Estudio detallado de la posición que ocupa el azar como responsable del orden de la nautraleza en la filosofía de Empédocles
En el sistema filosófico de Empédocles dos fuerzas y cuatro elementos bastaron para explicarlo la base material de la física. Sin embargo, con estos dos elementos no basta ya que un elemento impostante de la teoría no encuentra con ellos su explicación.
La tercera cuestión que quedaa sobre la mesa se preguntaba por las reglas que debían explicar la interacción de la materia (los elementos) con las fuerzas.
¿Qué tipo de orden subyace tras la complejidad de lo natural y de dónde proviene tal regularidad?
¿Por qué los elementos se unen de una forma determinada para poder generar temporalmente cuerpos y objetos mixtos?
¿Qué impulsa la organización de la materia en la armonía con la que está tejido el universo?
Antes de continuar con nuestro estudio del azar en la filosofía de Empédocles, si estás interesado en este apasionante periodo de la historia de la filosofía -la etapa presocrática- te recomendamos estos excelentes cursos online que abordan, desde un punto de vista académico riguroso a la vez que ameno, de forma completa esta fase del pensamiento griego.
¡Dos verdaderas joyas que no debes perderte!
¡Puedes verlo en Youtube! Aquí te dejamos el enlace a la lista de reproducción de todos los capítulos:
En este punto hemos de recordar que la visión filosófica de Empédocles no existía ningún tipo de fuerza o de entidad personal. No había nada parecido a un Dios trascendental o a una inteligencia supra material, una inteligencia metafísica capaz de ordenar el mundo.
Los dioses -como hemos leído hace poco en uno de los fragmentos- en tanto que formaban parte de este mismo cosmos, estaban hechos también de los mismos elementos que el resto de criaturas que lo pueblan. Y, por tanto, en la medida en que están hechos de lo mismo, sufren las consecuencias de las propiedades de los elementos sin poder dominar sobre ellos, sin poder escapar a las determinaciones derivadas de los elementos materiales.
Para que una condición no te afecte, no debes pertenecer al grupo de cosas regidas por esa condición. Así que en la medida en que tú mismo eres material, estás absolutamente sometido a las mismas reglas de juego.
Pero si los dioses no son los creadores del orden del mundo natural, de esta increíble complejidad armónica que nos rodea, tal como narraban los mitos y las epopeyas de los antiguos, nos tenemos que hacer de nuevo esta pregunta Por qué las cosas son como son?
¿Por qué las estrellas brillan en el firmamento cada noche y las aguas cubren el horizonte infinito?
¿Por qué las flores florecen siempre en primavera?
O... ¿por qué los pájaros tienen alas para surcar el cielo?
La respuesta ofrecida por Empédocles al por qué de la armoniosa configuración de la natural fue espectacular y simple. El motor último de la organización del mundo, según Empédocles, es el azar.
No hay ninguna inteligencia ni ninguna intencionalidad. No hay destino. No hay objetivo prefijado en el ser de las cosas. No hay un porqué. No hay un para qué. Pero tampoco hace falta con el ensamblaje azaroso de los cuatro elementos básicos bajo el influjo de las dos fuerzas de atracción y repulsión. Nos basta para explicar el mundo. Lo sobrenatural no es necesario en la ecuación de la física de Empédocles. Las propias cualidades naturales, perceptibles y comprensibles por la mente humana, bastan para explicar y conocer la naturaleza.
El azar, por tanto, según Empédocles, es el único arquitecto del mundo. Absolutamente espectacular, verdad? Aquí comenzamos a entender una vez más el peso de Empédocles para la futura ciencia moderna occidental y también en concreto, para la teoría física más importante que fue propuesta por el pensamiento griego, que es el atomismo, y que estudiaremos enseguida hablar de azar.
Por tanto, introducir una tesis tan moderna, tan controvertida, que a la humanidad occidental le ha costado tanto tiempo asimilar. Puede parecer extraño.
De hecho, hoy en día, como todos sabéis, algunas personas todavía les parece incomprensible e inaceptable la idea de que todo lo que existe con su armonía, con su perfección, haya surgido literalmente del azar.
Los defensores contemporáneos del creacionismo y del diseño inteligente consideran precisamente eso que es imposible explicar la complejidad de la naturaleza por el efecto simple del azar. De hecho, es cierto, cuando uno observa las maravillas naturales que nos rodean, parece casi imposible que por puras carambolas del destino, simplemente se haya alcanzado tanta perfección, tanta coordinación, tanta imbricación, tanta sutil co-dependencia entre todo lo vivo y lo inerte.
Parece más fácil aceptar que todo está sometido a este delicado equilibrio, tan intrincado y complejo, porque de algún modo está ordenado, está regido por una inteligencia suprema que lo ha colocado todo en su debido lugar.
No puede ser, a primera vista, que el puro caos haya creado todo esto. No puede ser. A no ser que recordemos que para la filosofía griega, para la mentalidad de los griegos, el universo era eterno. Y aquí está la clave de todo. La visión griega del tiempo es la que permitió una física basada en el azar.
Si nosotros disponemos dentro de nuestro planteamiento, de nuestra filosofía, de la naturaleza, de nuestra física.
Si disponemos de un tiempo infinito, todas las combinaciones posibles entre los cuatro elementos Empédocles, finalmente se podrán dar.
Es decir, en un tiempo infinito, en una naturaleza formada por un número limitado de elementos y por un número limitado de fuerzas, acabarán dándose todas las posibles relaciones de los elementos entre sí hasta conseguir en algún momento del tiempo.
Nos da exactamente igual, porque el tiempo es eterno. La configuración que en este preciso instante en el que nosotros estamos tiene el mundo, repitámoslo una vez más para que nos quede absolutamente claro.
Fijaros si nuestra receta de la naturaleza para crear un mundo físico está formada por un número muy limitado de ingredientes. En este caso, en el caso de la física de Empédocles, cuatro elementos movidos por dos fuerzas. Estos elementos se podrán relacionar, pues, unos con otros de muchísimas formas diferentes. Habrá muchísimas combinaciones diferentes y relaciones y proporciones y disposiciones espaciales.
Pero por muy muchas que sean estas formas, al ser limitados los elementos, ilimitadas las fuerzas, habrá también un número limitado de formas de combinación posible.
Así, a todo ello se une el hecho de que las dos fuerzas que hemos estudiado ya hacen que toda la naturaleza esté incansablemente en movimiento. Es decir, que no haya ningún momento en el cual los elementos estén quietos. Las dos fuerzas lo recordamos, no para nunca.
No permiten que haya quietud en la naturaleza. De esta forma los elementos están relacionándose. Están recombinante constantemente.Pues bien, fijaros si a esta receta, a esta receta de los cuatro elementos con un número muy grande
pero finito de combinaciones posibles, constantemente movimiento, constantemente agitados, constantemente impulsados a moverse y a relacionarse.
Si a esta receta, como os digo, le sumamos un tiempo infinito, no es que simplemente se pueda generar en algún momento nuestro universo con todas sus maravillas y su complejidad, sino que lógicamente y de forma absolutamente necesaria, se acabará produciendo.
Es como si tuviéramos uno de esos bombos de la lotería, verdad que está constantemente moviéndose no para nunca de moverse esta serie a las fuerzas y dentro de nuestro bombo tendríamos un número limitado de pequeñas bolas con números. Si este bombo está constantemente girando en un tiempo infinito y van saliendo diversas combinaciones, todas las posibles combinaciones de los elementos saldrán, incluida la nuestra.
Después de cientos de billones de mezclas, habrá una en la que yo esté aquí delante de vosotros, pronunciando esta frase de forma absolutamente inevitable. No es que pueda pasar, es que será inevitable. Será necesario.
Para Empédocles, por tanto, el azar y sólo el azar, por ello es el verdadero arquitecto del mundo. La lógica de Parménides y la observación de los milenios nos informan de que no es necesario en nuestra receta de la naturaleza absolutamente nada más. Los sentidos y la mente humana nos bastan para comprender esta enorme e inquietante verdad.
Comments