Análisis de las figuras y estrategias retóricas empleadas por la corriente filosófica de la sofística
Desde mediados del siglo XX la historiografía contemporánea ha comenzado un trabajo de análisis con el que se ha intentado dejar de lado el mito platónico de la sofística, para alcanzar una image científicamente más certera de su papel en la historia de la filosofía. En nuestros días, salvo casos excepcionales, se les considera filósofos de gran relevancia para el desarrollo del pensamiento occidental.
No obstante, el primer problema con el que nos encontrramos a la hora de intenta rehabilitar o, al menos, mirar desde otro punto de vista el pensamiento sofístico es la tremenda escasez de fuentes originales.
En la mayoría de los casos apenas conocemos sus nombres, algunas fechas de su vida y referencias a sus enseñanzas desde un punto de vista muy general. La práctica ttoalidad de sus tratados se han perdido y sólo han llegado hasta nuestros días un puñado de grafmentos que no superan las veinte páginas de texto. Descontextualizados, fragmentarios, y en muchos casos incpmpletos impiden crearnos una imagen clara de sus teorías.
Al rechazo platónico que hizo poco interesante a las generaciones posteriores la copia y conservación de los textos sofistas, se une el hecho de que estos maestros itinerantes nunca fundaron escuelas ni se establecieron en un lugar fijo donde sus discípulos pudieran copiar y transmitir sus ideas. La mayor cantidad de referencias a sus ideas las encontramos, sin embargo en Platón y en su discípulo predilecto, Aristóteles. Dos pensadores que no sólo dejan patente su parcialidad a la hora de exponer sus teorías sino, en muchos casos, su clara animadversión.
El primer dato que sabemos con total certeza acerca de estos personajes es el enorme entusiasmo que causaban entre los jóvenes atenienses. No se trataba de mera admiración, sino de verdadera adoración que les llevaba a dejar todo lo que estuvieran haciendo y acudir corriendo siempre que se anunciaba la llegada de un sofista a la polis. El más bello ejemplo de la expectación que provocaban entre la juventud ateniense es el comienzo del Protágoras:
TEXTO
El propio Sócrates acompaña a uno de los más ricos jóvenes de la ciudad a conocer a Protágoras pues desea llegar a ser “ilustre en la ciudad.” Pero… ¿qué es exactamente lo que enseñaban de nuevo los sofistas para generar tantísimo entusiasmo entre los jóvenes, por un lado, y para ser odiados y considerados tan peligrosos por sus mayores, por el otro? Es hora de comenzar a profundizar en su doctrina.
La enseñanza de la retórica
El aspecto más conocido de la enseñanza sofista se resume en su enseñanza del arte de la persuasión retórica. Si bien los sofistas enseñaban, ciertamente, a hablar en público con elocuencia y a defender con habilidad las ideas que se deseaba imponer, alcanzar la destreza en este arte no implicaba limitarse sencillamente a practicar la declamación y la oratoria, sino que los jóvenes tenían que adquirir un inmenso caudal de conocimientos orientados a agilizar su mente, desarrollar desde un punto de vista lógico su capacidad argumentativa y a ampliar sus horizontes intelectuales haciéndoles comprender el funcionamiento de su realidad. No sólo eso, sino que para convencer, el orador debe saber con precisión qué hay, tanto en la mente del oponente como en la del auditorio -sus convicciones, deseos, intereses y nivel de conocimientos, qué conductas considera aceptables y cuáles detesta, cuáles son sus gustos y temores- para adaptar su discurso adecuadamente y, para ello, debe poseer conocimientos suficientes sobre psicología, antropología e historia, saberes que le servirán para anticiparse y reconocer los resortes generales del comportamiento humano.
Además, para ser capaz de ello en los tiempos rápidos del discurso democrático, el alumno debía desarrollar sus dotes de análisis para siendo capaz de realizar una gran cantidad de observaciones de la situación ante la que se enfrentaba al hablar y de organizar los datos exraídos de ellas con destreza y rapidez.
Por tanto, la habilidad que enseñaban los sofistas era la capacidad de transformar cualquier idea o propuesta en un discurso fuerte y eficiente y, para ello, se dotaban de un amplio arsenal de herramientas que abarcaban desde aspectos meramente formales -como los esquemas lógicas- hasta otros aspectos literarios capaces de lograr efectos emocionales.
La primera fase de la formación, por tanto, consistía en familiarizar al alumno con todas los aspectos del lenguaje que colaboran en la persuasión. El primero de ellos era el dominio de las figuras retóricas. Existen decenas de estas formas específicas de emplear las palabras para dotar al discurso de mayor expresividad, vivacidad y belleza, y aumentar su capacidad de emocionar: aliteraciones, analogías, asíndeton, calambur, elipsis, epítetos, etopeyas, gradaciones, hipérbaton, ironías, hipérboles, metáforas, metonimias, oxímoron, metonimia, perífrasis, pleonasmos, polipote, prosopografías, reduplicaciones, reticencias, retratos, sarcasmos, sinestesias o tmesis. Una vez dominado este arte, era necesario sumergirse en las reglas de la argumentación y la lógica para conocer de cerca cómo se producen los procesos de razonamiento de la mente humana y, así aplicar en los discursos las estrategias más eficaces.
Argumentación por ejemplificación: esta primera estrategia busca apoyar y fortalecer una postura particular -aumentando su grado de aceptación- mediante la exposición de ejemplos de casos semejantes que vendrían a respaldar su adecuación. Pongamos por ejemplo una madre que quiere persuadir a su hija de que es tiempo de casarse diciéndole que la mayor parte de sus amigas ya están casadas, que la mayoría de las mujeres lo están a su edad o que ella misma lo estaba. Siempre se buscan elementos que puedan tener un valor emocional para el oyente de tal forma que por cercanía o semejanza sienta la presión de las palabras. No es lo mismo decir que en la Edad Media se casaban pronto o que las estadísticas dicen que es común hacerlo, que hablar de tus amigos y familiares más cercanos. Se usa la presión grupal para inducir a la persuasión.
Argumentación por analogía: un segundo método que embellece el discurso y, por tanto, lo hace más fácilmente asimilable para el oyente consiste en realizar comparaciones evocadoras. Por ejemplo, comparar la calidad de los libros que leemos con la de la comida que ingerimos, y los efectos que ambas pueden producir sobre nosotros. La analogía se puede resaltar mediante afirmaciones o mediante preguntas, retando al interlocutor a que descubra las diferencias o semejanzas entre dos objetos o situaciones, de tal forma que, al establecer varios paralelismos, se asuman como iguales en todos los demás aspectos de su composición. Por ejemplo, un recurso muy usado en los argumentos ontológicos para demostrar la existencia de dios. Todas las cosas que existen, tienen una causa, un creador, la realidad en sí misma debe tener el suyo.
Argumentación por autoridad: consiste en reforzar una postura vinculándola a una persona, un oficio o institución colectivamente respetada. Dependiendo de la época esta autoridad ha estado vinculada a la religión –como la incuestionada infalibilidad de los textos bíblicos durante el periodo medieval- a la ciencia o a ejemplos de éxito de campos concretos: famosos, millonarios…etc.
Argumentación deductiva y falacias lógicas: usando las herramientas de la lógica el discurso puede lograr la persuasión de forma extremadamente eficiente por medio de la deducción. Es decir, organizando el discurso en forma de premisas y conclusiones por medio de las reglas silogísticas como es el caso de: “Todos los hombres son mortales, Sócrates es hombre, por tanto, Sócrates es mortal” . Esta forma de organizar el discurso conduce al oyente por los pasos del razonamiento de forma rápida, directa y segura, haciéndole ver que toda la construcción argumentativa es impecable y que, en definitiva, es imposible contradecir la tesis inicial.
No obstante, para crear un discurso convincente los sofistas no sólo enseñaban el uso de las formas válidas de los silogismos, sino que hacían también amplio uso de las llamdas falacias lógicas es decir, de un conjunto de modelos formales de argumentación aparentemente bien constuidos pero que conllevan fallos lógicos y concluyen falsamente, pero con apariencia de verdad. En nuestros días este tipo de falacias son conocidas y ampliamente utilizados en política, publicidad y marketing. Una de más comunes y en la que fáciltmente caemos en numerosas ocasiones porque tiene una estructura, en apariencia, muy covicente es la afimrmación del consecuente.
Si A, entonces B
B
Por lo tanto, A
Por ejemplo:
Si tuviera la gripe, tendría mocos
Tengo mocos
Luego tengo la gripe
En este caso el hecho de que las premisas sean verdaderas no implica que la conclusión también lo sea, de hecho pueden ser verdaderas y que la conclusión sea falsa. Un segundo ejemplo común es la falacia post hoc ergo propter hoc, o falacia de causa falsa, por la que tendemos a creer que un acontecimiento que ha tenido lugar temporalmente antes que otro, es la causa del segundo y que hay una correlación directa entre ellos. Su esquema es el siguiente:
Si A ocurre antes que B
A es causa de B
Se trata de la estructura en la que se basan muchas de nuestras supersticiones personales, ya que asociamos de forma injustificada dos acontecimientos.
Se cruzó un gato negro en mi camino
Al día siguiente tuve un accidente
Por tanto, los gatos negros dan mala suerte.
Otra de las falacias más usadas en política es la falacia de tipo distractivo conocida como falacia del arenque rojo. Esta técnica se usa para desviar la atención del oyente del tema principal, del verdadero problema que se está planteando, por medio de la introducción de una cuesión secundaria, vagamente relacionada, de la que pueda extraerse una conclusión más satisfactoria para los intereses del orador. Pongamos un ejemplo: un político comete un fraude a la hora de conseguir, por ejemplo, una licenica de conducción. A la hora de enfrentarse a la prensa, en vez de hablar del hecho, negándolo o reconociéndolo, insiste en que es la oposición la que va a por él. En su discurso, el político insiste en que el verdadero problema no es el fraude que efectivamente ha comentido, sino el hecho de que los oponentes buscan cualquier modo de desprestigiar al partido rival. De este modo, intenta desviar la atención de su comportamiento para centrarlo en el de personas que, si bien pueden tener tales intereses, son ajenas al caso concreto. El nombre de la falacia se deriva del uso de arenques en descomposición para distraer a los perros antes del comienzo de las cacerías de zorros en Inglaterra.
Otra falacia comúnmente utilizada en el ámbito político es la llamada del hombre de paja que consiste en ridiculizar o desprestigiar el argumento del oponente distorsionándolo o exageránolo de alguna manera. Presenta la siguiente estructura:
A afirma p
B critica a A por afirmar q (distinto de p)
Por tanto, la afirmación de A es falsa
Persona 1:
Creo que la contaminación de los seres humanos contribuye al cambio climático.
Persona 2:
Entonces, usted cree que los humanos son directamente responsables del clima extremo, como los huracanes, y que han causado las sequías en el suroeste de EE.UU.?
Los ecologistas se preocupan más por el bienestar de los gusanos y lombrices que por el de las personas.
A: No considero apropiado que los menores de dieciséis años salgan solos de madrugada B: ¿Entonces al salir de la casa solos van a convertirse en drogadictos y violadores?
Hay decenas de este tipo de estrategias argumentativas, tanto modos legítimos como falacias, algunas extremadamente eficaces que siguen siendo válidas 2.500 años después. Aprender a usar todos estos recursos de forma eficiente y correcta es un verdadero arte que bien justifica los elevados salarios de los sofistas. A continuación, había que aprender a componer las partes del discurso intecalando sabiamente y en candidades adecuadas el humor, la solemnidad, la crítica o la descripción. ¿Cuándo apelar a los dioses y cuándo al sentido común?
Pero esto es sólo el aspecto formal, para la correctacomposición del contenido propiamente dicho de los discursos, los alumnos de los sofistas debían adquirir conocimientos sobre el mundo y el ser humano, conocer las últimas noticias sobre la guerra y estar al día de los gustos y modas del demos. Un cuidado análisis antropológico centrado en la psicología humana era el eje de toda la enseñanza sofista y, por ello, el núcleo de su propia filosofía. En este punto, los sofistas dieron lugar a una nueva rama del pensamiento filosófico: la psicología.
La verosimilitud y la oportunidad
Su pudiéramos resumir los rasgos clave de toda la técnica retórica de los sofistas lo haríamos en dos términos principales: verosimilitud y oportunidad. Para lograr la persuasión del oyente, el orador debe construir, en primer lugar, un discurso verosímil. Es decir, un discurso que parezca verdadero y creíble a los ojos de los oyentes. Pero esta verosimilitud no es la misma para todas las personas sino que para alcanzarla es necesario adaptar intecionadamente el discurso al nivel de conocimientos del auditorio. De tal modo que cuanta menor sea su formación, experiencia, edad o capacidad de acceder a fuentes de datos fiables, más cosas parecerán veosímiles a los oyentes y más fácil será la manipulación a través de mentiras sencillas. En cambio, si el orador se enfrenta a un público especializado, acostumbrado a un pensamiento crítico y al manejo de información compleja, tendrá que poner más esfuerzo en construir alegaciones complejas y ricas en datos y demostraciones. Este aumento en la riqueza de la construcción del discurso no implica, sin embargo, que no vayan a tener eficacia los mismos recursos figurativos y retóricos. Sencillamente, deberán ser presentados de forma más elegante y rica.
Pero si el foco está en convencer a un audiorio que no siempre tiene conocimientos suficientes ni capacidades para analizar con rigor las causas y mecanismos de su realidad, el sofista no podrá estar exclusivamente centrado en investigar y exponer la verdad de los hechos en sus discursos, sino más bien en conocer y reproducir la opinión de la multitud ya que son ellos los que han de juzgar y votar. Así lo expresa magistralmente Platón en el Fedro:
“FED. — Fíjate, pues, en lo que oí sobre este asunto, querido Sócrates: que quien pretende ser orador, no necesita aprender qué es, de verdad, justo, sino lo que opine [260a] la gente que es la que va a juzgar; ni lo que es verdaderamente bueno o hermoso, sino sólo lo que lo parece. Pues es de las apariencias de donde viene la persuasión, y no de la verdad.”
Uno de los reproches habituales que suelen hacerse a la retórica -su desinterés por la verdad- resulta ridículo cuando prestamos atención a su objetivo. Lamentablemente la mera exposición de la verdad no siempre convence a las personas, por lo que incluso en la defensa de la más noble de las causas hay que recurrir a las herramientas de la retórica, dentro de las cuales, la mentira y el espejismo pueden lograr mejores resultados que la nuda verdad.
Ello se debe a diversas razones, apreciadas ya por los sofistas en elsiglo V a.C. La primera al hecho de que muchos temas, cuando son tratados con la profundidad necesaria resultan demasiado copmplejos para la mayoría de los oyentes. Si un físico desea demostrar la verdad de una tesis como, por ejemplo, el cambio climático, sin recurrir a ninguna estrategia lingüística o retórica, tendrá que formar a su auditorio en el significado de una compleja terminología y de un aparato matemático tan grande que no daría tiempo a una sola sesión. Perdería la atención del público que acabaría aburrido o completamente confundido y su intención inicial de demostrar la tesis fracasaría. Es mejor simplificar, reducir, exagerar – y con ello mentir- para que la gente común comprenda la esencia y la emergencia de lo que se intenta explicar.
En segundo lugar, los sofistas comprendieron rápidamente que los seres humanos tenemos una respuesta más fuerte a los estímulos emocionales que a los racionales. Es decir, es más eficiente la exposición de una historia personal triste o dramática -la foto de una cría de oso polar sin hielo- que una completa, detallada y bien fundamentada lista de datos, diagramas, esquemas, cálculos y disertaciones científicas sobre el hecho. La verdad, por tanto, no es el lugar del discurso retórico y, en numerosas ocasiones ni siquiera la mejor forma de deferderla a ella misma.
De ello se sigue el enorme interés que los sofistas mostraron por el objeto del disucrso: el sujeto y su voluntad. Gran parte de la reflexiones sofísticas estuvieron centradas no en lograr una verdad objetiva – difícilmente alcanzable y demostrable en la mayoría de los casos- sino una comunicación eficiente que tiene como centro la persona a la que está dirigida y que , en muchas ocasiones, logra su efecto no por medio de la verdad sino por medio de la emoción estética. El concepto de engaño, es estético y se produce por ejemplo en la tragedia.
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