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Aristóteles: el tiempo

Actualizado: 17 mar 2019

Explicación completa de la teoría aristotélica del tiempo, sus rasgos fundamentales y su carácter eterno



 

LA NATURALEZA Y EL TIEMPO EN ARISTÓTELES


 

La naturaleza aristotélica, cambiante y a la vez marcada por la continuidad de sus procesos, está medida por un tiempo infinito que, al igual que ocurre con el espacio y el movimiento, no puede entenderse al margen de la existencia de las cosas.

Son las cosas que en el trato cotidiano nos afectan e interpelan, las que dan cuenta de un tiempo esquivo, tanto sensorial como intelectivamente, en virtud del cual se dice el ritmo de la vida, el crecimiento, la vejez y la muerte.




 

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"El tiempo no existe por sí mismo sino que depende de la mente humana"


El tiempo no es, por tanto, para Aristóteles una realidad independiente sino un modo de comprender y medir las mutaciones de la naturaleza.

Pero si el tiempo es una medida, nadie, excepto el hombre, es capaz de llevar su cuenta, de ahí que la constatación de su existencia parezca estar ligada directamente con la de un ser humano capaz de someterlo al cálculo del número.


La consistencia del tiempo se diluye hasta casi parecer un simple modo subjetivo de categorizar la realidad. De hecho si, tal como afirma Aristóteles, el movimiento depende de la existencia de los entes y el tiempo es, a su vez número del movimiento, su carácter derivado y secundario es incuestionable (Fís.IV 11, 219b2-19).


Tiempo y movimiento


El tiempo está esencialmente unido por definición al movimiento de forma que no hay tiempo si no hay movimiento ni cambio.

Sin embargo, no hemos de confundir ambos elementos ya que el tiempo no es movimiento sino algo perteneciente al movimiento. Aristóteles señala que sólo conocemos el tiempo cuando, al determinar el antes y el después, determinamos el movimiento, de forma que cuando tenemos la percepción del antes y el después –que no son sino atributos de un lugar en virtud de la posición relativa de un cuerpo– del movimiento, decimos que el tiempo ha transcurrido (Fís.IV 11, 219a22-29).


El tiempo queda definido como el número continuo y siempre distinto del movimiento según el antes y el después. Su infinitud es, por ello, tan amplia como la de los números que pueden contarlo y su eternidad tan absoluta como la del movimiento de lo natural: “así como es el movimiento así es también el tiempo”.



 


ESTRUCTURA DEL TIEMPO


 

Sin embargo, hasta ahora sólo hemos definido la relación primaria que el tiempo tiene con el movimiento y nada hemos dicho acerca de lo que el tiempo es en sí mismo. Respecto a esta cuestión, el propio Aristóteles da cuenta de la enorme complejidad que implica su análisis:


“Que no es totalmente, o que es pero de manera oscura y difícil de captar, lo podemos sospechar de cuanto sigue. Pues una parte de él ha acontecido y ya no es, otra está por venir y no es todavía, y de ambas partes se compone tanto el tiempo infinito como el tiempo periódico. [….] Además de esto, si ha de existir algo divisible en partes, entonces será necesario que, cuando exista, existan también las partes, o todas o algunas. Pero, aunque el tiempo es divisible algunas de sus partes ya han sido, otras están por venir, y ninguna es.” (Fís.IV 10, 217b33-218a5)


¿De qué está hecho el tiempo?


El Filósofo señala como primer rasgo principal del tiempo su divisibilidad, es decir, su consideración como continuo separable en partes discretas. Pero si el tiempo es divisible, cabe preguntarse cuáles son sus unidades mínimas.


¿De qué está hecho el tiempo?

La primera respuesta que nos puede venir a la cabeza es la de concebirlo como una sucesión de “ahoras” que actúan como límites entre lo pasado y lo futuro. Es decir, cada “ahora” sería algo así como un instante que todavía no es pasado ni tampoco futuro.


Pero ¿cuánto dura exactamente un “ahora”? Si el tiempo es un continuo que tiene una duración, cada uno de los “ahoras” que lo componen, necesariamente, debe tener, a su vez, una extensión temporal ya que, de lo contrario, la suma de todos los “ahoras” sería cero y el tiempo, por consiguiente, no tendría ninguna duración.


Pero si un “ahora” tiene duración, ello quiere decir que no es un fragmento instantáneo sino que discurre diacrónicamente pudiendo indicarse en él un “antes” y un “después”. Si esto es así, el “ahora” no puede ser, como tal, el límite entre el pasado y el futuro porque, en él se podrían distinguir partes ya pasadas y otras que están por venir, de ahí que necesariamente el “ahora” no pueda tener duración y, por ello, el tiempo no puede ser una sucesión continua de “ahoras".

Respecto al “ahora” cabe preguntarse, además, si es siempre el mismo o si, en cada instante, aparece uno distinto. Analizando el segundo caso, ocurriría que cada nuevo “ahora" tendría que estar precedido por uno anterior y seguido por uno diferente, pero si fuera así podríamos hablar de “antes” y “después” y, sin embargo, hemos afirmado más arriba que los “ahoras" no tienen duración.



En cambio, si se diera la primera posibilidad y sólo existiera un único “ahora” y siempre el mismo entonces “los acontecimientos de hace diez mil años serían simultáneos con los actuales” (Fís.IV 10, 218a29). Por tanto, los “ahoras” no pueden ser concebidos como partes del tiempo porque toda parte tiene una cierta magnitud, mientras que los “ahoras" son instantes en los cuales no se puede diferenciar su principio y su final. De ello se sigue, según Aristóteles, que el tiempo no puede ser concebido como una sucesión de “ahoras" que van quedando atrás o que están por venir.


Pero si el tiempo no está hecho de “ahoras” ¿cuáles son sus partes? Para solucionar este problema, algunos filósofos anteriores habían propuesto la identificación absoluta del tiempo con el movimiento, de modo que no se pudiera sostener diferencia alguna entre ambos.


Sin embargo, a pesar de reconocer un grado de dependencia entre ambos Aristóteles señala la existencia de un fenómeno que impide aceptar esta identificación plena, a saber, el desfase o ausencia de sincronía entre la velocidad del tiempo y la de los distintos movimientos (Fís.IV 218b10-20). Es decir, mientras que el movimiento a veces es más rápido, otras más lento y, en ocasiones, cesa hasta detenerse, el tiempo nunca sufre alteraciones de este tipo sino que siempre avanza, sin cesar y con el mismo ritmo. Ello quiere decir que el tiempo es también medida del reposo, de forma que algo que en un momento determinado no está en movimiento si debe estar, necesariamente en el tiempo.


El tiempo no depende de los movimientos particulares sino de la totalidad dinámica de los cambios siendo uno y el mismo para todas las variables de alteración. No hay clases de tiempo o modos de tiempo diferentes sino percepciones distintas del mismo ya que, en la física aristotélica, el tiempo es universal. La propia descripción del movimiento se da siempre respecto a un determinado intervalo de tiempo, de forma que si pudiéramos aislar “ahoras” indivisibles no veríamos en ellos ningún tipo de cambio. Sólo cuando percibimos el “antes” y el “después” constatamos la existencia del movimiento. Por ello, según Aristóteles que el tiempo debe ser concebido como “el número del movimiento según el antes y el después” o, lo que es lo mismo, como aquel aspecto del movimiento que puede ser numerado por referencia al pasado y al futuro en términos generales y no relativos.



 

ETERNIDAD DEL TIEMPO


 

La segunda característica fundamental del tiempo aristotélico es su eternidad. Aristóteles sostiene que los seres susceptibles de generación y destrucción y, en general, todo lo que es a veces y otra no es, existe necesariamente en el tiempo. El ser de cada uno de estos tipos de entidad es medido por el tiempo, hecho del que se sigue que, para todo lo que es en el tiempo, cuando existe tiene que haber necesariamente un tiempo. Pero si ello es así, hemos de admitir un tiempo más grande que el de todo lo que es ahora en el tiempo.


Es decir, los límites del tiempo han de ser superiores a aquello que se da actualmente, teniendo que englobar todo lo que fue pero ya no es y lo que será pero no es todavía.


Si se admite la existencia pasada de cosas que ya no son y de cosas que serán pero que aún no se dan en la realidad efectiva, es necesario admitir un tiempo cuyos límites se extiendan más allá del ahora. Pero dado que el movimiento, los elementos y las especies son eternas, el tiempo que los mide también lo será.

“Ser en el tiempo”, para Aristóteles, significa ser afectado por el tiempo y “así se suele decir que el tiempo deteriora las cosas, que todo envejece por el tiempo, que el tiempo hace olvidar” (Fís.IV 12, 221a20-221b4). El tiempo es causa de destrucción porque es número del movimiento y el movimiento hace salir de sí a lo que existe.


Fuente: Minecan, Ana Maria C., Fundamentos de física aristotélica, Ediciones Antígona, 2018.






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