Explicación detenida de la noción aristotélica de vacío y su lugar en la naturaleza
EL VACÍO EN LA FÍSICA DE ARISTÓTELES
El mundo físico aristotélico exige, en virtud de su propia configuración, la ausencia de vacío en cualquier punto del sistema. Sin embargo, el Estagirita consideró que su existencia no puede ser rechazada sin más –pues muchos físicos anteriores hablaron del vacío como elemento fundamental del funcionamiento de la naturaleza– sino que su análisis pormenorizado constituye una de las tareas propias del físico (Fís.IV 6, 213a11-14).
La consideración del vacío y la consiguiente refutación de todas las teorías que le otorgan cualquier tipo de realidad en el cosmos, resulta capital para la entera supervivencia del sistema físico propuesto por Aristóteles. Su vinculación, en las teorías rivales, con la noción de lugar pone en jaque el núcleo mismo de la física porque afecta gravemente a la explicación aristotélica del movimiento. Si el vacío existiera no podrían establecerse las determinaciones específicas del lugar; sin las direcciones del espacio no se podrán caracterizar ni diferenciar los elementos constitutivos de los compuestos físicos.
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Si los elementos no se distinguen –por su ligereza o pesadez– no es posible hablar de movimientos naturales en los cuerpos y sin movimientos naturales resulta imposible la explicación de los movimientos violentos. Por otro lado, la aceptación del vacío impediría la transmisión mecánica del movimiento desde la región suprema del orbe hasta los extremos últimos del mundo sublunar.
La aniquilación del movimiento imposibilitaría tanto los cambios de generación y destrucción como los movimientos locales, cualitativos y cuantitativos. Al mismo tiempo, el vacío entendido como algo absolutamente indeterminado que, sin embargo, posee capacidades causales, daría lugar a la invalidación de la física como ciencia pues ésta, automáticamente, debería reconocer su incapacidad metodológica para aportar conocimiento del funcionamiento de la naturaleza. Si lo indeterminado y el no-ser (Fís.IV 8, 215a10) explican el cosmos, la ciencia, tal y como es comprendida por Aristóteles, no puede dar razón de ello, de tal modo que el conocimiento del mundo físico debe tenerse por imposible.
El vacío como lugar
En los capítulos 6-9 del libro IV de la Física, el Estagirita comenta y refuta un total de cinco alternativas diferentes que pretenden demostrar la existencia del vacío. La primera, y aquella a la que Aristóteles dedica su mayor esfuerzo argumentativo dadas sus implicaciones, consiste en la incorrecta identificación del vacío con la noción de lugar (Fís.IV 7, 213b29-31).
La primera formulación de esta posición sostiene que el vacío debe comprenderse como una suerte de “lugar” o “recipiente”, que se considera lleno cuando contiene la masa que es capaz de recibir y vacío cuando está privado de ella (Fís.IV 6, 213a16-17). En esta caracterización, al ser considerado como una extensión espacial que contiene las cosas, el vacío recibe una definición semejante a la del lugar pudiendo considerarse como una clase especial: el lugar vacío. Al definir el vacío como un lugar “privado de masa” se acepta, al mismo tiempo, su existencia separada de las cosas, pues precisamente es vacío cuando no hay ninguna cosa en él. Sin embargo, tal como hemos visto anteriormente, para Aristóteles el lugar no existe de forma separada de los cuerpos de ahí que el vacío, entendido como un lugar carente de cuerpos, tampoco puede poseer una existencia tal.
La segunda formulación parte, según Aristóteles, de la incorrecta combinación de la noción de vacío como lugar con la posición materialista según la cual todo ente es corpóreo. Desde esta posición, la definición del vacío es reformulada entendiéndose como “espacio en el que no hay ningún cuerpo” (Fís.IV 6, 213b30). No obstante, la identificación plena de los entes con la materia colisiona con uno de los principios básicos de la ontología aristotélica según el cual todos los entes son compuestos hilemórficos, divisibles sólo conceptualmente, de materia y de forma. Es decir, la pretensión materialista que lleva a rechazar la forma inmaterial es inaceptable porque su asunción llevaría a negar cualquier tipo de distinción entre los seres que configuran el mundo. Si todo lo que en verdad existe es materia prima no determinada por una forma, no sería posible hablar de individuos ni de diferencias entre ellos. El rechazo materialista de la forma inmaterial y de los límites por ella impuestos invalida cualquier tipo de explicación de las determinaciones de las cosas. La primacía innegociable del orden frente al desorden es subrayada por Aristóteles allí donde sostiene que las cosas naturales se identifican primariamente con la forma y no con la materia (Fís.II 1, 193b7).
La postura materialista añade, en una tercera formulación, que todo cuerpo es tangible. De la adición de esta nueva premisa se deduce que el vacío es “aquello donde no hay nada pesado o ligero” (Fís.IV 7, 214a7-9). Sin embargo, según Aristóteles, la caracterización de los cuerpos mediante los conceptos de ligereza y pesadez obliga a los materialistas a aceptar las necesarias determinaciones espaciales –o de lugar– del cosmos que son, fundamentalmente, el arriba y el abajo. Es decir, dado que lo ligero es lo que se mueve hacia arriba –hacia la extremidad del orbe– y lo pesado lo que se mueve hacia abajo –hacia el centro–, el empleo de estos dos términos implica la asunción de la idea de que el mundo está determinado direccionalmente. Pero el vacío, según el modo en el que ha sido definido, es indeterminado. Por ello hablar, al mismo tiempo, de vacío y ligereza es caer en contradicción.
La noción de lo tangible empleada por los materialistas no apoya la existencia del vacío sino que conduce a nuevos caminos sin salida. Si vacío es “el lugar en el que no hay cuerpos perceptibles por el tacto” entonces no queda claro si un espacio ocupado por algo como el sonido o el color está estrictamente vacío o más bien habrá que decir que en él hay algo. Si hay algo, entonces no es vacío y, si no lo hay, los materialistas están obligados a aceptar que cosas como el sonido carecen de existencia.
La cuarta definición del vacío analizada por Aristóteles es aquella que lo concibe como la “materia del cuerpo.” (Fís.IV 7, 214a12). Según el Filósofo, la aceptación de esta definición lleva a caer, de nuevo, en contradicciones porque se habla, al mismo tiempo, del vacío como algo separado y como no separado pues, como ya hemos mencionado anteriormente, la materia no es separable de las cosas (Fís.IV 7, 214a14-15).
La quinta y última forma de entender el vacío es la que consiste en considerarlo “una capacidad de recibir a un cuerpo.” Pero, –al igual que ocurre con el lugar– si el vacío se define con relación al cuerpo, entonces no puede entenderse como enteramente separable de éste. Pero el vacío debe ser absolutamente separable porque sólo es vacío cuando no hay ningún cuerpo en él. Por tanto, si no existe un lugar separado o un espacio ajeno y distinto a los cuerpos, tampoco existirá el vacío (Fís.IV 8, 214b27).
7.2. El vacío como condición necesaria del movimiento
Descartadas las posiciones que identifican el vacío con el lugar, Aristóteles pasa a considerar todas aquellas que, desde distintos puntos de vista lo conciben como necesario para la explicación de los movimientos.
Según los defensores de esta perspectiva, el vacío constituye la condición de posibilidad o causa del “movimiento según el lugar” y de los “movimientos según la alteración y el aumento”, al ser entendido como aquello en lo cual éstos se producen. (Fís.IV 7, 214a24-26).
Como estrategia para sostener su tesis, los adversarios de Aristóteles, subrayan un conjunto de contradicciones que se seguirían de su rechazo. En primer lugar, afirman que es imposible que lo lleno reciba algo pues, si ello ocurriera, un número cualquiera de cuerpos podría ocupar el mismo espacio (Fís.IV 6, 213b6-7). Es decir, si no existieran espacios vacíos no habría posibilidad de explicar el desplazamiento de un cuerpo de un lugar a otro. Sólo la efectiva existencia de espacios llenos que dejan de ser ocupados, a medida que el cuerpo se mueve, puede hacer comprensible el movimiento. Si todo estuviera lleno de materia nada podría desplazarse. Frente a esta dificultad, Aristóteles sostiene que el plenuum no invalida el movimiento porque, al desplazarse, lo que hacen los cuerpos es reemplazarse simultáneamente entre sí, de tal forma que no es necesaria ninguna extensión separada para garantizar el desplazamiento de los móviles (Fís.IV 7, 214a30).
En segundo lugar, los adversarios replican que la negación de la existencia del vacío llevaría a la paradójica posibilidad de que lo pequeño recibiera a lo más grande de tal forma que espacios pequeños podrían albergar cuerpos muy grandes. Esto es, la única manera de explicar de forma coherente la expansión de los cuerpos es la afirmación de la existencia de espacios no ocupados en los cuales estos puedan, efectivamente, dilatarse. No obstante, según Aristóteles, en el caso del “movimiento según el aumento” tampoco es necesario postular un vacío como aquello en lo cual los cuerpos se expanden, sino que este tipo de movimientos pueden explicarse sencillamente por medio de las transformaciones, como ocurre con el agua cuando se transforma en aire (Fís.IV 7, 214b1-3)
La refutación definitiva de toda posición que pretenda presentar el vacío como la condición de posibilidad de los movimientos naturales se desarrolla en el libro V de la Física, lugar en el Aristóteles define el movimiento como “el cambio de sujeto a sujeto que se produce entre contrarios”. Todo movimiento tiene necesariamente tres respectos: “qué” puesto que es necesario que haya algo en movimiento, “en qué” puesto que lo movido debe moverse en algo –un lugar o una afección– y “cuándo” porque todo se mueve en el tiempo. Además, todo movimiento posee una unidad genérica que depende de estos tres respectos. “En qué” debe ser uno e indivisible, “cuándo” debe ser un tiempo unitario y “lo que” ha de ser uno por sí. De ello se sigue que todo movimiento uno es continuo, es decir, contiguo y sucesivo en el tiempo. No es posible en el desplazamiento ni en las distintas formas de alteración que haya intermedios vacíos entre los dos extremos del movimiento (Fís.V 4, 227b1-7).
Por otro lado, si el vacío existiera no habría explicación alguna de por qué los cuerpos movidos se detienen ni por qué lo hacen un punto y no en otro (Fís.IV 8, 215a19-22). Si no se postula un medio que afecte positiva o negativamente al movimiento, no hay explicación de las aceleraciones ni desacceleraciones en el espacio. A ello añade Aristóteles que si el vacío existiera los cuerpos permanecerían siempre en reposo porque ningún medio permitiría la continuación de su movimiento una vez que el cuerpo se separase de su motor primario, o se desplazarían forzosamente hasta el infinito a menos que algo más poderoso se lo impida. Sin embargo, ninguno de estos dos hechos se observan en la naturaleza, de ahí que haya que negar la existencia de vacío dentro del sistema (Fís.IV 8, 2015a20).
La diferencia de velocidades que un móvil puede experimentar respecto a otro se debe, según Aristóteles, bien a los distintos tipos de medios que pueden ser atravesados o bien a la diferencia existente entre los cuerpos en relación a su su peso o ligereza. El medio determina, por tanto, una relación por la que los cuerpos experimentan velocidades proporcionales a la resistencia del medio en el que se desplazan, de tal forma que si el aire es dos veces más sutil que el agua, un cuerpo se moverá en el doble de tiempo a través del agua que a través del aire, siguiendo la regla según la cual cuanto más incorpóreo y menos resistente sea el medio, tanto mayor será la velocidad del cuerpo (Fís. IV 8, 215a25-30)
Sin embargo, no es posible hablar de este tipo de proporciones respecto al vacío, porque, como señala Aristóteles, no hay ninguna proporción entre la nada y el número (Fís.IV 8, 215n11-15).
El vacío, por definición, no puede ofrecer ningún tipo de resistencia ni actuar como medio, hecho que impide establecer proporciones entre el vacío y lo lleno. Pero si no se puede hablar de proporciones tampoco es posible hablar de movimiento pues si se admitiese el vacío todos los cuerpos tendrían siempre la misma velocidad, lo cual es absurdo.
Fuente: Minecan, Ana Maria C., Fundamentos de física aristotélica, Ediciones Antígona, 2018.
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