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Visión de la técnica y la tecnología desde la Antigüedad griega al Renacimiento

Evolución de las consideraciones en torno al valor de la tecnología a lo largo de la evolución histórica del pensamiento europeo



La consideración del valor de la tecnología - a pesar del gran aprecio y respeto que le prestamos hoy en día- no ha sido homogénea durante la mayor parte de la historia. De hecho, hasta bien entrada la Modernidad el trabajo manual y la labor de los ingenieros eran actividades despreciables, dignas de personas de bja catgoría social.


Uno de los cambios más evidentes y profundos que se produjeron en la Modernidad con respecto a la etapa medieval anterior, uno de los hechos que de forma indiscutible inauguraron una nueva edad para la humanidad es lo que podríamos denominar “el abandono del mundo de lo natural, del reino de la naturaleza, y el paulatino desarrollo de una nueva realidad superpuesta sobre la anterior, creada y moldeada por el ser humano que vendría a culminar, con los siglos, en lo que hoy bien podemos llamar el imperio de lo artificial”.



 

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Hoy en día estamos tan influidos por este profundo cambio de origen netamente renacentista que nos cuesta muchísimo imaginar y aun mas encontrar espacios naturales vírgenes.


Esta predominancia absoluta de lo artificial sobre lo natural no ha sido, sin embargo, la tónica dominante durante los pocos de miles de años que el ser humano lleva deambulando sobre la tierra.


La vasta edad del hombre anterior al Renacimiento podíamos llamarla, sin miedo, la “edad de la naturaleza” en la que la supervivencia y la adaptación del ser humano a ella eran las reglas de juego fundamentales.

El ambiente natural, por mucho que hoy se nos haya olvidado, siempre ha sido para el hombre un espacio hostil y peligroso en el que había que sobrevivir, al que había que padecer y ante cuyos embistes sólo quedaba la resignación y la esperanza de no morir con 20 años. Literalmente era muy poco lo que el ser humano podía hacer ante las miles de amenazas que retaban su vida en el día a día en el entrorno salvaje y no intervenido de la naturaleza virgen.


Con el Renacimiento, en cambio, el tablero de juego va a rotar y este reto de supervivencia pasará, poco a poco, de ser un problema del hombre a ser un problema de los entornos salvajes y no intervenidos.


La inversión de esta situación se produjo, como bien sabemos, gracias al comienzo de una revolución tecnológica, gracias a la emergencia de una capacidad de diseñar, producir y construir sin precedentes, que dotó al hombre de un poder jamás conocido hasta entonces.


Una revolución tecnológica renacentista que, para florecer, tuvo que darse en primer lugar, a nivel cultural, a nivel ideológico. ¿A qué me refiero con esto?


A que primero tuvo que cambiar la imagen que el ser humano tenía de si mismo, de sus valores y de su escala social, para poder iniciar después, la transformación a gran escala de su entorno. Vamos a analizar con un poco de detalle esta cuestión porque todavía hoy resulta relevante y es, además, capital para la formación del sistema filosófico cartesiano.


Para los pueblos de la Antigüedad que se desarrollaron en torno a la cuenca del Mediterráneo, la naturaleza era una fuerza autónoma e incontrolable, algo netamente amenazador, terrible, sublime y muy, muy superior en su poder al ser humano al que se dedicaba a aplastar periódicamente con pestes, inundaciones y toda clase de catástrofes.


Los dioses de los griegos, los de los egipcios o los de los babilónicos iracundos, mezquinos, vengativos y caprichosos usaban las fuerzas naturales para expresarse y manifestarse a los hombres. El dios de la Antigüedad canalizaba sus deseos a través de la naturaleza y la ésta se consideraba el medio privilegiado de demostración de su poder.

Es decir, la naturaleza era el escenario sobre el que los dioses debían confirmar y demostraba su dominio. Un dios incapaz de contener al Nilo o de reverdecer los campos en primavera, era un dios al que no se le volvía a adorar.


En este sentido, los dioses tenían el papel de intentar equilibrar la naturaleza, de someterla a unas reglas de comportamiento, de estabilizar sus ciclos.


Pero si esto es así, ello quiere decir la naturaleza era algo difícilmente controlable incluso para los dioses. Que era algo anterior, arcano primariamente salvaje que incluso representaba un reto para los dioses y que a menudo podía rebelarse a su control.


Existía, por tanto, un delicado equilibrio de gobernanza en el que las divinidades de cada pueblo estaban primaria y fundamentalmente centradas en el control de las expresiones naturales. De tal forma que la gran mayoría de los cultos antiguos consistían en ejercicios de petición por parte de los hombres a los dioses de contener y ordenar los ciclos naturales.


Por tanto, para los antiguos, y en particular para los griegos padres de la filosofía, la naturaleza era el escenario salvaje y primario sobre el que los dioses actuaban demostrando su valía, hecho que no consistía en otra cosa que en manifestar a través de ella sus deseos.


Así nos lo cuenta Hesíodo en los versos de la Teogonía:


"Ante todo, cantemos a las Musas

que (…) habitan la enorme y santa montaña,

y con sus pies ligeros danzan en torno a la

fuente violeta y al altar del poderosísimo Cronión; y

que, tras de lavar su cuerpo delicado (…)

sobre la cumbre del Helicón, forman encantadores coros y

agitan los pies rápidamente.

Precipitándose desde allí, envueltas en un aire denso,

elevan en la noche su hermosa voz y loan a Zeus

tempestuoso, y a la venerable Hera, (…) que

camina con sandalias doradas; y a la hija de Zeus

tempestuoso, Atenea la de los ojos claros; y a

Apolo, y a Artemisa, contenta de arrojar sus flechas;

y a Poseidón, que contiene la tierra y la sacude; y a

Temis la venerable, y a Afrodita la de párpados redondeados,

y a Hebe, adornada de oro; ya a

la bella Dione, y a Eos, y al gran Helios, y a la luciente

Selene, y a Latona, y a Yapeto, y al sagaz

Cronos, y a Gea, y al Océano, y a la negra Nix, y a

la raza sagrada de los demás inmortales que siempre

viven.


En otro tiempo, a Hesíodo enseñaron ellas un hermoso

canto mientras apacentaba él sus rebaños bajo

Helicón sagrado."



Como acabamos de ver, es importante insistir de nuevo en que para los griegos la naturaleza – la tierra, el cielo, el mar…etc- preexisten a sus propios dioses. Es decir, la naturaleza, el mundo físico no fue creado por Zeus sino que el rey de los dioses nació después a partir de las fuerzas naturales primordiales, ya que es hijo de la tierra y el cielo.

Es decir, los dioses griegos no son el origen del mundo físico sino que hacen uso de él como herramienta de expresión, viven en él, interactúan en él, se enfrentan a él, es su hogar al igual que lo es el de los olivos y los peces del mar. Zeus, de hecho, no crea el rayo sino que le es entregado por los cíclopes que lo forjaron.


“Y parió también a los Cíclopes de corazón violento,

Brontes, Steropes y el valeroso Arges, que entregaron

a Zeus el trueno y forjaron el rayo. Y eran en

todo semejantes a los demás Dioses, pero tenían un

ojo único en medio de la frente. Y se llamaban Cíclopes,

porque en su frente se abría un ojo único y

circular. Y sus trabajos rebosaban fuerza, vigor y

poder.”


Lo que se sigue de aquí es el predominio, la primacía incontestable de lo natural y el hecho de que sólo los inmortales pueden con ella en la mentalidad de los pueblos antigos. Nada, ningún papel tienen aquí esas pequeñas criaturas miserables llamadas seres humanos.



Nuestro interés por la filosofía moderna, cartesiana, nos lleva también necesariamente a observar que por su parte, la emergencia del cristianismo introdujo una muy importante modificación en la visión del mundo natural, que tuvo capitales consecuencias para la constitución del pensamiento de los siguiente siglos.


Para la visión del cristianismo latino medieval - para los monoteísmos medievales en general ya que se puede hacer extensible al Islam y al judaísmo del momento-, la naturaleza era la creación de un único ser todopoderoso. Este ser, al haber deseado libremente fabricarla, al haberla hecho como fruto de su voluntad la había dotado de una dignidad especial, al mismo tiempo, que de un carácter secundario.

Es decir, para los griegos la naturaleza preexistía a los mismos dioses olímpicos, para los cristianos medievales Dios está antes en sentido absoluto y, sólo después y por su deseo libre, crea la naturaleza a partir de la nada.


Esta nueva narrativa permitió introducir un cambio de orientación en la valoración de la dignidad de lo natural frente a la visión griega ya que en el Génesis, como todos bién sabéis, Dios invita al ser humano a tomar, consumir y disfrutar los frutos de la tierra. Es decir, la divinidad pone la naturaleza al servicio del hombre al que se le considera la más privilegiada, la más superior de todas las criaturas creadas. Mientras que en el mundo griego la naturaleza sólo lograba ser sometida por los dioses, ahora, para el cristianismo, deberá someterse en cierto grado, por orden divina, al servicio de los hombres:


Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.


Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra


Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer. 30Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer. Y fue así. 31Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y esta fue la tarde y la mañana el día sexto.” Biblia, Génesis”



Esto, evidentemente, es un paso sutil pero extremadamente importante para desacralizar, desmitificar, deslegitimar la fuerza de la naturaleza frente al hombre. Su amenaza salvaje está contenida por Dios, su creador actúa como escudo que la controla y la ofrece plácida y generosa en el jardín del Edén.


En el Génesis la naturaleza es entregada al hombre como un medio, una herramienta, casi como un objeto de consumo.


No obstante, hay que matizar que a pesar de que los seres humanos pueden tomar libremente los frutos de la naturaleza ésta no obedece en ningún caso las órdenes o los deseos del hombre sino que sigue estando gobernada, ordenada y determinada por una divinidad a cuyos deseos responden todos los fenómenos físicos.


- Es su creador, su origen y por tanto su verdadero dueño

- Es el único guardián y conocedor de sus secretos. Sólo él sabe cómo funcionan sus mecanismos internos

- Es su único gobernante. Sólo a Dios obedecen las aguas del mar, la luz de las estrellas y las montañas.


Además, aunque el ser humano sea claramente señalada como más elevada de todas las criaturas, hecha a imagen de Dios, ello no la convierte a ojos de los medievales en un ser privilegiado sino que su mal uso de la libertad la hunden en la miseria y el pecado. Para los medievales anteriores al renacimiento, es decir, para el llamado periodo tardomedieval, el mejor adjetivo que le convenía al ser humano era el de mierda, el de excremento.

Y no lo digo yo, sino que lo dice el papa Inocencio III, en su celebérrima carta “Sobre la miseria humana” que culmina la etapa meideval y es símbolo de toda una época. Vamos a leer algunos fragmentos porque el contraste de esta visión del hombre con la moderna es muy importante para comprender el gran cambio.



“Capítulo primero: Del inicio de la miserable condición humana.


¿Por qué salí del vientre de mi madre, para ver trabajo y dolor y que se consuman en la confusión mis días? (Jer. XX)16. Si tales cosas de sí habló Jeremías, a quien Dios santificó en el útero (Jer. I)17, ¿qué diré yo de mí mismo a quien mi madre engendró en el pecado? ¡Ay de mí, exclamaré, madre mía, que me engendraste, hijo de la amargura y del dolor…! ¿Por qué no morí en el seno de

mi madre? ¿Salido de él por qué no perecí? (…) Nací, en cambio, en la confusión y en el alimento de fuego. (Isa. IX)19. Ojalá hubiera muerto en el útero y mi sepulcro hubiese sido mi madre.


¿Quién dará a mis ojos una fuente de lágrimas (Jer. IX)22, para llorar el ascenso miserable de la repetida condición humana? Reflexionaré pues ahora con lágrimas sobre aquello de lo qué está hecho el hombre: qué hace el hombre, qué hará y cuál será su futuro.


Formado de la tierra, concebido en la culpa, nacido para el dolor, vuelve el hombre depravadas todas las cosas permitidas, feas las que son decentes, vanas las ordenadas, convierte el alimento en fuego, las comidas en gusanos… es una masa de putrefacción.


Lo expondré más plenamente, lo diré con más claridad. El hombre está formado de polvo, fango y cenizas; y lo que es más vil, de semen inmundísimo. Concebido en la comezón de la carne, en el fervor de la libido, en la pestilencia de la lujuria y lo que más deprimente, en la mancha del pecado.

Nacido para el trabajo, el dolor y el temor y lo que es más miserable, para la muerte. Se vuelve depravado, ofendiendo a Dios, al prójimo y a sí mismo; actúa torpemente haciendo sucia la fama, la conciencia, la persona. (…) Es una masa de putrefacción, es excremento, que siempre hiede y es suciedad horrible.



No obstante, en el Renacimiento, hubo una mutación importante en este punto ya que los renacentistas, como hemos visto con Galileo o Pico della Mirandola, tomarán de las palabras del Génesis la idea de que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios y aproyándose en esta tesis, la extederán para decir que él también puede aspirar a su conocimiento y gobierno, además de a su control.

En el Renacimiento e inspirado por él en toda la Modernidad, los papeles se trastocarán completamente. El ser humano de no ser nadie, pasa a ser un firme candidato al saber y al control y la naturaleza de ser una poderosa fuerza incontrolable o, al menos, sólo sometida a Dios, pasa a convertirse en un amable corderito.

Pero lo más importante que se producirá en este momento de la historia es que la intervención sobre ella ya no se hará a través de la religión sino de forma directa, por el hombre directamente por medio del artificio, de la mano humana.


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