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Aristóteles: estrellas fugaces y cometas

Exposición de la física aristotélica respecto a la naturaleza de las estrellas fugaces y los cometas




 


Estrellas fugaces


 

En el marco de su física, Aristóteles estudia, en primer lugar, la aparición esporádica en el cielo de llamas ardientes o luces, conocidas comúnmente como estrellas fugaces, antorchas o cabras. La explicación de estos fenómenos –así como de la mayoría de los meteoros– se apoya en la combinación de las cualidades húmedo-seco y caliente-frío derivada de la interacción entre los elementos estratificados según la teoría general que hemos visto en los apartados anteriores (Meteor.I 4, 341b1-35).



Al calentarse la tierra por efecto del Sol se generan dos exhalaciones o emanaciones gaseosas, una seca e inflamable compuesta por una especie de humo terroso y una húmeda formada por vapor de agua. La exhalación seca se sitúa por encima de la húmeda constituyendo la capa más elevada de la esfera que circunda la Tierra, mientras que la húmeda permanece inmediatamente debajo a una temperatura inferior. Debido al roce y al movimiento impreso por la esfera etérea contigua, partes de la exhalación humeante se inflaman dando lugar a los fenómenos lumínicos llamados estrellas fugaces.




 

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Las diversas trayectorias que pueden seguir los pedazos de material inflamado dan lugar a formas diferentes como estelas o estallidos de pequeños fragmentos luminosos.



En ocasiones, el calor es expulsado violentamente y a presión, hecho que lleva a que el desplazamiento de las partículas ígneas se asemeje más al de un proyectil que al de una combustión. La razón del desplazamiento lateral que se observa en la mayor parte de estrellas fugaces radica en la combinación de dos tipos de traslaciones o desplazamientos: el material ígneo se mueve hacia abajo por la fuerza de la expulsión del aire y hacia arriba por su propia naturaleza. Como resultado, la mayor parte de las estrellas se desplazan oblicua y transversalmente. La causa material de estos fenómenos es la exhalación humeante y la causa eficiente el movimiento ascendente o la condensación del aire al contraerse. La prueba que viene a demostrar que todo ello ocurre por debajo de la Luna es, según Aristóteles, “su rapidez aparente, que es semejante a la de las cosas que arrojamos, que por estar cerca de nosotros parecen superar con mucho en velocidad a las estrellas, el Sol y la Luna.” (Meteor. I 4, 342a27-33).




 


Auroras boreales


 

A pesar de la latitud en la que está situada Grecia y de la escasa incidencia que tiene este fenómeno en nuestros días en dicha región del mundo, Aristóteles describe con claridad el fenómeno electromagnético de las auroras boreales rojas, aún más raras todavía que las verdes. A entender de nuestro filósofo, este efecto luminoso que caracteriza como “grietas, zanjas y colores sanguinolientos” (Meteor.I 5, 342a35) tiene una causa semejante a la de las estrellas fugaces. El aire condensado se tiñe de toda clase de colores porque la luz que atraviesa un medio más espeso es menor, de modo que, al producirse la reflexión, el aire da lugar principalmente a los colores “escarlata o púrpura, ya que éstos (son los que) aparecen la mayoría de las veces como resultado de la mezcla por superposición del (color) ígneo y el blanco, tal como, por ejemplo, los astros al salir y al ponerse, si hace mucho calor, parecen de color escarlata a través del humo.” (Meteor.I 5, 342b5-10).



 


Cometas


 

La explicación de los cometas, fenómenos que conmovieron profundamente a todas las civilizaciones a lo largo de la historia y que constituyeron una de las preocupaciones cosmológicas principales a lo largo de toda la Modernidad –tal como lo muestra la obra de Copérnico, Galileo, Descartes, Bayle o Newton– recibe por parte de Aristóteles un tratamiento mucho más detenido y pormenorizado que los casos anteriores.

Para establecer su posición, el Estagirita analiza y expone dos conjuntos de teorías: las atribuidas a Anaxágoras y Demócrito y las propias de los pitagóricos Hipócrates de Quíos y su discípulo Esquilo.


Según el Filósofo, los dos primeros pensaron que los cometas eran una conjunción producida entre dos o más de las errantes cuando, debido a su proximidad, parecen tocarse (Meteor.I 6, 342b29). Es decir, que los cometas son simplemente una ilusión que se produce al observar, desde la Tierra, dos planetas muy cercanos que están en la misma longitud celeste.


Los pitagóricos, por su parte, sostenían que sólo hay un único cometa y que éste es simplemente un planeta diferente de los demás que aparece en el cielo cada mucho tiempo con un cénit muy bajo. Así, aquello que llamamos “cometas” no son realmente cuerpos distintos que aparecen y desaparecen, sino un planeta no considerado en la enumeración tradicional que posee un ritmo de desplazamiento por el firmamento mucho más lento e irregular que el de los demás.


Hipócrates y Esquilo sostuvieron la misma tesis a la que añadieron la idea de que la cabellera del cometa no le pertenece sino que es algo que capta o arrastra cuando atraviesa regiones húmedas. La luz del Sol se refleja en dicha humedad y, por ello, parece que el cometa está rodeado por un halo alargado.

Todas estas teorías defienden, según Aristóteles, cosas imposibles tanto desde el punto de vista de la generalidad como en lo que se refiere a los detalles de su exposición. En primer lugar, Aristóteles afirma que es imposible que los cometas sean un planeta porque todos los planetas tienen movimiento retrógrado en el círculo zodiacal mientras que muchos cometas han sido vistos fuera. Es decir, la observación cosmológica había permitido a los griegos llegar a la conclusión de que todos los planetas se desplazan de este a oeste en una estrecha banda de ocho grados de anchura a cada lado de la eclíptica.


Los cometas, en cambio, no siguen siempre este patrón de desplazamiento sino que a veces aparecen en puntos completamente distintos del cielo lo cual, en opinión del Filósofo, descarta la posibilidad de que sean una de las errantes.

En segundo lugar, los comentas no pueden ser un solo planeta ya que, según subraya Aristóteles, ha habido numerosas ocasiones en las que se han podido observar dos cometas a la vez, lo cual hace completamente imposible concluir la identidad con una sola errante. En lo que respecta al detalle añadido a la teoría pitagórica por Hipócrates y Esquilo respecto a la causa de la cabellera de los cometas, Aristóteles destaca que si ello fuera así y si los cometas son un planeta como los demás, en algún momento tendría que aparecer sin cabellera, cosa jamás observada.


La teoría de los que explican los cometas por medio de la conjunción de los planetas es refutada por el Estagirita por referencia a la observación del aumento del brillo de algunas las estrellas a lo largo del tiempo –tal vez se refiera a explosiones de supernovas– que Aristóteles describe literalmente de la siguiente manera: “también algunos de los astros no errantes cogen cabellera. Y en esto no sólo hay que hacer confianza a los egipcios, aunque también ellos lo dicen, sino que nosotros mismos lo hemos observado; en efecto, alguna estrella de las que hay en el muslo del Can tenía cabellera, aunque tenue: pues para los que miraban atentamente hacia ella el resplandor resultaba apagado, mientras que para los que miraban levemente de soslayo la visión era mayor.” (Meteor.I 6, 342b10-15)


Quedando disueltas las explicaciones rivales, Aristóteles se dispone a dar su propia visión sobre la naturaleza de los cometas que sustenta, de nuevo, en la teoría de las exhalaciones que había derivado de la estratificación elemental. Según lo dicho anteriormente, la Tierra está rodeada por una exhalación seca y caliente que es arrastrada y desplazada por la translación del cielo cuyo origen se remite al movimiento de la esfera de la Luna. De vez en cuando, una parte, lo suficientemente grande como para no consumirse ni extinguirse rápidamente, de esa exhalación se condensa por efecto del movimiento y coincidiendo con el ascenso desde debajo de una exhalación más fuerte se forma una masa que se extiende longitudinalmente recibe el nombre de cometa.



La prueba de que la constitución de los cometas es ígnea –al contrario que los planetas que, al estar compuestos por éter, no arden– está en que, según Aristóteles, su formación coincide siempre con periodos secos y ventosos. “Así, pues, cuando aparecen los cometas muy seguidos y en mayor número, tal como decimos, los años resultan manifiestamente secos y ventosos; en cambio, cuando son más infrecuentes y más débiles por su tamaño, tampoco se da aquello del mismo modo, aunque la mayoría de las veces se produce un exceso de viento, o en duración o en intensidad, pues cuando cayó del aire una piedra en Egospótamos, cayó de día tras ser levantada por el viento: y entonces coincidió que surgió un astro con cabellera por poniente.


También en las fechas del gran astro con cabellera fue seco el invierno y norteño el viento, y la ola se formó por la contraposición de vientos: pues en el golfo prevalecía el viento norte y fuera soplaba un fuerte sur. Además, en la magistratura de Nicómaco surgió durante unos pocos días, en torno al círculo equinoccial, un cometa que no se levantó por poniente, con el que coincidió la formación del viento huracanado en los alrededores de Corinto.” (Meteor.I 7, 344b26-345a5)


Fuente: Minecan, Ana Maria C., Fundamentos de física aristotélica, Ediciones Antígona, Madrid, 2018.

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