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El Discurso fúnebre de Pericles

Análisis detallado de los fundamentos políticos del Discurso fúnebre de Pericles


Las primeras líneas del que es, sin duda, el texto más célebre jamás dedicado a las virtudes la democracia nos lleva a finales del siglo V a.C., a uno de los momentos más oscuros de la historia de Atenas, cuando todo lo logrado durante los años de la Pentecontecia se desmoronaba.




No ya los persas, sino un pueblo de su misma sangre, movido por una inextinguible rivalidad, venía a terminar con las ambiciones de la polis de Atenea. La hegemonía ática había llegado a su final y la ciudad estaba abocada a la aniquilación. Mientras el ejército de los lacedemonios avanzaba por las llanuras del Ática, en dirección a la acrópolis, Pericles, ante los cadáveres de los jóvenes fallecidos en la primera batalla de la guerra contra Esparta, pronunciaba un emocionante discurso con el fin de reconfortar a los supervivientes y recordar el valor de una ciudad por la que merecía la pena morir. Sus palabras, recogidas por Tucídides en su Historia de la Guerra del Peloponeso se han convertido, resistiendo al paso de los siglos, en el más conocido canto a la Atenas democrática.


Aunque la costumbre dictaba que los cuerpos de los caídos debían sepultarse en el mismo campo de la batalla, en este caso, se tomó la decisión de llevar a cabo una representación de los antiguos rituales de enterramiento. Durante los tres días anteriores, los jóvenes soldados fallecidos en la defensa de Atenas habían sido incinerados y sus huesos expuestos en el ágora. La tarde del discurso era aquella en la que iban a ser depositados en un sepulcro público, fuera de los muros de la ciudad, junto al camino que conducía a la Academia de Platón, en el cementerio del Cerámico. Una vez echada tierra sobre las tumbas, llegó el momento en el que el orador designado por la boulé debía ofrecer un discurso, a modo de elegía. Pericles tomó la palabra:


“La mayor parte de quienes en el pasado han hecho uso de la palabra en esta tribuna, han tenido por costumbre elogiar a aquel que introdujo el discurso en el rito tradicional, pues pensaban que su proferimiento con ocasión del entierro de los caídos en combate era algo hermoso.”


Pericles dedica sus primeras frases al deber de los gobernantes frente a sus ciudadanos, sentando las bases de los requisitos básicos del sistema democrático. En primer lugar, presenta la palabra como herramienta de poder y gobierno. Una visión excepcional en un tiempo en el que la sumisión por medio de la violencia era el verdadero lenguaje universal hablado por los reyes. Frente a la espada y el terror, Pericles liga la política al diálogo.

La presencia física del gobernante, sin mediadores o legados, para rendir cuentas ante sus ciudadanos es la primera evidencia de que en Atenas la concepción del ejercicio del poder era radicalmente diferente a la de cualquier otro pueblo de la época. En los reinos vecinos, los gobernantes -como hemos visto en los capítulos precedentes- sólo debían rendir cuentas y pedir el favor de sus dioses. Nada relacionado con el poder o la política estaba relacionado con los miles de seres humanos que los soportaban y mantenían.

Hablar de este modo, directamente al pueblo, era según Pericles algo que sus antepasados consideraban “hermoso”. Por tanto, el primer rasgo de belleza y bien entendidos como “buen hacer en la política” no era otro, para los atenienses, que el que dar la cara y hablar, explicarse ante la comunidad. Sin velos, sin teatros, sin misterios. Seres humanos hablando ante seres humanos. Iguales ante iguales.

“A mí, en cambio, me habría parecido suficiente que quienes con obras probaron su valor, también con obras recibieran su homenaje –como este que veis dispuesto para ellos en sus exequias por el Estado–, y no aventurar en un solo individuo, que tanto puede ser un buen orador como no serlo, la fe en los méritos de muchos.”


Respetando la costumbre con sus actos, Pericles critica, no obstante, el comportamiento de los antepasados pues no basta, a su entender, con proferir hermosas palabras, sino que los hechos han de ser respondidos con hechos. En este sentido, aunque la palabra se presenta como la primera pieza de la cohesión voluntaria y libre de la comunidad, el discurso que no termina materializándose en la ejecución práctica de lo declamado carece de validez e incluso resulta perjudicial. Las promesas no cumplidas no sólo deterioran la confianza de los ciudadanos, sino que socavan los cimientos de la democracia, que no es sino una red de relaciones basada en el crédito de los proyectos de los gobernantes elegidos mantenido por la confianza de sus ciudadanos.

Los discursos políticos, a entender de Pericles, sólo alivian en la medida en que se declaman como precursores de grandes actos. Las palabras premeditadamente vacías, en cambio, -como bien advertía Cambises a su hijo en la Ciropedia- son traición y engaño. Así, si bien la democracia ateniense se fundamentaba en la palabra, su supervivencia dependía de la sinceridad y puesta en práctica de la misma.

¿Cuál es, en este caso, el acto con el que Atenas honra los méritos de los caídos? El propio entierro público, sufragado por la ciudad, al cual habían acudido sus habitantes y las autoridades que les representaban. Un acto en el que la polis no se limita a dar sepultura a sus muertos, sino que se compromete con el bienestar futuro de los supervivientes, afectados por las pérdidas:


“De la educación de sus hijos, desde este momento hasta su juventud, se hará cargo la ciudad. Tal es la provechosa corona que ella impone a estas víctimas, y a los que ellas dejan, como premio de tan valerosas hazañas. Cuando los más preciados galardones que una ciudad otorga son los que recompensan la valentía, entonces también posee ella los ciudadanos más valientes”


La definición de la democracia ateniense es ampliada al caracterizarse aquí como un sistema de relación solidaria entre individuos diferentes pero intrínseca e igualmente valiosos. Es decir, se la presenta como un modelo que ha logrado obrar un nivel suficiente de armonía entre los intereses de la individualidad y las aspiraciones del grupo, de tal forma que no hay desamparo para aquellos que ya no pueden participar activamente en él. En este sentido, la sociedad ateniense del siglo V a.C. valoró de tal modo a cada uno de sus miembros que permitió a Pericles presumir de poder comprometerse con el hecho que la ciudad se haría cargo de la educación y con ello, del futuro de los supervivientes.

¿Qué importancia tenía, en cambio, para el Rey de Persia la muerte de uno de sus soldados? ¿Qué deuda o compromiso se consideraba que el reino habría contraído con su familia? ¿Qué explicación debía dar el monarca al pueblo por haberlo llevado a la guerra y a la muerte?

Las respuestas a estas cuestiones se diferencian en la medida en que diverge la consideración del valor del individuo en cada sistema. Mientras que en las civilizaciones circundantes la importancia de la persona dependía de su puesto en la sociedad, -habiendo todo tipo de suertes, desde el rango de los dioses hasta el de los esclavos-, en la Atenas de Pericles, la mera pertenencia al conjunto de la ciudadanía igualaba el valor de cada hombre, sin importar su oficio, fortuna o posición.

Si bien estas ventajas aplicaban sólo a las personas que detentaban explícitamente la condición de ciudadanos -dejando desamparados a más del 70% de los seres humanos que habitaban Atenas-, ello no elimina por completo la importancia de este consenso ya que la mera posibilidad de su logro habría de inspirar, durante los siguientes siglos, a aquellos que estuvieron llamados a perfeccionarlo y ampliarlo a todo ser humano, sin restricción. En este sentido, aunque la aportación de Atenas pueda saber a poco, el camino hacia nuestra visión contemporánea de la igualdad fue un largo y duro viaje que no habría siquiera comenzado sin este primer paso.


El fragmento muestra al Estado ateniense como responsable y garante de las necesidades de la población, es decir, como administrador de los beneficios derivados del sistema, pero no como fuente originaria de los mismos. La medida de ayuda anunciada por Pericles no es presentada como un acto de gracia o misericordia del gobernante sino como una obligación derivada de su cargo como servidor del pueblo.

Los ciudadanos de Atenas no se limitaban a soñar con la piedad de un tirano, sino que daban por garantizada la correcta respuesta del Estado ante una situación de necesidad y peligro. El fracaso del político implicaba, automáticamente, el abandono del cargo y la búsqueda de un nuevo administrador capaz de satisfacer los deseos de la comunidad. ¡Algo inconcebible para el resto de pueblos y civilizaciones del momento!


Con esta condición, se evidencia además que el sentido último de la delegación no era, para los atenienses, una entrega total del poder del pueblo tras la votación, sino una cesión condicional y temporal. Pericles no se presenta como dirigente absoluto legitimado por una divinidad sino como un ciudadano elegido comunitariamente para actuar como mensajero del sentimiento y la voluntad de toda la sociedad. Una visión para la que el calificativo de revolucionaria se queda corto.

La referencia a la educación es igualmente significativa ya que demuestra su importancia en un Estado democrático. La formación adecuada del ciudadano era lo único que podía garantizarle un futuro de prosperidad y de participación relevante en el futuro de la ciudad. Así que el premio que otorga Atenas a los hijos de los caídos no son sacrificios religiosos o compensaciones económicas. No mide en oro el valor de sus ciudadanos sino en la promesa de prosperidad y autonomía del futuro. La educación a través del aprendizaje de la lectura, la escritura, la música y las habilidades matemáticas era un regalo que Atenas concedía a sus ciudadanos que, en otras civilizaciones era, en cambio secreto y privilegio de unos pocos. Además, si los ciudadanos de un estado democrático no cuentan con un mínimo conocimiento sobre el mundo el propio funcionamiento del estado está abocado al fracaso. Un pueblo de iletrados, ineptos y estúpidos no podrá tomar en conjunto más que decisiones ineficaces y equivocadas.

El prólogo del Discurso se cierra con una flecha lanzada hacia el futuro, un desafío para las generaciones que vendrían a suceder ese momento:


“Es difícil, en efecto, hablar adecuadamente sobre un asunto respecto del cual no es segura la apreciación de la verdad, ya que quien escucha, si está bien informado acerca del homenajeado y favorablemente dispuesto hacia él, es muy posible que encuentre que lo que se dice está por debajo de lo que él desea y de lo que él conoce; y si, por el contrario, está mal informado, lo más probable es que, por envidia, cuando oiga hablar de algo que esté por encima de sus propias posibilidades, piense que se está cayendo en una exageración. Porque los elogios que se formulan a los demás se toleran sólo en tanto quien los oye se considera a sí mismo capaz también, en alguna medida, de realizar los actos elogiados; cuando, en cambio, los que escuchan comienzan a sentir envidia de las excelencias de que está siendo alabado, al punto prende en ellos también la incredulidad. Pero, puesto que a los antiguos les pareció que sí estaba bien, debo ahora yo, siguiendo la costumbre establecida, intentar ganarme la voluntad y la aprobación de cada uno de vosotros tanto como me sea posible.”


El Olímpico nos habla a nosotros, nos mira directamente. Entrando en su juego, la tarea del lector será la de procurar realizar un examen introspectivo de su propia reacción ante la lectura del Discurso. Si ésta es de incredulidad o envidia, tales sentimientos serán prueba de la incapacidad de nuestra sociedad de llegar a tal elevación política.



Antepasados y tradición


“Comenzaré, ante todo, por nuestros antepasados, pues es justo y, al mismo tiempo, apropiado a una ocasión como la presente, que se les rinda este homenaje de recordación. Habitando siempre ellos mismos esta tierra a través de sucesivas generaciones, es mérito suyo el habérnosla legado libre hasta nuestros días. Y si ellos son dignos de alabanza, más aún lo son nuestros padres, quienes, además de lo que recibieron como herencia, ganaron para sí, no sin fatigas, todo el imperio que tenemos, y nos lo entregaron a los hombres de hoy.”


El Discurso arranca con el primer pilar sobre el que Pericles va a intentar fundamentar la unión del pueblo: el recurso a los antepasados. Éstos son tomados como punto de conexión entre todos los presentes y como justificación de la idea de comunidad, unida a través de lazos biográficos e históricos. En palabras contemporáneas, de lo que habla Pericles aquí es de la importancia de mantener la memoria histórica como arché unificador. Un pueblo amnésico, desconocedor de las múltiples y finas ramificaciones de su historia, no es capaz de percibir los lazos que le unen al resto de su sociedad.

En un pueblo sin memoria, cada individuo experimenta su vida como un comienzo ex novo y no como la continuidad de las posibilidades que nos han sido legadas. La ignorancia fortifica las fronteras de la diferencia, las hace parecer impermeables y atrinchera a las personas en clanes, dividiendo el mundo entre “ellos” y “nosotros”. El conocimiento de nuestro pasado común es -como estamos intentando mostrar a lo largo de las páginas de este libro- lo único que nos puede hacer sentir un poco griegos y un poco persas, más complejos y diversos de lo que jamás habíamos soñado. Este saber que nos remonta en el tiempo es el único que nos permite elevarnos por encima de la inmediatez de nuestra circunstancia para sentirnos, por un instante, miembros de la humanidad.


Expansión militar


Los más antiguos de los antepasados de los atenienses habrían luchado para legar libre su tierra, es decir, entregaron sus vidas para impedir el dominio exterior. La gloria de los ancestros fue, según Pericles, la de resistir y defender. Sin embargo, la generación inmediatamente anterior a la que protagoniza el Discurso no se limitó a conservar las fronteras, sino que engrandeció esa labor comenzando una campaña de expansión territorial. En este punto, la gloriosa democracia ateniense comienza a mostrarnos otra cara. Un sistema de gobierno en el que las necesidades de una gran comunidad de ciudadanos debían ser obligatoriamente atendidas conllevaba un coste económico que superaba con creces las capacidades de la Atenas arcaica. Así, el segundo pilar en el que se apoyó el gobierno libre de los atenienses fue: la expansión militar y el dominio colonial.

Partiendo del argumento de que el sistema político, económico, social y cultural ateniense era el mejor -y, en este sentido, virtualmente deseable para todas las demás polis- y teniendo en cuenta los ingentes recursos necesarios para mantener el privilegiado modo de vida ateniense, Pericles justifica la salida militar hacia el exterior. En este punto nos encontramos con una cruel paradoja que la historia occidental habría de volver experimentaren repetidas ocasiones: guerra a cambio de mayor bienestar.

La salida de Europa de la miseria medieval hacia la prosperidad, el desarrollo de las ciencias, la industria y los primeros modelos de gobierno de tipo participativo estuvieron acompañados por el oscuro inicio de la colonización. Exactamente igual que había ocurrido en Atenas o en Esparta, la defensa de los intereses propios y las demandas de mejora de la vida de los ciudadanos libres de Europa empujó a la esclavitud a centenares de miles de otros seres humanos y condujo al expolio de sus tierras y recursos.

Cabe tener en cuenta, por tanto, que el Discurso fúnebre no narra el lamento de una ciudad atacada por un invasor extranjero sino las consecuencias de su agresiva expansión. Sean estas consideraciones motivo de reflexión sobre las relaciones entre libertad y dominación, así como sobre el coste de un sistema democrático.


“En cuanto a lo que a ese imperio le faltaba, hemos sido nosotros mismos, los que estamos aquí presentes, en particular los que nos encontramos aún en la plenitud de la edad, quienes lo hemos incrementado, al paso que también le hemos dado completa autarquía a la ciudad, tanto para la guerra como para la paz. Pasaré por alto las hazañas bélicas de nuestros antepasados, gracias a las cuales las diversas partes de nuestro imperio fueron conquistadas, como asimismo las ocasiones en que nosotros mismos o nuestros padres repelimos ardorosamente las incursiones hostiles de extranjeros o de griegos, ya que no quiero extenderme tediosamente entre conocedores de tales asuntos.”


Finalmente, Pericles hace referencia al presente, a las obras de aquellos que, en esos mismos momentos, estaban participando en el acto fúnebre. Los méritos de esta generación la hacían ser la más gloriosa de todas a ojos de Pericles pues, habiendo conservado el legado de los antepasados, había conseguido engrandecerlo ampliado los límites del imperio para volverlo aún más poderoso.

Por tanto, si bien encontramos en las palabras del arconte respeto hacia los antepasados, éstas no expresan nostalgia por el pasado ni sugieren que los tiempos anteriores fueran mejores. Los atenienses no tornan su mirada hacia el pasado en busca de una gloria perdida, sino que señalan y reconocen su tiempo como el más brillante y prometedor de la historia. En este sentido, se sienten responsables de su situación y apremiados a ser los constructores del futuro. El derrotismo por la pérdida de un supuesto pasado ideal o las tentaciones de recrearlo no están en la mirada de los ciudadanos de Atenas del siglo V a.C. , sino el mayor deseo de ser los creadores de algo nuevo y mejor. La democracia, por tanto, es un sistema que -teniendo presente su pasado- mira obstinadamente hacia el futuro.


La ley y la costumbre


“Antes, empero, de abocarme al elogio de estos muertos, quiero señalar en virtud en qué normas hemos llegado a la situación actual, y con qué sistema político y gracias a qué costumbres hemos alcanzado nuestra grandeza. No considero inadecuado referirme a asuntos tales en una ocasión como la actual, y creo que será provechoso que toda esta multitud de ciudadanos y extranjeros lo pueda escuchar.”


En este fragmento hallamos el tercer pilar de la democracia ateniense: la regulación formal de la vida comunitaria mediante el desarrollo de una normatividad emergida de dos fuentes distintas. En primer lugar, Pericles se refiere al hecho de que Atenas estaba dotada de un sólido sistema legislativo. Sus leyes, conocidas públicamente, tenían el fin de articular la convivencia, nivelando desigualdades y equilibrando fuerzas, actuando como el límite que la comunidad, voluntaria y consensuadamente, se había autoimpuesto frente a los deseos, impulsos e intereses de los individuos particulares. De ellas se derivaban, a su vez, derechos que pasaron a ser protegidos mediante un sistema judicial encargado de su aplicación e interpretación, separado del poder ejecutivo.

Sin embargo, Atenas no era sólo sus leyes. Como añade Pericles, su grandeza emergía también de las costumbres de sus ciudadanos. El llamado ethos griego, en el sentido del “carácter” o “personalidad”, viene a referirse a las normas transmitidas a través de las generaciones, previas a la propia instauración de las leyes. La excelencia que hace posible Atenas procede, según Pericles, de lo más íntimo de cada individuo, de sus hábitos y gustos, cultivados por la vida en comunidad. Las leyes no tendrían sentido si los individuos no estuvieran dotados de una carácter capaz de transformar la aplicación de la normatividad judicial en algo amable y voluntario.


“Tenemos por norma respetar la libertad, tanto en los asuntos públicos como en las rivalidades diarias de unos con otros, sin enojarnos con nuestro vecino cuando él actúa espontáneamente, ni exteriorizar nuestra molestia, pues ésta, aunque innocua, es ingrata de presenciar. Si bien en los asuntos privados somos indulgentes, en los públicos, en cambio, ante todo por un respetuoso temor, jamás obramos ilegalmente, sino que obedecemos a quienes les toca el turno de mandar, y acatamos las leyes, en particular las dictadas en favor de los que son víctimas de una injusticia, y las que, aunque no estén escritas, todos consideran vergonzoso infringir.”


Pericles reitera la importancia de la virtud del pueblo ateniense que, no sólo cumple con aquello que el Estado exige de forma activa, sino que actúa en toda circunstancia con vistas a mantener el bienestar de la comunidad.


“También por nuestra liberalidad somos muy distintos de la mayoría de los hombres, ya que no es recibiendo beneficios, sino prestándolos, que nos granjeamos amigos. El que hace un beneficio establece lazos de amistad más sólidos, puesto que con sus servicios al beneficiado alimenta la deuda de gratitud de éste. El que debe favores, en cambio, es más desafecto, pues sabe que al retribuir la generosidad de que ha sido objeto, no se hará merecedor de la gratitud, sino que tan sólo estará pagando una deuda. Somos los únicos que, movidos, no por un cálculo de conveniencia, sino por nuestra fe en la libertad, no vacilamos en prestar nuestra ayuda a cualquiera.”


En este fragmento hace aparición el ideal griego de la philía o amistad como el tono característico de las relaciones sociales atenienses. En este sentido, según Pericles los ciudadanos procuran su bienestar propio esforzándose, al mismo tiempo, por lograr el bien común. El equilibro alcanzado por el gobierno democrático se sostiene sobre la certeza de que el bien para la mayoría significa, inmediatamente, el bien de los individuos particulares y que tales relaciones sólo pueden sustentarse sobre el ideal de la fraternidad.

La consideración de la amistad como valor supremo de la acción social constituyó el punto central de las éticas clásicas, entre las que destaca su papel en la Ética a Nicómaco de Aristóteles. La amistad es considerada por el Estagirita como uno de los más elevados sentimientos que un ser humano puede llegar a sentir, una relación entre iguales basada en el respeto, el buen humor y la benevolencia.

En este sentido, las acciones privadas -que no están contempladas por la regulación de las leyes- también deben perseguir la armonía, aunque nadie las vigile ni castigue. La paz social no se realiza exclusivamente por medio de la coerción, la pena y el castigo, sino que los ciudadanos deben estar dotados de suficiente virtud ética como para obrar correctamente de cara a la comunidad en ambientes no reglados y ello sólo puede ser posible, en opinión de Pericles, si entre ellos prima la amistad.

La generalización de este comportamiento -del respeto a la ley incluso allí donde es imposible el castigo- es muestra del grado de identificación y compromiso de los ciudadanos con su polis, así como de su confianza en la equidad del sistema que los gobierna. La cotidianidad del fraude, en cambio, es síntoma del desapego y desinterés ciudadano por su sistema de gobierno.


“Disfrutamos de un régimen político que no imita las leyes de los vecinos; más que imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servimos de modelo para algunos. En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce en favor de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia; respecto a las leyes, todos gozan de iguales derechos en la defensa de sus intereses particulares.”


Continuando con su reflexión sobre la naturaleza de las normas políticas de la ciudad, Pericles destaca la originalidad del contenido legislativo que gobierna Atenas. Su carácter innovador es prueba de la inteligencia de sus legisladores, es decir, de su capacidad racional. En este sentido, la razón aplicada a la política es revelada en este punto como el cuarto pilar que explica la gloria de Atenas. La sabiduría, la inteligencia y, como consecuencia, la preocupación por educar a los jóvenes para alcanzarlas fueron elementos capitales de la visión política ateniense. De ahí que lo primero que Pericles promete a los supervivientes de la guerra, es la educación de sus hijos a cargo del Estado.


“(…) en lo relativo a los honores, cualquiera que se distinga en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se lo elige más por sus méritos que por su categoría social; y tampoco al que es pobre, por su parte, su oscura posición le impide prestar sus servicios a la patria, si es que tiene la posibilidad de hacerlo.”


Respecto a la elección de los cargos hemos de subrayar la noción de meritocracia que subyace a la organización política ateniense. Como revela el fragmento, en tiempos de Pericles, no era estrictamente la fortuna ni el origen social del aquello que determina la participación en el gobierno sino las capacidades personales del individuo: “cualquiera que se distinga en algún aspecto”.

En este sentido, los candidatos al gobierno debían haber demostrado previamente su excelencia en cualquiera de las múltiples actividades que eran llevadas a cabo en la ciudad. Quien cumplía virtuosamente con su labor cotidiana era considerado también apto para el gobierno. No había, en este sentido, políticos profesionales, es decir, personas que se dedicara exclusivamente al gobierno sino para ser temporalmente político el individuo debía ocupar un papel activo y valioso para la sociedad en cualquier otro ámbito. La experiencia vital y el trato con los problemas cotidianos era consideradas como exigencias básicas para la elección de los cargos.


Bienestar material, diversión y cultura


“Por otra parte, como descanso de nuestros trabajos, le hemos procurado a nuestro espíritu una serie de recreaciones. No sólo tenemos, en efecto, certámenes públicos y celebraciones religiosas repartidos a lo largo de todo el año, sino que también gozamos individualmente de un digno y satisfactorio bienestar material, cuyo continuo disfrute ahuyenta a la melancolía.”


Pericles afirma aquí que una sociedad verdaderamente elevada es aquella que permite y anima a sus ciudadanos gozar de los placeres de la vida. En este sentido, Atenas no sólo es marco para la guerra y el trabajo, sino que el esfuerzo de sus ciudadanos debe ser recompensado con fiestas, espectáculos y certámenes. En este punto, la cultura aparece como el quinto pilar de la democracia ateniense.

El arte, el teatro y todas las demás expresiones culturales tienen una dimensión fundamental para la política, que asimilaba la obligación de no limitarse a garantizar las necesidades materiales básicas, sino que debía esforzarse en procurar el cultivo intelectual y el disfrute de sus ciudadanos. La cultura y el ocio festivo no eran un añadidos opcionales, sino que formaban parte de la idea básica de buen gobierno ateniense.

Al mismo tiempo, se subraya la necesidad de un cierto grado de seguridad y confort material para que la sociedad pueda funcionar adecuadamente. Todos los ciudadanos de Atenas, señala Pericles, se esfuerzan por salir de la miseria y la escasez. La razón de este empeño es clara: el espíritu doblegado por la necesidad extrema no puede elevarse hacia metas más elevadas. Es decir, si los ciudadanos no pueden disfrutar de un grado suficiente de bienestar material no será posible crear una sociedad cohesionada ni estable. Diferencias demasiado agudas entre las clases sociales impiden la paz y tensionan la comunidad hasta desmembrarla.


“Y gracias al elevado número de sus habitantes, nuestra ciudad importa desde todo el mundo toda clase de bienes, de manera que los que ella produce para nuestro provecho no son, en rigor, más nuestros que los foráneos.”


La pericia de los atenienses se refleja también en su capacidad para el comercio. Su habilidad para conseguir riqueza para la comunidad se refleja en la disposición de bienes provenientes de todos los lugares de la tierra. El centro del comercio y del poder marítimo de Atenas, el puerto del Pireo, complementado por los puertos de guerra de Zea y de Muniquia, se convirtió en el almacén de los trigos de Tracia y de Egipto, de la pesca del mar Negro, de los metales del norte, de los tapices telas de oriente, de los cedros, de la púrpura y de la cristalería de Fenicia, del lino de Egipto, y de los vinos y frutos de las islas. Esta apertura económica, atrajo población de todos los lugares del mundo conocido, que llegaron a Atenas acompañados de sus lenguas, ideas y costumbres diversas, convirtiendo la polis en la urbe más diversa y cosmopolita de la época.


“(…) mantenemos siempre abiertas las puertas de nuestra ciudad y jamás recurrimos a la expulsión de los extranjeros para impedir que se conozca o se presencie algo que, por no hallarse oculto, bien podría a un enemigo resultarle de provecho observarlo Y es que, más que en los armamentos y estratagemas, confiamos en la fortaleza de alma con que naturalmente acometemos nuestras empresas.”


“La riqueza representa para nosotros la oportunidad de realizar algo, y no un motivo para hablar con soberbia; y en cuanto a la pobreza, para nadie constituye una vergüenza el reconocerla, sino el no esforzarse por evitarla.”


Otra de las grandes virtudes de la democracia Atenas es, por tanto, el esfuerzo por parte de los políticos de procurar a los ciudadanos la posibilidad de salir de la pobreza y alcanzar los niveles materiales suficientes para poder disfrutar la vida con plenitud.


Potencial bélico e intelectual


En el siglo V a.C. tras el final de las Guerras médicas, Atenas no sólo se transformó en la reina del comercio Mediterráneo sino, tal como señala Pericles, en la principal potencia desde el punto de vista bélico.


“Prueba de esto es que los espartanos no realizan sin la compañía de otros sus expediciones militares contra nuestro territorio, sino junto a todos sus aliados; nosotros, en cambio, aun invadiendo solos tierra enemiga y combatiendo en suelo extraño contra quienes defienden lo suyo, la mayor parte de las veces nos llevamos la victoria sin dificultad. Además, ninguno de nuestros enemigos se ha topado jamás en el campo de batalla con todas nuestras fuerzas reunidas, pues simultáneamente debemos atender la mantención de nuestra flota y, en tierra, el envío de nuestra gente a diversos lugares.”


Sin embargo, es el potencial intelectual de sus artistas, ingenieros, matemáticos y dramaturgos lo que constituye la verdadera esencia distintiva de la polis de Atenea:


“En efecto, amamos el arte y la belleza sin desmedirnos, y cultivamos el saber sin ablandarnos.”


Pericles presume abiertamente del amor que sienten sus ciudadanos por el arte y el cultivo de la sabiduría, señalando que tales gustos no conducen a una merma en la fortaleza del pueblo, sino todo lo contrario.


La vida política activa


“Los individuos pueden ellos mismos ocuparse simultáneamente de sus asuntos privados y de los públicos; no por el hecho de que cada uno esté entregado a lo suyo, su conocimiento de las materias políticas es insuficiente. Somos los únicos que tenemos más por inútil que por tranquila a la persona que no participa en las tareas de la comunidad”.


En este punto se destaca la importancia del papel activo de todos los individuos en los asuntos de Estado. Es decir, si bien cada individuo se dedica a su propio oficio y sus tareas específicas, ello no impide su participación en los asuntos de gobierno. Todos y cada uno de los ciudadanos son, por tanto, políticos. Deciden, y con sus votos y acciones, gobiernan a la comunidad, hasta el punto que todo aquel que opta por la pasividad al respecto se le considera inútil por no esforzarse en el logro del bien común, por muy exitoso que sea en sus empresas personales.


“Somos nosotros mismos los que deliberamos y decidimos conforme a derecho sobre la cosa pública, pues no creemos que lo que perjudica a la acción sea el debate, sino precisamente el no dejarse instruir por la discusión antes de llevar a cabo lo que hay que hacer. Y esto porque también nos diferenciamos de los demás en que podemos ser muy osados y, al mismo tiempo, examinar cuidadosamente las acciones que estamos por emprender; en este aspecto, en cambio, para los otros la audacia es producto de su ignorancia, y la reflexión los vuelve temerosos. Con justicia pueden ser reputados como los de mayor fortaleza espiritual aquellos que, conociendo tanto los padecimientos como los placeres, no por ello retroceden ante los peligros.”


¿Cómo se lleva a cabo este autogobierno? Mediante el diálogo y el debate, es decir, mediante la reflexión entendida como acto público de razonamiento comunitario destinado a la búsqueda de la solución de los problemas. Antes de tomar decisiones respecto a la comunidad, la discusión es capital.

Sin embargo, esta cautela reflexiva que se impone ante los actos impulsivos no implica temor o debilidad de espíritu, según Pericles, sino más bien al contrario: aquellos que conocen y comprenden las consecuencias de la toma de decisiones -los padecimientos y placeres- son los que muestran verdadero valor al no retroceder ante los peligros.


“Para abreviar, diré que nuestra ciudad, tomada en su conjunto, es norma para toda Grecia, y que, individualmente, un mismo hombre de los nuestros se basta para enfrentar las más diversas situaciones, y lo hace con gracia y con la mayor destreza. Y que estas palabras no son un ocasional alarde retórico, sino la verdad de los hechos, lo demuestra el poderío mismo que nuestra ciudad ha alcanzado gracias a estas cualidades. Ella, en efecto, es la única de las actuales que, puesta a prueba, supera su propia reputación; es la única cuya victoria, el agresor vencido, dada la superioridad de los causantes de su desgracia, acepta con resignación; es la única, en fin, que no les da motivo a sus súbditos para alegar que están inmerecidamente bajo su yugo.”


La razón última por que los ciudadanos entregan su vida en defensa de Atenas es su convicción de que la ciudad que entre todos han construido es, en sí misma, condición de posibilidad para la felicidad de todos los ciudadanos que la habitan. Sin Atenas no hay futuro deseable.


“La razón por la que me he referido con tanto detalle a asuntos concernientes a la ciudad, no ha sido otra que para haceros ver que no estamos luchando por algo equivalente a aquello por lo que luchan quienes en modo alguno gozan de bienes semejantes a los nuestros y, asimismo, para darle un claro fundamento al elogio de los muertos en cuyo honor hablo en esta ocasión.”


Encontramos de nuevo aquí una crítica a la pasividad, la conformidad y la tolerancia de la injusticia. Hay, sin temor a equivocarnos, una incitación a la violencia bajo la justificación de defender los beneficios que dependen directamente de la supervivencia de la polis. En este sentido, Pericles, a pesar de haber alabado la capacidad racional y la eficacia del discurso ateniense, no recomienda que se intente negociar en estos términos con el enemigo, sino marchar a la guerra.


“La tumba de los grandes hombres es la tierra entera: de ellos nos habla no sólo una inscripción sobre sus lápidas sepulcrales; también en suelo extranjero pervive su recuerdo, grabado no en un monumento, sino, sin palabras, en el espíritu de cada hombre. Imitad a éstos ahora vosotros, cifrando la felicidad en la libertad, y la libertad en la valentía, sin inquietaros por los peligros de la guerra.”


La ciudad, en definitiva, merece el sacrificio de los jóvenes que esperaban sepultura, porque su abandono implicaría la supervivencia del hombre, pero la muerte del ciudadano. Es decir, la caída de Atenas significaría la aniquilación del único espacio en el que era posible el desarrollo de una vida digna sustentada en la igualdad ante ley, la educación, el bienestar material, el descanso, la cultura y la libertad.


“Quienes con más razón pueden ofrendar su vida no son aquellos infortunados que ya nada bueno esperan, sino, por el contrario, quienes corren el riesgo de sufrir un revés de fortuna en lo que les queda por vivir, y para los que, en caso de experimentar una derrota, el cambio sería particularmente grande. Para un hombre que se precia a sí mismo, en efecto, padecer cobardemente la dominación es más penoso que, casi sin darse cuenta, morir animosamente y compartiendo una esperanza.”


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