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Aristóteles: el saber y la excelencia en el vivir

Análisis detallado de la teoría ética aristotélica en la que se vincula el saber teórico con la virtud más elevada que puede conducir al hombre a la felicidad y a un vida excelente





PERFECCIÓN Y EXCELENCIA EN EL VIVIR


Las ideas de excelencia y perfección en el ejercicio de una actividad se expresan en griego con la palabra areté que suele traducirse como virtud. Al igual que hay una virtud del violinista, que es propia de aquel que toca el violín de forma excelente, también hay una virtud del hombre.

Al ser humano que es capaz de vivir su vida de forma excelente, el que sabe vivir bien es a aquel al que Aristóteles llama feliz.


Estrictamente hablando, la virtud es la capacidad, no simplemente de hacer algo sino de hacerlo bien. Por ello Aristóteles nos dice que “el bien humano viene a ser la actividad del alma conforme a virtud, y si las virtudes son varias, conforme a la mejor y la más perfecta.

Pero... ¿cuál es la virtud más perfecta del ser humano?



 

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LA VIRTUD


“Así pues admitamos en principio que la mejor disposición resulta de los mejores medios, y que las mejores acciones de cada uno provienen de su virtud; por ejemplo, de los mejores esfuerzos y de a mejor alimentación proviene la buena condición física y por la buena constitución física se realizan los mejores esfuerzos. Además, toda disposición es producida y arruinada por los mismos medios aplicados de otra manera, como la salud lo es por la alimentación, los esfuerzos y el clima. (…) Por lo tanto, la virtud es la clase de disposición que resulta de los mejores movimientos del alma; de la que parte la realización de las mejores funciones y emociones del alma; que por los mismos medios es elevada de una manera y de otra manera arruinada.” Ética a Eudemo, 81.


SER FELIZ: EJECER LA VIRTUD

La felicidad del ser humano, por tanto, consiste en el ejercicio de virtuoso de la actividad que le es propia. Es decir Aristóteles establece que la felicidad debe consistir en el ejercicio de la facultad más excelsa y elevada del hombre, y esta facultad no es sino la razón, así que la felicidad perfecta de una vida buena consiste en la actividad intelectual, en la contemplación permanente de la verdad, en el estudio.


En desarrollar y expandir aquellas cualidades que sólo nosotros como seres humanos podemos ejercer: la reflexión, la ciencia, el arte, la música..etc. En estas cosas y sólo en ellas reside la verdadera felicidad del hombre y todos ellos son tipos de conocimientos que podemos desarrollar y ampliar indefinidamente.

En su descubrimiento, en su ejercicio es donde somos realmente felices, es donde nos sentimos plenos. No en saciar necesidades básicas.


EL SABER COMO AQUELLO QUE NOS

DA MÁS FELICIDAD: METAFÍSICA


“Todos los hombres por naturaleza desean saber. Señal de ello es el amor a las sensaciones. Éstas, en efecto, son amadas por sí mismas, incluso al margen de su utilidad y más que todas las demás, las sensaciones visuales. Y es que no sólo en orden a la acción, sino cuando no vamos a actuar, preferimos la visión a todas las demás. La razón estriba en que ésta es, de las sensaciones, la que más nos hace conocer y muestra múltiples diferencias. (…) Puesto que andamos a la búsqueda de esta ciencia, habrá de investigarse acerca de qué causas y qué principios es ciencia la sabiduría. Y si se toman en consideración las ideas que tenemos acerca del sabio, es posible que a partir de ellas se aclare mayormente esto. En primer lugar, solemos opinar que el sabio sabe todas las cosas en la medida de lo posible, sin tener, desde luego, ciencia de cada una de ellas en particular Además, consideramos sabio a aquel que es capaz de tener conocimiento de las cosas difíciles, las que no son fáciles de conocer para el hombre (en efecto, el conocimiento sensible es común a todos y, por tanto, es fácil y nada tiene de sabiduría.) Además y respecto de todas las ciencias, que es más sabio el que es más exacto en el conocimiento de las causas y más capaz de enseñarlas. Y que, de las ciencias, aquella que se escoge por sí misma y por amor al conocimiento es sabiduría en mayor grado que la que se escoge por sus efectos. Y que la más dominante es sabiduría en mayor grado que la subordinada: que, desde luego, no corresponde al sabio recibir órdenes, sino darlas, ni obedecer a otro, sino a él quien es menos sabio. (…)

Que (la filosofía) no es una ciencia productiva resulta evidente ya desde los primeros que filosofaron: en efecto, los hombres –ahora y desde el principio- comenzaron a filosofar al quedarse maravillados ante algo, maravillándose en un primer momento ante lo que comúnmente causa extrañeza y después, al progresar poco apoco, sintiéndose perplejos también ante cosas de mayor importancia, por ejemplo, ante las peculiaridades de la luna, y las del sol y los astros, y ante el origen del todo. Ahora bien, el que se siente perplejo y maravillado reconoce que no sabe. Así, pues, si filosofaron por huir de la ignorancia, es obvio que persiguen el saber por afán de conocimiento y no por utilidad alguna. Por otra parte, así lo atestigua el modo en el que sucedió: y es que un conocimiento tal comenzó a buscarse cuando ya existían todos los conocimientos necesarios, y también los relativos al placer y al pasarlo bien. Es obvio, pues, que no la buscamos por ninguna utilidad, sino que, al igual que un hombre libre es aquel cuyo fin es él mismo y no otro, así también consideramos que ésta es la única ciencia libre; solamente ella es, en efecto, su propio fin.

Por ello cabría considerar con razón que el poseerla no es algo propio del hombre, ya que la naturaleza humana es esclava en muchos aspectos, de modo que – según dice Simónides- “sólo un dios tendría tal privilegio” si bien sería indigno de un hombre no buscar la ciencia que, por sí mismo, le corresponde. Ahora bien, si los poetas tuvieran razón y la divinidad fuera de natural envidioso, lo lógico sería que su envidia tuviera lugar en este caso más que en ningún otro y que todos los que en ella descuellan fuesen unos desgraciados. Pero ni la divinidad puede ser envidiosa sino que, como dice el refrán “los poetas dicen muchas mentiras” ni cabe considerar a ninguna otra ciencia más digna de estima que ésta. Es, en efecto, la filosofía, la más divina y la más digna de estima y lo es, ella sola, doblemente.” Aristóteles, Metafísica I.



SIN EMBARGO NO SOMOS DIOSES


No obstante, si bien a la naturaleza del hombre le corresponde el entendimiento y la facultad de la razón, el ser humano es mucho más que mero entendimiento; es un viviente corpóreo y esto le impone un conjunto de exigencias ineludibles: vive con otros seres humanos y esto reclama de él múltiples actividades y las correspondientes virtudes que faciliten su realización.

De ahí se sigue que la ética y las virtudes son cosas propias de hombres y no de dioses. Los dioses, nos dice Aristóteles, no son justos ¿Cómo podrían serlo si no firman contratos ni hacen depósitos?, no son valientes ¿cómo podrían serlo si no arrostran peligros?, no son generosos (ni tienen dinero ni tendrían a quien dárselo) y tampoco, en fin, son moderados (carecen de deseos y pasiones que controlar).

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