Estudio de las funciones y los procedimientos seguidos por el sistema judicial ateniense en el periodo clásico
La justicia en Atenas era impartida por medio de un amplio y complejo sistema de tribunales populares cuyos jueces procedían de la masa de 30.000 ciudadanos aptos para el gobierno de la ciudad. Cada tribunal se especializaba en un tipo de delito concreto y podía reunir jurados de hasta miles de personas con procesos que podían implicar meses de deliberación. Los miembros de los tribunales, al igual que los votantes de la Asamblea, recibían una paga por su servicio por lo que muchos ciudadanos atenienses sin recursos sobrevivían exclusivamente a costa de este salario. El puesto de jurado y la prolongación de los procesos era condiciones muy deseadas entre el demos.
El más antiguo de los tribunales de Atenas, instaurado en la época pre-democrática por la nobleza -con funciones plenas sobre el gobierno, el ejército y la religión- era el Areópago, con sede la colina de Ares. Siendo un antiguo reducto del poder aristocrático y oligárquico, Clístenes recortó sus capacidades concediéndole solamente el encargo de juzgar los delitos más graves: homicidios, asesinatos, heridas con intención de muerte, incendios premeditados, envenenamientos y los delitos de impiedad. Su función, no obstante, fue viéndose cada vez más limitada a medida que avanzaba la democracia.
El tribunal democrático por excelencia era el de la Heliea formado por 6.000 ciudadanos elegidos por sorteo que se reunían doscientas veces al año. Este tribunal tenía cuatro diferentes sedes en las que se juzgaban delitos de diversa naturaleza. En el Paladio, consagrado a Atenea, tenían lugar los juicios de los esclavos y metecos, así como los homicidios involuntarios. En el Delfinio los adulterios y los homicidios en defensa propia. En la playa de Freatis tenían lugar los juicios a los atenienses exiliados que tenían prohibido pisar las tierras del Ática, por lo que se defendía desde un barco en el mar. Finalmente, en el Pritaneo se llevaba a cabo un tipo particular de juicio ritual, con profundo significado religioso, en el que se condenaba a los criminales no descubiertos así como animales u objetos que hubiesen dañado a alguien, desterrándolos simbólicamente de la ciudad.
Los jueces, dado el enorme interés que provocaba el cargo, eran elegidos mediante un ingenioso sistema que intentaba eliminar cualquier posibilidad de manipular el acceso a los cargos y garantizar de forma indiscutible la aleatoriedad: el kleroterion. Se trataba de una estela de mármol en la que perforaban pequeñas ranuras en filas de líneas verticales. Al lado de las filas se colocaba tubo de madera o bronce por el que caían bolas de color blanco o negro y que disponía de un mecanismo que permitía extraer las bolas una a una. Los ciudadanos que deseaban formar parte de los tribunales durante ese año insertaban una ficha de bronce con su nombre grabado en cualquier ranura de las filas. A continuación, se introducían por la parte superior de la estela varias bolas que descendían aleatoriamente saliendo por la parte inferior del tubo, correspondiéndose con cada fila. Si la bola que salía era de color negro, se descartaban los nombres de la fila entera, si era blanca, se mantenían. El proceso se repetía hasta alcanzar la cantidad deseada de jueces. Este número era sorprendentemente amplio ya que iba desde los 201 jueces requeridos, como mínimo, en los procesos privados hasta 1501 que debía participar en los procesos públicos más importantes.
El proceso de los juicios discurría siempre de la misma manera. En primer lugar, dado que el Estado ateniense raras veces actuaba de oficio, los procesos debían iniciarse siempre con una denuncia particular en la que un ciudadano se presentaba como perjudicado por otro. Tras aceptar su denuncia, el tribunal establecía una fecha para el juicio y elegía por sorteo a los miembros del jurado. Llegado el momento, todo el proceso discurría por medio de discursos orales, a modo de un verdadero combate dialéctico. Tras la lectura del acta de acusación la defensa debía realizar su alegato. Esta esta primera fase era sucedida por las intervenciones del acusado y el acusador, teniendo el juicio como límite temporal máximo el de una jornada. Cada intervención, a su vez, tenía un tiempo limitado que era contabilizado por las clepsidras de agua: en torno a tres cuartos de hora para la exposición incial y un cuarto para cada una de las réplicas.
Una vez terminadas las alegaciones, los jueces se reunían y votaban en secreto. Si el acusado era declarado culpable, tanto él como el acusador debían proponer una pena para su delito, y los jueces debían elegir entre las dos. La decisión de los jueces era inapelable y debía ser ejecutada inmediatamente.
Las penas más comunes en la Atenas aristocrática eran de tipo económico, comprendiendo desde pequeñas multas hasta la confiscación integral de todos los bienes. Las más graves implicaban el destierro o la muerte.
Dado que cualquiera podía ser acusado en cualquier momento y no existía la figura del abogado defensor, muchos de los que ciudadanos se veían en el trance de defenderse oralmente, no tenían ninguna experiencia ni capacidad para hacerlo. El dominio de la palabra y la retórica era esencial para salir airoso de un juicio de este tipo. Sin importar la verdad de los hechos, un buen discurso capaz de conmover al jurado podía conducir a ganar el juicio y una buena indeminzación económica. Las personas que no se sentían capaces de defenserse, solían acudir a un profesional -conocido como logógrafo- que les redactaba los discursos que, después, estos debían memorizar y declamar el día del juicio. Los más ricos, en cambio, se formaban desde su más tierna infancia en escuelas especializadas y con los mayores expertos en retórica y argumentación, los sofistas, para triunfar tanto en la Asamblea como el los tribunales. Las habilidades de los ciudadanos a nivel de expresión y argumentación oral fueron, por tanto, capitales en la Atenas democrática, de ahí que la rapidez mental, el estilo y la agilidad de palabra fueran instruidos y fomentados como un aspecto básico de la educación ciudadana. Los dialogos platónicos son una muestra de este tipo de combates dialécticos y los fragmentos de los sofstas, pruebas excleentes de cómo se enseñaban estas habilidades a los ricos aristócratas atenienses.
El hecho de que la habilidad retórica primara sobre todo lo demás en los juicios unido a la generosa indemnización económica que se concedía al que ganaba la querella, dio lugar a la aparición de sicofantes, individuos especializados en hacer falsas acusaciones por encargo, falsificar pruebas y presentarse como testigos dispuestos a decir lo que su cliente les indicara.
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