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Física de Aristóteles

Actualizado: 16 mar 2021

Principios rectores de la teoría física o filosofía de la naturaleza aristotélica


La física, tal como fue comprendida por Aristóteles, es la ciencia destinada al estudio de todas las cosas móviles, es decir, de la naturaleza entendida como un proceso dinámico de transformaciones. El movimiento, por tanto, tiene una primacía radical en el pensamiento aristotélico. La existencia del movimiento –frente a lo propuesto por Parménides- resulta evidente por experiencia de modo que las discusiones acerca de si existe o no en la realidad, carecen de interés desde el punto de vista de la física.


Bajo la noción de movimiento (kinesis) Aristóteles entiende los cambios de tipo procesual a los que puede estar sometido un objeto individual que mantiene su identidad a lo largo del proceso mismo. Ni lo cambios de carácter instantáneo o no procesual, ni tampoco los procesos en los cuales el objeto viene a la existencia o deja de existir constituyen movimientos en sentido estricto.




 

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Aristóteles opera, por tanto, con una importante distinción terminológica entre movimiento (kinesis) y cambio (metabolé). Cambio es una noción más amplia que se aplica a toda forma del devenir y del movimiento. Aristóteles distingue, por tanto, cuatro formas o especies de cambio que se diferencia entre sí por estar vinculadas con cuatro categorías principales del ser:


- Cambio según la sustancia (generación y corrupción)

- Cambio según la cualidad (alteración)

- Cambio según la cantidad (crecimiento y disminución)

- Cambio según el lugar (traslación)



De estos cuatro tipos de cambios procesuales sólo los tres últimos constituyen movimientos, mientas que el cambio sustancial no es movimiento pues en dicha forma el objeto individual no mantiene su identidad a lo largo del proceso sino que viene a existir o deja de existir.


Lo más destacado de la concepción aristotélica de la dinámica de los móviles es el énfasis en el carácter procesual de los cambios por contraste con los cambios instantáneos de naturaleza no procesual como serían el congelamiento del agua o la iluminación de una superficie. Este hecho pone de manifiesto que el cambio procesual provee el ejemplo básico a partir del cual se orienta la concepción aristotélica: para Aristóteles, el mundo físico es, en su constitución fundamental, un mundo de cosas individuales persistentes en el tiempo y sujetas a diversos tipos de procesos.


Uno de los rasgos fundamentales de este mundo es, por tanto, la continuidad que constituye, según Aristóteles, una característica estructural de las cosas y los procesos básicos de la realidad física.


Un segundo aspecto importante concierne al modo en que Aristóteles concibe el movimiento, en el sentido más amplio que alude a toda forma de cambio procesual. Aristóteles parte de una distinción entre movimiento natural y movimiento forzado o violento.


El primer tipo de movimiento es el que una cosa determinada realiza por sí misma en virtud de sus propias características y de las tendencias conectadas con ella. El movimiento forzado, en cambio, responde a la acción de fuerzas exteriores que contrarrestan o sobredeterminan las tendencias naturales del objeto. Por ejemplo, el movimiento natural de una piedra es dirigirse hacia abajo, si se encuentra en lo alto, pues basta con soltarla para que caiga sin necesidad de ningún otro impulso.


En cambio, para que la misma piedra vaya hacia arriba hay que arrojarla e imprimir un cierto impulso, lo suficientemente potente como para contrarrestar su tendencia a ir hacia abajo. Hay, por tanto, un primado del movimiento natural respecto del forzado pues éste se da sobre la base de aquel: el hecho de que la piedra vaya naturalmente hacia abajo es, al mismo tiempo, la razón por la cual es necesario arrojarla hacia lo alto si se quiere que vaya en esa dirección.



Esta explicación del movimiento no vale sólo para el caso de los movimientos locativos más elementales como el de las piedras sino también para distintos procesos naturales de alteración, crecimiento, disminución, generación y corrupción. Cada una de estas formas de movimiento constituye la expresión y realización de una correspondiente potencialidad de la cosa que experimenta el proceso. Por ejemplo, el crecimiento de una planta, desde la semilla hasta el ejemplar maduro constituye un proceso de despliegue en el cual se ponen de manifiesto como tales las virtualidades contenidas en la semilla de modo latente.


La realidad de los procesos que caracterizan las cosas de la naturaleza sólo puede explicarse por referencia a los aspectos de potencialidad que entran en la constitución de dichas cosas.


Por otro lado, y como consecuencia de lo anterior, un mundo en el cual las cosas no albergan aspectos de virtualidad aún no desplegados y no realizados sería necesariamente un mundo en el que sólo podría haber cosas y estados de cosas pero no procesos.


La continuidad que caracteriza los movimientos en la teoría aristotélica está relacionada, por un lado, con la continuidad de la materia y, por el otro, con la continuidad del tiempo. Es decir, dado que la materia para Aristóteles es infinitamente divisible y, por ello, continua, el movimiento también lo es y el tiempo, que mide dicho movimiento es, a su vez continuo.

Al igual que ocurría con la lógica, la física aristotélica (contenida en los tratados Física, Metafísica, Acerca del cielo y Meteorológicos) presenta una enorme complejidad formal. Baste aquí con estas breves consideraciones sobre el movimiento y la potencialidad para adentrarnos, en la próxima sesión, en algunos detalles de la cosmología aristotélica.


 

EL TÉRMINO NATURALEZA


 

La definición aristotélica de naturaleza pone de relieve que las propiedades que caracterizan de modo intrínseco a una determinada cosa son aquellas que explican, primariamente, tanto los procesos como los estados que corresponden a una cosa naturalmente, es decir, por sí misma y no por acción de algo externo ni por referencia a otra cosa. Si una piedra ha sido desplazada de su lugar habitual en el suelo, al soltarla, volverá naturalmente hacia dicho lugar y, una vez llegada ahí, permanecerá en reposo. Lo que explica el movimiento hacia el suelo de la piedra y la posterior permanencia en el suelo es uno y el mismo principio inmanente: aquello que Aristóteles llama “naturaleza” o “esencia de la cosa”.


Si la naturaleza está estructuralmente conectada con el movimiento a modo de causa, es evidente que la física de Aristóteles es, al mismo tiempo, una teoría del movimiento. Más específicamente, se trata de una teoría del movimiento natural como forma primaria del movimiento y, con ello, presupuesto de todos los posibles movimientos forzados.



 

LOS PRINCIPIOS Y LAS CAUSAS


 

Ahora bien, si todos los objetos naturales se caracterizan por el movimiento ¿cuál es la constitución específica que debe tener una cosa para que pueda experimentar naturalmente los cambios y movimientos? Según Aristóteles todo lo que puede moverse debe ser entendido como una articulación compleja que comporta tres aspectos constitutivos:


- Sustrato (hypokeimenon)

- Forma (morphé)

- Privación (stéresis)


Con el término “sustrato” Aristóteles se refiere al factor de identidad y permanencia que va necesariamente involucrado en todo movimiento de tipo procesual, en la medida en que dicho movimiento es siempre movimiento de algo.


Forma y privación, que deben ser consideradas como una pareja de determinaciones opuestas entre sí, se corresponden con el aspecto de multiplicidad y sucesividad involucrado en el proceso. Imaginemos, por ejemplo, que un hombre inculto lleva a ser culto a través del proceso de aprendizaje.


La estructura formal del proceso ejemplificado es la siguiente: un A que es no-B, llega a ser B, donde A designa el sustrato, B la forma y no-B la privación.


Aristóteles considera que este esquema puede aplicarse a todas las formas de movimiento en el sentido amplio del término, es decir, también a los procesos de generación y corrupción correspondientes al cambio sustancial. No obstante este último tipo de movimiento implica enormes problemas pues, en la medida en que se trata de a aparición o desaparición del objeto que experimenta el cambio, no resulta tan evidente que también aquí pueda identificarse un sustrato permanente a lo largo de todo el proceso.


Probablemente a lo que aquí se refiere Aristóteles es que, dado que no se puede hablar de creación absoluta desde la nada o destrucción en la nada, en todo cambio sustancial permanece siempre la materia que va sufriendo transformaciones al conformar los cuerpos de los distintos individuos que surgen a lo largo del tiempo.



 


EL HILEMORFISMO


 

El esquema de explicación del movimiento basado en la tríada de principios sustrato, forma privación, guarda una estrecha relación con otro aspecto fundamental dentro de la física aristotélica. La idea de que todo lo que está en movimiento es un compuesto de materia (hyle) y forma (morphé). Esta posición es la que se conoce habitualmente bajo el nombre de hilemorfismo.


En una planta de trigo podemos distinguir, por un lado, el aspecto formal que hace que la planta sea un ejemplar de la correspondiente especie, con características compartidas con los otros ejemplares de la misma especie y transmisibles a través del proceso de reproducción y, por otro lado, el aspecto correspondiente a su constitución material, en virtud del cual la planta se presenta como un objeto corpóreo particular, constituido de partes materiales individualizables y dotado de un conjunto muy amplio de características no vinculadas de modo necesario con su forma específica.



 

LOS ELEMENTOS


 

En lo que respecta a la constitución elemental de la naturaleza Aristóteles no es muy original respecto a sus antecesores ya que asimila, sin modificaciones, los cuatro elementos de Empédocles – tierra, aire, agua y fuego- los cuales se combinan para producir toda la variedad de lo natural. A cada uno de estos elementos, Aristóteles les atribuye unas cualidades y unas propiedades dinámicas específicas. La tierra es seca y fría, el aire húmedo y caliente, el agua fría y húmeda y el fuego seco y caliente. A la tierra le corresponde el movimiento rectilíneo hacia abajo, al fuego hacia arriba y los otros dos elementos intermedios se sitúan de forma estratificada entre ellos.



 

COSMOLOGÍA


 

El universo aristotélico está dividido en dos zonas o regiones diferenciadas ontológicamente. Por encima de la luna se encuentra el llamado “mundo supralunar” formado por los astros y las esferas de éter, que se desplazan en círculos perfectos sin sufrir cambio o mutación alguna. Por debajo de la Luna hallamos el mundo “sublunar” o propio de los seres vivos corruptibles sometidos a una mayor variedad de movimientos como el cuantitativo, cualitativo y traslativo.

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