Estructura y propiedades de las esferas de éter postuladas por Aristóteles en su física
LA TEORÍA ARISTOTÉLICA
DE LAS ESFERAS DE ÉTER
Para hallar la teoría aristotélica de los desplazamientos planetarios, es necesario adentrarse en el capítulo ocho del libro XII de la Metafísica, lugar en el que se expone, de manera detallada, la teoría de las esferas homocéntricas que Aristóteles construye a partir de las propuestas de Eudoxo de Cnido y Calipo de Cícico.
Tomando como punto de partida la existencia del primer motor, así como el hecho de que todo lo que se mueve por debajo de él ha de ser movido por algo distinto a sí mismo, Aristóteles sostiene la necesidad de afirmar la existencia de otro tipo de entidades móviles –semejantes en cuanto a la eternidad al primer motor– capaces de explicar las traslaciones de los planetas: las esferas.
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En este punto hay que tener la precaución de no confundir las esferas aristotélicas con la noción contemporánea de órbita que hace referencia, meramente, a la trayectoria dibujada por un cuerpo alrededor de otro. Las esferas de Aristóteles no eran simples representaciones matemáticas de los movimientos astrales sino cuerpos físicos, dotados de un determinado grosor, dentro de los cuales estaban, literalmente, clavados los planetas. Es decir, se trataba de inmensas estructuras sólidas que, al girar, arrastraban los astros estáticos contenidos en cada una de ellas. Todo el movimiento observable en el mundo supralunar era, por tanto, el producto de la combinación de los giros realizados por estos cuerpos traslúcidos.
La determinación del número exacto de esferas existentes es establecida por Aristóteles a partir del cálculo las de translaciones necesarias para explicar los movimientos que se observan en cada uno de los astros. Para ello, toma primero en consideración las opiniones “más rigurosas” al respecto y después pasa a deducir su propia conclusión.
La primera teoría analizada es la de Eudoxo, quien consideró que la descripción de los movimientos del Sol y la Luna requerían la existencia de tres esferas para cada uno y que el resto de planetas exigía cuatro, dando como resultado total un número de veintiséis esferas para explicar la dinámica de las errantes Saturno, Júpiter, Marte, Venus y Mercurio.
Calipo elevó el número de esferas necesarias para explicar el movimiento del Sol, la Luna, Mercurio, Venus y Marte a cinco y mantuvo las cuatro esferas para Saturno y Júpiter alcanzando un total de treinta y tres esferas.
Aristóteles, por su parte, consideró que al número propuesto por Calipo era necesario añadir, por cada planeta, otras tantas esferas, menos una, de giro contrario capaces de devolver siempre a la misma posición a la primera esfera del astro situado por debajo. Así, “[…] puesto que las esferas en que estos se desplazan son ocho por un lado y veinticinco por otro, y las únicas que no es necesario que sean arrastradas para atrás son aquellas en que se desplaza el planeta situado mas abajo, las que tiran de los dos primeros hacia atrás serán seis y, de los cuatro siguientes, dieciseis. Y el número de todas, de las que los transportan mas de las que tiran hacia atrás de ellas, cincuenta y cinco. Y si al Sol y a la Luna no se les asignan los movimientos que decimos, las esferas harán un total de cuarenta y siete.”
FUENTE: Minecan, Ana Maria C., Fundamentos de física aristotélica, Ediciones Antígona, Madrid, 2018.
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