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Los sofistas: causas de su mala imagen en la historia de la filosofía

Análisis de las causas que han dado lugar a la mala fama de la corriente sofística en el pensamiento occidental

La imagen degradada y negativa que ha llegado hasta nosotros de los sofistas, como los inmorales y tendenciosos adversarios de Sócrates ha sido fruto de un proceso en dos fases. La primera de ellas fue forjada en su propia época por sus cotemporáneos. Por aquéllos que pudieron escuchar sus lecciones y ver el efecto de sus teorías sobre la sociedad ateniense, y que dejaron testimonio escrito de su opinión al respecto.




La segunda se produjo tras el final de la Antigüedad debido al triunfo de la filosofía platónica fundamentalmente durante la Edad Media, hecho que la transformó en la base doctrinal de la interpretación de los valores morales para las tres grandes religiones monoteístas, fundamentalmente para el cristianismo y el islam. El platonismo y el neoplatonismo y su visión de los valores, su conexión metafísica de la idea de bien, han hecho que durante los siglos, el milenio, en el que se estabilizaron las bases morales de Occidente el absolutismo platónico y su enfrentamiento al relativismo sofista ha sido el canon de una oposición entre la rectitud moral y la depravación. Tan poderoso ha sido este influjo del platonismo que en nuestros días seguimos teniendo una visión muy parecida a la platónica en cuestiones morales y el punto de vista más conservador rechaza el relativismo y es escepticismo. Por tanto, el triunfo de las religiones durante una buena parte de la historia de occidente y su asimilación de la iflosofía platónica como base de su estructura doctrinal explica por qué, hasta bien entrada la Moderniad, la imagen de los sofistas no fue jamás apreciada.

El desprecio de sus doctrinas, debido a la creencia ciega en la visión platónica, desanimó a las generaciones posteriores a copiar sus textos y tratados, de ahí que, en tercer lugar, su olvido y poco apreicio se debe al hecho de que no contamos con suficientes materiales que nos permitan reconstruir su pensamiento, más allá de la mirada platónica, en toda su profundidad.


La imagen de la sofística ante sus contemporáneos


Extranjeros sin ethos ateniense


Por tanto, para entender mejor las razones de su mala fama, vamos a estudiar, en primer lugar, a qué se debió el desprecio que los sofistas recibieron en su propio tiempo.

En primer lugar, las enseñanzas de los sofistas eran despreciadas por los atenienses porque todos ellos eran extranjeros. Es decir, metecos a los que se les permitía vivir en Atenas y desarrollar actividades económicas, pero que carecían del estatuto de ciudadano y, por tanto, no podían participar de ningún modo en la vida política. Se trataba de xenos (ξένος) de extraños, de gentes distintas que no estaban dotadas del ethos (ἦθος) ateniense que tanto había alabado Pericles en su discurso. Carevían del temeramento y carácter innatamente superior que los ciudadanos de Atenas se atribuían.

A pesar de ello, estos extranjeros sin derechos ni experiencia política, pretendían -¡oh escándalo!- enseñar a los jóvenes atenienses cómo triunfar en la vida política, cómo alcanzar el poder en la asamblea y cómo desarrollar su mente para ser buenos ciudadanos desde el punto de vista ateniense. Es decir, gentes extranjeras pretendían modelar el temperamento de la juventud para alcanzar una perfección que a ellos mismos les estaba vedada.

Esta pretensión resultaba inaceptable y muy molesta para muchos ciudadanos atenienses ya que, tal como defendía Pericles en su discurso fúnebre, la grandeza de Atenas se basaba sobre la supuestamente innata capacidad moral y racional de sus ciudadanos. Fue desde la originalidad de sus legisladores y la valentía de sus ciudadanos desde donde surgió el nuevo modelo de gobiernos, sin que hubiesen necesitado ser instruidos por ningún pueblo extranjero. Parte de su orgullo estaba, como hemos visto anteriormente, en no haber necesitado ayuda externa alguna y, de hecho, siempre que tomaban ideas del entorno trataban de helenizarlas haciéndolas pasar por suyas. La originalidad, la autonomía y la independencia era una cuestión de orgullo para los atenienses, que los sofistas venían a cuestionar pretendiendo ser mejores maestros en el modo de vida y de gobierno ateniense que los propios atenieses. Los extranjeros, como decía Pericles, más bien debían escuchar y aprender de los atenienses. Las pretensiones sofistas invertían estas certezas y resultaban desafiantes.



Una nueva educación superior


En segundo lugar, el concepto de educación introducido por los sofistas subvertía también la concepción tradicional que se tenía de la educación en la sociedad griega. Aproximadamente hasta los catorce años todos los niños varones atenienses recibían una enseñanza centrada en el aprendizaje de la lectura y la escritura, los rudimentos matemáticos, la música y la gimnasia. Si bien estos estudios resultaban muy elevados en comparación con los de las civilizaciones circundantes -no olvidemos la importancia del hecho de que la inmensa mayoría de ciudadanos sabía leer y escribir- no ofrecían, sin embargo, ningún tipo de conocimientos teóricos o prácticos de nivel superior. Es decir, no formaban al en ningún aspecto al futuro ciudadano para las tareas que estaba destinado a desempeñar en el seno de una sociedad democrática como la ateniese. Para aprender lo necesario acerca de la política, el gobierno, la toma de decisiones, la exposición de sus ideas y la defensa de sus intereses en los tribunales a los jóvenes atenienses les debía bastar, según la creencia popular, la contemplación del ejemplo de sus mayores. Se entendía, como lo afirmaban los aristócratas, que la capacidad política era innata y que su perfección se desarrollaría naturalmente en el trato diario con el resto de ciudadanos. En el Protágoras de Platón, hallamos un fragmento que expone magistralmente esta oposición:


Los sofistas, en cambio, contemplaban la política y el arte de gobernar como una técnica más, un arte más, que se podía -y debía- aprender y en la que era posible ser cada vez más hábil a medida que se ganaban conocimientos y experiencia. Los sofistas sabían que no todo ciudadao nacía con habilidades innatas para la comunicación y la persuasión y que muchos de ellos necesitaban aprender, de la mano de un maestro, y durante largas jornadas de ejercicios el arte de hablar en públcio.

Así, frente a la opinión común, los sofistas ofrecían un modelo de educación privada superior, extremadamente especializada que dotaba al alumno no sólo de habilidades de persuasión y expresión oral, sino también de un conocimiento enciclopédico muy amplio ya que, en sus clases, según los testimonios conservados, no sólo se trataban cuestiones referidas a la declamación de discursos sino que se impartían conocimientos físicos y astronómicos, antropológicos, biológicos, históricos, matemáticos…etc. Esto hacía que sus alumnos despuntaran sobre el resto de ciudadanos al estar dotados de unos recursos intelectuales enormemente más amplios y sólidos que sus rivales políticos.


Cobrar por enseñar


No obstante, esta enseñanza no era para todos y ello nos lleva al tercer motivo por el que los sofistas se hicieron odiosos a ojos de muchos atenienses y es que estos maestros: cobraban por sus enseñanzas. Y no se trataba de pequeñas cantidades sino de enormes sumas de dinero.


Estos maestros extranjeros estaban tan seguros de la calidad y relevancia práctica sus clases, tan seguros de que tales conocimientos no se podían adquirir de forma innata y, con ello de, tan convencidos de la auténtica necesidad que tenían los jóvenes aspirantes al gobierno de alcanzar la suficiente competencia intelectual para defender sus intereses en la asamblea que se presentaron como profesionales de la educación y se hicieron pagar por ello. Sabían que lo que ofrecían era único y, en aquel sistema político, altamente cotizado.

Sus honorarios, sin embargo, significaban una barrera infranqueable para la gran mayoría de ciudadanos atenienses que no contaban con los medios económicos suficientes para costearse sus enseñanzas. Esto despertó malestar entre todos aquellos que sintieron que su enseñanza aumentaba la desigualdad en democracia, dejando en inferioridad de condiciones ante la Asamblea y los tribunales, a los más pobres. En este sentido, recibieron por un lado el odio de los aristócratas que consideraban afectados los valores tradicionales, pero también el de la masa del demos que no podía disfrutar de una formación que comprendían como estratégicamente vital en democracia.


Un oficio indigno


En cuarto lugar, derivada de las premisas anteriores, estaba la cuestión de que la actividad de los sofistas era considerada, en sí misma, como un oficio indigno impropio de cualquier varón decente. Frente al resto de tareas remuneradas llevar a cambo trabajos de tipo intelectual para un tercero a cambio de una compensación económica era considerado como una actividad profundamente indigna para la sociedad ateniense del momento. Tanto los logógrafos, que redactaban por encargo discursos de defensa para los tribunales como sus clientes, así como los sofistas que enseñaban a usar hábilmente el intelecto y sus alumnos, eran tenidos por individuos de muy bajo prestigio social. Hacer uso de este tipo de servicios estaba terriblemente mal visto ya que denotaba el reconocimiento de que el individuo no estaba dotado de las cualidades que, supuestamente, todo ateniense debía exhibir de forma innata.



La filosofía, tal como lo muestra los diálogos de madurez de Platón, se convierte en una actividad absolutamente privada y elitista accesible a unos pocos amigos del círculo del pensador, considerados como superiores a la masa, caracterizada por la mediocridad y la degradación moral. En este sentido, el pensamiento socrático fue menos igualitario que el sofista ya que recuperó parte de la esencia de los antiguos valores aristocráticos y los redibujó pero siempre bajo la premisa de una innata superioridad por parte de algunos que, debiod a ella, serían los verdaderamente destinados a gobernar. Si bien, frente a los modelos aristocráticos, Sócrates consideró imprescindible la educación activa y reflexiva a lo largo de toda la vida, afirmó con ellos que hay una jerarquía en las naturalezas humanas que le condujo a un gran desprecio hacia las masas incultas que, debido a su intemperancia y estupidez empujan a la degradación de una educación que se dirige a agradarla porque en ella está el poder. Atención al siguiente texto porque es interesantísimo:



Frente a los sofistas, en los diálogos platónicos, Sócrates presume en numerosas ocasiones de no cobrar nada por sus enseñanzas, hecho que le permite elegir libremente a sus discípulos y conversar sólo con aquéllas naturalezas que cree superiores. Los sofistas, en cambio, por cobrar dinero están obligados a aguantar a cualquiera que les pague.




Cabe señalar Sócrates tenía suficientes recursos para vivir sin trabajar, pues la herencia de su padre y su posterior matrimonio con Jantipa le permitieron vivir con suficiente holgura de las rentas, sin tener que desempeñar absolutamente ningún oficio a lo largo de su vida, ni como miembro activo de los órganos políticos y judiciales de la polis ni desarrolando tampoco ningún tipo de actividad privada. Por su parte, los sofistas, en cambio, eran extranjeros que no recibían rentas sino que sobrevivían estrictamente gracias a sus ganancias y a los fruto de su trabajo. Por un efecto de oferta y demanda, sus precios eran altos. Todos sabemos que cuantos más alumnos hay en una clase más se degrada la capacidad de enseñar del profesor. Si se enseña uno a uno, se atiende a las preguntas del alumno, a sus necesidades. Pero uno tiene el tiempo que tiene y solo un cuerpo. No se puede enseñar a cambio de nada a todos los ciudadanos de Atenas. Además, no olvidemos que paradójicamente, a pesar de todas estas críticas Platón terminó fundando la Academia que no era sino una escuela privada en la que enseñaba a alumnos seleccionados a cambio de dinero, al igual que lo hiciera después Aristóteles con su Liceo.


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