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El Cilindro de Ciro y la liberación del pueblo hebreo

Análisis de la prueba arqueológica más importante de la liberación de Babilonia del pueblo hebreo en la Antigúedad

El cilindro de Ciro y la liberación de los hebreos


La conquista de Babilonia por Ciro el Grande no fue una simple victoria más en su larga lista de éxitos militares, sino que sus ecos lograron atravesar toda la historia de Occidente. La toma de esta ciudad determinó el futuro Grecia y, con ella, el pensamiento filosófico occidental, pero también afectó al destino del pueblo judío y se convirtió, siglos más tarde, en fuente de inspiración para teóricos políticos de la Modernidad como Maquiavelo, Erasmo de Rotterdam o Thomas Jefferson.


Casi 60 años antes de la invasión persa, el rey del imperio neobabilónico era Nabucodonosor II. Como relata la Biblia -y confirman suficientemente las fuentes arqueológicas- en el año 589 a.C. Nabucodonosor invadió el reino de Judá y sitió Jerusalén.





El asedio de la ciudad duró dos largos años provocando una devastadora hambruna descrita, con gran emoción, en el libro de los Reyes:


“Y la ciudad estuvo sitiada hasta el undécimo año del rey Sedequías. A los nueve días del mes cuarto el hambre era tan grande en la ciudad que no había alimento para el pueblo.”

“Más dichosos son los que mueren a espada que los que mueren de hambre, que se consumen, extenuados, por falta de los frutos de los campos.”

“Las manos de mujeres compasivas cocieron a sus propios hijos, que les sirvieron de comida a causa de la destrucción de la hija de mi pueblo.”

Cuando la ciudad finalmente sucumbió ante los invasores babilónicos en el 587 a.C., el último rey de Judá, Sedequías intento huir, pero fue alcanzado por las tropas de Nabucodonosor:

“Pero el ejército de los caldeos persiguió al rey y lo alcanzó en los llanos de Jericó, y todo su ejército se dispersó de su lado. Entonces capturaron al rey y lo trajeron al rey de Babilonia en Ribla, y éste lo sentenció. Y degollaron a los hijos de Sedequías en su presencia, y a Sedequías le sacó los ojos, lo ató con cadenas de bronce y lo llevó a Babilonia.”


En una práctica común en la época, como castigo por la resistencia del pueblo invadido, Nabucodonosor tomó a las familias judías más importantes como esclavas y las deportó a Babilonia.


“Y tú no escaparás de su mano, sino que ciertamente serás capturado y entregado en su mano; tus ojos verán los ojos del rey de Babilonia, y él te hablará cara a cara, y a Babilonia irás.”

“Y todas tus mujeres y tus hijos serán llevados a los caldeos, y tú no escaparás de sus manos, sino que serás apresado por la mano del rey de Babilonia, y esta ciudad será incendiada.”


Antes de regresar con sus tropas, el rey mandó saquear la ciudad e incendiar el Templo de Salomón que quedó completamente destruido. Desde esa fecha, los hebreos permanecieron cautivos bajo el poder babilónico. Este es el tiempo del llamado “exilio judío en Babilonia”. Medio siglo después, en el 539 a.C. el último rey de Mesopotamia, Nabonido, sería derrotado por Ciro en la batalla de Opis, a orillas del río Tigris.


“Nabonido convocó a sus tropas y marchó contra Ciro, rey de Anshan, para enfrentársele en combate. El ejército de Ishtumegu se volvió contra él y lo entregó encadenado a Ciro. Ciro marchó contra el país de Agamtanu; se apoderó de la residencia real; cogió como botín plata, oro, cosas valiosas del país y los llevó a Anshan”.


Tras el reparto de un inmenso botín -narrado en las Crónicas de Nabonido- y deseando hacerse con el favor de la población reacia a someterse a los persas, Ciro tomó un conjunto de medidas políticas de integración y concordia, entre las que destaca la liberación de toda la población esclavizada por los reyes anteriores. Este acontecimiento se encuentra recogido en una de las fuentes arqueológicas más célebres jamás halladas: el Cilindro de Ciro.



El cilindro no es sino una pequeña pieza de arcilla en forma de barril, de unos 22 cm de largo y 10 cm de diámetro, encontrado en el año 1879 por una expedición del Museo Británico en el templo del dios Marduk en Babilonia. La pieza está cubierta por 45 líneas de escritura acadia cuneiforme en las que se celebra con fasto y reverencia la conquista de la ciudad por Ciro.

La localización específica en la que fue descubierto -en el seno del templo más importante de toda la ciudad de Babilonia-, indica que el rey persa lo depositó en un acto propaganda, pero también de respeto. Ciro no destruyó el templo de Marduk ni disolvió su culto antes, al contrario, lo eligió como el lugar más digno para preservar su recuerdo. Esta decisión ha sido interpretada por los especialistas como un raro gesto de tolerancia que contrasta con la despiadada destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor.

El texto que cubre el cilindro nos permite acercarnos a la imagen que los reyes persas querían proyectar de sí mismos. De las partes que han podido traducirse, la más relevante es la siguiente:


“Yo soy Ciro, rey del universo, el gran rey, el rey poderoso, rey de Babilonia, rey de Sumer y Acad, rey de los cuatro confines del mundo; (…)Yo soy la semilla perpetua de la realeza, cuyo reinado aman Marduk y Nabu, y de cuya realeza ellos mismos custodian, para su dicha.

Cuando llegué como precursor de la paz a Babilonia, establecí mi morada real dentro del palacio, acompañado de vítores y aclamaciones. (…)

Marduk, el gran señor, me había destinado a recibir la gran magnanimidad de aquel que ama a Babilonia. En cuanto a mí, salí a su encuentro con devoción. (…)

Mis numerosas tropas marcharon pacíficamente a través de Babilonia, y todo Sumer y Acad no tenían nada que temer. Procuré la seguridad de la ciudad de Babilonia y de todos sus santuarios. En cuanto a la población de Babilonia que en contra de los designios divinos había soportado un yugo no decretado para ellos, hice que encontraran descanso de su agotamiento: los liberé de su servidumbre. (…)

Marduk, el gran señor, se regocijó por mis buenas obras, y pronunció una dulce bendición sobre mí, Ciro, el rey que le teme, y sobre Cambises, el hijo de mi linaje, y sobre todas mis tropas, para que vivamos bienaventurados ante su presencia, gozando de bienestar. (…)

A su excelsa orden, todos los reyes que se sientan en los tronos, de todas partes, desde el Mar Superior hasta el Mar Inferior, los que habitan remotas regiones y los reyes de la tierra de Amurru que viven en tiendas, todos ellos, trajeron su pesado tributo a Shuanna, y besaron mis pies.

(…) los santuarios al otro lado del río Tigris -cuyas edificaciones se habían deteriorado hace tiempo-, a los dioses que habitaban allí los devolví a su hogar y les construí una morada eterna. A todo su pueblo lo reuní y los llevé de vuelta a sus viviendas.

Y a los dioses de la tierra de Sumer y Acad que Nabonido -provocando la furia del señor de los dioses- había traído a Shuanna; por orden de Marduk, el gran señor, los devolví ilesos a sus celdas en los santuarios donde se sienten jubilosos.

Que todos los dioses que devolví a sus santuarios, pidan una larga vida para mí todos los días ante Bel y Nabu, y mencionen mis buenas acciones, y digan a Marduk, mi señor, esto: "Que Ciro, el rey que te teme, y Cambises su hijo, sean los abastecedores de nuestros santuarios hasta días lejanos y que la población de Babilonia pronuncie bendiciones sobre mi reinado. He permitido que todas las tierras disfruten de la paz.”


Este emocionante fragmento busca mostrar a Ciro, no como a un invasor extranjero llegado para destruir la memoria y la cultura de un pueblo, sino como a un monarca bendecido por los propios dioses de Babilonia -Marduk y Nabu- a quiénes él mismo rinde culto y pide protección. Así, el gran rey persa no pretende derivar su legitimidad sobre el trono de Babilonia de los derechos de conquista sino de la voluntad misma de los dioses. Una estrategia sagaz que, basada en una tolerancia manifiesta hacia las costumbres del pueblo invadido, demostró ser el camino óptimo para el gobierno de las vastas regiones orientales en la Antigüedad.

Ciro se presenta como el liberador de los pueblos que Nabucodonosor II había esclavizado y que Nabonido seguía sometiendo. El texto insiste en la liberación pacífica de los esclavos y de sus dioses y subraya que, una vez repatriados, Ciro les ayudó económicamente a reconstruir sus templos. Ésta es una valiosa prueba documental de la ayuda que los persas ofrecieron a los hebreos para la reconstrucción del Segundo Templo de Jerusalén.

Los acontecimientos narrados en el Cilindro de Ciro no son aislados, sino que reciben confirmación en textos contemporáneos del Antiguo Testamento. El testimonio más importante lo encontramos en el libro de Esdras donde Ciro II es mostrado como inspirado directamente por Yahvé:


“En el primer año del reinado Ciro rey de Persia, para que se cumpliese la palabra de Jehová (…), despertó Jehová el espíritu de Ciro rey de Persia, el cual hizo pregonar de palabra y también por escrito por todo su reino, diciendo:

Así ha dicho Ciro rey de Persia: Jehová el Dios de los cielos me ha dado todos los reinos de la tierra, y me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén, que está en Judá. Quien haya entre vosotros de su pueblo, sea Dios con él, y suba a Jerusalén que está en Judá, y edifique la casa a Jehová Dios de Israel (él es el Dios), la cual está en Jerusalén. (…)

Y el rey Ciro sacó los utensilios de la casa de Jehová, que Nabucodonosor había sacado de Jerusalén, y los había puesto en la casa de sus dioses. Los sacó, pues, Ciro rey de Persia (…).

Y esta es la cuenta de ellos: treinta tazones de oro, mil tazones de plata, veintinueve cuchillos, treinta tazas de oro, otras cuatrocientas diez tazas de plata, y otros mil utensilios. Todos los utensilios de oro y de plata eran cinco mil cuatrocientos. Todos los hizo llevar con los que subieron del cautiverio de Babilonia a Jerusalén.”


El Cilindro, los textos bíblicos y la narración de Heródoto son pruebas firmes de que Ciro fue tolerante en sus campañas, tanto con el pueblo judío al que dejó marchar como con la población babilónica cuyos dioses y templos respetó. Si bien se trató, probablemente, de una meditada estrategia para estabilizar su poder, también es cierto que ningún otro pueblo actuó así en la Antigüedad. La conquista solía estar acompañada de la destrucción y la transformación cultural de los conquistados. Sin embargo, más allá del cambio de nombre de las regiones y el pago de los correspondientes tributos, los persas, no exigían grandes alteraciones en las costumbres de sus nuevos súbditos.

Algunos historiadores, no obstante, consideran exagerado el humanitarismo que se pretende atribuir a Ciro y subrayan otra poderosa razón que seguramente le invitó a respetar a los dioses de sus conquistados: el hecho de que la superstición del momento desaconsejaba la destrucción de templos. En el mismo recinto sagrado de Marduk, los arqueólogos encontraron otro cilindro, algo más antiguo, en el que se especifica exactamente que habría de padecer el que se atreviera a profanar su espacio:


“Quienquiera que erosione o dañe mis tablillas y cilindros, o los moje con agua, o los queme con fuego, o los exponga al aire, o les asigne en el sitio sagrado del Dios una posición en la que no puedan ser vistas o entendidas, o borre la escritura e inscriba su propio nombre, o quien divida las esculturas vagará en las aguas, será suspendido en el fuego, será calumniado en tierra, se le asignará por adjudicación un lugar desagradable en la excelsa casa en lo alto (…) sobrevivirá pocos años y escribirá su nombre donde algún enemigo lo mutile rápidamente, y -la tablilla que lo contenga- será rota contra mis tablillas. Que Anu y Yem, los grandes dioses, mis señores, lo confundan absolutamente, que sus maldiciones caigan sobre él, que destruyan su poder real, que sus enemigos se lleven su trono real y que perezca la memoria de su reino, que despedacen sus armas, que se lleven prisioneros a sus ejércitos y que él viva un exilio eterno en la tierra de sus enemigos. Que establezcan una raza de extranjeros en su sitio y que su nombre y su raza perezcan para siempre en la tierra”


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