Análisis del relato de la batalla de Salamina ofrecido por Esquilo en Los persas
Ante esta devastadora situación tras el fracaso de la batalla de las Termópilas, los miembros de la Liga Helénica comenzaron a discutir la defensa de los últimos territorios libres. El plan que consiguió imponerse, tras un fuerte rechazo, fue el de Temístocles, estratego ateniense, quien propuso llevar a los persas a la batalla naval en los estrechos de la isla de Salamina, situada a menos de 2 km del Pireo, el puerto de Atenas.
Finalizando el verano, en torno a mediados de septiembre del año 480 a.C., griegos y persas se enfrentarían en la batalla más decisiva de la guerra. Heródoto narra emocionado cómo los mismos dioses del Olimpo mostraron, en la víspera, su voluntad a través de dos hechos insólitos:
“Entretanto, se hizo de día y, al salir el sol, se produjo un seísmo acompañado de un maremoto, por lo que decidieron elevar preces a los dioses”
“Y por cierto que, al decir de Diceo (…) quien era un exilado ateniense que se había granjeado prestigio entre los medos, en aquellos momentos, cuando el Ática, que había sido abandonada por los atenienses, estaba siendo devastada por los efectivos terrestres de Jerjes, él -que se daba la circunstancia de que a la sazón se encontraba, en compañía del lacedemonio Demarato, en la llanura de Tría- vio que desde Eleusis avanzaba una polvareda, como si la causasen poco más o menos unos treinta mil hombres. Ellos dos se preguntaban, llenos de perplejidad, quiénes podían levantar la polvareda, cuando, de repente, oyeron un griterío que a Diceo le pareció́ que se trataba del grito ritual que, en honor de Yaco, se entona en los misterios.
Entonces Demarato, que no conocía los ritos que tenían lugar en Eleusis, le preguntó qué era aquel murmullo que se escuchaba. Y él le respondió: Demarato, las tropas del rey van a sufrir forzosamente un gran desastre, pues, teniendo en cuenta que el Ática se halla desierta, es de todo punto evidente que el murmullo que se escucha tiene un carácter sobrenatural: procede de Eleusis para socorrer a los atenienses y a sus aliados. Y, desde luego, si se lanza sobre el Peloponeso, el peligro acechará a la persona del rey y a su ejército de tierra; en cambio, si se encamina contra las naves que están en Salamina, el monarca correrá́ el riesgo de perder su flota. Esta fiesta la celebran los atenienses todos los años en honor de la Madre y de la Hija, pudiendo iniciarse en ella todo ateniense, o cualquier otro griego, que lo desee; y el grito que oyes es la invocación que, durante dicha fiesta, dirigen a Yaco.
Calla -replicó Demarato ante sus manifestaciones-y no relates este episodio a nadie más, pues, si esas palabras llegan a oídos del rey, de seguro que perderás la cabeza y ni yo ni ninguna otra persona, ni una sola, podremos salvarte. Mira, guarda silencio, que de esas tropas se encargaran los dioses. Ese fue, en suma, el consejo que le dio Demarato; y, entretanto, con la polvareda, y una vez acallado el griterío, se formó una nube que se elevó al cielo y se dirigió hacia Salamina, en dirección a la flota griega. Así fue como ambos comprendieron que los contingentes navales de Jerjes iban a ser destruidos. Eso es lo que contaba Diceo, hijo de Teocides, poniendo por testigos a Demarato y a otras personas.
Los temores de los traidores y el presagio de los dioses se cumplieron sin demora. Con un estudiado engaño, los griegos consiguieron atraer los barcos persas al angosto paso entre la isla de Salamina y el continente, donde las naves se amontonaron y chocaron entre si, siendo blanco fácil para los espolones griegos. Su desconocimiento del terreno llevó el ataque persa al desastre, y la mayor parte de los barcos -casi 1200 trirremes- terminaron hundidos o gravemente dañados. Jerjes pudo presenciar desde una colina cercana la destrucción de su flota, tras lo cual ordenó la retirada a Susa. Atrás quedó una parte de su ejército al mando del general Mardonio que poco después sería detrrotado en la batalla de Platea en el 479 a.C. mientras que los últimos restos de la flota persa cayeron en la batalla de Micale, en el mismo año.
Los persas de Esquilo
Un conjunto de acontecimientos de tal magnitud no podría haber sido ignorado por el arte de la época. Todas las formas de expresión artística de los griegos toma-ron los enfrentamientos como motivo de inspiración, desde la cerámica hasta los frisos del templo dedicado a Atenea Niké en la acrópolis, pasando por la poesía, la historia y el teatro.
Entre todas las grandes obras que se escribieron en honor a las guerras contra los persas destaca una pieza única, la tragedia más antigua conservada: Los persas de Esquilo. Redactada sólo ocho años después de la batalla de Salamina y destinada a ser representada en el gran teatro de Dionisios de Atenas, constituye una de las joyas de la literatura clásica y el mejor ejemplo de la nueva imagen que los griegos crearon de los persas tras su derrota. Una descripción tan conmovedora como polarizada de dos mundos que habían chocado para volver a encontrarse pronto.
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