top of page
Youtube Aletheiablanco.png
Aletheia.jpg
Captura de Pantalla 2022-10-31 a las 18.25.53.png

El Discurso fúnebre de Pericles

Análisis detallado del Discurso fúnebre de Pericles, recogido por Tucídides, y comparativa con los fundamentos de la política contemporánea




 

Poder, palabra y acción:

Una lectura contemporánea del Discurso fúnebre de Pericles

Dra. Ana María C. Minecan


 

La melancolía que en nuestros días proyectamos sobre el pasado se relaciona indefectiblemente con el deseo de recuperar la solidez de unas ideas que, con el lento decurso del tiempo, parecen haber mostrado una brillante capacidad para elevar al ser humano desde la barbarie hacia el logro de un espacio de libertad en el que puedan desarrollarse los proyectos vitales en una armonía acorde a los deseos y a la razón.


Sin embargo, esta idealización de los tiempos pretéritos en ocasiones no deja de ser un simple reflejo de nuestras propias preocupaciones, las cuales deforman y esconden los aspectos oscuros de nuestros ídolos para encumbrar los ejemplos de virtud que siguen inspirando la búsqueda filosófica en la época contemporánea.



 

Antes de continuar con nuestro estudio del Discurso fúnebre de Pericles, si estás interesado por la cultura clásica, la filosofía y el arte griegos, te recomendamos los excelentes cursos online ofrecidos por el





El retorno a los clásicos sigue siendo un camino tentador y una fuente de gran inspiración para la comprensión de los fenómenos sociales y políticos. Sin embargo, es imposible adentrarse en ellos sin reconocer que sus palabras responden a una situación completamente alejada del momento actual.

Es precisamente el Discurso fúnebre de Pericles–conservado en el segundo libro de las Historiasde Tucídides[1]– un ejemplo magistral de esta dualidad seductora y amenazante. La fuerza de sus afirmaciones, la poderosa descripción de la tradición, la claridad de los motivos que se alegan como impulso para la consecución del futuro, esconden, al mismo tiempo, la esencia de un pueblo profundamente marcado por los ideales de la violencia y la agresividad.

El motivo de la elección de este texto como punto de reflexión no es otro que el de explorar la posibilidad de que tales rasgos puedan servir, para los hombres que hoy en día bregan con dificultades y empeños semejantes, a modo señales de advertencia o muestras aleccionadoras de los diversos caminos que se nos presentan abiertos para el desarrollo de la política.

La invitación para recuperar la lectura de una de las obras cumbre de la humanidad viene impulsada por el deseo de mostrar el marcado contraste entre el modo de vivir la acción política de los griegos atenienses del siglo V a.C. y nuestro propio sentir contemporáneo ante esta situación.


¿Habrá en esta mirada lanzada hacia un lugar del cual nos separan más de dos milenios alguna respuesta a las tribulaciones del presente?


La apatía, el descontento, incluso la rabia que experimentamos ante la forma en la que se ejerce el poder en la actualidad no sólo genera entre nosotros un sentimiento de frustración, sino también un desengaño, una desilusión frente al sentido mismo de la política. Casi podríamos decir que hemos perdido, o quizá nos han arrebatado, la conciencia de estar inmersos en una época en la que el sistema que guía y conduce nuestras vidas como individuos sociales es una democracia.


Más bien, los ciudadanos expresan de modo reiterado sentirse oprimidos y dominados por un poder tiránico ante el cual parecen no poder expresar sus deseos ni lograr satisfacer sus necesidades como comunidad. Asimismo aquellos que se encuentran reunidos tras las fronteras de un Estado o nación tienden a preferir, en nuestros días, definirse fundamentalmente como individuos, y no como ciudadanos, movidos por ideales y motivaciones personales que dan muestra de la ausencia de un vínculo o identificación entre aquellos que han nacido en un territorio determinado y el poder político que gobierna dicha región.


No obstante, precisamente porque las alternativas que históricamente han ido efectuándose no parecen haber ofrecido un modo de vida mejor que el sistema democrático para sus ciudadanos, quizá sea necesario replantearnos qué es la democracia o qué fue esta forma de autogobierno para aquellos que la pusieron en práctica por primera vez.


Curiosamente, aunque quizá no tan sorprendentemente conocida la naturaleza humana, uno de los más bellos cantos a esta forma de organización política surgió como consecuencia de la guerra y la muerte. El conflicto, el peligro, la consciencia de hallarse ante la posibilidad inminente de perder una ciudad, un mundo, una forma de vivir y pensar, es lo que tiembla bajo las palabras del Discurso.

He aquí, sin duda, un momento grave de crisis. Pero no de una crisis sorda, larvada, ubicua y lenta como la que nosotros estamos viviendo, sino una verdadera alarma en la que la propia existencia de todos los que estaban unidos bajo los lazos una misma polispodía acabar muy pronto.



Estamos ante un momento en el que el final se acercaba, se vislumbraba de forma clara y evidente para todos. Lo cotidiano, la rutina de los quehaceres ordinarios ya no podía enmascarar la tragedia que se había instalado en la ciudad de Atenas. Todos y cada uno de los ciudadanos estaban siendo o se verían muy pronto afectados por los horrores de la guerra. Ante ellos yacían los cadáveres de sus propios hijos, padres y hermanos mientras los ejércitos enemigos avanzaban hacia la ciudad. La muerte, lo definitivo, el miedo y el dolor estaban delante de sus ojos.


Por tanto, guerra, presencia y cercanía son los tres vectores fundamentales que impulsan la estructura interna del texto. Guerra como muerte; presencia como imposibilidad de mirar hacia otro lado y olvidar; cercanía como unión en el

dolor de la comunidad que estaba perdiendo a sus seres queridos y conocidos.


I. Palabra y acción


Las primeras líneas del Discursonos llevan a una solemne tarde del invierno del año 431 a.C, en la que la mayor parte de la ciudad estaba reunida en el cementerio del Cerámico ante los cadáveres de los jóvenes fallecidos en la primera batalla de la Guerra del Peloponeso, en el primer año de la guerra contra Esparta.


Aunque la costumbre general indicaba que se debía sepultar a los caídos en el mismo campo de la batalla, en este caso, se tomó la decisión de llevar a cabo una representación de los rituales antiguos de enterramiento y honores.[2] Durante los tres días anteriores los cuerpos de los jóvenes atenienses fueron incinerados y sus huesos fueron expuestos en el ágora.


A lo largo de este periodo los ciudadanos los habían honrado llevando flores y perfumes. Estos huesos fueron encerrados en féretros de ciprés[3]agrupando los restos según las tribus a las que pertenecía cada muerto. Junto a los cuerpos, se instaló una litera vacía en recuerdo de los muertos cuyos huesos no habían sido encontrados.

La tarde del discurso era aquella en la que todos los restos iban a ser depositados en un sepulcro público, fuera de los muros de la ciudad, junto al camino que conducía a la Academia de Platón.

Una vez echada la tierra sobre los difuntos llegó el momento en el que el orador designado por la boulédebía ofrecer su discurso desde la tribuna. Pericles[4], llamado el Olímpico, tomó la palabra.

“La mayor parte de quienes en el pasado han hecho uso de la palabra en esta tribuna, han tenido por costumbre elogiar a aquel que introdujo este discurso en el rito tradicional, pues pensaban que su proferimiento con ocasión del entierro de los caídos en combate era algo hermoso.”[5]

Pericles comienza su discurso con una verdadera declaración del sentido mismo de qué significa ser político y de cuáles son los deberes de los gobernantes frente a sus ciudadanos, sentando las bases de los requisitos fundamentales del sistema democrático.

En primer lugar, se hace referencia a los antepasados que hicieron uso de la palabra en esa misma tribuna –seguramente refiriéndose a Solón tal como asegura Plutarco[6]–. Es decir, aparece la palabracomo primera herramienta del poder y del gobierno.

El discurso y la comparecencia, la presencia física directa, sin mediadores o legados, del gobernante para rendir cuentas ante los ciudadanos es la primera muestra de que nos encontramos ante un sistema en el que el poder se ejercer de forma comunitaria y no unipersonal. Esto, según Pericles, era algo que los antepasados consideraban hermoso. Por tanto, el primer rasgo de belleza y bien, como buen hacer de la política, no es otro que el que dar la cara y hablar, explicarse de modo conveniente ante la comunidad. El Estado, por tanto, consolida su legitimidad en esta primera muestra de implicación en la que la presencialidad constituye un aspecto capital.

“A mí, en cambio, me habría parecido suficiente que quienes con obras probaron su valor, también con obras recibieran su homenaje –como este que veis dispuesto para ellos en sus exequias por el Estado–, y no aventurar en un solo individuo, que tanto puede ser un buen orador como no serlo, la fe en los méritos de muchos.”[7]

Sin embargo, Pericles realiza una crítica a esta actitud, pues si bien hay que respetar esta costumbre –como de hecho él mismo lo está haciendo–, no basta con proferir hermosas palabras, sino que los hechoshan de ser respondidos con hechos.





El Estado no debe limitarse meramente a informar, a disculparse o a agradecer mediante la palabra sino que debe convertir esas intenciones en acciones. Es decir, si bien la palabra es la primera herramienta para lograr la cohesión de la comunidad, el discurso que no acaba materializándose en la ejecución práctica de lo declamado carece de validez e, incluso, puede resultar perjudicial, ya que las promesas no cumplidas pueden deteriorar gravemente la confianza de los ciudadanos.


¿Cuál es, en este caso, el acto principal con el que se honra los méritos de los caídos? El propio entierro público, sufragado por el Estado, al cual han acudido todos los habitantes de la ciudad y las autoridades que les representan. Un acto en el que la polisno sólo se limita a dar sepultura, con la máxima solemnidad, a sus muertos sino que se preocupa del bienestar de los afectados por las pérdidas, tal como lo refleja el siguiente fragmento en el que Pericles garantiza la educación de los huérfanos:


“De la educación de sus hijos, desde este momento hasta su juventud, se hará cargo la ciudad. Tal es la provechosa corona que ella impone a estas víctimas, y a los que ellas dejan, como premio de tan valerosas hazañas. Cuando los más preciados galardones que una ciudad otorga son los que recompensan la valentía, entonces también posee ella los ciudadanos más valientes”[8]

Esto hace entender que, para los atenienses, la política y aquellos que se dedican a ella no podían desarrollar una existencia al margen del dolor y los problemas de los ciudadanos, sino que formaban parte integrante de la ciudad, sufriendo y sintiendo con los demás miembros de la comunidad las mismas penas y necesidades. Por ello, el Estado como representación de todos –no sólo de la misericordia del gobernante – ha de responder a los actos de sus ciudadanos con hechos que demuestren no sólo su agradecimiento sino su vinculación e implicación directa en la situación.


Esta forma de entender la política en la que el gobernante es uno más con los otros y en la que la comparecencia y la acción son las dos primeras exigencias, constituye uno de los elementos imprescindibles del fortalecimiento del vínculo comunitario democrático.


Pericles añade otro elemento clave del carácter democrático del político: el sentido último de la delegación no es una entrega total del poder tras la votación, pues “no se debe dejar el peso de los méritos de muchos en un solo individuo.” Pericles no se presenta como el líder absoluto de la ciudad, sino como mero mediador, como aquel que ha sido elegido para actuar como mensajero del sentimiento y la voluntad de toda la comunidad. Sus palabras, por tanto, no serán suyas como individuo, sino que su voz será la del Estado como totalidad unida y vertebrada bajo una misma intención.

El prólogo del discurso se cierra con una flecha que nuestro orador lanza hacia el futuro, un desafío para las generaciones que vendrían a suceder ese momento.

“Es difícil, en efecto, hablar adecuadamente sobre un asunto respecto del cual no es segura la apreciación de la verdad, ya que quien escucha, si está bien informado acerca del homenajeado y favorablemente dispuesto hacia él, es muy posible que encuentre que lo que se dice está por debajo de lo que él desea y de lo que él conoce; y si, por el contrario, está mal informado, lo más probable es que, por envidia, cuando oiga hablar de algo que esté por encima de sus propias posibilidades, piense que se está cayendo en una exageración. Porque los elogios que se formulan a los demás se toleran sólo en tanto quien los oye se considera a sí mismo capaz también, en alguna medida, de realizar los actos elogiados; cuando, en cambio, los que escuchan comienzan a sentir envidia de las excelencias de que está siendo alabado, al punto prende en ellos también la incredulidad. Pero, puesto que a los antiguos les pareció que sí estaba bien, debo ahora yo, siguiendo la costumbre establecida, intentar ganarme la voluntad y la aprobación de cada uno de vosotros tanto como me sea posible.”[9]

El Olímpico nos habla a nosotros, nos mira directamente. Si nuestra reacción hacia lo que viene a continuación es de incredulidad o envidia, este sentimiento sólo será prueba de la incapacidad de nuestra sociedad de llegar a tal elevación política y, sobre todo, de la nuestra como individuos.

Pericles nos recuerda que quien no se cree capaz de lograr algo elevado tiende a menospreciar y devaluar los méritos reales de aquellos a los que entiende como superiores. Esta no es sino la esencia de la envidia que, además, conlleva la carga peligrosa de pasividad.

Nuestra tarea, a fin de cumplir con esta petición, deberá incluir el examen introspectivo de nuestra propia reacción ante la lectura del Discursocon el objetivo en mente de comprobar si nuestra sociedad y nosotros mismos estamos a la altura del reto lanzado por Pericles o si, más bien, a medida que leamos el texto, comienza en nosotros a brotar la incredulidad y la envidia.




 

II. Antepasados, tradición y presente


 

“Comenzaré, ante todo, por nuestros antepasados, pues es justo y, al mismo tiempo, apropiado a una ocasión como la presente, que se les rinda este homenaje de recordación. Habitando siempre ellos mismos esta tierra a través de sucesivas generaciones, es mérito suyo el habérnosla legado libre hasta nuestros días. Y si ellos son dignos de alabanza, más aún lo son nuestros padres, quienes, además de lo que recibieron como herencia, ganaron para sí, no sin fatigas, todo el imperio que tenemos, y nos lo entregaron a los hombres de hoy.”[10]

ElDiscursoarranca con el primer pilar en el que el gobernante va a intentar fundamentar la unión del pueblo: el recurso a los antepasados como punto de conexión entre todos los presentes. Los ancestros comunes justifican la idea de la comunidad como una totalidad unida a través de los lazos biográficos e históricos. El reconocimiento al pasado es, por tanto, la constatación del hecho de que la situación actual es fruto de las acciones de quienes nos precedieron.

Los errores y los triunfos de los que antes gobernaron son los que nos han llevado a nuestra situación actual. En palabras contemporáneas, de lo que habla Pericles aquí es de la importancia de mantener la “memoria histórica” como archéunificador.

Atenas nos advierte de que el punto de partida para la construcción de una sociedad unida y cohesionada en torno un mismo objetivo no es otro que el conocimiento y el reconocimientos del pasado como fuente primordial del sentido del pueblo como tal, que da a través de la memoria, continuidad a la totalidad.

Los más antiguos de los antepasados de los atenienses lucharon para legar libre su tierra, es decir, entregaron sus vidas para no permitir un dominio exterior. La gloria de los ancestros más lejanos fue la de resistir y defender. Su herencia son las tierras libres, no dominadas, en virtud de las cuales se asienta el primer rasgo de la identidad política.

Sin embargo, la generación inmediatamente anterior a la que protagoniza el Discursono se limitó a mantener las fronteras sino que, en palabras de Pericles, engrandeció esa labor comenzando una campaña de expansión imperial pasando de la defensa al ataque.

Las nociones de expansión yconquista constituyen la segunda clave explicativa que subyace a la idea democrática ateniense. Partiendo de la convicción de que el sistema político, económico, social e intelectual ateniense era el mejor, Pericles justifica la salida militar hacia el exterior bajo la premisa de la superioridad absoluta de su pueblo que puede y debe imponerse frente a los demás. Esta interpretación de la supremacía del pueblo ateniense pretende dar razón de los deseos expansionistas de Atenas, unos deseos que la llevaron a la guerra y a la muerte.

Cabe tener en cuenta, por tanto, que no estamos ante el lamento de una ciudad atacada por un agresor que ha tomado la iniciativa, sino ante las consecuencias de una guerra de expansión, del desencadenamiento de la violencia. La muerte es la amenaza que se oculta tras los deseos de llevar el nuevo sistema cultural, económico y político a los demás pueblos. La guerra es la consecuencia y la aniquilación de una democracia expansionista uno de los futuros posibles.

“En cuanto a lo que a ese imperio le faltaba, hemos sido nosotros mismos, los que estamos aquí presentes, en particular los que nos encontramos aún en la plenitud de la edad, quienes lo hemos incrementado, al paso que también le hemos dado completa autarquía a la ciudad, tanto para la guerra como para la paz. Pasaré por alto las hazañas bélicas de nuestros antepasados, gracias a las cuales las diversas partes de nuestro imperio fueron conquistadas, como asimismo las ocasiones en que nosotros mismos o nuestros padres repelimos ardorosamente las incursiones hostiles de extranjeros o de griegos, ya que no quiero extenderme tediosamente entre conocedores de tales asuntos.” [11]

Finalmente Pericles hace referencia al presente, a las obras de aquellos que están participando en el acto fúnebre. Los méritos de esta generación la hacen ser, en comparación con el pasado, la más gloriosa de todas pues, habiendo conservado el legado de los antepasados, ha conseguido engrandecerlo ampliado los límites del imperio y volverlo aún más virtuoso al conseguir para la polisautarquía política.

Por tanto, si bien encontramos en las palabras de Pericles respeto hacia los antepasados, éstas no expresan una nostalgia por el origen ni se considera que los tiempos anteriores fueran mejores. La generación presente ha logrado superar la dependencia del exterior manteniéndose a salvo de la esclavitud, expandir las fronteras y generar un espacio político gracias al cual sus ciudadanos pueden desarrollar sus vidas en un ambiente incomparable al resto depolisrivales. El ideal griego de la autonomía se combina con una visión que desborda optimismo y orgullo por el presente. Los atenienses no tornan su mirada hacia el pasado en busca de la gloria perdida sino que señalan su tiempo como el más brillante y prometedor de la historia. El hoy muestra su primacía al revelarse como aquel estado de bienestar que el pasado ha posibilitado y el futuro pone en riesgo.



 

III. La ley y la costumbre


 

Sin embargo, en este punto cabe preguntarse por los medios gracias a los cuales Atenas ha logrado convertirse en un espacio de poder y virtud.

“Antes, empero, de abocarme al elogio de estos muertos, quiero señalar en virtud en qué normas hemos llegado a la situación actual, y con qué sistema político y gracias a qué costumbres hemos alcanzado nuestra grandeza. No considero inadecuado referirme a asuntos tales en una ocasión como la actual, y creo que será provechoso que toda esta multitud de ciudadanos y extranjeros lo pueda escuchar.”[12]

En este breve fragmento hallamos el tercer pilar en el que se fundamentó la democracia ateniense: la regulación formal de la vida comunitaria mediante el desarrollo de una normatividad que emergida de dos fuentes distintas.

En primer lugar, Pericles habla de la ley entendida el conjunto de las normas jurídicas emitidas por los legisladores –autoridades externas– mediante las cuales se obliga o prohíbe y cuyo incumplimiento lleva una sanción. En este sentido, la democracia ateniense se caracteriza primariamente por estar dotada de un conjunto de leyes sólidas que actúan como los límites que la comunidad se autoimpone frente a los deseos, impulsos e intereses de los individuos particulares.

Estas leyes, conocidas públicamente, tienen el fin de articular armónicamente la convivencia. Su carácter impersonal y su contenido abstracto permiten su aplicación, sin excepciones, a todos los miembros de la comunidad sin tener en cuenta el rango, la posición social o el nivel económico. De estas leyes se derivan, a su vez, derechos que pasan a ser protegidos mediante el sistema judicial y deberes que establecen los límites de interacción aceptable entre los individuos.

Sin embargo, Atenas no es sólo sus leyes, tal como señala Pericles, sino que su virtud y poder emergen también de las costumbres, no regladas formalmente, de sus ciudadanos. El ethosgriego, en el sentido del carácter o personalidad del pueblo, marca una forma de ser particular, transmitida a través de las generaciones y previa a la propia instauración de las leyes, que distingue al pueblo ateniense de los demás.

La excelencia que diferencia a Atenas del resto de organizaciones políticas, por tanto, tiene un origen que puede hallarse también en el seno de cada individuo, en sus hábitos cultivados en el seno de la comunidad. Existe, por tanto, un doble juego de virtud organizativa que surge tanto del interior como del exterior del pueblo. Las leyes, en sí mismas, no tendrían sentido, desde el puno de vista ateniense, si los individuos no estuvieran dotados de una carácter específico gracias al cual la aceptación de la normatividad judicial se produce mediante una inclinación voluntaria y no como consecuencia de la coerción.

“Tenemos por norma respetar la libertad, tanto en los asuntos públicos como en las rivalidades diarias de unos con otros, sin enojarnos con nuestro vecino cuando él actúa espontáneamente, ni exteriorizar nuestra molestia, pues ésta, aunque innocua, es ingrata de presenciar. Si bien en los asuntos privados somos indulgentes, en los públicos, en cambio, ante todo por un respetuoso temor, jamás obramos ilegalmente, sino que obedecemos a quienes les toca el turno de mandar, y acatamos las leyes, en particular las dictadas en favor de los que son víctimas de una injusticia, y las que, aunque no estén escritas, todos consideran vergonzoso infringir.”[13]

Pericles habla además de lo que podríamos llamar, sin restricciones, superioridad moral del pueblo ateniense que, no sólo demuestra respeto por aquello que el Estado exige de forma activa, sino que actúa en toda circunstancia con vistas a mantener el bienestar de la comunidad.

“También por nuestra liberalidad somos muy distintos de la mayoría de los hombres, ya que no es recibiendo beneficios, sino prestándolos, que nos granjeamos amigos. El que hace un beneficio establece lazos de amistad más sólidos, puesto que con sus servicios al beneficiado alimenta la deuda de gratitud de éste. El que debe favores, en cambio, es más desafecto, pues sabe que al retribuir la generosidad de que ha sido objeto, no se hará merecedor de la gratitud, sino que tan sólo estará pagando una deuda. Somos los únicos que, movidos, no por un cálculo de conveniencia, sino por nuestra fe en la libertad, no vacilamos en prestar nuestra ayuda a cualquiera.”[14]

Este fragmento presenta el ideal griego de la philiacomo el tono característico y propio de las relaciones sociales atenienses. Los ciudadanos procuran su bienestar propio esforzándose, al mismo tiempo, por lograr el bien común. Ambas tareas son consideradas como indisociables ya que el equilibro logrado por el gobierno ateniense surge de la convicción de que el bien para la mayoría significa inmediatamente el bien para todos los individuos particulares.

En este sentido, también las acciones personales que no están contempladas por la regulación de las leyes persiguen la armonía. La paz social no se realiza exclusivamente mediante la coerción, la pena y el castigo, sino que los ciudadanos son poseedores de la suficiente virtud como para poder obrar correctamente de cara a la comunidad en ambientes no reglados. Es este comportamiento el que da muestra del grado de identificación que el ciudadano tiene con su propia polis y de las consecuencias que ésta tiene para el funcionamiento de una sociedad. El sentimiento de orgullo y satisfacción respecto a la organización política hace que la aceptación de las normas no se torne molesta ni se viva como una carga, sino como aquello que posibilita la continuidad de la comunidad.




 

IV. Características del régimen democrático


 

Todos estos principios y rasgos elementales que constituyen la esencia de la organización ateniense se cristalizan en las características del régimen democrático subrayadas por Pericles:

“Disfrutamos de un régimen político que no imita las leyes de los vecinos; más que imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servimos de modelo para algunos. En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce en favor de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia; respecto a las leyes, todos gozan de iguales derechos en la defensa de sus intereses particulares.”[15]

En primer lugar, Pericles subraya la originalidad del contenido legislativo que gobierna Atenas, con la cual se destaca la inteligencia de los gobernantes y legisladores que no necesitan inspirarse en el modelo y el ejemplo de los otros sino que por sí mismos tienen la capacidad de promulgar leyes ejemplares. En este sentido, la razón aplicada a la política es igualmente autárquica. Aparece aquí reflejado el clásico juego griego del original y la copia.

Son los otros pueblos, incapaces de alcanzar por sí mismos la verdad, los que imitan las decisiones de los atenienses mientras que éstos se destacan por su habilidad y pericia a la hora de darse a sí mismos sus propias normas. Este hecho viene a explicar, de nuevo, la razón de la identificación plena que el ciudadano ateniense siente respecto a su polisya que a la hora de obedecer y ser gobernado, tiene la conciencia de que sus actos están orientados por normas que han sido establecidas por medio de un consenso regido por la razón en el seno de su propia comunidad.

“(…)en lo relativo a los honores, cualquiera que se distinga en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se lo elige más por sus méritos que por su categoría social; y tampoco al que es pobre, por su parte, su oscura posición le impide prestar sus servicios a la patria, si es que tiene la posibilidad de hacerlo.”[16]

Respecto a la elección de los cargos hemos de subrayar la noción de meritocracia que subyace a la organización política. Como podemos comprobar, no es la fortuna ni el origen social del individuo el que determina su participación en el gobierno sino su capacidad personal, “cualquiera que se distinga en algún aspecto” Es decir, cualquiera que por su pericia en alguna de las múltiples tareas que responden a las necesidades de la polisse distinga como aristósestá suficientemente justificado como candidato al gobierno. De ahí que la tarea de gobernante sea considerada como un honorpara aquel que es elegido ya que la ostentación del cargo no sólo constituye una responsabilidad sino el reconocimiento del individuo como el más apto para la tarea.

III. El bienestar material, la diversión y la cultura

“Por otra parte, como descanso de nuestros trabajos, le hemos procurado a nuestro espíritu una serie de recreaciones. No sólo tenemos, en efecto, certámenes públicos y celebraciones religiosas repartidos a lo largo de todo el año, sino que también gozamos individualmente de un digno y satisfactorio bienestar material, cuyo continuo disfrute ahuyenta a la melancolía.”[17]

Pericles señala que una sociedad elevada es aquella que permite a sus ciudadanos gozar de los placeres de la vida y deleitar su espíritu. En este sentido, Atenas no sólo es marco para el trabajo y la guerra, sino que los esfuerzos de sus ciudadanos son recompensados con fiestas, espectáculos y certámenes que entretienen y difunden la cultura común.

En este punto vemos cómo el arte, el teatro y la filosofía tienen una dimensión capital en la política, que no sólo debe preocuparse por las necesidades materiales sino que ha de procurar el cultivo intelectual y el disfrute de sus ciudadanos. La cultura no es un añadido opcional, sino que forma parte del concepto de bienestar, de buen gobierno ateniense.

Al mismo tiempo se subraya la necesidad de un cierto grado de seguridad y confort material para que la sociedad funcione adecuadamente. Todos los ciudadanos se esfuerzan por salir de la miseria y la escasez. La razón de este empeño es clara: el espíritu doblegado por la necesidad extrema no puede elevarse hacia metas más elevadas. Es decir, si los ciudadanos no pueden disfrutar de un grado suficiente de bienestar material no será posible mantener una sociedad cohesionada ni sostenible desde el punto de vista político.

“Y gracias al elevado número de sus habitantes, nuestra ciudad importa desde todo el mundo toda clase de bienes, de manera que los que ella produce para nuestro provecho no son, en rigor, más nuestros que los foráneos.”[18]

La pericia de los atenienses se refleja también en su capacidad para el comercio. Su habilidad para negociar y conseguir riquezas para la comunidad, motivo de orgullo para Pericles, se refleja en la disposición de bienes provenientes de todos los lugares de la tierra.

El centro del comercio y del poder marítimo de Atenas, el puerto del Pireo, reunía todos los almacenes, astilleros y arsenales, viéndose complementado por los dos puertos de guerra de Zea y de Muniquiagracias a los cuales se afianzó la talasocracia ateniense. Atenas se convirtió en el almacén de los trigos de Tracia y de Egipto, de la pesca del mar Negro, de los metales del norte, de los tapices telas de oriente, de los cedros, de la púrpura y de la cristalería de Fenicia, del lino de Egipto, y de los vinos y frutos de las islas.

Esta apertura económica, caracterizada por la relación con otras tierras por medio de las transacciones de importación y exportación de productos, atrajo a los puertos atenienses a una gran población que trajo consigo lenguas, ideas y costumbres diversas, convirtiendo la polisen la urbe más diversa y cosmopolita de la época. Por tanto Atenas era una ciudad abierta, conservadora en lo que respecta a su identidad y su pasado, pero consciente las ventajas de su relación con los demás pueblos.

“(…) mantenemos siempre abiertas las puertas de nuestra ciudad y jamás recurrimos a la expulsión de los extranjeros para impedir que se conozca o se presencie algo que, por no hallarse oculto, bien podría a un enemigo resultarle de provecho observarlo Y es que, más que en los armamentos y estratagemas, confiamos en la fortaleza de alma con que naturalmente acometemos nuestras empresas.”[19]

“La riqueza representa para nosotros la oportunidad de realizar algo, y no un motivo para hablar con soberbia; y en cuanto a la pobreza, para nadie constituye una vergüenza el reconocerla, sino el no esforzarse por evitarla.”[20]

Otra de las virtudes de Atenas es, por tanto, el esfuerzo por parte de los políticos de procurar a los ciudadanos la posibilidad de salir de la pobreza, de poder alcanzar los niveles materiales necesarios para poder disfrutar la vida con plenitud. De nuevo se repite la preocupación por evitar la miseria.

V. El potencial bélico e intelectual

Sin embargo, Atenas no es sólo la reina del comercio Mediterráneo, sino que Pericles la define, en primer lugar, como la más poderosa desde el punto de vista bélico.

“Prueba de esto es que los espartanos no realizan sin la compañía de otros sus expediciones militares contra nuestro territorio, sino junto a todos sus aliados; nosotros, en cambio, aun invadiendo solos tierra enemiga y combatiendo en suelo extraño contra quienes defienden lo suyo, la mayor parte de las veces nos llevamos la victoria sin dificultad. Además, ninguno de nuestros enemigos se ha topado jamás en el campo de batalla con todas nuestras fuerzas reunidas, pues simultáneamente debemos atender la mantención de nuestra flota y, en tierra, el envío de nuestra gente a diversos lugares.”[21]

Sin embargo, es el potencial intelectual, manifestado a través de las creaciones artísticas y científicas aquello que constituye la esencia distintiva de la polisde los atenienses.

“En efecto, amamos el arte y la belleza sin desmedirnos, y cultivamos el saber sin ablandarnos.”[22]

Pericles presume abiertamente del amor que sienten los ciudadanos de Atenas por el arte y el cultivo de la sabiduría señalando que tales gustos no conducen a una merma en la fortaleza del pueblo, sino todo lo contrario.

VI. La importancia de la vida política activa

“Los individuos pueden ellos mismos ocuparse simultáneamente de sus asuntos privados y de los públicos; no por el hecho de que cada uno esté entregado a lo suyo, su conocimiento de las materias políticas es insuficiente. Somos los únicos que tenemos más por inútil que por tranquila a la persona que no participa en las tareas de la comunidad”.[23]

En este punto se destaca la importancia del papel activo de todos los individuos en los asuntos de estado. Es decir, si bien cada uno de los ciudadanos se dedica a su propio oficio y sus tareas específicas, ello no impide su participación en los asuntos de gobierno. Todos y cada uno de los ciudadanos son, por tanto, políticos. Deciden y con sus votos y acciones, gobiernan a la comunidad, hasta el punto que todo aquel que opta por la pasividad al respecto se le considera inútil por no esforzarse en el logro del bien común, por muy exitoso que sea en sus empresas personales. En este sentido vuelve a aparecer la idea de la autarquía y el dominio de sí mismo. Los atenienses no se dejan someter ni gobernar ni siquiera dentro de su propia ciudad sino que son elementos activos de modo constante. Quien se deja hacer es quien padece tiranía.

“Somos nosotros mismos los que deliberamos y decidimos conforme a derecho sobre la cosa pública, pues no creemos que lo que perjudica a la acción sea el debate, sino precisamente el no dejarse instruir por la discusión antes de llevar a cabo lo que hay que hacer. Y esto porque también nos diferenciamos de los demás en que podemos ser muy osados y, al mismo tiempo, examinar cuidadosamente las acciones que estamos por emprender; en este aspecto, en cambio, para los otros la audacia es producto de su ignorancia, y la reflexión los vuelve temerosos. Con justicia pueden ser reputados como los de mayor fortaleza espiritual aquellos que, conociendo tanto los padecimientos como los placeres, no por ello retroceden ante los peligros.”[24]

¿Cómo se lleva a cabo este autogobierno? Mediante el diálogo y el debate, es decir, mediante la reflexión entendida como acto público conjunto de razonamiento dirigido a la búsqueda de la solución de los problemas. Antes de tomar decisiones respecto a la comunidad, la discusión es capital.

Sin embargo, esta cautela reflexiva que se impone ante los actos impulsivos no implica temor o debilidad de espíritu, sino más bien al contrario: aquellos que conocen y comprenden las consecuencias de la toma de decisiones – los padecimientos y placeres – de forma completa, son los que muestran verdadero valor al no retroceder ante los peligros. Por tanto, la toma de decisiones no es algo propio de gabinetes aislados, de comités de crisis o de equipos de decisión que tras tomar las decisiones, se limitan a informar a los ciudadanos, sino que hay un debate conjunto, y con ello una implicación y una responsabilidad compartida de la toma de decisiones. Hecho que lleva a que tanto los riesgos como los beneficios redunden en la comunidad que los acepta como suyos.

“Para abreviar, diré que nuestra ciudad, tomada en su conjunto, es norma para toda Grecia, y que, individualmente, un mismo hombre de los nuestros se basta para enfrentar las más diversas situaciones, y lo hace con gracia y con la mayor destreza. Y que estas palabras no son un ocasional alarde retórico, sino la verdad de los hechos, lo demuestra el poderío mismo que nuestra ciudad ha alcanzado gracias a estas cualidades. Ella, en efecto, es la única de las actuales que, puesta a prueba, supera su propia reputación; es la única cuya victoria, el agresor vencido, dada la superioridad de los causantes de su desgracia, acepta con resignación; es la única, en fin, que no les da motivo a sus súbditos para alegar que están inmerecidamente bajo su yugo.”[25]

La razón última por la cual los ciudadanos entregan su vida en la guerra es su convicción de que la ciudad que entre todos han construido ha de ser defendida a toda costa, incluso con la propia vida, porque es, en sí misma, la condición de posibilidad para la felicidad de todos los ciudadanos que la habitan.

“La razón por la que me he referido con tanto detalle a asuntos concernientes a la ciudad, no ha sido otra que para haceros ver que no estamos luchando por algo equivalente a aquello por lo que luchan quienes en modo alguno gozan de bienes semejantes a los nuestros y, asimismo, para darle un claro fundamento al elogio de los muertos en cuyo honor hablo en esta ocasión.”[26]

Encontramos de nuevo aquí una crítica a la pasividad, la conformidad y la tolerancia de la injusticia. Hay, sin temor a equivocarnos, una incitación a la violencia bajo la justificación de defender los beneficios que dependen directamente de la supervivencia de la polis.

En este sentido, Pericles, a pesar de haber alabado la capacidad racional y la eficacia del discurso ateniense, no recomienda que se intente negociar en estos términos con el enemigo, sino marchar a la guerra. La palabra, en este caso, parece ser sólo válida en tiempos de paz, o al menos, para tomar decisiones anteriores a la acción bélica.

“La tumba de los grandes hombres es la tierra entera: de ellos nos habla no sólo una inscripción sobre sus lápidas sepulcrales; también en suelo extranjero pervive su recuerdo, grabado no en un monumento, sino, sin palabras, en el espíritu de cada hombre. Imitad a éstos ahora vosotros, cifrando la felicidad en la libertad, y la libertad en la valentía, sin inquietaros por los peligros de la guerra.” [27]

Por tanto, la guerra es una “esperanza común” que justifica la muerte y el sufrimiento de los atenienses. Atenas no es sólo un modelo en el plano colectivo, sino que, al mismo tiempo, el ambiente social al que da lugar su organización se muestra como el marco ideal y único para la realización del individuo.

La ciudad merece el sacrificio porque su abandono implicaría la supervivencia del hombre pero la muerte del ciudadano. Es decir, la aniquilación del único espacio en el cual los atenienses podían desarrollar una vida digna sustentada en la ley, la educación, el bienestar material, el descanso, la cultura y la libertad.

“Quienes con más razón pueden ofrendar su vida no son aquellos infortunados que ya nada bueno esperan, sino, por el contrario, quienes corren el riesgo de sufrir un revés de fortuna en lo que les queda por vivir, y para los que, en caso de experimentar una derrota, el cambio sería particularmente grande. Para un hombre que se precia a sí mismo, en efecto, padecer cobardemente la dominación es más penoso que, casi sin darse cuenta, morir animosamente y compartiendo una esperanza.”[28]





NOTAS

[1]Tucídides,El discurso fúnebre de Pericles, Introducción y traducción Patricia Varona Codeso, Sequitur Madrid, 2009.


bottom of page