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Las leyes de Dracón

Análisis detallado de la primera reforma de la legislación ateniense encaminada hacia la democracia


Durante el siglo VIII a.C. Atenas evolucionó desde la monarquía hacia un modelo de gobierno aristocrático, es decir, hacia una oligarquía dominada por los dueños de las tierras de cultivo. El control de la ciudad pasó a manos de los grandes terratenientes que, transformados en arcontes, controlaron las magistraturas de la polis durante toda la Edad Arcaica. El resto de la sociedad ateniense sobrevivía en situaciones de gran dificultad y pobreza, trabajando pequeñas parcelas propias o como jornaleros para los oligarcas, a cambio de un mísero salario. Las malas cosechas, la guerra, las plagas o cualquier otro imprevisto eran motivos suficientes para conducir a la ruina a los pequeños propietarios que se veían obligados a arrendar las tierras de los grandes señores – que frecuentemente eran las más fértiles y las de mayor rendimiento- a cambio de una renta que equivalía a la sexta parte de su cosecha. El trabajo de las tierras arrendadas no alejaba los riesgos de perder las cosechas hecho que, en caso de producirse, conducía al impago de la renta a los oligarcas. Falta castigada, según la ley del momento, con la esclavitud.





“(…) - Más tarde, hubo discordias entre los nobles y la masa durante mucho tiempo; pues su régimen político era en todas las demás cosas oligárquico, y además los pobres eran esclavos de los ricos, ellos mismos y sus hijos y sus mujeres. Y se les llamaba clientes y seisavos, pues por esta renta trabajaban las tierras de los ricos. Toda la tierra estaba en manos de unos pocos. Y si no pagaban las rentas, eran reducibles a la esclavitud, tanto ellos como sus hijos. Y los préstamos los obtenían todos respondiendo con sus personas (…). El más duro y más amargo de los males del régimen era para la mayoría del pueblo la esclavitud; no obstante, también estaban descontentos por los restantes, pues, por así́ decir, de nada participaban.”


A medida que la aristocracia agraria ateniense aumentó su riqueza, lo hizo también su demanda de productos de lujo. El crecimiento de la inversión personal en arte, prendas y alimentos exóticos, al igual que el aumento de las obras públicas dedicadas a embellecer los templos y mejorar la ciudad -operaciones que servían de propaganda para sus promotores-, dieron lugar a un enorme impulso para el comercio naval y la artesanía, sectores que involucraron a un número cada vez mayor de población urbana. Con el tiempo, los mercaderes del puerto del Pireo y los artesanos de la ciudad vieron aumentar sus beneficios sin ver crecer, sin embargo, al mismo ritmo sus derechos. Esta situación llevó a la población de la ciudad a elevar sus aspiraciones, expresando públicamente su deseo de participar de forma activa en el gobierno de la polis. A finales del siglo VII a.C. ya era posible distinguir en Atenas una neta separación entre la aristocracia rural y las nuevas clases ricas urbanas -demos-, dos grupos que iniciarían un periodo de enfrentamientos y violencia extrema que desembocaría en sanguinarias luchas civiles.



Las leyes de Dracón


En este contexto de extrema tensión social, en el que se sucedían los asesinatos por encargo entre los miembros del demos y la aristocracia, fue elegido arconte epónimo Dracón quien, según señalan las fuentes clásicas, inició la reforma de la jurisprudencia de Atenas por medio de la codificación de un sistema legislativo extremadamente estricto que buscaba, por encima de todo, la pacificación de la vida civil.

El inflexible código de Dracón introdujo dos innovaciones capitales. En primer lugar, puso por escrito de forma pública una clara tipificación de los delitos y castigos asociados. Es decir, delimitó el conjunto de acciones que, a partir de este momento, ya no serían toleradas dentro de la sociedad ateniense, así como las penas específicas asociadas a su incumplimiento. De este modo, las venganzas habituales entre las facciones quedaron frustradas y sus consecuencias sometidas a un código aplicable a todos y cada uno de los ciudadanos por igual.

En segundo lugar, Dracón estableció que la ponderación y declaración de las penas sólo podría ser llevada a cabo por el Estado. Es decir, a los individuos particulares se les prohibió a partir de ese momento el enjuiciamiento y la aplicación personal de los castigos creándose, en su lugar, un órgano judicial que se encargaría específicamente de ello: el tribunal del Areópago. Estas dos medidas sacaron Atenas del camino de la violencia indiscriminada para reconducirla hacia la vía del orden civil y el derecho penal. Lamentablemente, a pesar de su inmensa importancia histórica, no ha logrado llegar hasta nosotros el contenido concreto de las leyes instauradas por Dracón ni la fecha exacta de su publicación, tan sólo unas breves referencias a su severidad recogidas en la Retórica de Aristóteles.


“También Dracón, el legislador, se decía que sus leyes no eran propias de un hombre, sino de una serpiente.”


La crueldad de los castigos draconianos, que penaban con la muerte incluso delitos leves como el robo, estaba dirigida a poner fin a la impunidad con la que la violencia se había instalado en la vida civil ateniense. Sólo el miedo a su severidad conseguiría afianzar entre los atenienses el respeto a su nuevo sistema penal.

En tercer lugar, Dracón llevó a cabo una reforma aún más revolucionaria y decisiva: remodeló por ley los privilegios y deberes que, desde los tiempos arcaicos, tradicionalmente habían estado asociados a las clases sociales rompiendo los vínculos directos entre la sangre y el poder.


“Después, pasado un tiempo, no mucho (…) Dracón dispuso sus leyes, y su organización tenía la siguiente forma: se concedía la ciudadanía a los que podían proveerse del armamento de hoplita. Se elegían los nueve arcontes y los tesoreros entre los que tenían hacienda libre no inferior a diez minas, las demás magistraturas menores entre los que podían proveerse del armamento de hoplita; los estrategos y los jefes de la caballería debían probar hacienda libre no inferior a cien minas y tener de esposa legítima e hijos legítimos mayores de diez años.

Forman el Consejo cuatrocientos de los ciudadanos de pleno derecho, elegidos por suerte. Se sorteaban para ésta y para las demás magistraturas los que han cumplido treinta años, y la misma persona no puede ser magistrado dos veces, antes de que les haya tocado a todos; sólo entonces vuelve a entrar en el sorteo como al principio. (…) El Consejo del Areópago era el guardián de las leyes y vigilaba a los magistrados para que mandasen conforme a las leyes. El injuriado podía denunciar ante el consejo de los areopagitas manifestando contra qué ley se le hacía injusticia. Los préstamos eran con la fianza de la propia persona, como se ha dicho, y la tierra estaba en manos de pocos.”


El legado de Dracón fue, por tanto, la creación de un modelo de gobierno asambleario, abierto a la participación de todos los ciudadanos que ya sólo veían condicionados sus derechos en función de su nivel económico. Este giro político fue profundamente traumático para la aristocracia ya que supuso la anulación sus privilegios de sangre. Los nuevos ciudadanos, que ahora podían defender sus intereses y exigir derechos, no debían pertenecer necesariamente a la nobleza sino sólo disponer de la capacidad económica de armarse para la guerra. El compromiso de defender la ciudad en combate concedía –para la mentalidad profundamente bélica de los griegos del momento – una dignidad que en Atenas se podía canjear por el derecho de palabra y votación.


Hasta aquellos momentos el statu quo de la aristocracia había permanecido intacto porque sólo los individuos más ricos podían permitirse una panoplia de bronce completa. Aunque pueda resultar extraño para la mirada contemporánea, los aristócratas se reservaban así el derecho de poder dar la vida por su cuidad, acontecimiento que, en caso de producirse, representaba la forma más digna de muerte para un griego. Durante el periodo clásico los atenienses no hicieron uso de mercenarios ni permitieron la participación de esclavos entre sus filas.

No obstante, conjunto de innovaciones tecnológicas en la metalurgia y la extracción de mineral de hierro a finales del siglo VI a.C. arrebataron el acceso exclusivo de la nobleza al armamento al permitir el abaratamiento de las armas fabricadas con este metal. El precio prohibitivo del bronce quedó para las armaduras de los aristócratas mientras que el hierro y el lino pasaron a proteger los cuerpos de los nuevos ciudadanos, dotándoles de la dignidad de poder de realizar el máximo sacrificio por su ciudad y con él, el derecho a decidir.

Si bien las reformas draconianas significaron un cambio significativo en el rumbo de la política ateniense, sus consecuencias no fueron lo suficientemente profundas ya que la aristocracia, que detentaba las magistraturas de mayor importancia, continuó acaparando todo el poder de la polis. Los enfrentamientos civiles pronto volvieron a avivarse.


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