Estudio detallado de las principales características del templo Erecteion situado en la acrópolis de Atenas, con especial atención en las célebres cariátides

En un punto del borde de la ladera septentrional de la acrópolis los atenienses creían que habían quedado marcadas las huellas de la célebre disputa fundacional entre Atenea y Poseidón, es decir, el lugar en el que éste clavó su tridente abriendo una gran brecha de agua salada y el punto exacto donde creció el olivo de Atenea. Allí decidieron por ello construir uno de los más hermosos templos de la época clásica.
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El templo tiene, por ello, una triple consagración. A Atenea, a Poseidón, y a uno de los reyes míticos de la ciudad, descendiente de Atenea llamado Erecteo. Erecteion tiene una estructura muy compleja ya que está trazado a diversos niveles. Sus constructores no pudieron -como en el caso del Partenón- nivelar completamente el terreno y construir sobre una base uniforme ya que las tradiciones religiosas obligaban a respetar las marcas sagradas del terreno.
De hecho su arquitecto tuvo que respetar la grieta del tridente de Poseidón alrededor de la cual construyó un brocal de pozo y teniendo que abrir además en el techo un agujero cuadrangular de modo que la huella quedara a cielo abierto, tal como ordenaban los sacerdotes de Poseidón.
En el lado sur de este templo irregular se levanta el célebre pórtico de las cariátides de unos 2,37 metros de altura formado por. Cuatro figuras femeninas en la primera fila y dos a sus espaldas. Vestidas con peplos drapeados actúan a modo de columnas sujetando el entablamento, las cariátides presentan un bellísimo y elaborado peinado que tiene una función de sustentación ya que permite el engrosamiento del cuello para poder aumentar su resistencia.
Las cariátides del Erecteión son atribuidas al escultor Alcámenes, discípulo Fidias. Todas ellas tienen la misma altura (2,31 metros) y más o menos la misma estructura pero presentan pequeñas variaciones en el rostro, el peinado y los atuendos.
LAS CARIÁTIDES
Casi todas ellas tienen el rostro muy deteriorado y la parte frontal presenta un mayor deterioro por las inclemencias del tiempo que la trasera. Uno de los detalles más bellos de su factura, además del excelente trabajo de las telas, es su elaborado peinado recogido en una gruesa trenza de rizos ondulados por detrás.
Las mujeres soportan su peso sobre una pierna, doblando suavemente la otra, las tres del lado derecho se apoyan sobre su pie izquierdo, mientras las tres del lado opuesto lo hacen sobre el derecho.
Esta posición, que relaja una de las piernas para estirar aquella que sostiene la estructura del cuerpo, es uno de los rasgos principales de la escultura clásica como ya hemos visto y brinda fluidez al conjunto evitandola sensación de rigidez en estas famosísimas columnas. Por cierto, estamos viendo constantemente fotografías de un museo porque éstas son las auténticas cariátides. Las que hoy pueden verse en la acrópolis, al aire libre, son reproducciones que han sido colocadas para proteger las piezas originales de la contaminación y el deterioro.
Pero… ¿a quiénes representan estas bellas mujeres? Ninguna pista ha llegado hasta nuestros días proveniente de sus constructores que, en las inscripciones del templo simplemente las llaman koré o muchachas. La interpretación que se ha hecho más popular en la historia del arte fue la ofrecida por Vitruvio, el célebre arquitecto romano que sirvió a Julio César en su juventud. Vitruvio fue el autor de una de las obras más influyentes en materia arquitectónica durante toda la Antigüedad, la Edad Media y el Renacimiento titulada De architectura. En este mismo texto se inspiró el gran Leonardo da Vinci para dibujar su famoso hombre de Vitruvio que intenta representar las proporciones perfectas en el cuerpo humano.
En su obra De architectura, Vitruvio nos ofrece una explicación del sentido de las cariátides.
"A menos que esté familiarizado con la Historia, el arquitecto será incapaz de justificar el uso de aquellos ornamentos que tenga ocasión de introducir. Si, por ejemplo, en vez de columnas se colocan estatuas de mármol de mujeres vestidas con estola — que se llaman cariátides— y si superpone modillones y cornisas, deberá saber dar explicaciones a quienes pregunten. Veamos: Caria, ciudad del Peloponeso, se confederó contra Grecia con los persas, sus enemigos, y habiendo los griegos salido gloriosamente victoriosos de esta guerra, de común acuerdo y al verse libres de los persas, declararon nueva guerra a los habitantes de Caria. Tomada y asolada la ciudad, y pasados a cuchillo los hombres, se llevaron como esclavas a sus matonas, sin consentir que dejasen las vestiduras matronales. No contentándose con aquel triunfo, sino queriendo también que con la afrenta de la perenne memoria de su esclavitud pudiesen pagar eternamente la culpa de su pueblo. Por lo cual, los arquitectos de aquella edad pusieron en los edificios públicos las imágenes de estas mujeres, sosteniendo el peso, para dejar memoria a la posteridad del castigo de la culpa de Caria.”
Por otro lado, una segunda versión, defendida por Lessing, afirma que la asociación de estas estructuras con las mujeres de Caria tiene más bien una connotación religiosa. En este pueblo, según señala Lessing, tenia lugar un ritual en honor a Artemisa, en el que mujeres jóvenes danzaban en círculos frente a la estatua de la diosa con canastas sobre sus cabezas que contenían ofrendas en su honor; estas mujeres con canastas que servían al culto religioso son llamadas canéforas. En los templos griegos, las cariátides presentan sobre sus cabezas un cojinete moldurado en forma de canasta, que recuerda las funciones rituales de las canéforas; sobre este cojinete, por lo general coronado con un ábaco, descansa el entablamento.
La aparición del cuerpo humano es omnipresente en el arte griego pero su uso también como elemento arquitectónico nos hace comprender el profundo antropocentrismo de esta sociedad que nos recuerda la famosa frase de Protágoras, el sofista que rivalizó con Sócrates, como bien estudiamos en nuestro curso de filosofía y que sostuvo que el “hombre es la medida de todas las cosas”.
El Erecteión fue edificado en Atenas durante un periodo de confianza, en el que los griegos habían triunfado sobre el mayor de los peligros, habían sorteado la muerte que un gigantesco imperio había traído hasta el umbral de sus propias casas y no sólo eso, sino que habían logrado recuperarse para convertirse en una poderosa talasocracia. Pocas etapas de la historia han mostrado tanto optimismo respecto a las capacidades del hombre de labrar su propio destino.
Para los artista, políticos, dramaturgos y filósofos de la época clásica el ser humano no es una frágil e inepta criatura cometida al vaivén de destino sino, por primera vez, se ve a sí mismo como un ser capaz de transformar el mundo en el que vive con la ciencia, con la razón y con su ingenio.
el griego no solo puede conocer y entender el mundo sino también actuar sobre él modificándolo, y esta acción puede lograr la superación de lo irracional y lo caótico a través del esfuerzo consciente. La confianza sobre lo humano le otorga la capacidad de ordenar el espacio que habita que va más allá de la propia ciudad y que implica el nacimiento mismo de las ciencias. Orden en la polis y orden en el mundo que comienza a ser clasificado, descrito y explicado mediante teorías racionales que dejan poco a poco atrás la tradición mitológica sobrenatural.
Existe además una creencia en la evolución cultural mediada por el desarrollo de la tekne, palabra que por lo general es vinculada al campo del arte, pero que en la antigüedad hacía referencia la acción organizada que permitía la producción de un objeto concreto; así́, el antropocentrismo clásico le otorga tanto al pensamiento como al hacer del humano la capacidad de gestionar el progreso, de hacer posible la evolución de la cultura.
Este antropocentrismo puede rastrearse en la producción artística del momento, no solo de las artes visuales y la arquitectura, sino también en la literatura; los siguientes versos, extraídos de la Antígona de Sófocles, permiten percibir la confianza existente en la fortaleza e ingenio del ser humano, su dominio y acción sobre la naturaleza, su conocimiento y habilidad de supervivencia, así́ como en sus capacidades sociales y el desarrollo de su pensamiento.
Muchas cosas admirables hay, pero ninguna más admirable que el hombre. El al otro lado del espumoso mar avanza, en medio del viento del sur tempestuoso, atravesando las olas que en torno suyo se alzan.
A la más venerable de las diosas, a la Tierra,
imperecedera e infatigable, la desgasta surcándola con los arados año tras año, labrándola con ayuda de la casta caballar. (...)
El lenguaje, el aéreo pensamiento y los sentimientos sociables,
por sí mismo aprendió́, así́ como a huir de las penosas heladas a la intemperie y a las lluvias bien dotado de recursos; no sin recursos ante futuro alguno que le alcance.
Solo contra Hades no hallará escapatoria; pero de enfermedades incurables ha discurrido remedio.
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