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Ciro II el Grande y la formación del imperio persa

Orígenes del que es considerado el imperio de mayor extensión de toda la Antigüedad

Ciro II el Grande y la formación del imperio


El estudio de todas las fuentes en su conjunto -griegas, hebreas y persas- ha permitido a los especialistas establecer que, en torno al siglo VI a.C., Oriente Próximo vio nacer una nueva entidad política que vendría a trans-formarse en el imperio más extenso de toda la historia antigua: el Imperio aqueménida. Si bien su duración fue breve, pues apenas alcanzó a superar los dos siglos de vida, esta emergente cultura supuso una alteración radical de las fronteras tradicionales del mundo antiguo ya que bajo su poder fueron sometidos prácticamente todos los pueblos conocidos por los griegos, desde Babilonia hasta Egipto.




Las raíces étnicas de los persas nos son todavía hoy desconocidas, pero los estudios etnográficos apuntan a que podrían descender originariamente de un conjunto de pueblos nómadas de lengua irania que emigraron desde Asia central hasta el Golfo Pérsico para asentarse en la actual región de Fars, al sur de la cordillera de los montes Zagros.

Dedicados a la ganadería y la agricultura de subsis-tencia, en torno al siglo VIII a.C. los persas estaban organizados en torno a una pequeña monarquía con sede en Pasargarda. El reino de los persas era, entonces, un diminuto territorio rodeado por un vasto imperio que controlaba la mayor parte de la región: Media. Los medos eran los señores de los persas.


Sin embargo, la situación cambió en torno al año 550 a.C. cuando Media comenzó a entrar en un periodo de grave decadencia económica e institucional. Una larga lista de monarcas ineptos provocó un lento declive y el desmoronamiento de su próspera economía basada en el control de las rutas comerciales entre Asia y el Mediterráneo. La circunstancia fue entonces aprovechada por el joven rey de los persas, Ciro, quien decidió intentar una invasión militar del territorio medo. Su pretensión, descabellada en un inicio, resultó ser un éxito y Ecbatana -la antigua capital de Media- se convirtió en la nueva sede de la monarquía persa.

De forma inesperada, un pequeño reino de gana-deros se hizo con el vasto territorio medo, alterando el equilibrio de alianzas de la zona. La habilidad de Ciro y sus consejeros consiguió, además, reavivar la estructura administrativa del imperio y, con una nueva organización, volver a poner en marcha los enormes beneficios del comercio asiático. Alcanzada su primera victoria, Ciro decidió seguir expandiendo su dominio, esta vez, atacando al gran aliado de los medos: Lidia.

Situada a orillas del Mediterráneo, Lidia era el punto de conexión principal entre Asia y Europa. En sus ciudades portuarias se hacían verdaderas fortunas con la venta de los exóticos productos orientales, así como la importación hacia Asia de los frutos del Mediterráneo. La toma de Media había cortado las conexiones comerciales de los lidios que, completamente aislados, se rindieron a Ciro sin apenas resistencia en el año 547 a.C.


Lidia tiene una importancia adicional para nuestro estudio porque al oeste de la región estaba situada Jonia, territorio que albergaba dos de las ciudades natales de los presocráticos, Mileto y Éfeso, cunas de la filosofía.


Toda Jonia quedó entonces sometida al poder de Ciro quien la rebautizó, pasando a ser conocida como la satrapía de Sparda. Fue, precisamente, en este punto, en la nueva frontera de los aqueménidas con la Hélade donde colisionaron el mundo de los persas persa y el de los griegos. Aquí tuvo lugar el primer conflicto militar entre ambos pueblos -la llamada revuelta jónica- en la que los griegos destruyeron Sardis, la capital.

El éxito de estas dos campañas -el sometimiento de Media y la caída de Lidia- llevó la fama de Ciro a todos los rincones del mundo conocido forjándole una imagen de conquistador invicto por la que adquirió el sobrenombre de “el grande”. Desde entonces sería conocido en la historia como Ciro II el Grande.

Esta fama, en absoluto exagerada, fue agrandada cuando en el año 539 a.C. el ejército persa, continuando con su sed de conquistas, se abalanzó sobre Babilonia haciéndose con el control de una de las civilizaciones más antiguas y emblemáticas de la época. Poco después, Ciro avanzó para hacerse con la totalidad de los territorios de Siria y Judea.

En poco más de una década, los persas habían logrado conquistar prácticamente la totalidad de Oriente Próximo convirtiéndose en una seria amenaza para el resto de los pueblos que, aún independientes, sabían que su sumisión era cuestión de tiempo.


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