Platón no puso por escrito todas sus ideas filosóficas. Las más importantes, en sus propias palabras, sólo fueron reveladas a sus discípulos directos.
En las clases anteriores, se nos ha hecho evidente lo difícil que resulta afirmar que podamos alcanzar un conocimiento completo de la filosofía de Platón, especialmente si se consideran las dificultades derivadas de los escasos manuscritos antiguos que quedan de sus obras, de la interrupción y ruptura durante siglos de la cadena de transmisión, y del hecho de que las copias completas más antiguas de los diálogos datan de la Alta Edad Media.
Además, estas pocas copias -verdaderos tesoros preservados en el tiempo- no pueden tomarse como las palabras mismas de Platón, ya que, desde la propia Antigüedad, surgieron serias dudas en torno a su autenticidad y verdadera autoría. A esto se suma el obstáculo de la cronología de los diálogos, la dificultad de establecer su orden de lectura y los efectos negativos que ello acarrea en cualquier intento de reconstruir la evolución del pensamiento de este filósofo.
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Aunque estos problemas parecen ya suficientes para enfriar cualquier entusiasmo por el estudio de la filosofía platónica, lo expuesto hasta ahora es solo el principio. Todos estos inconvenientes son pequeñas piedras en el camino, consecuencias del natural paso del tiempo que, con un golpe de suerte, podrían resolverse si se encontraran en algún sitio arqueológico copias de los diálogos de la época de Platón. En parte, incluso sin que eso ocurra, podrían solventarse gracias al magnífico trabajo de generaciones de filólogos e historiadores.
Sin embargo, existe un problema mucho más grave que los anteriores, un problema irresoluble, que hace virtualmente imposible conocer el pensamiento de Platón en su totalidad. Este problema no proviene de factores externos que afectaron los textos, sino que, sorprendentemente, deriva del mismo Platón. El filósofo afirmó en varias ocasiones que en sus textos escritos había decidido deliberadamente no explicar todo su pensamiento, y que, en especial, había decidido no poner por escrito sus ideas más importantes. Esta afirmación, conocida como la teoría de las doctrinas no escritas, sostiene que Platón habría omitido el grueso de su filosofía en los diálogos, reservándolo exclusivamente para la enseñanza oral, directa, que él mismo impartía a sus discípulos y alumnos en la Academia durante su vida.
Platón habría enseñado sus ideas en dos niveles distintos. Unas enseñanzas habrían sido esotéricas, es decir, exclusivas para discípulos y alumnos de la Academia, y otras, más simplificadas y accesibles, habrían sido exotéricas, destinadas al gran público y plasmadas en los textos conocidos como diálogos.
La teoría de las doctrinas no escritas defiende que los diálogos platónicos son textos de divulgación y promoción de la Academia, bellos y sencillos, destinados a ser leídos por cualquier persona culta, pero sin formación filosófica específica. Estos textos, en lugar de reflejar las ideas más profundas de Platón, estarían destinados a animar al lector a saber más y a inscribirse en la elitista escuela que el filósofo fundó cerca del bosque sagrado junto a la tumba del héroe legendario Academo, de donde proviene el nombre de Academia. En este sentido, la parte más importante de las doctrinas platónicas se habría perdido para siempre, y lo que ha llegado hasta la actualidad sería una mera simplificación.
Existen varias pruebas que sostienen la teoría de las doctrinas no escritas. La suma de todos estos indicios lleva casi inevitablemente a considerar seriamente la posible veracidad de esta teoría. El debate se centra en determinar cuánto de la filosofía platónica se ha perdido. Algunos especialistas afirman que no ha llegado hasta nosotros nada del verdadero pensamiento de Platón, mientras que otros consideran que, aunque los diálogos tenían una intención exotérica, divulgativa, son un reflejo fiel del pensamiento platónico, aunque de forma más sencilla.
La primera razón que apoya la validez de las doctrinas no escritas se basa en los autotestimonios de Platón, especialmente en dos importantes pasajes pertenecientes a la Carta VII y al Fedro, donde el filósofo desarrolla una crítica a la escritura.
En el Fedro, uno de los diálogos de madurez de Platón, se presenta un bellísimo mito sobre el origen de la escritura que lleva al lector a Egipto. En este pasaje, Sócrates compara la escritura con la pintura, señalando que ambas presentan imágenes que parecen vivas pero que, en realidad, están muertas, porque no pueden responder a las preguntas que se les planteen. Platón sugiere que el verdadero aprendizaje solo se puede producir por medio de la oralidad, del diálogo, del contacto directo entre alumno y maestro.
La enseñanza es uno de los temas centrales en la filosofía de Platón, quien dedicó su vida a hallar el mejor método para enseñar a los jóvenes y transmitir el conocimiento. Para Platón, la enseñanza requiere no solo elevados talentos racionales, sino también artísticos y expresivos. El filósofo sabía que para enseñar, es necesario entusiasmar al alumno, conectar con él, permitirle hablar, entablar el diálogo, escuchar sus preguntas y responderlas.
Volviendo al texto del Fedro, la primera crítica de Platón a la escritura es que esta corre el riesgo de no producir verdaderos sabios, sino personas que se creen sabias porque repiten las opiniones de otros sin haber recorrido por sí mismas el proceso racional que conduce al verdadero conocimiento. Platón compara la escritura con los "jardines de Adonis", una práctica en la que las plantas crecían rápidamente, pero también morían rápidamente debido a sus raíces poco profundas. Del mismo modo, los textos escritos podrían dar la falsa impresión de sabiduría, sin que las verdades contenidas en ellos se aferren profundamente en el conocimiento del lector.
En la Carta VII, Platón refuerza su crítica a la escritura, expresando su desaprobación por poner por escrito las cosas más importantes de su filosofía. Además, señala que aquellos que han estudiado con él tampoco deberían hacerlo. A pesar de su rechazo, algunos de sus discípulos, como Aristóteles, sí mencionaron en sus escritos doctrinas que Platón no expresó en sus diálogos. La referencia más inquietante proviene de Aristóteles, quien en varios pasajes de la Metafísica hace alusión a teorías platónicas que no se encuentran por ninguna parte.
Otra prueba de la existencia de doctrinas no escritas son los llamados "lugares de omisión", momentos en algunos diálogos en los que Sócrates parece a punto de explicar algo importante, pero se detiene y dice que se hablará de ello en otra ocasión, una ocasión que nunca llega. Ejemplo de ello es un pasaje en la República donde Sócrates está a punto de explicar la naturaleza del Bien, pero se desvía hacia una metáfora del sol.
Existen razones que podrían explicar por qué Platón decidió no poner todas sus ideas por escrito, siendo la más importante de ellas el deseo de protegerse. En un tiempo en el que la política y la religión estaban unidas, desafiar el estatus quo era una actividad peligrosa, como lo demuestra la condena a muerte de Sócrates. Además, la influencia del orfismo y el pitagorismo en Platón, con su énfasis en el saber reservado para los iniciados, podría haber reforzado esta decisión.
Después de ver cómo la ciudad había condenado a Sócrates por llevar la filosofía a la calle, es probable que Platón decidiera que era más prudente dejar sus enseñanzas más polémicas solo para aquellos que verdaderamente tuvieran interés en ellas, protegiendo así sus verdaderas enseñanzas de la mirada curiosa y potencialmente peligrosa del público.
Los defensores de la teoría de las doctrinas no escritas afirman que el núcleo del pensamiento de Platón se forjó una vez que fundó la Academia y se dedicó exclusivamente a la enseñanza. Parte de sus enseñanzas no habrían podido ser recogidas en los diálogos previos a la apertura de la Academia ni en los escritos posteriores, que tendrían un carácter pedagógico y más ligero.
Otra prueba en la que se apoyan los defensores de las doctrinas no escritas es el anonimato de Platón en los diálogos. Es sorprendente que Platón nunca intervenga en sus propios diálogos para expresar sus puntos de vista. Si se estuviera ante un filósofo cuyo principal objetivo fuera dejar claro su pensamiento, lo lógico sería que en algún momento hablara en primera persona. Sin embargo, Platón se oculta detrás de los personajes, dejando que sus interlocutores expresen sus ideas de forma libre, aunque siempre queda claro que el único sabio presente es Sócrates.
Aunque la teoría de que Platón pudo haber enseñado mucho más, o incluso cosas diferentes, en sus doctrinas esotéricas es seductora, lo cierto es que lo único que queda de él son los textos de los diálogos.
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