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La Enciclopedia de Diderot y D'Alembert

Actualizado: 30 ene 2023

Análisis detallado de una de las creaciones más emblemáticas del Siglo de las luces: la Enciclopedia francesa de 1751



Pocas producciones del periodo moderno han sido más prestigiosas y relevantes que el proyecto de la Enciclopedia. Sin embargo, pocos conocen su verdadero contenido y aún menos saben que se trata de uno de los documentos más importantes de la historia de la humanidad. Una obra que encierra gran parte del legado más precioso de la lucha por la libertad y el combate contra toda forma de intolerancia, violencia, superstición, sumisión e igonrancia. Un texto que estamos obligados a conocer.


¿Pero qué fue exactamente la enciclopedia francesa? Se trató de una colección de libros temáticos formada por un total de 28 volúmenes en su primera edición -que fueron ampliados a 35 en las ediciones subsiguientes- en cuyas páginas podemos encontrar más de 70.800 entradas o artículos explicativos y 2500 planchas de ilustraciones técnicas creadas por más de 200 colaboradores que trabajaron en ella a lo largo de dos décadas, y cuyo principal objetivo radicaba en ser una exposición razonada de todo el saber humano acumulado desde la actualidad hasta el momento presente. Una empresa colosal ante la que el término "ambición" palidece falto de fuerza.



 

Antes de continuar con nuestro estudio de la enciclopedia francesa, si estás interesado en la filosofía y en las grandes mentes que la constituyen no te puedes perder los cursos online de


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¿De dónde surgió esta idea? Podemos encontrar algún antecedente de este tipo de texto en los siglos anteriores. Si miramos más allá del umbral de la Modernidad, destaca una obra única en su género, semejante al proyecto ilustrado, que fue redactada durante la Edad Media, en torno al siglo séptimo de nuestra era por Isidoro de Sevilla, las célebres Etimologías. Esta primera porto-enciclopedia de un solo tomo, recopilaba a lo largo de veinte capítulos la esencia del saber de su tiempo. Si echamos un vistazo a su índice veremos un marcado carácter religioso en la mayor parte de los temas. Junto a partes dedicadas a la medicina, los animales, la terminología de la guerra o los utensilios domésticos encontramos capítulos enteros decdicados a los libros eclesiásticos, Dios, los ángeles y los santos, las jerarquías del cielo, o las herejías - no menos de 68. El texto, como su propio nombre indica, estaba además específicamente centrado en explicar el origen de las palabras que forman el vocabulario de cada una de estas áreas del saber. Como acabamos de señalar, se trató sin embargo de una obra excepcional que no encontró continuidad durante el resto del periodo medieval, centrada en exponer las antiguas teorías del pensamiento clásico tamizadas bajo la visión del cristianismo. Leamos por ejemplo la descripción que da Isidoro del sol, pues los desarrollos y cambios la cosmología y la astronomía pueden considerarse el punto de partida de la Edad Moderna. Así Isidoro dice:



- TEXTO “El sol se mueve por sí mismo y no da vueltas en conexión con el mundo. Si permaneciera estático en el cielo, todos los días y las noches resultarían iguales; pero como un día vemos que se oculta por un lugar y el día anterior su ocaso se produce por el otro, es prueba de que se mueve por sí mismo (…) Al parecer, trae el día; al ocultarse se produce la noche. Derivando bastante su curso hacia el sur origina el invierno, de manera que la tierra se hincha con los aguaceros y las lluvias invernales. Cuando se aproxima cerca del norte, hace regresar el verano para que los frutos alancen su punto de madurez. (…) El sol, al salir, produce el día; al ocultarse, origina la noche. Pues es de día cuando el sol está sobre las tierras, de noche cuando se encuentra bajo ellas.” Isidoro de Sevilla, Etimologías, Libro III, 50-51.


Como hemos visto en nuestras sesiones dedicadas a Ptolomeo, Copérnico, Galileo y Newton todas estas ideas habían quedado completamente obsoletas a principios del Renacimiento, al igual que la mayor parte los conocimientos médicos, botánicos o matemáticos contenidos en las Etimologías de Isidoro. La Modernidad trajo un vendaval de nuevos descubrimientos que tuvieron que ser recogidos en diccionarios completamente nuevos, movidos por la nueva visión del mundo, por diccionarios modernos.


Así, el origen de la Enciclopedia francesa estuvo en el deseo de uno de los más importantes libreros de París, el editor personal del rey sol, André Le Breton, de publicar una traducción al francés del que era, en aquellos tiempos, el diccionario de consulta más completo existente: la Cyclopaedia o Diccionario universal de las artes y las ciencias escrito por el Británico Ephraim Chambers y publicado en Londres en 1728.


Frente a las Etimologías de Isidoro, la Cyclopedia representa literalmente otro mundo, clasificada según el nuevo orden de las ciencias propuesto por el empirista Francis Bacon, cuyos importantes aportaciones también hemos estudiado, contenía los últimos avances en cosmología, matemática, mecánica, química y observación experimental que habían puesto a Gran Bretaña la vanguardia del conocimiento occidental. El frontispicio de la Cyclopedia de Chambers es toda una declaración de amor a la nueva ciencia, a las matemáticas, la medida y la observación. Podemos ver a los arquitectos e ingenieros estudiando la arquitectura clásica y desplegando sus plomadas de medida, sus aparatos de medición y nivelación. Decenas de instrumentos de medición amontonados en el primer plano: compases, relojes, brújulas, planos aquitectónicos, mapas… y a la derecha desplegada la obra de los astrónomos, con cálculos de orbitas y de eclipses dibujados en el suelo junto a los nuevos esquemas universo. No debe sorprendernos el papel central de las matemáticas y la física en este bello grabado pues la obra de Chambers fue publicada solo un año despúes de la muerte de Newton, quien se había convertido ya en vida en toda una leyenda del pensamiento racional. Muchas cosas habían ocurrido este que Isidoro hiciese el primer intento de sistematizar el saber antiguo, y entre ellas la más importante era la convicción de los modernos de que ese saber, tan apreciado por los medievales, era insuficiente, demasiadas veces erróneo, desordenado y confuso.


La Cyclopedia de Chambers fue, por tanto la primera enciclopedia moderna y ahora que lo mencionamos ¿qué significa exactamente el término enciclopedia? Esta palabra deriva del griego clásico y está formada por el término kykloi que significa círculo y paidéia que sifinifica educación, así que literalmente se puede traducir como una educación en círculo, o más bien una panorámica del saber, un giro completo alrededor de todos los sabers. Esta intención se puede comprobar en el subtítulo del texto de Chambers: “obra que contiene una explicación de los términos y una cuenta de los significados de las cosas en varias artes, tanto liberales y mecánicas y varias ciencias, lo humano y lo divino.”


DIDEROT Y D’ALEMBERT ELEGIDOS PARA TRADUCIR LA CYCLOPEDIA


Consciente de la relevancia del texto de Chambers y de su más que probable éxito comercial en Francia, Le Bretón decidió editar la traducción al francés la Cyclopedia, compró sus derechos y buscó en Paris a alguien capaz de traducirla al inglés. Y para una tarea así no encontró a nadie mejor que al apasionado y joven filósofo Denis Diderot quien, ademas de grandes dotes para las lenguas se caracterizaba además por un agudo espíritu crítico que acabaría generándole problemas con el tiempo. Sabremos más acerca de Diderot un poco más adelante, en las siguientes clases.

Le Breton invitó, además, como segundo editor y supervisor a una de las figuras más célebres de la época, el brillante matemático y filósofo Jean Le Ron d’Alembert. Sin embargo, al reunirse 1750 dos de las mejores mentes de Francia con el objetivo de ponerse manos a la obra, quedaron tan fascinados por la Cyclopedia y su potencial que llegaron rápidamente a la conclusión de que debían de abandonar la traducción para abordar una empresa aún más interesante y ambiciónese: la creación de una enciclopedia francesa completamente nueva y a partir de cero.

Sin embargo, ante el proyecto ideado por Diderot y DÀlembert, todos los intentos anteriores de compilar el saber quedarían reducidos a un mero juego de niños. La nueva obra sería monumental: frente a los dos volúmenes de Chambers, la Enciclopedia francesa acabaría teniendo, como hemos mencionado antes, 28 volúmenes, 17 de textos y 11 de planchas, y en él colaborarían más de 200 personas.

Este último punto fue verdaderamente revolucionario ya que hasta ese momento, todos los diccionarios, todos los tratados anteriors habían sido siempre redactados por un solo autor. El trabajo colaborativo, la idea del saber como el fruto colectivo de una comunidad de individuos que cooperan en busca de un mismo objetivo, nuestra idea contemporánea de ciencia, comenzó a fraguarse con el proyecto de la Enciclopedia.



FINANCIAR LA ENCICLOPEDIA


Pero… ¿como podría financiarse una obra de tal calibre? ¿Cómo se recaudaría el dinero para una tarea tan monstruosa? En 1750 después de que Le Breton acepara la propuesta, Diderot redactó su célebre Prospectus, un breve texto publicitario en el que se describían los objetos de la Enciclopedia y en ele ue al final se invitaba al lector interesado a suscribirse para poder recibir a cambio los volúmenes que irían publicándose a lo largo del tiempo. Calcular el precio inicial de esta obra y hacer una equivalencia con nuestros días es difícil, pero si tenemos ne cuenta que un obrero parisino ganaba por su jornal una libra al día, la enciclopedia completa superaba las 11.000 libras lo que equivalía al salario de 30 años de trabajo, por lo que inicialmente se trató de un objeto de lujo accesible a muy pocos, aunque pasados los años y con su gran éxito, nuevas ediciones de 1/4 de folio y 1/8 de folio, permitió que prácticamente todas las familias pudieran permitirse sus tomos.

En el primer año después de la publicación del Prospectus la Enciclopedia logró 1000 suscriptores y en todo el proceso de su creación alcanzó los 4.5000 que, para nosotros puede parecer poca cosa, pero que en su momento fue una cifra absolutamente colosal, jamás alcanzada por otro texto con anterioridad. En el siglo XVIII los libros más vendidos pocas veces superaban los 1000 ejemplares de tirada y de la enciclopedia francesa se publicaron más de 24.000 ejemplares de su primera edición, convirtiéndose al igual que la obra de David Hume en uno de los mayores éxitos editoriales del siglo de las luces.


Pero… ¿por qué alguien estaría dispuesto a pagar por adelantado esa enorme fortuna? La respuesta está en el espíritu pragmático y el objetivo de la utilidad y la mejora real de la vida terrena del hombre que marcó la Modernidad. Lejos de centrarse en su salvación espiritual de ultratumba, en la suerte que correría su alma tras la muerte, el hombre moderno se concentró en mejorar su presente material y para ello sólo existía un camino: el conocimiento.


Vamos a leer algunos fragmentos del Prospectus de Diderot para ver qué se prometía a los suscriptores en el anuncio de la nueva colección por fascículos:


- TEXTO: “La obra que anunciamos no es una obra que esté por hacer. Los manuscritos y los dibujos han sido ya terminados. Podemos asegurar que no habrá menos de ocho volúmenes y de 600 planchas y que los volúmenes se sucederán sin interrupción. (…) Tras haber informado al público sobre el estado actual de la Enciclopedia y de la diligencia que nos hemos impuesto para su publicación, es nuestro deber explicar la naturaleza de esta obra y hablar de los medios que hemos tomado para su ejecución. Procuraremos exponer estas cosas con la menor ostentación que nos sea posible.


No se puede negar que desde la renovación de las letras entre nosotros, debamos en parte a los diccionarios la ilustración general que se ha difundido en la sociedad, al igual que el germen de la ciencia que ha dispuesto imperceptiblemente los espíritus hacia conocimientos más profundos.

Cuán importante sería, pues, tener un libro de este tipo que se pudiera consultar sobre todas las materias, y que sirviera tanto para orientar a los que sintieran el coraje de trabajar por la instrucción de los demás, como para iluminar a los que se atreven a aprender por sí mismos.


Esta es una de las ventajas que nos propusimos; pero no es la única. Al reducir en forma de diccionario todo lo que concierne a las ciencias ya las artes, se trataba de mostrar la ayuda mutua que se prestan mutuamente; (…) y hacer ver por el entrelazamiento de las raíces y de las ramas, la imposibilidad de conocer bien algunas partes de este todo, sin ascender o descender a muchas otras; formar una imagen general de los esfuerzos de la mente humana en todos los géneros y en todas las épocas; presentar estos objetos con claridad; dar a cada uno de ellos el alcance adecuado. (…) Hasta ahora nadie había diseñado una obra tan grande, o al menos nadie la había ejecutado.(…)


Si bien ha habido enciclopedias antes (…) la mayoría de estas obras aparecieron antes del siglo pasado (…) Pero, ¿de qué nos servirían a nosotros estas Enciclopedias? ¿Qué progreso no se ha hecho desde entonces en las ciencias y en las artes? ¿Cuántas verdades descubiertas hoy que no se vislumbraron entonces? La verdadera filosofía estaba en la cuna; la geometría del infinito aún no era; la física experimental apenas se mostraba; no había dialéctica; las leyes de la sana crítica fueron completamente ignoradas. Descartes, Boyle, Huyghens, Newton, Leibnitz, Bernoulli, Locke, Bayle, Pascal, Corneille, (…) etc., o no existían o no habían escrito todavía. (…) no animaba a los sabios el espíritu de investigación y de emulación. Otro espíritu quizá menos fecundo, pero más raro, el de la exactitud y el método, no contaba con las diferentes partes de la literatura, y las Academias, cuyos trabajos han llevado tan lejos las ciencias y las artes, no habían sido aún creadas.(…)



“Las diferentes plumas que hemos empleado han puesto en cada artículo el sello de su particular estilo, así como el propio de la materia y del objeto de cada parte. Un procedimiento de química no requiere el mismo tono que la descripción de los baños y de los teatros antiguos, ni las manipulaciones de un cerrajero deben exponerse como las investigaciones de un teólogo sobre puntos de dogma o de disciplina. Cada cosa tiene su colorido, y sería confundir los géneros el reducirlos a una cierta uniformidad. La pureza de estilo, la claridad y la precisión son las únicas cualidades que pueden ser comunes a todos los artículos, y esperamos que se echen de ver. Permitirse otra cosa sería exponerse a la monotonía y al desagrado casi inseparables de las obras largas y que la gran variedad de materias debe eliminar de la presente. Ya hemos dicho bastante para informar al público de la naturaleza de una empresa, en la que se ha mostrado interesado (…). Vamos a pasar ahora a los principales detalles de su realización.


Toda la materia de la Enciclopedia puede reducirse a tres capítulos: las ciencias, las artes liberales y las artes mecánicas. Comenzaremos por lo que se refiere a las ciencias y las artes liberales, y terminaremos por las artes mecánicas. Mucho se ha escrito sobre las ciencias pero los tratados sobre las artes liberales se han multiplicado hasta el infinito, y la república de las letras está inundada de ellos. Pero, ¡cuán pocos exponen los verdaderos principios! ¡Cuántos son los que los ahogan con la excesiva afluencia de palabras! ¡Cuántos los que, con una autoridad impresionante, ponen un error al lado de una verdad, y así, o la desacreditan, o se desacredita ella misma a favor de esta vecindad! Hubiera sido preferible escribir menos y mejor.


(…)


Entre todos los escritores, hemos dado la preferencia a los generalmente reconocidos como los mejores. De aquí se han sacado los principios. A su exposición clara y precisa hemos añadido ejemplos o autoridades aceptadas por todos. La costumbre vulgar consiste en remitir a las fuentes, o en citar de manera vaga, muy a menudo errónea y casi siempre confusa; de suerte que, en las diferentes partes que componen un artículo, no se sabe exactamente qué autor se debe consultar sobre tal o cual punto, o si hay que consultarlos a todos, lo que hace la comprobación muy larga y penosa. Nos hemos empeñado todo lo posible en evitar este inconveniente, citando en el texto mismo de los artículos los autores en cuyo testimonio nos hemos fundado, reproduciendo su propio texto cuando era necesario; comparando siempre las opiniones; contrapesando las razones; proponiendo medios para dudar o para salir de la duda; a veces, incluso decidiendo la cuestión; destruyendo en cuanto nos ha sido posible los errores y los prejuicios, y tratando sobre todo de no multiplicarlos y de no perpetuarlos protegiendo sin examen sentimientos rechazados o proscribiendo sin razón opiniones aceptadas. No tememos extendernos demasiado cuando el interés de la verdad y la importancia de la materia lo exigen, sacrificando lo agradable cuando no ha sido posible hacerlo compatible con la instrucción.


(…)


El imperio de las ciencias y de las artes es un mundo alejado del vulgo, en el que todos los días se hacen descubrimientos, pero del que tenemos muchos relatos fabulosos. Era importante asegurar los verdaderos, prevenir sobre los falsos, fijar puntos de partida y facilitar así la exploración de lo que falta por encontrar. Se citan hechos, se comparan experiencias, se imaginan métodos para impulsar al genio a abrirse a caminos ignorados y a lanzarse a nuevos descubrimientos, considerando como primer paso aquel en que los grandes hombres han terminado su carrera. Ésta es también la finalidad que nos hemos propuesto nosotros, uniendo a los principios de las ciencias y de las artes liberales la historia de su origen y de sus sucesivos progresos. (…)


En las producciones futuras sobre las ciencias y sobre las artes liberales, será fácil deslindar lo que los autores han sacado de su propio acervo de lo que han tomado de sus predecesores: se apreciarán los trabajos, y esos hombres ávidos de fama y desprovistos de genio que publican audazmente sistemas viejos como ideas nuevas, serán pronto desenmascaradas.

Pero para llegar a estas ventajas ha sido preciso dar a cada materia una extensión conveniente, insistir sobre lo esencial, desdeñar las minucias y evitar un defecto bastante corriente: el de detenerse demasiado sobre lo que no requiere más de una palabra, demostrar lo que no se discute y comentar lo que está

claro. No hemos ni economizado ni prodigado las aclaraciones. Se verá que eran necesarias dondequiera que las hemos puesto, y que eran superfluas allí donde no se encuentran.(…)

Los artículos que se refieren a los elementos de las ciencias han sido trabajados con sumo cuidado; son, en efecto, la base y el fundamento de los demás. Por esta razón los elementos de una ciencia sólo pueden exponerlos bien los que han llegado mucho más allá, pues encierran el sistema de los principio generales que se extienden a las diferentes partes de la ciencia; y para conocer la manera más favorable de presentar estos principios, es preciso haber hecho de ellas una aplicación muy extensa y muy

variada. Estas son las precauciones que teníamos que tomar. Estas son las riquezas con las que

podíamos contar.


(…)

He aquí lo que teníamos que exponer al público sobre las ciencias y las bellas artes. La parte referente a las artes mecánicas no exigía ni menos detalles ni menos cuidados. Puede que jamás se hayan encontrado tantas dificultades juntas, y tan poca ayuda en los libros para vencerlas. Se ha escrito demasiado sobre las ciencias; no se ha escrito bastante bien sobre la mayoría de las artes liberales y no se ha escrito casi nada sobre las artes mecánicas; porque ¿qué significa lo poco que se encuentra en los autores comparado con la extensión y la fecundidad del tema? Entre los que han tratado de él, el uno no estaba lo bastante enterado de lo que tenía que decir y, más que cumplir su cometido, lo que ha hecho es demostrar la necesidad de una obra mejor. El otro no ha hecho más que tocar la materia, tratándola como gramático y hombre de letras que como artista. El tercero es en verdad más rico en saber y más trabajador, pero es al mismo tiempo tan breve, que las operaciones de los artistas y la descripción de sus máquinas, materia suficiente para dar lugar ella sola a obras considerables, ocupa solamente una parte muy pequeña de la suya.


(…) Todo nos llevaba, pues, a recurrir a los obreros. Nos hemos dirigido a los más hábiles de París y del reino. Nos hemos tomado la molestia de ir a sus talleres, de interrogarlos, de escribir a su dictado, de desarrollar sus ideas, de sacar de ellos los términos propios de sus oficios, de trazar cuadros y de definirlos, de conversar con aquellos que conservaban mejor los recuerdos, y (precaución casi indispensable) de rectificar, en largas y frecuentes conversaciones con unos, lo que otros habían explicado de manera oscura, imperfecta y a veces poco fiel.


(…)

Pero hay oficios tan particulares y maniobras tan delicadas, que a menos que trabaje uno mismo, que se mueva una máquina con las propias manos y se vea formar la obra ante los propios ojos, es difícil hablar de ella con precisión. De modo que más de una vez ha sido necesario procurarse las máquinas, construirlas, poner manos a la obra; hacerse, por decirlo así, aprendiz y realizar por sí mismo varias obras para enseñar a los demás como se hacen buenas.


De esta manera nos hemos convencido de la ignorancia en que se está sobre la mayor parte de las cosas de la vida, y de la dificultad de salir de esa ignorancia. De esta manera nos hemos puesto en condiciones de demostrar que el hombre de letras que mejor sabe su lengua no conoce ni la vigésima parte de las palabras; que, aunque cada arte tenga las suyas, esta lengua es todavía muy imperfecta; que los obreros se entienden gracias a la costumbre de conversar unos con otros, y mucho más por el rodeo de las conjeturas que por el uso de los términos precisos. En un taller, lo que habla es el momento, no el

artista.


(…)


Pero como hay poca costumbre tanto de escribir como de leer escritos sobre las artes, las cosas han resultado difíciles de explicar de una manera inteligible. De aquí nace la necesidad de las figuras. Podría demostrarse con mil ejemplos que un diccionario compuesto pura y simplemente de definiciones, por muy bien hecho que esté, no puede prescindir de las figuras sin caer en las descripciones oscuras o vagas; con cuanta más razón necesitábamos nosotros esta ayuda. Una mirada al objeto o a su representación

dice más que toda una página de explicaciones.

Enviamos los dibujantes a los talleres. Se sacaron croquis de las máquinas y de las herramientas: no se omitió nada de lo que pudiera mostrarlas distintamente a la vista. Cuando una máquina merece muchos detalles por la importancia de su uso y por el gran número de sus partes, hemos pasado de lo simple a lo compuesto. Hemos comenzado por reunir en una primera figura tantos elementos como podían percibirse sin peligro de confusión. En un segunda figura se aprecian los mismos elementos con algunos otros. De ésta manera se ha formado sucesivamente la máquina más complicada, sin que

resulte confusa para la inteligencia ni para los ojos.

(…)


A pesar de los auxilios y de los trabajos de que acabamos de dar cuenta, declaramos sin inconveniente alguno, en nombre de nuestros colegas y en el nuestro, que se nos encontrará siempre dispuestos a reconocer nuestra insuficiencia y a aprovechar las luces que se nos presten. Las recibiremos con gratitud y nos conformaremos a ellas con docilidad, pues estamos convencidos de que la última perfección de una enciclopedia es obra de siglos. Siglos han sido necesarios para empezar, siglos lo serán para terminar; pero estamos satisfechos de haber contribuido a poner los cimientos de una obra útil.”



Vuelve a aparecer al final del texto el ideal pragmático de la utilidad. El afán de mejorar la vida terrena del hombre frente al objetivo eminentemente espiritual de las obras más importantes de la Edad Media, donde todo el esfuerzo intelectual del autor estaba centrado en guiar al lector hacia la salvación del alma. Frente a estos ideales, la Enciclopedia era un proyecto útil para el hombre terreno y mortal. Diderot lo explica claramente en el artículo titulado “enciclopedia”:


TEXTO - “La meta de una enciclopedia es reunir los conocimientos esparcidos sobre la faz de la tierra, de exponer un sistema general a los hombres con los que vivimos y de transmitir a los hombres que vendrán después de nosotros este conocimiento, con el fin de que el trabajo de los siglos pasados no haya sido inútil para los siglos que vendrán. Para que nos volvamos más instruidos, volviéndonos al mismo tiempo más virtuosos y más felices, y para que no muramos sin haber bien merecido el género humano”



Es hora de que echemos un vistazo al interior de la Enciclopedia. Lo primero que nos llama la atención es el esquema de clasificación de todos los conocimientos humanos que aparece en el primer volumen y que está basado, como ya hemos mencionado, en la filosofía de Francis Bacon, autor que como bien recordáis estudiamos en detalle en nuestro curso sobre Los padres de la ciencia moderna. Podemos ver cómo los enciclopedistas dividen el saber en tres grandes ramas: la historia, la filosofía y la poseía en relación a las tres grandes facultades de la mente humana: la memoria, la razón y la imaginación.


En la historia aparecen secciones que hoy nos resultan extrañas: encontraos en la sección superior la historia sagrada o historia de los profetas, la historia eclesiástica, es decir, de la Iglesia después del tiempo de la predicación, a continuación aparece la historia civil de la antigüedad y la modernidad, es decir, la historia política del mundo antiguo y contemporáneo y a continuación encontramos la literatura. En el mismo ámbito de la historia encontramos lo que hoy llamaríamos como ciencia física, biología, botánica, astronomía y geología. Vemos en la parte superior todo lo relativo a los fenómenos uniformes y regulares de la naturaleza, es decir, aquellos hechos que responden a leyes generales como los meteoros, los minerales, los vegetales, los animales o los elementos. Debajo encontramos las desviaciones de la naturaleza, es decir, aquellos fenómenos que van encontrar de las leyes conocidas y que tendrán un papel importantísimo para la nueva ciencia ya que su estudio directo, el estudio de la sllamadas anomalías, terminará con el antiguo modo de comprender la naturaleza: encontramos los prodigios celestes, meteoros prodigiosos, prodigios sobre la tierra y el mar, minerales, vegetales y animales monstruosos: aquí ocupará un estudio muy importante la fauna y la flora del nuevo mundo y se expurgaran las quimeras y los bestiarios medievales.


En último lugar aparecen los usos de la naturaleza con las artes, los oficios y las manufacturas que en esta clasificación pertenecen al reino de la memoria ya que la habilidad en cada uno de estos campos está basada en el aprendizaje y la repetición de lo que nos han enseñado.


La filosofía ocupa el reino de la razón y la clasificación que nos van a ofrecer los enciclopedistas es extremadamente importante para comprender el estado de la situación antes de la filosofía de Hume y aquellos elementos que Hume pondrá patas arriba con su pensamiento.


La primera rama de la filosofía que vemos aparecer, la reina de la filosofía hasta entonces aparece claramente destacada en mayúsculas: metafísica general, ontología o ciencia del ser en general. Es decir, aquella rama de la filosofía que estudia los diversos estados posibles del ser, como por ejemplo todo lo relativo a la existencia o al tiempo.

Inmediatamente después de la metafísica encontramos la ciencia de Dios. Es decir, dentro del ámbito de la filosofía, es decir, del reino de la razón aparece incluida la reflexión acerca de DIos. Este punto es extremadamente importante ya que el ulterior desarrollo de la filosofía acabará concluyendo que las reflexiones acerca de dios, el alma humana, los ángeles y demás seres metafísicos no son susceptibles de un estudio racional y que, por tanto, deben ser sacados fuera de la filosofía. La modernidad, lo iremos viendo poco a poco, es el momento preciso en el que la teología dejará de estar a la misma altura, por no decir, por encima de la física, las matemáticas, la medicina o la ingeniería.


Pero como vemos, en el tiempo de los enciclopedistas este cambio todavía no había tenido lugar. Así, en las ciencia de Dios encontramos la teología natural y la teología revelada que incluye la religión y su aspecto abusivo, es decir, la superstición y en segundo lugar la ciencia de los espíritus benéficos y maléficos que incluye la adivinación y la magia Nega. ¿Cómo? La adivinación y la magina negra formaban parte de la filosofía y, con ella, del campo de lo racional? Lo que hoy nos parece un absurdo fue algo que llevó siglos a la humanidad evidenciar, y cambiar el lugar de esta parte superior de la tabla de ámbito de la razón al de la imaginación costó muchas vidas y mucha sangre.


Sigamos, a continuación nos encontramos la filosofía neumática o la ciencia del alma. Como bien recordáis en la clase anterior os había mencionado que David Hume había aspirado a la cátedra de filosofía neumática de la Universidad de Edimburgo, que no, no estaba centrada en revisar las ruedas de los coches, sino que el pneuma es el alma, en el cual, al estilo más puramente aristotélico se distingue entre el alma racional y el alma sensitiva. Es decir, el estudio de los procesos racionales de la mente y de sus sentidos.

Dentro de la filosofía centrada en el ser humano, en el ámbito de la ciencia del hombre, encontramos la lógica y la moral. Es decir, el arte de aprender a pensar y el arte de aprender a actuar con toda su complejidad política, económicas y social.


A continuación nos enontramos con la ciencias de la naturaleza o física que trata, tal como vemos en el título de la impenetrabilidad de los cuerpos, el movimiento, el vacío…etc. La ciencia de la naturaleza incluye, por supuesto, las matemáticas de los cuerpos puros: aritmética y geometría y la de los cuerpos mixtos, algo así como las matemáticas aplicadas a las cosas de la realidad física, donde encontramos la mecánica, la astronomía, la óptica, la acústica…


Finalmente nos encontraos con la física de los entes particulares que inlguye la zoología, en la que están encuadradas la anatomía, la fisiología, la medicina, la veterinaria, la caza, o la pesca. Es interesante observar aquí los intereses de la medicina: higiene, patología y terapia. A continuación se completa la lista con la astrología (que también aquí forma parte de la razón) la meteorología, la cosmología, la botánica, la mineralogía y la química que, a su vez, como podemos comprobar incluye la alquimia. No olvidéis que estamos a mediados del siglo XVIII, esto no es la edad media.


Finalmente el ambito de la imaginación incluye la poesía sacra y profana en la que están los diversos estilos literarios, incluido el teatro, la opera, las novelas, y la poesía, así como la música, la pintura, la escultura y la arquitectura.

Este es el panorama de los conocimientos en pleno siglo de las luces y sin tenerlo ante nuestros ojos es difícil hacerse una idea clara del estado de las cosas antes del pensamiento de Hume.



LA CENSURA


Sin embargo, a pesar de la incuestionable grandeza, utilidad, y necesidad de esta obra, no os lo vais a creer, la Enciclopedia francesa, al igual que ocurrió con los textos de Hume fue censurada y prohibida por la Iglesia. Sin embargo, estonio ocurrió de forma inmediata. Si vamos a la portada del primer volumen de la primera edición de la Enciclopedia podremos leer claramente que éste fue publicado con el permiso y los provilegios de la corona, que, implícitamente, llevaban asociado el permiso del clero, pues como bien sabemos, el rey de Francia Luis XV, al igual que los principales monarcas absolutistas del momento, sólo veía justificada su legitimidad al trono por la gracia de Dios, es decir, sólo podía ser rey con el apoyo y el permiso de la Iglesia. Leemos claramente “avec approbation et privilège du Roy” inmediatamente debajo del ombre de los cuatro libreros más prestigiosos de Francia que unieron sus fuerzas para cooperar en la impresión de esta ingente obra: Briasson, David, Le Breton y Durant.

Sin embargo, a pesar de este apoyo inicial total por parte de las más altas esferas del país, ya desde el primer volumen pudo llegar a las manos de los lectores, surgió una oleada de críticas que fueron iniciadas en primer lugar por los jesuitas que expresaron su oposición a que el texto pudiera continuar publicándose al juzgarlo como “subversivo” ¿O suena este adjetivo? Es exactamente el mismo que la iglesia presbiteriana escocesa había empleado para la protesta de excomunión de Hume. La subversión será el gran pecado de los filósofos modernos… lo estudiaremos con detalle más adelante.


Bien, las críticas provenientes del sector eclesiástico se multiplicaron hasta el punto de que en 1752 se hizo llegar a los editores una llamada de atención en la que se les indicaba que habían llegado demasiado lejos en la redacción de alguno de los artículos y se les amenazaba con consecuencias graves si no volvían al camino recto. Pero… como nuestros enciclopedistas no pusieron nada de su parte para volver a la corrección, en 1759 se suprimieron parte los privilegios reales de la Enciclopedia y en 1771 se prohibió su impresión, publicación y venta oficial en Francia. Sin embargo esto no terminó con el empeño de los enciclopedistas que a pesar de verse condenado a la clandestinidad, decidió seguir trabajando con una nueva imprenta fuera de las fronteras de Francia. Los siguientes volúmenes de la Enciclopedia Francesa se imprimirían, a partir de ese momento en Suiza.


Como podemos ver, por ejemplo, en la portada del tomo XVII de la Enciclopedia, ya no vemos ni rastro del permiso real ni de los impresores originales que, temerosos por las consecuencias abandonaron el proyecto. Ahora aparece el nombre de Samuel Faluche, una imprenta localizada en Neuchâtel, Suiza.


El papa Clemente XIII condenó definitivamente la enciclopedia en 1759 que fue incluida, junto a la obra de David Hume, en el Index librorum prohibitorum, es decir, en la lista de lecturas prohibidas para todo cristiano católico que, según recordamos, se mattuvo vigente hasta 1966.


¿A QUÉ SE DEBIÓ LA FURIBUNDA CENSURA DE LA IGLESIA?


Pero si el objetivo de los filósofos ilustrados que la redactaron era la difusa del saber ¿qué daño podrían hacer un puñado de láminas sobre tijeras, arados o arreos de caballos? ¿Qué peligro podría implicar para el cristianismo una colección de libros como esta?

La explicación a su furiosa reacción se encuentra en que los artículos que conforman la Enciclopedia no eran prístinamente objetivos, sino que estaban atravesados por el espíritu moderno más revolucionario, centrado en la crítica de los prejuicios, el oscurantismo y los dogmas religiosos. Como el propio Diderot señala en el Prospectos, uno de los objetivos principales buscados por la enciclopedia era, literalmente “cambiar la forma común de pensar mediante la crítica de un buen número de dogmas políticos y religiosos y emancipar a los hombres, poniendo en evidencia el abuso de poder monárquico, el fanatismo religioso y los prejuicios”. Es decir, nada más y nada menos, que acabar con el poder de aquellos que lo habían controlado todo en el Antiguo Régimen. Es decir, producir una transformación de la sociedad que terminara con el feudalismo, la sociedad estamental, los privilegios del clero y la nobleza, así como la monarquía absoluta hereditaria que trataba a sus súbditos como meros esclavos al servicio de su riqueza y placer.


Es más fácil comprender ahora las razones de la censura y, aún más importante, cómo el desarrollo de las ciencias y la tecnología en la Europa ilustrada vino acompañado, además, por una crítica filosófica del poder, el conocimiento y la moral a una escala desconocida hasta entonces, sin cuyo estudio es imposible comprender en toda su dimensión la gran transformación cultural de la Modernidad, que desembocaría en la edad contemporánea.


Pero… como sé que os quema la curiosidad, vamos a leer algunos de los artículos de la Enciclopedia y veamos juntos si merecían ser condenados y encarcelados, como pasó con Diderot, o si más bien, estamos ante algunos de los pesadores a los que hoy en día les debemos agradecer gran parte de nuestra libertad así como algunos de los valores que más enorgullecen a la cultura occidental.


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