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David Hume: introducción a su figura y pensamiento

Biografía y primeros años



La Modernidad fue, sin duda, el tiempo de la filosofía británica. La industrialización impulsada por la audacia de la máquina, el tumulto de las grandes fábricas, los altos hornos, el progreso, la ambición de transformar, de refundar el mundo llegó también hasta las tierras altas de Escocia a principios del siglo XVIII.


Eran tiempos convulsos, únicos para toda la humanidad y sus los habitantes no habrían podido seguir viviendo ajenos por mucho tiempo a la gran revolución que había comenzado a sacar a la humanidad de la largo y oscuro sueño medieval. Una catarata de nuevos descubrimientos, ideas, inventos y reivindicaciones había comenzado a caer en tromba sobre una Europa que estaba llamada a vivir entonces una de sus edades más brillantes y decisivas. Un tiempo que habría de configurar la arquitectura básica de nuestro presente, un tiempo sin el cual la cultura occidental contemporánea no podría reconocerse en el espejo.


Desde el desarrollo del empirismo, la implementación del método hipotético deductivo y la experimentación científica, los descubrimientos astronómicos, médicos, biológicos, físicos y químicos, el desarrollo de la nueva instrumentación de cálculo, las máquinas industriales, pasando por la vasta ampliación de las redes comerciales y los viajes transoceánicos hasta el espectacular desarrollo de la divulgación del saber impulsada por el perfeccionamiento de la imprenta que permitió que fueran conocidos en todos los rincones del continente los nombres de Descartes, Hobbes o Spinoza junto al legado clásico de la Antigüedad que cualquiera podía ahora leer al calor de su chimenea tras haber repasado en el Boletín de la Royal Society, la primera revista científica del mundo creada en 1665, los últimos y más apasionantes avances tecnológicos y científicos del año.

 


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En su canal de Youtube podrás ver cientos de clases de filosofía en abierto y conocer toda la belleza del pensamiento filosófico. A continuación, te dejamos el link las dos primeras clases dedicadas a Hume:






La fundación de los primeros estados modernos vio también su origen en este tiempo de la Modernidad, los primeros modelos parlamentarios, repúblicas y constituciones liberales comenzaron su proceso de institucionalización.


Y todo ello acompañado por una revisión de los fundamentos del conocimiento, un intento de abolición de todas las supersticiones, una revisión de la moral y una crítica racional de religión… como jamás había sido presenciada con anterioridad por occidente.


Todo se agitaba, todo se transformaba, el espíritu de la modernidad estaba en plena ebullición y en medio de este torbellino de entusiasmo, una de las mayores novedades que habría de experimentar el pensamiento occidental llegó como una tormenta desde estas tierras salvajes e indómitas. Desde estas tierras de viento y lluvia llegaría algo que vendría a marcar el pensamiento de la humanidad, para siempre.


Al más puro estilo de la Modernidad, siguiendo las recomendaciones cartesianas hacer tabula rasa, de poner en duda todas nuestras convicciones y partir de cero Hume atacó, derribó y reformó, ofreciendo nuevos caminos para la teoría del conocimiento, la ética y la visión occidental de la religión.


Hume habló del papel de los sentidos y los mecanismos de la razón, de la felicidad, introdujo por primera vez en la historia la noción de empatía y profundizó en aspectos emocionales y psicológicos propios de la naturaleza humana jamás tratados hasta entonces, pero también habló con una valentía nunca conocida hasta entonces del suicidio y la muerte digna fundando las bases de las reflexiones contemporáneas sobre la eutanasia, siendo sus ideas todavía centrales en todos los comités de bioética del mundo.

Al mismo tiempo su filosofía, siguiendo el pulso de su época, destacó por un esfuerzo inigualable en mostrar la imposibilidad lógica y racional de sostener la validez de una demostración filosóficamente satisfactoria de la existencia de Dios y del alma humana, sentando las bases de uno de los momentos más importantes de la historia de la filosofía conocido como “la muerte de la metafísica”. Es decir, la caída del modelo tradicionalmente aceptado para la explicación del mundo en Europa hasta entonces_ el neoplatonismo metafísico cristiano.


Esta peculiar visión de la realidad, que estudiaremos en detalle a lo largo del curso, comenzó a quebrarse, a derrumbarse en los textos de Hume, continuaría su proceso de caída con el criticismo kantiano donde quedó definitivamente descartada la posibilidad de confiar en las viejas convicciones de la razón, entre las cuales el acceso directo al conocimiento del mundo, o a la certeza de la existencia de Dios o el alma, alcanzaría uno de sus puntos más críticos con Nietzsche y terminaría por concluir declarando esta rama del saber filosófico como insostenible y, por tanto, objetivo de necesario abandono como puede verse en las obras de algunos de los más relevantes autores del siglo XX pertenecientes a la corriente analítica como Wittgenstein, Bertrand Russell, Frege, Eduard Moore, el positivismo lógico como Rudolf Carnap, o post estructuralistas Deleuze, Foucaultm, así como los miembros del movimiento existencialista como Jean Paul Sarte, Albert Camus y Cioran. Cada uno, desde una perspectiva diferente leyeron con fervor a Hume y le reconocieron en sus obras el gran influjo de su pensamiento.


Sin la franqueza de este indómito escocés, sin su sincera exploración de los principales problemas de la modernidad como la libertad, el yo o la ética, sin su atención constante a los avances de la nueva ciencia y sin su enorme valor a pesar de las durísimos ataques que recibió por parte de la Iglesia de su tiempo, la historia del pensamiento moderno y contemporáneo no habría sido la misma. Hume representa un golpe de timón, un cambio de dirección sin el cual no podremos comprender la parte más sustancial y relevante de la filosofía contemporánea. Vamos a saber algo más acerca de su vida:


De carácter afable y siempre de buen humor, Hume nació en Edimburgo en 1711 y falleció en la misma ciudad en 1776. Si bien su familia deseaba para él un futuro brillante en campo de la abogacía, en su autobiografía nos revela que estaba dominado por una pasión por irremediablemente hacia la literatura y que sentía “una aversión insuperable hacia todo lo que no fuera la investigación filosófica y el saber en general.” En este precioso texto, titulado Sobre mi vida, Hume nos ayuda a hacernos una imagen más clara del hombre al que vamos a dedicar nuestro curso:




A juzgar, además por las memorias del conde de Charlemont, el segundo texto en ele que encontramos una vívida descripción de Hume, su apariencia parece haber sido muy distinta de la que solemos atribuir a un sabio filósofoya que Según Charlemont Hume parecía más bien un “hidalgo comilón que un filósofo refinado.” Toda su vida, además, estuvo movida por el deseo de alcanzar la fama literaria pues uno tras otro sus primeros libros carecieron del más mínimo éxito comercial.


Así que un rebelde, desafiante, brillante y profundo pensador, amante del buen humor y que confiesa como mayor deseo vital alcanzar la fama será nuestro compañero de viaje. Un individuo particular, inesperado que, como iremos viendo poco a poco, rompió todas las barreras intelectuales de su tiempo logrando ganarse el respeto y la admiración de todas las grandes mentes que le sucedieron.



A lo largo de toda su vida Hume recibió Duros ataques contra sus opiniones y su propia persona provenientes de algunos de los sectores más intransigente y poderosos de su sociedad. Con sólo 26 años, Hume publicó su primera gran obra el Tratado sobre la naturaleza humana, que no tuvo, como acabamos de ver, una gran acogida en el ámbito filosófico pero que, sin embargo, si atrajo las miradas del sector religioso que supo ver los peligros implícitos de las ideas humanas. Para evitar su difusión y procurar que su figura quedase alejada de toda popularidad, en 1744 cuando Hume se presentó a la Cátedra de filosofía Pneumáitica de la universidad de Edimburgo fue rechazado tajantemente después de que sus enemigos hicieran público un texto en el que se le acusaba de ateísmo por medio de la copia de diversos fragmentos del Tratado sobre la naturaleza humana. Y esta no fue la última vez que la iglesia impediría su acceso a un cargo de profesor universitario, hasta el punto de que uno de los más importantes pensadores de la Modernidad, no pudo impartir una sola clase en su vida. A ello se unieron numerosas amenazas a sus editores y amigos más íntimos para que no le apoyaran en la publicación de sus textos y que estos jamás salieran a la luz.


Algo… por otro lado típico de la academia. Con el tiempo cambia la orientación de quien está en el poder pero no la tendencia a borrar del mapa a todo el que no les haga la pelota. Nada nuevo bajo el sol.


Bien, sin embargo, este rechazo, este fracaso académico, la imposibilidad de convertirse en profesor universitario fue en verdad una liberación para Hume ya que le liberó de todos los pudores académicos y al saber que jamás sería aceptado académicamente, se atrevió a reformular su modo de escribir, haciéndolo mucho más claro, cercano y directo y a comenzar a tratar temas cada vez más polémicos. Temas que habría dejado de lado por precaución de haber estado en la universidad. Sin embargo, los problemas de Hume con la Iglesia no se limitaron a las amenazas y los bloqueos académicos sino que llegaron hasta el punto de que en 1755 la iglesia presbiteriana escocesa propuso su excomunión. Conservamos un fragmento de la misma:


“La asamblea general, juzgando su deber hacer cuanto esté en su mano por prevenir el crecimiento y progreso de la infidelidad, y considerando que los escritos contra la fe han comenzado a publicarse durante los últimos años en esta nación, hasta ahora ha testificado contra ellos solamente en general, desea en este momento llamar la atención sobre una persona que firma David Hume que ha llegado a tal grado de temeridad que ha confesado públicamente ser autor de libros que contienen los ataques más rudos y francos contra el glorioso evangelio de Cristo, así como principios evidentemente subversivos incluso de la religión natural y los fundamentos de la moralidad, si es que no establece un directo ateísmo. Por todo ello, la Asamblea pide a las personas que a continuación se nombran que formen un comité para investigar en los escritos de dicho autor, y que dan a este se presente ante ellas, preparando además el expediente para ser elevado a la próxima asamblea general.” Text cit. En Tasset, J.L., David Hume: escritos impíos y antirreligiosos, Akal clásicos, 2005.



Es importante recordar que, a pesar de la tolerancia religiosa imperante en la Inglaterra del momento, la acusación de impiedad que los filósofos llevan arrastrando desde la Grecia antigua seguía vigente y podía conllevar muerte en la hoguera o cacera de por vida. A pesar del paso del tiempo, las ideas de sus textos siguen resultando enormemente molestas a ojos de los defensores de una visión metafísica del mundo y de aquellos que consideran amenazadas sus creencias religiosas por las críticas de nuestro ácido escocés.


La propuesta finalmente no prosperó debido a que Robert Wallace, reverendo y amigo personal de Hume se opuso a ella en la votación. No ocurrió lo mismo con la iglesia católica que prohibió todas sus obras que fueron incluidas en el Index librorum prhibitorum 1761. Una lista que estuvo vigente, por cierto hasta el 8 de febrero de 1966 cuando el papa Pablo VI prohibió el Index. Es decir, hasta bien pasada la mitad del siglo XX David Hume fue un autor que ningún cristiano católico debía leer.



Dicho esto, ya comenzamos a comprender por qué Hume no gusta mucho en según qué ámbitos. Pero la filosofía no puede consistir en eso, no puede basarse en tratar de ocultar en un cajón bajo llave parte de su historia, de silenciar a sus más importantes miembros. Filosofar es ponerse en peligro, es saltar, arriesgar todas nuestras creencias, ponerlas a prueba ante el fuego de la duda y ver qué queda en pie después del gran incendio de la crítica.


Así que, si no queréis hacer nada de esto, todavía estáis a tiempo de dar marcha atrás y abandonarle, hacer como si jamás hubiera existido y centraros en otros autores y temas… pero si nada de lo que hemos dicho en esta introducción os ha asustado y si queréis abrir las compuestas de este peligroso pensamiento y avanzar conmigo hacia lo desconocido, os doy la bienvenida a nuestro curso sobre David Hume.



“Es difícil para un hombre hablar prolongadamente de sí mismo sin vanidad; por lo tanto, seré breve. Puede pensarse que es un ejemplo mismo de vanidad el que pretenda escribir sobre mi vida,pero esta narración contendrá poco más que la historia de mis textos y escritos ya que, en verdad, casi toda mi vida la he gastado en propósitos y ocupaciones literarias.

Nací el 26 de abril de 1711, según el viejo calendario, en Edimburgo. Provengo de buena familia, tanto por padre como por madre. (…) pero Mi familia, sin embargo, no era rica, y siendo yo el hermano más joven mi patrimonio, según las costumbres de mi país, era, por supuesto, muy escaso. Mi padre, considerado hombre de talento, murió cuando yo era un bebé, dejándome, con un hermano mayor y un hermana, al cuidado de nuestra madre, mujer de singular mérito, quien, aunque joven y guapa, se dedicó por completo a la crianza y educación de sus hijos.


Pasé por el curso ordinario de la educación con éxito, y muy pronto fui presa de una ferviente pasión por la literatura, pasión que ha sido la rectora de mi vida y la mayor fuente de mis alegrías. Mi predisposición por los estudios, mi sobriedad y esmero le dieron a mi familia la idea de que el derecho podría ser una profesión adecuada para mí, pero yo siempre sentí una insuperable aversión por todo lo que no fuera la indagación filosófica y el aprendizaje en general. Así mientras ellos imaginaban que yo estaba estudiando detenidamente a Voet y Vinnio, en realidad Cicerón y Virgilio eran los autores devoraba en secreto.


Mi muy escasa fortuna, sin embargo, era inadecuada para este estilo de ida y mi salud, un tanto quebrantada por mi ardiente dedicación al estudio, me hizo caer en la tentación - o mejor dicho me forzó- a hacer un débil intento por ingresar a un medio de vida más lucrativo. Así, en 724 partí para Bristol con algunas recomendaciones de comerciantes eminentes, pero a los pocos meses descubrí que la vida de comerciante era totalmente inapropiada para mi.


Constatado esto, me fui a Francia con la intención de proseguir con mi pasión por los estudios en un retiro campestre y fue allí donde puse en marcha un plan para mi vida, al que firme y exitosamente me he podido ajustar.


A fin de mantener a salvo mi independencia, decidí suplir la carencia de fortuna con una rígida frugalidad, y considerar como desdeñable todo propósito excepto el perfeccionamiento de mis talentos literarios y filosóficos. (…)


Después de pasar tres años muy agradables en Francia, volví a Londres y a finales de 1738 publiqué mi Tratado sobre la naturaleza humana. (…) Jamás hubo un esfuerzo literario más desafortunado que este libro; nació muerto de la imprenta y ni siquiera alanzó la distinción de provocar el más leve murmullo por parte de los críticos.

Pero, siendo yo por naturaleza de un temperamento alegre, pronto me recuperé del golpe y proseguí mis estudios con gran entusiasmo. (…) durante este tiempo, además, recuperé el conocimiento de la lengua griega que tanto había descuidado en mi primera juventud.



(…) Siempre albergué la idea de que mi falta de éxito al publicar el Tratado de la naturaleza humana se debía más a la forma que al contenido y que yo había sido culpable de la muy común imprudencia de acudir demasiado rápido a la imprenta. De ahí que decidiera rehacer la primera parte de este trabajo en la Investigación sobre el entendimiento humano (…) pero esta obra al principio fue apenas más exitosa que el tratado. (…) Una nueva edición de Mis Ensayos morales y políticos tampoco tuvo mejor suerte.

Tal es la fuerza de mi temperamento natural que estas decepciones hicieron poca o ninguna mella en mi. Me teñiré con mi hermano a su casa de campo, y allí redacté la segunda parte de mis Ensayos. (…) Mientras tanto, mi editor me informó de que mis publicaciones previas - todas menos mi desafortunado tratado- empezaban a ser tema de conversación y que se pedían nuevas ediciones. En un año se publicaron dos o tres críticas, escritas por reverendos e ilustrísimas y también me enteré (…) de que por fin los libros empezaban a ser apreciados en círculos selectos. Sin embargo, yo había tomado la firme resolución - que mantuve inflexiblemente Oda la vida - de nunca contestarle a nadie, puesto que no soy de un temperamento particularmente irascible, siempre he permanecido con facilidad apartado de todas las dispútalas. (…)

Estos indicios de una creciente reputación me animaron: siempre fui as afecto a mirar el lado favorable de las cosas que el desfavorable y este es un rasgo menta que es mejor poseer que el haber nacido con una propiedad de diez mil libras al año. (…) En 1752 La Facultad de Derecho me eligió como su bibliotecario, un empleo por el cual recibí poca o ninguna remuneración pero que puso en mis manos una gran biblioteca. Concebí entonces el proyecto de escribir la historia de Inglaterra. (…) Estaba entonces, lo confieso, particularmente entusiasmado con mis expectativas de éxito con esta obra; pensé que yo era el único historiador que simultáneamente había desdeñado por un. Lado el poder, los intereses y la autoridad actuales, y por otra el clamor de los prejuicios populares, además como el tema era accesible a cualquier inteligencia, ya me esperaba yo la aclamación correspondiente. Pero cuan desdichada no sería mi desilusión fui embestido por un clamor de reproches, condenas y hasta odios de ingleses escoceses, irlandeses, Whigs y tories, clérigos y sectarios, librepensadores y relacionistas, patriotas y cortesanos unieron su rabia. (…) Pero lo que más me mortificó fue que, una vez apagados los primeros arrebatos de furia, el libro pareció hundirse en el olvido. (…) Mi editor dijo que en doce meses había pedido solo 45 ejemplares. En toda Inglaterra, Escocia o Irlanda apenas supe de algún hombre que pudiera ser considerado culto o de rango que tolerara el libro. (…)

Entonces si, lo confieso me sentí desanimado y si la guerra entre Francia e Inglaterra no hubiera estallado, ciertamente me habría retirado a algún pueblo e Francia, habría cambiado de nombre y no habría vuelto jamás a mi país natal. Pero… como este plan no era viable y el siguiente volumen de mi Historia de Inglaterra estaba considerablemente avanzado, decidí llenarme de valor y preservar. (…)


A pesar de la variedad e vientos y estaciones a las que mis escritos han sido sometidos, éstos han seguido abriendo camino de modo que las regalías que me dieron mis editores excedieron con mucho, cualquier noticia que se hubiera tenido de algo así antes en Inglaterra. Me volvieron no sólo independiente, sino rico. (…)

Me retiré entonces a mi tierra natal de Escocia determinado a nunca más poner un pie fuera de ella y con la satisfacción de no haber cedido nunca a las exigencias de ningún hombre importante o de haber hecho propuestas de amistad a ninguno de ellos. Como ya había cumplido los 50 años, pensaba pasar el resto de movida con este estilo filosófico cuando recibí una invitación (…) para ser el secretario de la embajada de gran Bretaña en París. (….) Regresé a Edimburgo en 1769, ahora muy acaudalado - pues poseía una renta de mil libras al año - en buena salud, y aunque algo entrado en años, con la perspectiva de disfrutar por mucho tiempo mi bienestar y de contemplar el incremento de mi reputación.

En la primavera de 1775 me vi, sin embargo, afectado por un desorden intestinal que al principio no me alarmó, pero que luego se volvió, como después me enteré, mortal e incurable. Preveo ahora una pronta decadencia.

Pero debéis saber que he padecido muy poco dolor por mi mal y, lo más extraño, nunca he sufrido - a pesar del gran deterioro de mi persona- un solo momento de abatimiento de animo, al punto de que, si tuviera que escoger un periodo de movida que desata vivir de nuevo, estaría tentado de escoger este último periodo. Tengo la misma energía de siempre para el estudio y la misma jovialidad. Considero, además, que un hombre de 65 años, al morir, sólo suprime unos cuantos años de achaques y aunque veo que por fin emergen con mayor lustre muchas manifestaciones de mi reputación literaria, sé que no tengo más que unos cuantos años para disfrutarla. Es difícil estar más desprendido de la vida de lo que lo estoy en la actualidad.”


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