entonces cardenal Belarmino una carta titulada Carta sobre la opinión de los pitagóricos y de Copérnico en la que se concilian los lugares de la Sagrada Escritura y las proposiciones teológicas. Belarmino le contestó con uno de los textos más afamadnos y clásicos del instrumentalismo.


“(….) como usted sabe, el concilio prohíbe exponer las Escrituras en contra del consenso común de los santos Padres; y si vuestra paternidad se fija no sólo en los santos Padres, sino también en los modernos comentadoresdel Génesis, los Salmos, el Eclesiastés o Josué, descubrirá que todos coinciden en exponer ad litteramque el Sol está en el cielo y gira alrededor de la Tierra a una velocidad enorme, y que la Tierra está muy lejos del cielo y en el centro del mundo inmóvil.

Considere ahora usted, con la prudencia que le es propia, si la Iglesia puede tolerarque se dé a las Escrituras un sentido contrario a los santos Padresy a todos los expositoresgriegos y latinos. (…) Sería herético afirmar que Abrahán no tuvo dos hijos, y Jacob doce, como lo sería afirmar que Cristo no nació de una virgen porque lo uno y lo otro lo dice el Espíritu Santo, por boca de los profetas y los apóstoles (…)

En el supuesto de que hubiese verdadera demostración de que la tierra gira alrededor del Sol entonces habría que andar con mucha consideración en explicar las Escrituras que parecen contrarias,y más bien decir que no las entendemos, que decir que es falso aquello que se demuestra. Sin embargo, en cuanto al Sol y a la Tierra, no hay ningún sabio que tenga necesidad de corregir el error, porque claramente se experimentaque la Tierra está quieta y que el ojo no se engañacuando juzga que la Luna y las estrellas se mueven. (…) Me parece que vuestra paternidad y el señor Galileo obrarán prudentemente contentándose con hablar ex suposicionesy no absolutamente, como siempre he creído que hizo Copérnico.” Cardenal Belarmino, Correspondencia.




 

La incompatibilidad entre ciencia y fe


 

Galileo repudió esta recomendación abriendo la fractura de la modernidad entre ciencia y fe. La nueva teoría elaborada por Galileo reclamó, por un lado, la absoluta autonomía respecto de la fe de los conocimientos científicos que se prueban y se valoran por medio del mecanismo construido por las reglas del método experimental: sensatas experiencias y demostraciones ciertas. Por otro lado, esta autonomía de las ciencias en relación con las Sagradas Escrituras halla su justificación en un principio que Galileo declara haber oído defender al cardenal Baronio y que marcará la fractura que dio inicio a una nueva era. El principio es el siguiente.


“La intención del Espíritu Santo consiste en enseñarnos cómo se va al cielo y no cómo va el cielo”


Los autores de la Biblia y los Padres de la iglesia se abstuvieron de forma expresa de dar explicaciones acerca de la mecánica el universo porque su objetivo era moral. Pero si Dios nos ha dado sentidos, razonamiento e intelecto es por medio de ellos como podemos llegar a aquellas conclusiones naturales obtenibles a través de las sensatas experiencias y las demostraciones necesarias.

La Escritura no es un tratado de astronomía, en ella, como insiste Galileo no se nombran siquiera los planetas, excepto el Sol y la Luna y dos veces Venus al que se le llama lucero de la mañana. En resumen, no es intención de la Biblia

“enseñarnos que el cielo se mueve o está quieto, ni si tiene una figura en forma de esfera, de disco, o si se extiende en un plano, ni si la Tierra está contenida en su centro o se encuentra a un lado”

Por consiguiente, puesto que no es función de las Escrituras determinar las constituciones de los movimientos de los cielos y las estrellas Galileo llega a afirmar lo siguiente, sacando definitivamente la religión de la ciencia:


“(…) me parece que en las disputas acerca de problemas naturales no habría que comenzar por la autoridad de los pasajes de las Escrituras, sino por las experiencias sensatas y demostraciones necesarias; porque, procediendo igualmente del Verbo divino tanto la Escritura Sagrada como la Naturaleza, aquélla como dictado del Espíritu Santo y esta como fidelísima ejecutora de las órdenes de Dios;y hallándose además que en las Escrituras, para acomodarse el entendimiento del hombre en general, se dicen muchas cosas distintas, -en su aspecto y en cuanto al puro significado de las palabras- de lo verdadero absoluto; por el contrario, empero, siendo la Naturaleza inexorable e inmutable, y al no traspasar jamás los límites que las leyes le han impuesto, como por ejemplo la ley en que ella se cuida que sus íntimas razones y modos de operar estén manifiestos o no ante la capacidad de los hombres, parece que aquel efecto natural que la experiencia nos coloque delante, o nos ofrezcan las demostraciones necesarias, no deba en ningún momento verse puesto en duda, y tampoco condenado, mediante pasajes de la Escritura cuyas palabras mostrasen un aspecto distinto, puesto que no todo dicho de la Escritura está ligado a una necesidad tan severa como la de todos los efectos naturales, ni se descubre a Dios de un modo menos excelente en los efectos de la naturaleza que en las sagradas palabras de las Escrituras”. Galileo, Sidereus nuncius.


Estas mismas ideas volverán con Darwin. La Biblia es una inspiración, fue escrita por hombres que pusieron en palabras concorde a su época determinadas ideas, pero la naturaleza misma está hecha por Dios. No se puede poner por encima de la obra directa de Dios las palabras de los hombres. La autoridad de los textos se desmorona, pasando a ser cada vez más importante – incluso desde un punto de vista teológicamente justificado- el estudio de la naturaleza y la investigación científica. De nuevo, la ruptura se basa en el reclamo de la autonomía de la ciencia que debe desembarazarse de autoridades centenarias ya que en su avance sólo pretende entender la obra de Dios y no palabras humanas, sino las palabras divinas codificadas en el lenguaje matemático.



Y siendo por lo demás manifiesto que jamás pueden contradecirse dos verdades, el oficio de los sabios expositores consiste en esforzarse para hallar los sentidos verdaderos de los pasajes sagrados, que concuerden con aquellas conclusiones naturales de las que estamos seguros y ciertos con anterioridad, a través de la sensación evidente o de las demostraciones necesarias (…) ¿quién pondrá límite a los ingenios humanos? ¿Quién osará afirmar que ya se sabe todo lo que en el mundo hay de cognoscible?” Ib.



 

Dos campos, dos mundos


 

El ámbito ético y moral de la existencia queda en manos de la religión, el ámbito del saber, es el de la ciencia que cumple una tarea igualmente elevada que no debe verse frenada por las palabras de la biblia. Así la ciencia y la fe son imposibles de comparar. El discurso científico es, para Galileo, un discurso empíricamente controlable hoy, en el presente. Toda observación y todo experimento puede repetirse en cualquier época y ser experimentado por cualquier ser humano, no es necesario ser un profeta o un iluminado. Las verdades reveladas exigen la fe en unos acontecimientos privados, únicos e irrepetibles. El razonamiento religioso es un mensaje de salvación que habla del destino del alma pero es incompetente respecto a cuestiones fácticas porque no es ese su ámbito de trabajo. Mezclarlos es no entender ninguno de ellos, es ser torpe en religión y torpe en ciencia. Nos dice Galileo que


“(...) cuando surgen problemas entre ciencia y religión hay que sospechar enseguida que el científico se ha transformado en metafísico o bien que el hombre religioso se ha convertido a sí mismo y al texto sagrado en un tratado de física.”




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